Stimilli | Deuda y culpa | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 224 Seiten

Reihe: Pensamiento Herder

Stimilli Deuda y culpa

E-Book, Spanisch, 224 Seiten

Reihe: Pensamiento Herder

ISBN: 978-84-254-4366-4
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection



Como consecuencia de la gran crisis financiera de 2008, a los países endeudados se les impuso un régimen de 'austeridad', es decir, debían ajustar y ahorrar para reducir la deuda. ¿Pero qué es la deuda? La respuesta de Elettra Stimilli es contundente: es la manifestación de una forma de poder represivo basado en un sistema de exclusión en el que participan tanto el Estado como el mercado que se utiliza como herramienta para la gobernanza global. Es un dispositivo de coerción que convierte a los deudores en culpables. En este singular ensayo, Stimilli pretende poner al descubierto los nodos teóricos contenidos en la relación semántica entre 'deuda' y 'culpa' siguiendo el rastro de investigaciones de Weber y Foucault. Y para ello recurre a las palabras proféticas de Walter Benjamin sobre el capitalismo como un 'culto endeudante', que 'no es expiatorio sino culpabilizante'. Así, este trabajo intenta entender el problema de la deuda en un contexto más complejo que el de la ciencia económica, revelando los mecanismos de una teología política.

Elettra Stimilli se doctoró en Ética y Filosofía política por la Universidad de Salerno. En la actualidad es investigadora en la Scuola Normale Superiore de Pisa. Es autora de numerosos ensayos sobre la relación entre la religión y la política en el ámbito del pensamiento contemporáneo. En 2004 publicó la biografía Jacob Taubes. Sovranità e tempo messianico (2004) y en 2011 Il debito del vivente. Ascesi e capitalismo (Premio Feronia 2013).
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2. Una cuestión abierta
El giro neoliberal
Desde la década de 1980 asistimos a un auténtico giro económico, político y social. El «neoliberalismo» se ha impuesto a escala mundial como nueva política económica global. Muchos han interpretado este acontecimiento como una simple restauración del liberalismo clásico: un regreso al mercado como realidad natural capaz de lograr autónomamente equilibrio y estabilidad, sin intervenciones estatales que tiendan a influir de forma inadecuada en su curso espontáneo. En realidad, se ha tratado de un fenómeno más complejo, cuyos resultados tal vez solo hoy empezamos realmente a entender. La crisis de la estructura productiva fordista, surgida ya a finales de la década de 1970, hizo patente la dificultad de limitar dentro del circuito nacional aquella conexión, que había aparecido como «virtuosa», entre producción y consumo de masas, sobre la que se fundaba el modelo del crecimiento industrial. El programa político de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, que inauguró el nuevo ciclo y que ha sido adoptado posteriormente por numerosos gobiernos y relanzado por la grandes organizaciones internacionales —como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial— se presentó como un primer intento de responder a la situación ingobernable en la que se encontraban las principales democracias occidentales, tendentes a poner en práctica intervenciones nacionales, con resultados por lo general ineficaces, sobre la evolución del mercado mundial. Se trataba de una estrategia política general orientada a enderezar el fenómeno emergente de la globalización, con la perspectiva de redefinir los roles y las funciones de la política y de la economía (especialmente financiera), hasta invertir la clásica subordinación de esta a aquella, que había caracterizado al mundo moderno. Un examen detallado de este cambio crucial, objeto cada vez más de relevantes estudios,1 va más allá de las intenciones de este libro. Me limitaré por ahora a indicar dos momentos clave de este giro, que permiten ofrecer algunas coordenadas histórico-sociales esenciales con las que situar la cuestión de la deuda de la que nos ocupamos y con las que afrontar el debate que se ha impuesto recientemente en torno a este tema. El primer aspecto que hay que considerar en este sentido es el profundo cambio sufrido en los últimos cuarenta años en los modos capitalistas de producción. No se ha tratado simplemente, como a veces se ha querido hacernos creer, de la época del «final del trabajo». Más bien hemos asistido a la extensión de la racionalidad administrativa y empresarial a todos los ámbitos laborales, al terreno social y político, hasta implicar la existencia total de millones de personas. La forma-empresa se ha impuesto y el «empresario de sí mismo» se ha convertido en el prototipo al que se han ajustado todas las figuras fundamentales de la economía clásica: el «trabajador», el «productor» y el «consumidor». Esta mutación supuso un cuestionamiento radical de la distinción clásica entre «acción» (praxis) y «producción» (poiesis), sobre la que —desde Aristóteles— se habían construido las sociedades occidentales. El trabajador, el productor y el consumidor no solo se han conjuntado en uno por haberse convertido en «empresarios», sino que también se han comprometido todos ellos a valorar al máximo su «capital humano», introduciendo de ese modo cada vez más en el ámbito productivo la dimensión ética vinculada a la praxis, y viceversa.2 La aplicación de las teorías del «capital humano» a las nuevas formas de producción y su difusión también en ámbitos no directamente productivos ha llevado a un renovado uso de la palabra «capitalismo», en el que la dicotomía clásica entre «capital» y «trabajo» se ha distorsionado por completo. Aunque el sujeto productivo, el homo faber, es el resultado más excitante de la sociedad industrial moderna, que tenía como contraparte de ese proceso un poder igualmente productivo, eficiente, orientado a la construcción de individuos útiles, dóciles en el trabajo, proclives al consumo, pero también entregados al sacrificio, el predominio del neoliberalismo se caracteriza por la hegemonía del modelo de la empresa. En la lógica empresarial, la vida humana se involucra totalmente en la actividad que se le asigna. Esto implica una participación total de los deseos individuales. Su aplacamiento no se confunde en absoluto con la simple satisfacción de necesidades ineludibles, relacionadas con la supervivencia, ni tampoco se aplaza; pero interesa la realización de la vida de las personas en un sentido más amplio, relacionado con un espacio ético de existencia, en el que cada cual se convierte en «empresario de sí mismo». El «empresario de sí mismo» es un sujeto activo, que se entrega totalmente a la actividad a la que se dedica, suprimiendo todo tipo de alienación, de toda distancia entre él y la empresa en la que participa. De ahí la urgencia de transformación permanente, de mejoramiento continuo; de ahí el proceso de potenciamiento de sí mismo al que se dedica y que lo lleva a perfeccionar sin descanso su rendimiento. El nuevo paradigma que incorpora el mercado de trabajo —como también el de la educación y el de la de formación—3 es el «aprendizaje permanente» (longlife learning). Desde este punto de vista el uso generalizado del término «empresa» no es solo metafórico, porque se refiere a toda la actividad del individuo que es concebida como un proceso continuo de evaluación de sí mismo. La dimensión evaluativa —constitutiva desde el principio de la economía de mercado, pero limitada desde dentro por su mismo modelo «natural»— con el neoliberalismo se impone en la forma de la «evaluación de sí mismo». Se podría decir que aquellos elementos que —como hemos visto a propósito del intercambio— en el liberalismo clásico y neoclásico se transparentaban entrelíneas de un discurso comprometido ante todo a definir la estructura «natural» del mercado, en el planteamiento neoliberal pasan a primer plano, dando vida a algo diferente, de manera que, según algunos, hoy estaríamos asistiendo a una verdadera «mutación antropológica». La «empresa de sí mismo», que ocupa el centro de la economía neoliberal, implica en realidad invertir en aquellos aspectos que —como la acción y el lenguaje— caracterizan de una manera sustancial la vida humana. La inversión personal que entra en juego en este proceso es lo que de por sí se traduce en capital, modificando tanto el papel del trabajo como el del consumo. El trabajo queda, por así decir, «liberado» de la pasividad a la que estaba constreñido en su forma clásica. Y, por otro lado, el consumo se va circunscribiendo cada vez menos a la simple actividad de reconstitución de fuerzas perdidas, y se convierte en un operador de inversión que cualifica, incrementando el valor mismo de la vida. Más que a una acumulación originaria en el sentido de Marx, aquí se puede aludir a una acumulación continua, que no solo aumenta exponencialmente en el tiempo, sino que produce efectos que no son reductibles a solo los beneficios individuales. Al implicar lo que de la vida humana es de por sí inapropiable, como son la acción y el lenguaje, precisamente, se pone de un modo automático en relación con un bien «común». Entran en juego no solo actividades laborales específicas, o de consumo, más o menos fácilmente cuantificables, y en este sentido apropiables, sino también el elemento potencial intrínseco a la vida humana, esencial desde el inicio para la implicación de la «fuerza-trabajo» en el proceso de producción,4 pero que hoy emerge de manera inesperada en primer plano como un «capital humano», justamente un «depósito» que hay que hacer fructificar en un proceso que, en lugar de enriquecer, empobrece aquellas mismas actividades de las que saca provecho. Para describir la potencia económica expresada en este sentido de la vida humana, el antropólogo y estudioso de las ciencias sociales Kaushik Sunder Rajan, asumiendo el neologismo «biopolítica», empleado con igual propósito por Michel Foucault,5 ha introducido el concepto de «biovalor»,6 que parece eficaz para definir este fenómeno. Sin embargo, hay que precisar que aquí no se trata solo del valor tomado de la mera vida natural, esto es, privada de sus cualidades y reducida a un elemento biológico entre otros; se trata de un dispositivo aplicado a la misma capacidad del ser humano de dar forma y valor a su vida.7 Posiblemente no es una casualidad que el mismo Foucault —en el intento de llamar la atención sobre el nuevo tipo de dominio introducido por el neoliberalismo— haya abandonado progresivamente el término «biopolítica» para dedicarse a entender la forma de poder que define como «gubernamental».8 Como interés principal de este trabajo está la convicción de que la economía no es meramente una disciplina científica, sino también una técnica peculiar de poder político, cuya eficacia resulta evidente precisamente en la imposición de las políticas neoliberales globales, que Foucault ha sabido captar con increíble precocidad. En este sentido, la racionalidad económica es, a su entender, una racionalidad gubernamental, que tiende al gobierno de la vida individual mediante la institución...


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