E-Book, Spanisch, 10 Seiten
Reihe: Concilium
Tanner Repensar la ortodoxia en Nicea-Constantinopla y Calcedonia. Concilium 355 (2014)
1. Auflage 2014
ISBN: 978-84-9073-011-9
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Concilium 355/ Artículo 3 EPUB
E-Book, Spanisch, 10 Seiten
Reihe: Concilium
ISBN: 978-84-9073-011-9
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Este artículo recorre la formulación de la ortodoxia a través del credo niceno y la definición de Calcedonia. El credo surgió a partir de los dos primeros concilios ecuménicos, Nicea I en el 325 y Constantinopla I en el 381. Continúa siendo hoy la fórmula de fe más importante para las tres ramas principales de la comunidad cristiana: la católica, la ortodoxa y la protestante. El concilio de Calcedonia en el 541 produjo la definición esencial sobre la divinidad y la humanidad de Cristo. Al tiempo que reconoce el carácter definitivo de estas dos declaraciones, el artículo indaga también en su actualización.
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Norman Tanner *
REPENSAR LA ORTODOXIA EN NICEA-CONSTANTINOPLA Y CALCEDONIA
Este artículo recorre la formulación de la ortodoxia a través del credo niceno y la definición de Calcedonia. El credo surgió a partir de los dos primeros concilios ecuménicos, Nicea I en el 325 y Constantinopla I en el 381. Continúa siendo hoy la fórmula de fe más importante para las tres ramas principales de la comunidad cristiana: la católica, la ortodoxa y la protestante. El concilio de Calcedonia en el 541 produjo la definición esencial sobre la divinidad y la humanidad de Cristo. Al tiempo que reconoce el carácter definitivo de estas dos declaraciones, el artículo indaga también en su actualización. Los tres concilios de Nicea en 325, Constantinopla en 381 y Calcedonia en 451, resultarían capitales para la clarificación de la ortodoxia doctrinal en la comunidad cristiana. Con toda seguridad, sus decretos doctrinales constituyen un tema apropiado —e incluso fundacional— para este número de Concilium dedicado a la ortodoxia. I. El credo niceno-constantinopolitano
Presentamos el credo proclamado por el concilio de Nicea en el 325 a partir del texto original en griego: Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, engendrado unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra; el cual por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, [y] subió a los cielos, y viene a juzgar a los vivos y a los muertos. Y en el Espíritu Santo. Los que, en cambio, dicen: «Hubo un tiempo en que no fue», y: «Antes de ser engendrado, no era» y que fue hecho de la nada, o dicen que el Hijo de Dios es de otra hipóstasis o sustancia o creado, o cambiable o mudable, los anatematiza la Iglesia católica y apostólica. No poseemos ningún registro contemporáneo del texto del credo tal como fue proclamado por el Concilio, ni sobreviven las actas de las reuniones conciliares. Así que solo podemos conjeturar, y confiar en los diversos relatos contemporáneos o casi contemporáneos, para reconstituir con precisión el modo en que llegó a componerse este credo. Afortunadamente, el texto mismo es bastante sólido. Es citado en las obras de dos importantes participantes conciliares —el joven Atanasio, que pronto llegaría a ser obispo de Alejandría, y Eusebio de Cesarea (mencionado por el mismo Atanasio)— como también en muchos textos posteriores. Parece claro que el credo tenía en mente a Arrio, aun cuando no menciona su nombre. Así, todo el último párrafo contiene anatemas teniendo en cuenta las enseñanzas de este. El resto del texto parece basarse en un credo existente, aunque no sabemos con seguridad cuál sería, dada la numerosa cantidad existente en la Iglesia antigua. Parece que a este texto base se le añadieron palabras y frases con el objetivo de rebatir varias enseñanzas asociadas con Arrio. En el texto anterior hemos escrito en redonda el credo existente que fue probablemente adoptado por el concilio, mientras que hemos puesto en cursiva sus adiciones. El credo niceno tuvo una gran importancia puesto que fue ganando progresivamente un reconocimiento casi universal en la comunidad cristiana. Pero para el texto con el que estamos familiarizados, tenemos que regresar a la versión revisada de este credo que fue aprobada por el concilio de Constantinopla en el año 381. Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, engendrado del Padre ^antes de todos los siglos^, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma sustancia que el Padre, por quien todo fue hecho^; por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María, la Virgen, y se hizo hombre, y por nuestra causa fue crucificado bajo Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras; y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre; y viene de nuevo con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos, y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. En una, santa, católica y apostólica iglesia. Confesamos que hay un bautismo para el perdón de los pecados. Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén. Las partes del credo niceno omitidas en el del Constantinopla se indican con el signo ^. Las adiciones de este concilio se escriben en cursiva. En su conjunto podemos ver que la versión constantinopolitana constituye una mejora magistral. Se mantiene el núcleo de Nicea, por lo que la versión constantinopolitana puede correctamente denominarse sencillamente el «Credo niceno» (así lo haré a partir de ahora). Pero los cambios son teológicamente importantes y textualmente elegantes. El texto de Constantinopla es mucho mejor para recitarlo en comunidad, por ejemplo en la eucaristía dominical. Han desaparecido los anatemas un tanto duros de la versión nicena, pero su contenido se incorpora en el cuerpo del nuevo credo; por ejemplo, mediante la adición «antes de todos los siglos» con respecto al Hijo. La teología del Espíritu Santo se amplía, como una consecuencia de la controversia de los Pneumatomachi (literalmente «enemigos del Espíritu»). Se añaden también las cuatro notas de la Iglesia como también las esperanzas para esta vida y para la venidera. La sección central sobre Jesucristo se mejora también mucho más, tanto teológicamente como de acuerdo con las categorías de la devoción popular. Las adiciones de María y de Poncio Pilato hacen a este credo más memorable y vinculan mejor el misterio cristiano a la historia —Pilato era un personaje histórico reconocible—. La controvertida pero teológicamente muy importante palabra «consustancial» (en griego homoousios) se mantiene, aunque no tenga fundamento bíblico. De este modo podemos ver la función de la Tradición implícitamente justificada. Sin embargo, la elegante adición «según las Escrituras», unas pocas líneas después, subraya que la Tradición y la Escritura son concomitantes. Es importante apreciar la elevada calidad del credo niceno antes de adentrarnos en la cuestión de su «replanteamiento». Esto justifica el prólogo más bien extenso de este artículo. Además de esta elevada calidad, el credo niceno es el más antiguo, el más autoritativo y el más ampliamente aceptado de los principales «símbolos» de la tradición cristiana. Con respectos a los otros dos credos cristianos importantes, el denominado «Credo Atanasiano» procede probablemente de finales del siglo IV o comienzos del siglo V (podemos detectar en él las respuestas dadas a Apolinar y a Nestorio). Se compuso en latín (a pesar del nombre de Atanasio, que vivía en el Egipto grecoparlante) y su aceptación se limitó en su mayor parte a la Iglesia occidental. El «Credo de los Apóstoles» también se compuso en latín y se difundió sobre todo en Occidente. El título de este credo se menciona por primera vez en una carta de san Ambrosio, escrita sobre el 390 (Epístola 42,5), conjuntamente con la leyenda de que cada de sus doce proposiciones fue compuesta por uno de los apóstoles. Su base puede remontarse a un credo usado en Roma en torno al 200, pero la forma en que ha llegado hasta nosotros parece más bien ser el resultado de una influencia hispano-gálica. Su redacción actual se conoce por primera vez en una cita de san Pirminio, a comienzos del siglo VIII. Carlomagno promovió su uso y Roma finalmente lo aceptó. En comparación, el credo niceno ha sido reconocido y aceptado por casi todas las comunidades cristianas, incluidas la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y las Iglesias protestantes. Es el más antiguo de los credos principales con una tradición continua. También muy importante es el hecho de que es el único credo que goza del respaldo pleno y explícito de los primeros concilios ecuménicos. Todo «replanteamiento» del credo niceno es, por consiguiente, un tema muy delicado. En efecto, podría ser arriesgado que Occidente o la Iglesia católica pensaran formalmente en sustituir este credo con un deseo de mejorarlo. Como sabemos, anteriormente, la adición de la Iglesia occidental de la frase Filioque (es decir, la adición «y del Hijo» a la proposición «el Espíritu... que procede del Padre») al credo niceno (en la forma que había sido aprobada por el concilio de Constantinopla en el 381), sin la aprobación de la Iglesia oriental, fue una causa principal del cisma entre las dos iglesias en 1054, y continúa siendo un obstáculo para la unión desde entonces. Obviamente, sería incluso más arriesgada una sustitución unilateral de todo el credo. Ya hemos hablado de la combinación que se produce en este credo entre una teología profunda y la devoción popular. Hay también ritmo y belleza en su recitación, especialmente en el original...