E-Book, Spanisch, 400 Seiten
Steel Sitopía
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-125538-9-5
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 400 Seiten
ISBN: 978-84-125538-9-5
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
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Arquitecta, profesora y escritora. Trabaja en un enfoque lateral del diseño urbano que tenga en cuenta las rutinas cotidianas que dan forma a las ciudades y la forma en que las habitamos. Ha dirigido estudios de diseño en la London School of Economics, la London Metropolitan University y la Cambridge University. The Ecologist Magazine la presentó como una de las 'diez mejores visionarias del siglo XXI' del Reino Unido.
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Pesaje
«¡De acuerdo, hagámoslo!». Pam, una treintañera rubia de aspecto saludable me sonríe alentadoramente. Yo respiro hondo y me subo a la báscula. Como de costumbre, el resultado es un tanto decepcionante. «¿Es lo que te esperabas?», me pregunta Pam con cierto aire de compasión. En realidad, sí. Como la mayoría de la gente a la que le gusta comer, tengo una idea bastante aproximada de lo que peso, y normalmente es demasiado. Como millones de personas, he pasado gran parte de mi vida siguiendo varias dietas. Atkins, Dukan, 5:2: las he probado todas, y la mayoría han funcionado, al menos por un tiempo. Pero, como las olas durante la marea alta, los kilos siempre han vuelto. El hecho de que me gusten el pan, la mantequilla, el queso, el chocolate, la pasta y el vino —de hecho, casi toda la comida— no ayuda. Tampoco ayuda que me pase casi toda la vida sentada a la mesa. Pero hay una dieta que no he probado, sobre todo porque la idea de que me pesen en público y pagar por ese privilegio nunca me ha llamado la atención. Pero, como he agotado todas las demás opciones, me encuentro en mi primer pesaje de Weight Watchers.
«¡Todo esto servirá para que la comida te funcione! —dice Pam con el entusiasmo de una conversa—. Puedes comer tus alimentos favoritos y hacerte una dieta a medida. Simplemente, planea las comidas con antelación y controla lo que comes. ¡Se avecinan cosas buenas!». Basándose en mi peso actual, Pam me asigna veintinueve «puntos alimentarios» que puedo «gastar» cada día como quiera, y otros cuarenta y nueve para exquisiteces durante la semana. Me entrega un pequeño folleto, parecido a una cartilla de racionamiento, en el que se puntúan centenares de alimentos según su pecaminosidad relativa. Observo la lista para ver cómo afectará a mi régimen. La mayoría de las frutas y verduras son «gratis», lo cual está bien, pero otros ascienden bastante rápido: una pechuga de pollo sin piel o un vaso pequeño de vino son cuatro puntos, mientras que cuarenta gramos de cheddar (la miserable cantidad que te servían en un avión) son cinco. Tendré que eliminar mi aperitivo nocturno favorito, consistente en queso con galletas saladas, pero supongo que eso ya lo sabía.
Pam me enseña una foto suya de hace tres años, cuando pesaba veinte kilos más. En la imagen aparece sonriente y fornida, igual que yo durante las fases más rollizas de mi cuarta década. Le comento que la transformación es impresionante. «Sí, esa era yo —dice con el tono nostálgico que uno utilizaría para describir a una mascota familiar muerta hace mucho tiempo—. Bastante diferente de ahora». El hecho de que Pam haya mantenido su objetivo de peso durante años significa que ahora puede ejercer de líder de Weight Watchers, una prueba viviente de que esa dieta puede funcionar. En eso está siguiendo los pasos de la fundadora de Weight Watchers, el ama de casa estadounidense Jean Nidetch, que en 1961 pidió a sus amigas que la ayudaran a perder peso asistiendo a pesajes semanales en su casa. Cuando logró perder unos kilos, Nidetch tuvo la idea de organizar reuniones parecidas para otras mujeres, en las cuales utilizaba su ejemplo como inspiración. Actualmente se celebran cuarenta mil reuniones semanales como esas en todo el mundo, y asisten a ellas un millón de miembros.
Mientras hablo con Pam, la sala, que se encuentra en un edificio del Ejército de Salvación en el centro de Londres, empieza a llenarse de gente que acude a su pesaje semanal. Aparte de un hombre estadounidense que parece haber ido a charlar, todas son mujeres. Pertenecen a todas las clases sociales, las hay jóvenes y ancianas y de todas las formas y tamaños, pero ninguna es enorme. Supongo que el hecho de que estén dispuestas a renunciar a la pausa para el almuerzo para estar aquí explica por qué. Algunas son habituales a las que Pam llama por su nombre. Otras son miembros intermitentes que deben registrarse de nuevo antes de subirse a la báscula. Una vez finalizadas las tareas burocráticas, las mujeres forman una cola ordenada y se quitan los abrigos y los zapatos mientras se acerca el momento de la verdad gravitacional, igual que pasajeros pasando el control de seguridad en un aeropuerto.
Presidiendo las básculas, Pam no para de hablar. «Hola, me alegra verte de nuevo. ¿Cómo ha ido?». «No muy bien», responde una joven desanimada a la que luego contradice la báscula. «¿Cómo que no muy bien? ¡Has perdido 1,3 kilos!», exclama Pam, y la mujer se aleja henchida de orgullo. Su sucesora, en cambio, es menos afortunada. «No entiendo por qué no he perdido nada —dice—. He sido muy obediente». «No pasa nada —murmura Pam—. Podemos reencaminarte. Se avecinan cosas nuevas». Y así sucesivamente. La cola avanza mientras cada mujer recibe su veredicto entre murmullos de elogio o ánimo. De repente, me recuerda a la gente yendo a tomar la comunión en la iglesia. Entonces se oye un grito desde la parte delantera. «¡Tres y medio! —exclama una mujer—. ¡Me esperaba solo uno!». «¡Bien hecho! ¡Es increíble!», le dice Pam. La mujer vuelve de las básculas llena de entusiasmo, y por un momento la sala se ve transfigurada por su epifanía. Para esto hemos pagado nuestra suscripción de 6,25 libras: la alegría transformadora de despedirse de un poco de sobrepeso. Todos intercambiamos sonrisas.
Mientras la gente charla sobre la sesión de pesaje, yo observo la amplia gama de productos Weight Watchers expuestos junto a la caja registradora, en su mayoría galletas, dulces y chocolate. Una mujer de mediana edad elige un paquete grande de galletas. «Se las come todas mi hijo —dice como disculpándose—. Por lo visto prefiere las galletas Weight Watchers a las de verdad». Yo también decido probar algo y me decanto por unas chocolatinas rellenas de caramelo, galleta y nata con solo ochenta y cuatro calorías (y dos puntos) cada una. Antes de irme, Pam me entrega un libro que contiene menús y recetas y una tarjeta con mi historial, incluyendo mi peso inicial y semanas futuras de delgadez teóricamente creciente que se extienden hacia lo que parece el infinito.
Es un precioso día de primavera y decido volver caminando por el parque, lo cual me valdrá un par de puntos adicionales. Después de la sesión de esta mañana, no sé si esta dieta es para mí: los recuentos resultan cansinos y el pesaje semanal se parece demasiado a ir al gimnasio. Al acercarme a un lecho de narcisos amarillos, decido sentarme y probar una de mis chocolatinas duras. Observando la letra diminuta del envoltorio que detalla su larga lista de ingredientes, descubro que incluyen algunas sustancias dudosas como «agentes de volumen», aunque, por el lado positivo, también parecen contener chocolate de verdad. Decido tirarme a la piscina y dar un bocado. Quizá porque hace un día muy bonito y me inunda la alegría primaveral, la chocolatina sabe sorprendentemente bien. Pero parte de mí no puede evitar la sensación de que la idea del chocolate light es errónea.
La comida y nosotros
«El placer de comer requiere, si no hambre, al menos apetito».
JEAN ANTHELME BRILLAT-SAVARIN[48]
Mi primera y probablemente última experiencia con Weight Watchers me permitió conocer un lucrativo negocio global. Actualmente, Weight Watchers (o WW, como fue rebautizado en 2018) cuenta con Oprah Winfrey como gran accionista y portavoz, y sus alimentos con calorías controladas y sus programas de «bienestar» generan unos beneficios anuales de 1.300 millones de dólares.[49] Aunque es impresionante, es tan solo una gota en el océano de la pérdida de michelines: en 2019, el sector dietético estadounidense tenía un valor de 72.000 millones de dólares.[50]
Esas cifras plantean grandes interrogantes sobre nuestra relación con la comida. Con 45 millones de estadounidenses que siguen regímenes cada año, Estados Unidos lidera los ámbitos de la obesidad y la dieta, pero no está solo: uno de cada cuatro británicos se somete a algún tipo de dieta en algún momento, y el fenómeno, igual que nuestras cinturas, va a más.[51] Entonces, ¿por qué gastamos miles de millones en productos adelgazantes cuando podríamos comer un poco menos y practicar más ejercicio? O, dicho de otro modo: ¿por qué engordamos tanto y por qué parecemos tan incapaces de hacer algo al respecto?
Una razón es que nuestras respuestas a la comida son involuntarias. A lo largo de mi vida he comido cosas deliciosas —con estrellas Michelin y todo eso—, pero una de las más disfrutables fue una chocolatina Dairy Milk de Cadbury’s que engullí a los quince años en la cima de una montaña escarpada del Distrito de los Lagos. Acababa de subir la montaña, envuelta en una densa niebla, y estaba hambrienta, así que el chocolate me sentó de maravilla. Aquel día me di cuenta de que cuando tenemos hambre la comida es inherentemente deliciosa. El motivo es obvio: como tenemos que comer para seguir con vida, nuestro cuerpo nos recompensa por comer. «Delicioso» es tan solo el lenguaje de tu cuerpo diciéndote: «Gracias, y no dejes de hacerlo». Por suerte, algunos cocineros poseen la habilidad de transportarnos al paraíso gustativo sin que antes sea necesario trepar una montaña. La cuestión es que, cuando tenemos apetito, la comida común o de huerto puede hacer lo mismo. Epicuro acertó de pleno.
Pero en Occidente pocos esperamos a tener...