Pérez Tapias | Imprescindible la verdad | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 224 Seiten

Pérez Tapias Imprescindible la verdad


1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-254-4821-8
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

E-Book, Spanisch, 224 Seiten

ISBN: 978-84-254-4821-8
Verlag: Herder Editorial
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En la era de la posverdad, en tanto se ve barrida la verdad de la escena pública, la convivencia se hace imposible. Esto se debe a la fuerza de un poder que destruye la misma política y se impone como dominio a la sociedad. Ante tan grave consecuencia, a la crítica de la posverdad le sigue la apuesta por una política de verdad, necesaria como condición de la democracia. Qué hacer con la verdad en la vida política no es problema solo de ahora. Ya lo abordaron los griegos. Conviene girar la mirada hacia ellos, para luego, de vuelta, considerar cómo se puede mantener un compromiso de verdad en nuestras democracias actuales, concretamente en el ámbito de la opinión pública. Todo ello exige clarificar en qué sentidos hablamos de verdad, sin eludir la cuestión de la verdad del sentido, crucial en nuestros diálogos intra e interculturales. En esta obra, José Antonio Pérez Tapias aborda una discusión a fondo sobre la verdad y sus diferentes sentidos, y razona sobre por qué es imprescindible la verdad. Se profundiza en los argumentos acerca de por qué y cómo sostener las verdades susceptibles de ser compartidas sobre la base de buenas razones, y frente al mercado de la posverdad.

José Antonio Pérez Tapias es catedrático de Filosofía en la Universidad de Granada. Sus escritos giran en torno a filosofía de la cultura, filosofía política y antropología filosófica, haciéndose eco en ellos de la Teoría Crítica, la metafísica de la alteridad y el pensamiento decolonial. Trabaja sobre «Filosofías del Sur» y un «humanismo otro».

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Introducción
Ciertamente, la verdad nos hace libres Si, sacrificando el afán de originalidad, esta introducción comienza comentando el tantas veces citado apólogo de Antonio Machado en el frontispicio de su Juan de Mairena es para señalar a partir de él un problema que nos ocupa y preocupa —es necesario el plural al tratarse de una cuestión ética y epistémica de relevancia social e incidencia política, pues nos afecta a todos—. Cualquiera puede recordar el dicho que recoge nuestro poeta, no por casualidad escrito como primera línea de su libro filosófico: «La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero». A ello sigue el asentimiento de Agamenón: «Conforme», yendo detrás las palabras del porquero manifestando su escepticismo, a pesar del papel que se le concede: «No me convence». Con tal quiebro, quien imagina escena como la que el poeta presenta tan sagazmente, enseguida cae en la cuenta de que el porquero no se fía, siendo así por buenas razones que a él no se le escapan: la verdad se puede sostener por interlocutores en pie de igualdad —la isegoría de los antiguos griegos—, porque, si no es así, estamos ante relaciones de poder que implican una asimetría y que impiden la libertad para la verdad y la verdad que libera. Donde hay dominio, mal puede asomar la verdad, aunque hay que reconocer que también ella tiene sus héroes. El capítulo 1, «La infamia de la posverdad o la destrucción cínica de la democracia», con el que se abren las páginas que siguen a esta introducción, parte, siguiendo con las líneas que cabe proyectar a partir del apólogo machadiano, de un temor fundado: el temor, si no constatación, de que nuestro problema sea, en una sociedad que además de cínica es posheroica, que nadie diga la verdad, ni Agamenón ni su porquero. No ocurre otra cosa en la dinámica a la que nos referimos cuando hablamos de posverdad. Produciendo mentiras, fabricando engaños, en el juego de una pervertida racionalidad social —si cabe utilizar esa expresión—, la verdad queda desplazada del horizonte epistémico de una cultura nihilista en la medida en que se asume que no interesa. Ya no es cuestión de que «la mentira ingeniosa o la tontería sutil» arrastre a millones de incautos, como aún podía criticar Juan de Mairena, sino que todo es dejarse atrapar por burdos mensajes que, entre titulares impactantes e imágenes manipuladas, bastan para construir performativamente una realidad en la que lo falso la impregna por doquier. Es así como en la sociedad de la posverdad, en la medida en que la verdad se ve barrida de la escena pública, debido a la fuerza de un poder que destruye la misma política y se impone como dominio a la sociedad, la convivencia democrática se hace imposible. La posverdad conlleva «la destrucción cínica de la democracia» y es ante la gravedad de dicha consecuencia que se hace imperioso acometer su crítica. La democracia necesita una política de verdad: le es necesaria como condición. Es imprescindible también por dignidad de ciudadanas y ciudadanos. El capítulo 2, «Filosofía y política, verdad y justicia, en los momentos “fundacionales”. Una mirada retrospectiva junto a Hannah Arendt», contando con que la verdad es indispensable para la convivencia entre humanos —nuestro mismo lenguaje, con su potencial comunicativo, está orientado hacia ella, siendo la mentira parasitaria de la verdad que quebranta—, tiene en cuenta que tal cuestión no es algo que solo nos planteemos ahora. Una mirada antropológica a las más diferentes culturas puede concluir que ninguna ha gravitado alrededor de la mentira —frontalmente antagónica respecto a la verdad en un sentido más radical que el que supone el error—. Ni aquella «república de demonios» para la que Kant tenía que suponer en ellos una inteligencia que les capacitara para vivir juntos necesitaría, aunque fuera por mera utilidad pragmatista, alguna verdad. Y si Descartes tuvo que afrontar cómo salir del escepticismo que todo lo pone en duda, más perentorio y crucial es no dejarse atrapar por una mentira total que nos instale en la situación invivible de estar entre permanentes mentiras y a todas las bandas. El caso es que mucho antes de que llegara lo que hemos llamado modernidad —ahora la vemos como antecesora de su crisis posmoderna—, los griegos de aquellos momentos iniciales en los que entre ellos arrancó lo que reconocemos como filosofía abordaron la cuestión con enorme lucidez y coraje. Es por eso por lo que la correlación entre filosofía y política, o entre verdad y justicia, se la plantearon en torno a la cuestión de la verdad, clave para la vida de la polis y la formación de los ciudadanos para la misma. Entre la figura de Sócrates y el pensamiento del mismo Platón que nos la dio a conocer en sus diálogos, todo ello es asunto central en aquella época fundacional de la tradición filosófica de la que somos herederos. Volver la vista a ella para extraer de su legado la luz que pueda arrojar sobre nuestro presente es lo que pretende, de la mano de Arendt, el capítulo cuyo contenido ahora anticipamos, tratándose de páginas que tuvieron una versión previa en Letral. Revista electrónica de Estudios Transatlánticos de Literatura.1 El capítulo 3, «Audacia para la verdad como virtud republicana. Ciudadanía y opinión pública tras el declive de los intelectuales», despliega sus contenidos bajo la sombra de la figura de Sócrates, que reclama un reconocimiento siempre merecido como encarnación de un quehacer filosófico irrenunciable; por supuesto, también en lo que tiene de audacia moral e intelectual para llevar las buenas razones de sus opiniones a la plaza pública. Por eso permanece como referencia imperecedera para todo lo que sea intervenir en el debate público, llevando a los foros en los que tiene lugar el compromiso que supone argumentar con buena retórica, sin merma alguna en cuanto a las exigencias de verdad que, incluso por razones de justicia, hay que mantener en discursos con pretensiones de incidencia política. De un tiempo a esta parte, desde la emergencia de las democracias burguesas frente a los regímenes absolutistas, en contextos de una sociedad civil pluralista y progresivamente ilustrada, donde se abrió el espacio para una opinión pública como cauce de expresión libre de ciudadanos que por él también hacen fluir lo que de soberanía portan, los llamados intelectuales han sido los que han ejercido esa tarea de llevar a la discusión del ágora la crítica y la propuesta respecto a lo que la acción política demanda. Para tal tarea, la fuerza de los argumentos, atravesando los intereses en liza, implica igualmente un compromiso de verdad del que depende la credibilidad que pueda tener en cada caso el discurso propio. La audacia, el coraje cívico, que dicho compromiso de verdad requiere es lo que han de poner en juego ciudadanas y ciudadanos cuando han de intervenir en las deliberaciones que por diferentes vías se llevan a cabo en el ámbito de la opinión pública, ejerciendo esa función intelectual que ya no es patrimonio solo de quienes pudieran ser reconocidos como intelectuales, máxime en tiempos en que se comprueba el declive de lo que antaño fue esa figura. En consonancia con la democratización más efectiva de la vida política, la democratización de la función intelectual coherente con ella ha de ser consecuente con los requerimientos éticos y epistémicos de discursos que pretenden sostener con poder de convicción las verdades que presentan. Para ahondar en todo ello, este capítulo reelabora y pone al día textos de la propia producción de este autor que en otros momentos vieron la luz, provenientes del capítulo «Filosofía y opinión pública» en la obra colectiva que coordinamos junto con Juan Antonio Estrada con el título ¿Para qué Filosofía?,2 así como de trabajos sobre ética y política ya avanzados en otro libro de cosecha propia como Argumentos contra la antipolítica.3 Por último, el capítulo 4, «Verdad y sentido en nuestras sociedades pluralistas. Alcance y límites de nuestros acuerdos», aborda una discusión a fondo sobre la verdad y sus diferentes sentidos, cuestión que no puede quedar orillada cuando el objetivo es dar razones de por qué es imprescindible la verdad. Diremos, parafraseando a Aristóteles, que la verdad se dice de muchas maneras, y es necesario clarificar de qué maneras se trata transitando desde los sentidos de la verdad hasta la verdad del sentido, esa verdad moral de máxima relevancia para la acción política y que es en definitiva la que entra en juego en nuestros acuerdos y la que, en su búsqueda, activa los disensos. Se puede entrever, por tanto, por qué es tan relevante para el diálogo intracultural, en especial para los diálogos interculturales, por completo inexcusables en nuestras sociedades pluralistas y de cada vez más densa diversidad cultural. Así pues, este último capítulo profundiza en los argumentos acerca de por qué y cómo sostener las verdades susceptibles de ser compartidas sobre la base de buenas razones, y todo ello frente al mercado de la posverdad y el cinismo que por él circula. Un anticipo de las cuestiones aquí tratadas, y ahora puestas al día tras mucho recorrido siguiéndoles la pista, fue el texto que, con el título «Alcance y límites de nuestros acuerdos. Verdad y...



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