E-Book, Spanisch, Band 17, 245 Seiten
Perkins Educar para un mundo cambiante
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-675-9593-2
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
¿Qué necesitan aprender realmente los alumnos para el futuro?
E-Book, Spanisch, Band 17, 245 Seiten
Reihe: Biblioteca Innovación Educativa
ISBN: 978-84-675-9593-2
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
¿Qué es lo que merece la pena aprender? es una pregunta imposible, si lo que buscamos es la respuesta perfecta. Pero, meditando bien los criterios y con la sensación de tener una misión valiosa que llevar a cabo, podemos buscar respuestas interesantes con inteligencia.Visualizar lo que podría tener un valor dentro de los contenidos que enseñamos en las escuelas es, sin duda, un acto fundamental de imaginación educativa. Hasta ahora, siempre nos hemos centrado en educar para lo conocido. Sin embargo, apostar por que el mañana se parecerá al ayer no parece muy adecuado. Necesitamos un programa más audaz. Llamémoslo educar para lo desconocido que, lejos de ser una paradoja inabordable, puede resultar atractivo y estimulante.Lograrlo pasa, según David Perkins, por identificar grandes temas de comprensión, grandes preguntas y grandes destrezas, entendiendo grande como esencial, aquello que nos capacita ampliamente durante toda la vida para desenvolvernos bien ante cualquier situación. ¿Puede esta visión darnos quizá la esperanza de que, a través de la educación, podemos acceder a lo desconocido, abordar sus giros e imprevistos, y situarnos en el camino hacia la sabiduría?
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Prólogo
¡Toda aquella persona con un papel para determinar qué se enseña a los alumnos en la escuela tiene que leer este libro! En Educar en un mundo cambiante, David Perkins repasa cuidadosamente lo que encontramos en los currículos básicos de nuestras instituciones educativas antes de la universidad, y también en programas universitarios de educación general, para llegar a la conclusión, una y otra vez, de que la mayor parte del contenido de dichos currículos no tiene impacto alguno en las vidas de la mayoría de los estudiantes, una vez que abandonan dichas instituciones. ¡Ninguno! Así y todo, sostiene, bastante acertadamente, que la base de la educación consiste precisamente en producir un impacto.
Además, nos cuenta que vivimos en una época en la que es más importante que nunca que estos programas educativos preparen a los estudiantes para enfrentarse a un futuro potencialmente desafiante que nadie puede predecir realmente con exactitud. ¿Pero cómo hacerlo? A lo largo del libro, crea un marco detallado para la reconstrucción educativa que, en su opinión, si se utiliza con cuidado, nos acercará sin duda a este resultado, no ya extremadamente importante, sino absolutamente esencial. Lo que está en juego es que la humanidad continúe evolucionando hacia un mundo en el que todos llevemos una vida fructífera.
David lleva escribiendo sobre distintos aspectos de este mismo tema desde los años ochenta. Su primer libro, The Mind’s Best Work, estudia cómo y por qué deberíamos apoyar y fomentar la creatividad y la exploración creativa en la educación, ingrediente principal de una vida plena. A partir de ahí, la pregunta natural que todos debemos hacernos es: ¿a qué otros aspectos habría que aplicar este punto de vista?
El autor toca esta ampliación del tema en otros libros como La escuela inteligente, Outsmarting IQ y El aprendizaje pleno. Este nuevo trabajo, Educar para un mundo cambiante, agrupa todos estos aspectos, a los que hay que sumar la acuciante sensación de que numerosos desastres asoman por el horizonte, como pueden ser los efectos del calentamiento global, de un suministro de alimentos que necesita seguir el ritmo de una población en rápida expansión, o de la destrucción del medio ambiente hasta el extremo de que la pureza necesaria para el sostenimiento de la vida se va desvaneciendo rápidamente.
Para terminar de empeorar la situación, en realidad no sabemos gran cosa sobre algunos de estos fenómenos, y mucho menos cómo hacerles frente. Pero David sostiene que proporcionar a las generaciones presentes y futuras una buena educación que les permita afrontar problemas como estos es nuestra única esperanza para la supervivencia de lo que hemos conseguido en los últimos dos mil quinientos años y, de hecho, quizá para nuestra propia supervivencia.
No exagero cuando digo que es importante pararse a pensar detenidamente en esta cuestión. Como David nos muestra, resulta de extremada importancia hacerlo, un imperativo que no podemos pasar por alto.
Pero él no es el único en hablar así. En estas páginas se entremezclan numerosas ideas en la misma línea, desarrolladas en los últimos treinta años por otros expertos y presentes en otros tantos trabajos de investigación mencionados en el libro por su merecida relevancia; cientos, cuando no miles, de pensamientos que completan la visión del autor. Así, escuchamos las palabras de Linda Darling-Hammond, Richard Murnane y Frank Levy, desconocidos para muchos de nosotros hasta este momento, junto con las de Neil Postman, E.D. Hirsch y J. M. Diamond, a los que sí hemos leído, y encontramos referencias a John Dewey que se remontan a los años veinte, e incluso anteriores a él.
Es en la manera que tiene David de entretejer todas ellas, con un estilo a un tiempo académico y familiar e imaginativo desde el punto de vista lingüístico, donde encontramos un mensaje claro que no podemos pasar por alto. Es necesario que todos asistamos al despliegue de sus pensamientos. ¿Qué es lo que merece la pena incluir en lo que se enseña a los estudiantes? O, tal como lo expone él, ¿cuáles son los ingredientes que merecen la pena que deberían estar presentes en el currículo diseñado para nuestros niños?
La respuesta, por supuesto, no es sencilla, ya que puede variar de un lugar a otro y, para complicar aún más las cosas, la incertidumbre sobre qué dirección lleva nuestro mundo vertiginosamente cambiante —lo que tendremos que ahora no tenemos, qué nuevos problemas surgirán y con qué recursos contaremos para resolverlos— todo eso entra dentro de la categoría de lo desconocido. Y, sin embargo, es precisamente para ese mundo desconocido para lo que tenemos que preparar y enseñar. Pues sí, David tiene razón. Es una pregunta difícil y también apasionante. ¿Cómo determinar qué tienen que aprender nuestros niños en este contexto?
En el libro se exponen dos corrientes de pensamiento que tratan de dar respuesta a esta pregunta, corrientes que David combina magistralmente. Una responde al desafío de qué elementos habría que retirar del currículo estándar y cuáles habría que incorporar, y cómo habría que reconfigurarlo para convertirlo en la hoja de ruta hacia un futuro más maduro, gracias al aprendizaje de contenido relevante. La otra sigue la línea de si existe algo imprescindible en el currículo para que el aprendizaje sea realmente eficaz. David aborda estos aspectos en los capítulos “Los cubos del conocimiento”, “Formas de conocer” y “Grandes destrezas”, una magistral exposición de los frutos que se obtendrán gracias al conocimiento que necesitarán nuestros niños para poder valerse en el mundo vertiginosamente cambiante del siglo XXI.
El enfrentamiento a cuenta de qué habría que incluir y qué habría que eliminar del currículo no es nuevo. ¿Deberíamos enseñar la teoría de la evolución de Darwin como una verdad probada o solo como una posibilidad, entre otras muchas, de explicar por qué somos lo que somos? El libro no se centra en cuestiones específicas como estas, sino más bien en una discusión profunda y muy valiosa sobre cómo estructurar el currículo de manera que merezca la pena. La discusión se amplía a todo lo dicho sobre el tema que, tomando prestado un término del propio David, “que merezca la pena debatir”. Y no lo hace porque tenga un interés personal en ello, no se trata de imponer una ideología centrada en recuperar los “principios básicos”, sino que tiene que ver más bien con el sentido común de una mente abierta que no quiere escatimar esfuerzos.
De manera que estudia ideas esenciales para reconfigurar el contenido curricular en torno a temas básicos y relevantes, como “Cómo funcionan las cosas”, “Ser, espacio y lugar”, etc., o en torno a temas transversales que se centran en los “problemas de carácter mundial”, como la energía, la pobreza, la justicia y los derechos humanos. Pero al mismo tiempo nos recuerda que debemos respetar las áreas tradicionales, en el sentido de que siguen siendo el repositorio de gran parte de lo que hemos aprendido sobre nosotros y el mundo en el que vivimos, incluso si consideramos que este cuerpo de conocimientos también requiere repensarlos y actualizarlos constantemente.
Así y todo, nos dice, con toda la razón, que esto no es suficiente para proporcionar un currículo que merezca la pena. Para ello es necesario que pensemos en el papel de un enfoque transversal hacia cuestiones como la pobreza y los derechos humanos, y otros temas más amplios y generales como el funcionamiento de las cosas, cuáles fueron las causas de grandes cambios como la revolución industrial y qué lugar ocupan nuestras vidas en este mundo complejo. ¿Cómo encajan todas estas piezas? ¿Y qué ocurre con lo que él denomina «grandes destrezas», que distingue claramente de lo que se consideran contenidos que merece la pena enseñar?
Allá por 1989, David y yo publicamos un libro titulado Teaching Thinking: Issues and Approaches (Enseñar a pensar: cuestiones y enfoques), reeditado en 2016. En aquella época había un gran interés, espoleado por un importante grupo de empresas estadounidenses, en que la comunidad educativa hiciera más por el pensamiento que limitarse a enseñar a los alumnos a memorizar datos. En particular, aquellas empresas decían que muchos de sus empleados eran capaces de entender instrucciones, pero cuando había algún problema no tenían ni idea de cómo enfrentarse a él para encontrar la solución.
Por entonces, muchas escuelas se lanzaron a la búsqueda de programas orientados hacia el pensamiento, y los desarrolladores respondieron con una amplia variedad de programas que se fueron abriendo hueco en las escuelas. Lo que nos preocupaba a David y a mí era que muchos de aquellos programas tenían diferentes objetivos en relación con el pensamiento: algunos se centraban en plantear preguntas, otros en la creatividad, otros en el pensamiento crítico, otros en la lógica, etc. Aun así, todos y cada uno de ellos afirmaban tener la respuesta única y definitiva para convertir a los estudiantes en buenos pensadores.
Lo preocupante era que “pensar” resultaba un tema tan amplio como “escribir”, cuando no existe un método único para fomentar la redacción correcta en...