Pottecher Gámir | Serás mi boca | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 312 Seiten

Reihe: Palabra y vida

Pottecher Gámir Serás mi boca

Ventura y azote del profeta jeremías

E-Book, Spanisch, 312 Seiten

Reihe: Palabra y vida

ISBN: 978-84-9945-085-8
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



En los años decisivos del declive del imperio asirio y de despunte del babilonio, un joven Jeremías comienza a predecir la destrucción próxima de Jerusalén. Tal denuncia acarrea su encarcelamiento y el desprecio de las gentes, el ser arrojado a una fétida cisterna en desuso, e incluso el estar a punto de ser linchado por derrotista, por vendido a los caldeos. Pero la poesía de sus oráculos y confesiones no cesa de martillear los oídos de reyes, ministros, profetas, sacerdotes y del pueblo de Yahvé, y hasta de increpar al mismo Dios que le había obligado a ser su boca.
Pottecher Gámir Serás mi boca jetzt bestellen!

Autoren/Hrsg.


Weitere Infos & Material


2 La casa del Profeta y sus mujeres   C omían en silencio sobre esteras las mujeres de la casa del sacerdote Jilquías después de haberlo hecho los hombres. La luz de la estancia apenas iluminaba sus rostros, compitiendo con el crepúsculo todavía visible por el hueco de la puerta, mientras sus esclavas ya iban recogiendo la vajilla parsimoniosamente. Al tiempo que se distendían los músculos de los habitantes de la pequeña población levítica de Anatot, sus sonidos habituales iban apagándose. Sin embargo, Yerusá, una de las jóvenes sirvientas nubias, aún se mostraba especialmente solícita en sus movimientos y, siendo de natural rezagada, consiguió levantar las sospechas de su dueña, que la espiaba con el rabillo del ojo. El corazón de Abigail, la hija mayor de la familia, estaba temblando como lo hacía la llama del candil de aceite que manejaba su madre; su respiración era irregular. Al ir Yerusá hacia el patio con parte de la vajilla sucia, por no pisar un escarabajo pelotero, dos platos se le deslizaron, y uno de ellos se rompió en dos.  –¿Es que tienes en mayor consideración a esos viles animales que a los enseres de esta casa? –le cuestionó su ama.  –Perdón, mi señora, perdón. Vive Yahvé que no lo quise –respondió la nubia.  –Él también tiene derecho a la vida, madre –intervino Abigail, corriendo a ayudarla.  –Ya sabemos que Yerusá gusta de dar culto a los seres irracionales –dijo la madre espetándose–, pero, aunque sea medio egipcia, en su pecado irá la penitencia.  La mujer del sacerdote Jilquías comenzaba a temer la influencia de esa esclava sobre su hija. Bien sabía que Yerusá, por el uso de su propia madre, adoraba al cocodrilo, a la serpiente, al lagarto y a la rana, tanto como a las diosas cananeas Asera, Anat y Sapas, y que su hija Abigail se hallaba demasiado expuesta a su influencia desde que no concebía de su recién estrenado marido. Ya la había visto fumigando su cuarto con salvado y escondiendo mandrágoras, como hacen las prostitutas sagradas con fines mágicos y afrodisíacos.  «Todo está infectado por los pueblos paganos –pensaba colérica y necesitada de afianzarse en sus creencias–. Pero las cosas tienen que cambiar. Los dioses que esos entronizan en sus templos son como los cacharros de cocina: inservibles en cuanto se rompen y, como dice mi señor Jilquías, nuestra gente ya da muestras del hartazgo del yugo extranjero.» Desde que el rey Manasés había subido al trono con doce años, hasta que murió cincuenta y cinco años más tarde, los judaítas habían vivido bajo la ocupación asiria. Al comienzo del reinado de su hijo Amón se había esperado un cambio; un cambio que no se produjo, pese a que los asirios se obstinaban en una impía crueldad desollando vivos a los jefes rebeldes, exponiendo en las murallas las pieles de los así escarmentados hasta que eran devoradas por los buitres o se las llevaba el viento, y levantando pirámides de cabezas de empalados a las puertas de las poblaciones que no obedecían sus estrictas consignas.  «Ya no vamos a seguir prestándoles servidumbre ni a pagar tributo a los dioses de Assur», continuaba farfullando la esposa del sacerdote principal del pueblo de Anatot. «Cincuenta y cinco años de sometimiento han sido demasiados... Sobre todo ahora, con el pusilánime de su hijo Amón pretendiendo seguir esta dinámica, como si el país no pudiese más de cargas y de ofen...».  –Madre –la interrumpió Abigail–, si lo permite, me retiro.  –Buenas noches, hija. Aunque ya pertenezcas a tu esposo, no olvides tus oraciones. Y vosotras podéis iros también –dio orden a las sirvientas viendo que concluían su tarea junto al pozo. No se fue ella a dormir todavía y se sentó a cardar lana.  «Como si el país pudiera con tantos agravios e impuestos», prosiguió murmurando. «Con esos ídolos de madera decorados de oro y plata que veneran sacándolos en procesión como muñeconas; mudos espantapájaros de melonar que hay que transportar porque no andan.» Estaba muy inquieta por Abigail. No alcanzaba a comprender cómo sus hijos, Abigail y Yirmeyahú, no sentían como ella el orgullo de pertenecer a la estirpe de Leví; el único clan que había sido capaz de hacer florecer una vara de almendro en una sola noche. Pues, de las otras once ramas que se ofrecieron en representación de las tribus de Israel en aquel día señalado de la historia hebrea, ninguna pudo dar muestra de aquella milagrosa metamorfosis nocturna de flores y hermosos frutos como hizo la de Leví.  «Claro que en estos tiempos ya nadie considera la exclusiva selección que el Señor Dios hizo de nuestros antepasados mediante la inspiración de la Naturaleza, porque Yahvé hace mucho que no aparece ni ofrece ningún signo ni prodigio y por eso nuestros hijos andan confusos. Y, ante cualquier opción que ponga en duda las prerrogativas de nuestra casa, ninguna palabra promulga que aclare las cosas. Así ya no hay fe clara ni juicios rotundos como los había antes; claro que antes los descreídos de los rubenitas insistieron en que estamos todos por igual consagrados al Señor, y en que su presencia santifica sin distinción. Pero a mí me gustaría que ahora Yahvé, Dios de Israel, nos ordenase otra vez a los de la tribu de Leví lo mismo que ordenó en aquel día glorioso a nuestros ancestros: ‘¡Apartaos de ese otro grupo, que los voy a consumir al instante!’, y que fulminase de nuevo a todos los que no se dan cuenta del estatuto privilegiado de los levitas, como hizo con los soberbios de los rubenitas.» Pese a su excitación interna, a la mujer se le fueron cerrando los párpados. Casi vencida por el sueño, dejó la labor y sopló la llama del candil retirándose a tientas, sin sospechar que su hija Abigail y su esclava Yerusá aguardaban impacientemente ese momento.  Salieron las dos muchachas con el mayor sigilo que pudieron y caminaron hacia las afueras del poblado. Los rasgos exóticos de la una abrían paso a la otra como una antorcha que detrás arrastrase a un miedoso. La luna en cuarto creciente fundía el campo seco con una luminosidad metálica. Ascendieron una pendiente escarpada hacia el sudeste en dirección a Jerusalén y alcanzaron una casa de adobe escondida entre tamarindos y olivos; durante el trayecto se les habían ido sumando otros grupos de mujeres y algún hombre solitario.  Penetraron en la umbrosa estancia, levantándose las túnicas en un silencio veteado de telas y pasos, y subieron en fila hacia el terrado. Allí un ídolo de la diosa Anat recibía las tortas de trigo modeladas con su imagen que le llevaban a modo de ofrenda. La esclava del sacerdote de Yahvé sacó de debajo de sus faldas la suya, la cual había configurado con un trozo de la masa familiar sin que nadie lo advirtiese. Otros donaban vino a la divinidad femenina para hacer libaciones a la tierra en su nombre, o sustancias aromáticas para perfumar el cielo con los incensarios sagrados de la diosa del amor y de la guerra. Varias sacerdotisas preparaban las parrillas paganas para la ceremonia. Una de ellas se arrodilló sobre un estanque sostenido entre cantos rodados y comenzó a mover el agua con las manos; su larga cabellera suelta iba rozando con las puntas la superficie plateada por el reflejo de la luna. Bajo el cielo estrellado se colocaron en actitud de oración los presentes.  Vestida de lana carmesí y con un collar de flores blancas, otra de las sacerdotisas comenzó a subir ceremoniosamente la escalera de un pequeño torreón, tras el que quedaba oculto un grupo de percusionistas. El llanto de un crío ascendía del piso de abajo con insistencia, mas no retardó ella el culto, iniciándolo al invocar con voz dulce y enérgica al dios Baal, hermano y esposo de la diosa allí celebrada: Una novilla he visto, un morlaco parió a Baal,   un toro salvaje, sí, al Auriga de las nubes. Al canto se postraron los asistentes y cesó el sollozo infantil. Se refería al Baal de la Tierra, o al Señor Hadad de los asirios como fuerza fecundante, quien, junto a la diosa de la guerra y del amor, Anat, la también llamada «Gran Virgen», «Madre» y «Reina del Cielo», engendra en las novillas y en las muchachas en flor. Prendieron las parrillas, y el humo gratificante a los dioses fue ascendiendo; cuando ya les parecía que tocaba los cielos, la muchacha volvió a irrumpir con voz de saeta: ¿Está Baal en su casa, el dios Hadad en su palacio?  No, no está Baal en casa, el dios Hadad en su palacio.   Su arco tomó en su mano; flechas en su diestra   y hacia las riberas de Samak dirigió el rostro,   llenas de toros salvajes.  Ahuecó el ala la Virgen Anat, ahuecó el ala   y escapó volando hacia las riberas de Samak,   llenas de toros salvajes. El cuerpo de Abigail comenzó a sudar copiosamente. Con furor y determinación pensaba: «De los matrimonios sagrados entre los fuertes nacen los más fuertes. Aunque padre lo niegue, en la antigüedad nuestro Señor Yahvé era el Dios El, el padre de Baal, y Baal es el amante predilecto de Anat, la diosa de nuestro pueblo. De su unión nació Samgar, el héroe que con una aguijada...


Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.