Zubero / Gázquez Cano / Mora | Texturas 50: Del oficio editorial | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 144 Seiten

Zubero / Gázquez Cano / Mora Texturas 50: Del oficio editorial


1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-18941-91-7
Verlag: Trama Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

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ISBN: 978-84-18941-91-7
Verlag: Trama Editorial
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En este número de Texturas se pueden encontrar textos de Imanol Zubero, Vicente Luis Mora, Joaquín Rodríguez, Carlos Fortea, Pierre Nora, Maica Rivera & Constantino Bértolo, Josep Mengual & Enrique Murillo, Míriam Gázquez Cano, M. Gómez, P. A. Marín & M. Valencia, Santiago Hernández, Camilo Ayala Ochoa, Joaquín Fernández-Valdés Roig-Gironella e Ismael Gómez García.

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La erosión digital como problema para la lectura crítica de literatura
Vicente Luis Mora Escritor | Universidad de Sevilla Una de las críticas más sostenidas a los procesos digitales es la alta inestabilidad de algunos de sus repositorios, que pueden producir el olvido digital y la consiguiente pérdida de la «memoria del recuerdo» (Manfred Osten, 2008), con profundos daños para el archivo cultural (Groys, 2005). A ello se suman la perentoriedad y posible desaparición de los perfiles, tanto reales, como imaginarios o sostenidos por avatares (Escandell, 2014), como bots literarios, cuya pérdida hace ilegibles algunos proyectos literarios en red, por eclipsarse con ellos no solo el texto, sino también la programación de la que en algunos supuestos trae causa (Morales Sánchez, 2018). Frente a este problema, relacionado con los de ecdótica tradicional, se propone que el investigador literario debe generar sus propias réplicas del archivo cultural, lo que produce un problema añadido: la imposibilidad, en ciertos casos, de confrontar los originales con los archivos salvados. 1. la erosión digital
Hay algo que lentamente avanza y tiene nombre y ruido de erosiones Pedro A. González Moreno, Anaqueles sin dueño Aunque suele decirse que vivimos en una era de visibilización total y de archivo continuo, donde nada puede esconderse, lo cierto es que algunas evidencias parecen atender a una realidad no coincidente con tal aseveración, pues de continuo asistimos a la pérdida de datos, el escamoteo de las verdades y los hechos –aunque no siempre sea a través de su desaparición, sino al terminar éstos sumergidos por un mar de datos manipulados y mentiras virales– y a la existencia de numerosos poderes borrosos, invisibles o difícilmente detectables, de lo cual es muestra la conocida como Deep Web o red oscura. Estas ausencias y pérdidas de datos y referencias afectan también, como es lógico, a las arquitecturas digitales, pues éstas no son eternas, ni inatacables, y se ven sometidas a procelosos procesos de financiación, sostenimiento informático, continuidad de licencias, permisos y renovación de dominios y/o URL que pueden interferir en su duración. A esa pérdida de datos relevantes para la lectura –y, en su caso, para el acceso a formas digitales de literatura– es a la que aquí nos referimos con el término de erosión digital. Aunque se han citado casos puntuales de erosión digital (Mora, 2006), ha sido Alexandra Saemmer una de las voces que con mayor claridad ha dibujado este fenómeno informático, que no es otra cosa que «la labilidad de las obras digitales, debida en su mayor parte a los cambios debidos a programas y sistemas operativos» (Saemmer, 2009)1. En otras palabras, la erosión tiene lugar cuando una obra en formato digital no puede leerse porque fue construida en un formato ya desfasado e ilegible. Irene Vallejo, en su exitoso El infinito sobre un junco (2019), elabora una larga reflexión sobre la supervivencia de los textos, que comienza con este inciso sobre la tecnología electrónica: Por supuesto, la tecnología es deslumbrante y tiene fuerza suficiente como para destronar a las antiguas monarquías. Sin embargo, todos añoramos cosas que hemos perdido –fotos, archivos, viejos trabajos, recuerdos– por la velocidad con la que envejecen y quedan obsoletos sus productos. Primero fueron las canciones de nuestras casetes, después las películas grabadas en VHS. Dedicamos esfuerzos frustrantes a coleccionar lo que la tecnología se empeña en hacer que pase de moda. Cuando apareció el DVD, nos decían que por fin habíamos resuelto para siempre nuestros problemas de archivo, pero vuelven a la carga tentándonos con nuevos discos de formato más pequeño, que invariablemente requieren comprar nuevos aparatos. Lo curioso es que aún podemos leer un manuscrito pacientemente copiado hace más de diez siglos, pero ya no podemos ver una cinta de vídeo o un disquete de hace apenas algunos años, a menos que conservemos todos nuestros ordenadores y aparatos reproductores, como un museo de la caducidad, en los trasteros de nuestras casas (2019: 20-21). Es decir: hasta cierto punto tenemos integrada y asimilada psicológicamente esta perentoriedad de la técnica de archivo. Sobre este tema es interesante también leer el ensayo de Manfred Osten, La memoria robada. Los sistemas digitales y la destrucción de la cultura del recuerdo (2007), aunque su recorrido no tiene las repercusiones estéticas de la obra de Saemmer. Para Saemmer hay varias lecturas artísticas posibles de la erosión digital, la más ambiciosa de las cuales es la que denomina «estéticas de lo efímero», que serían aquellas líneas creativas que trabajan precisamente a partir de este peligro de desaparición informática de la obra artística, como sucede en obras de Philippe Bootz o, en un sentido diferente, en el Reading the Illegible (2003) de Craig Dworkin. Y no solo está en peligro la supervivencia de la obra, sino también de la programación de la que en algunos supuestos trae causa (Morales Sánchez, 2018), lo que la hace irreconstruible. Esto ha generado en algunas instituciones un acopio de hardwares y softwares coetáneos a la creación de las obras para permitir su lectura. Así describe el narrador Miguel Ángel Hernández Navarro las instalaciones de un centro de arte contemporáneo estadounidense –una variante del «museo de la caducidad» citado por Irene Vallejo–, en el que se amontonaban todo tipo de aparatos anticuados. Proyectores de diapositivas y de transparencias, cámaras fotográficas, cámaras de cine, ordenadores de cinta y de disco blando, videos de todos los sistemas... Era, según me dijo, el lugar donde el Clark almacenaba los medios obsoletos, muchos de ellos aún necesarios para reproducir formatos que habían sido ya superados. Parecía un geriátrico de medios, un asilo tecnológico, un cementerio de aparatos zombis que permanecían allí fuera de su tiempo (2015: 38). También se hablará aquí de otra forma no deliberadamente estética de erosión digital, pero con efectos literarios; una erosión más rápida y frecuente que la causada por la caducidad de los soportes, que tiene lugar cuando desaparece la web que alojaba una obra artística o literaria, ya sea esa desaparición causada por falta de pago, ya sea por la ausencia de actualizaciones técnicas achacable a la desidia del administrador, ya sea por ataques de virus o por el cierre voluntario o forzado de la página. Es un caso donde lo que sucede, como explica Nick Thurston (2016), es que se unen «unstable readers» y «unstable texts». El ejemplo más famoso es la página web del proyecto transmedia The Matrix, de las hermanas Lana y Lilly Wachowski, que mantiene solo una inservible página de entrada. Pero las muestras serían incontables, tantas que los investigadores académicos solemos aclarar cuál ha sido el último acceso practicable a las páginas que citamos, sabedores que varias de ellas pueden no existir cuando queramos visitarlas de nuevo. Por ejemplo, cuando quise obtener una captura de pantalla del periódico ficticio que el dramaturgo Jason Grote había creado para su obra 1001 (2007), alojada originalmente en la dirección www.1001NYC.com, me topé con una página negra y el anuncio de que la dirección estaba disponible para compra. En literatura digital este tipo de borrado del corpus de análisis no es, por desgracia, nada infrecuente. El de los blogs es un ciberespacio especialmente abonado para la erosión digital, porque quienes accedieron a las bitácoras por ser un medio de moda las abandonaron rápidamente cuando aparecieron las redes de microblogging (Escandell, 2014). Como recuerda el escritor argentino Juan Terranova: «Una leyenda urbana: más de la mitad de los blogs que alguna vez se abrieron ahora están abandonados. Esto convertiría a la web en una especie de gran basurero del Logos y la desidia» (2011: 3). Refiriéndose a blogs poéticos activos años atrás, Pedro A. González Moreno escribe: «Son enormes cementerios textuales de cuyos nichos da fe la etiqueta de un nombre, el señuelo de una fecha o de un título» (2016: 183). Otro ejemplo, por fortuna solo temporal, fue la desaparición entre diciembre del 2020 y abril de 2021 del rico archivo de El Boomeran(g), una plataforma de blogs creada por la antigua Fundación Santillana (hoy Fundación Formentor), donde habían escrito regularmente diversos y notables autores y críticos hispanoamericanos. Años de colaboraciones de firmas como Edmundo Paz Soldán, Julio Ortega, Rafael Argullol, Eduardo Gil Bera, Patricio Pron o Jorge Volpi, entre otros, desaparecieron, aunque tras algunas solicitudes de reintegración de las bitácoras la Fundación respondió positivamente, devolviendo esos blogs a la memoria colectiva en la sección «Histórico de blogs» de su página web (https://www.elboomeran.com/historico-de-blogs/). Pero no solo en la escritura a veces amateur de la blogosfera se produce la erosión digital; portales enteros como El Literonauta han desaparecido y, como hemos apuntado para el caso de Jason Grote, también en el campo literario podemos rastrear ejemplos de mayor o menor envergadura. El poeta y novelista David Refoyo ha expresado alguna vez en redes su resignación al comentar que la página web que acompañaba a su novela 25 centímetros (2010) ya no está disponible, como tampoco lo está ya el blog de la plataforma Bitacoras.com donde la protagonista homónima de mi...



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