E-Book, Spanisch, 200 Seiten
Ocampo / González / Giraldez De sueños y visiones
1. Auflage 2024
ISBN: 978-607-98881-4-5
Verlag: Lunaria Ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Antología de cuento psiconáutico
E-Book, Spanisch, 200 Seiten
ISBN: 978-607-98881-4-5
Verlag: Lunaria Ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Como una mente imbuida al sueño bajo los efectos de un poderoso somnífero milenario, De sueños y visiones, relatos revela un caos interno que responde a una estructura lógica subjetiva y colectiva. Esta reunión de textos sugiere algunas aproximaciones a las múltiples formas de entender la navegación psíquica, la psiconáutica definida por Jünger, y que implica el empoderamiento del que emprende el viaje hacia lo infinito. Múltiples voces y criterios dan forma a esta experiencia onírica. La integración de navegantes de orígenes varios, con estilos narrativos tan particulares y complejos como lo puede ser cada dimensión de la realidad, perfila una obra denodada, compilación de fobias y filias donde lo descrito puede ser tan real como la alucinación cotidiana de cada lector. Esta es una invitación desinhibida para emprender un viaje incierto a los reinos del imaginario social. A la aventura nos llaman. Esta antología pondera presentar una visión amplia de lo que significa la experiencia psiconáutica. La selección de los textos publicados se realizó en dos procesos que filtraron a la totalidad de los participantes, y en los que participaron varias personas en representación de Lunaria Ediciones y el Interdisciplinario Farmacolectivo. Finalmente, el voto de calidad recayó en la representación del IF, con la validación de la editorial, con el acuerdo previo de priorizar la calidad narrativa y la pertinencia en cuanto al abordaje del tema.
Derivada del Primer Concurso de Cuento Psiconáutico, organizado por el Interdisciplinario Farmacolectivo y Psyconautas Radio, es esta reunión de textos, colección narrativa que invita a conocer un perfil singular de la experiencia íntima. El concurso convocó a autores de varias latitudes, en su mayoría de habla hispana; sus consecuentes formas de entender al mundo, a través del filtro del estilo literario, ofrecen un panorama amplio, tal vez parcial, de la forma de entender la ficción psiconáutica en América Latina.
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IMÁGENES ONÍRICAS Y ENTEOGÉNICAS ¿HAY ALGUIEN AHÍ?
julio glockner Entre los analistas del fenómeno onírico parece haber un acuerdo en el sentido de que el sueño más estudiado del siglo XX, analizado por Sigmund Freud en 1910, fue el de un niño aristócrata ruso que soñó lo siguiente: Era un noche de invierno y estaba acostado en mi cama [...] de pronto se abrió sola la ventana y vi con pavor, en el gran nogal que había frente a ella, seis o siete lobos blancos sentados en las ramas [...] sus orejas estaban erguidas como en los perros cuando prestan atención a algo [...] muy angustiado, por miedo a que me comieran los lobos, grité y me desperté. Un siglo antes el poeta inglés Thomas Coleridge había hecho una interesante observación que retomaría y profundizaría Carl Jung: dijo que durante la vigilia las imágenes que percibimos inspiran sentimientos, mientras que durante el sueño son los sentimientos los que inspiran imágenes. Este comentario fue ilustrado por Borges cuando explicó que si un tigre entrara en una habitación sentiríamos miedo, pero si sentimos miedo en el sueño engendramos un tigre. Sean lobos, tigres o cualquier otra imagen, para el moderno pensamiento occidental “toda obra onírica es esencialmente subjetiva, y el sueño es el teatro donde el propio soñador es el escenario, el actor, el apuntador, el productor, el autor, el público y el crítico”, como dice Jung. La parte de la mente que corresponde al yo espectador-actor se aterra porque otra parte de la misma mente percibe y trama un terrible peligro, en este caso, que la ventana se abra sola y muestre a los lobos amenazadores. He aquí la clave del origen del sufrimiento psíquico que Freud llamó neurosis: el yo humano sufre por causa de un poder superior a él, que sin embargo actúa en su misma mente. Mientras se sueña nadie puede huir ni tener conciencia de que está soñando. Y aunque pertenezca a una experiencia diferente de la realidad, el miedo al lobo del sueño es de la misma categoría del miedo ante un lobo real (Amara: 2000). Para la psicología moderna, entonces, el hacedor del sueño es la parte inconsciente del yo, entendiendo el yo como el sujeto biográfico. De modo que a la pregunta por el quién del sueño, tanto como creador como producto, la psicología responde: es el yo inconsciente. ¿Hay alguien ahí? Sí, el inconsciente individual y colectivo, diría Jung. No hay espíritus o dioses en nuestros sueños. Aunque para Jung, el arquetipo del sí mismo se confunde, misteriosamente, con la imagen de Dios como totalidad. Siguiendo las metáforas de Heráclito, del descenso del espíritu desde su altura ígnea hasta su pesadez acuática, Jung plantea que con el desarrollo de la conciencia y la gradual desaparición de nuestra herencia mitológica, que va anulando la eficacia de los símbolos tradicionales, el espíritu va perdiendo su cualidad ígnea y se precipita, transformándose en agua. En otras palabras, vamos perdiendo capacidad interpretativa de los símbolos a medida que la racionalidad de nuestra conciencia gana terreno. Los dioses están, pues, para nosotros, modernos-occidentales, liquidados. Pero no hay que confundir esta liquidación con una mera eliminación, pues aunque estén liquidados-licuados, los dioses subsisten en ese medio acuoso, símbolo del inconsciente: es decir, se han hundido en su ocaso bajo nuestra conciencia, pero están ahí. Pues bien, explorando ese territorio inferior de nuestro psique-mundo, Jung vuelve a encontrar a los dioses en forma de factores psíquicos, es decir, como arquetipos del inconsciente colectivo. Dichos arquetipos se presentan aquí no como esencias estáticas predeterminadas, sino más bien como estructuras simbólicas dinámicas e indeterminadas que rigen, desde el “imaginario radical” la determinación y configuración de las imágenes concretas” (Nota del traductor de Jung, Luis Garagalza, p. 9). La psicología moderna ha establecido que cuando soñamos, cualquiera que sea el papel que desempeñemos en el sueño somos nosotros sus autores, el sueño es nuestro, nosotros inventamos su trama. Esta manera de entender el sueño nos parece razonable y precisa. Sin embargo, en lo que podríamos llamar las sociedades tradicionales, que organizan su vida personal y colectiva en torno a la noción de lo sagrado, no somos “nosotros” los hacedores del sueño o, al menos, no de todos los sueños. Hay sueños especialmente significativos que revelan al individuo un contenido trascendente. Son sueños-mensajes que no han sido “hechos” por el soñante, es decir, por su libre albedrío. Son sueños que le son entregados a la persona dormida por algo superior con la finalidad de anunciarle algo. Ese “algo” parece construirse a sí mismo espontáneamente, valiéndose del Yo de quien sueña y tomando elementos de la vida consciente del soñante, con los que elabora historias que parecen insólitas al despertar, pero que durante el sueño son perfectamente posibles y normales. Esta disparidad entre lo insólito del despertar y lo posible del soñar se resuelve realizando una interpretación del contenido simbólico del sueño con la finalidad de actuar ritualmente en el mundo de la vigilia. La antropología, por su parte, ha construido un dilema al tener un pie en los sueños propios, con la escasa o nula atención que se les da, o la ocasional interpretación con la que se intenta entenderlos, y el otro pie en los sueños de los curanderos y chamanes que se entrevista. Una situación ambigua desde la que se pretende entender y explicar un mundo, una cosmovisión y una ritualidad cuyos valores, saberes y conocimientos empíricos, incluyendo los actos mágicos, en realidad no compartimos. De este modo se elaboran detallados informes etnográficos de algo que, en el fondo, no se comprende. UN VISTAZO A LA IDEA DE DIOS EN JUNG
Abogando en favor de las tesis mal comprendidas de Lévi-Bruhl acerca de la participación mística, por parte de quienes Jung llama “etnólogos incomprensivos”, el psicoanalista suizo rechaza enfáticamente el presupuesto de que algo es “verdadero” únicamente cuando se presenta como un hecho físico. Hay una fuerte tendencia en la racionalidad occidental a descalificar como ilusorias o falsas las representaciones oníricas y las visiones chamánicas. El que algo sea una realidad “física” no es el único criterio de verdad –argumenta Jung–. También existen verdades anímicas, las cuales no pueden ni explicarse ni probarse, pero tampoco negarse físicamente... Las afirmaciones religiosas se refieren en cuanto tales a hechos que no son comprobables físicamente. Si lo fuesen, caerían inevitablemente en el dominio de las ciencias naturales, y éstas las negarían por no ser hechos susceptibles de experiencia... El hecho de que las afirmaciones religiosas estén a menudo en contradicción con fenómenos físicamente comprobables prueba la independencia del espíritu respecto de la percepción física; y manifiesta que la experiencia anímica posee una cierta autonomía frente a las realidades físicas. El alma es un factor autónomo; las afirmaciones religiosas son conocimientos anímicos, que, en último término, tienen como base procesos inconscientes, es decir, trascendentales. Estos procesos son inaccesibles a la percepción física, pero demuestran su presencia mediante las correspondientes confesiones del alma. La conciencia humana transmite estas afirmaciones y las reduce a formas concretas; éstas, por su parte, pueden estar expuestas a múltiples influencias de naturaleza externa e interna. Ello hace que, cuando hablamos de contenidos religiosos, nos movamos en un mundo de imágenes, las cuales señalan hacia algo que es inefable”. Dios –continúa Jung– es un hecho evidentemente psíquico y no físico, es decir, demostrable sólo psíquicamente y no físicamente. A la gente no le ha entrado todavía en la cabeza que la psicología de la religión se divide en dos campos que hay que mantener netamente separados: de una parte está la psicología del hombre religioso, y de otra la psicología de la religión, es decir, de los contenidos religiosos. Sólo por medio de la psique podemos demostrar que la divinidad obra sobre nosotros; pero no podemos distinguir si estos influjos vienen de Dios o del inconsciente, es decir, no podemos determinar si la divinidad y el inconsciente son dos magnitudes distintas. Ambos son conceptos límites y significativos de contenidos trascendentales. Pero empíricamente se puede confirmar con probabilidad suficiente que en el inconsciente aparece un arquetipo de la totalidad, el cual se manifiesta espontáneamente en sueños, etc. y que existe una tendencia, independiente de la voluntad, a referir los otros arquetipos a este arquetipo central. Por ello, parece probable que el arquetipo de la totalidad ocupe por sí mismo una cierta posición central que le aproxima a la imagen de Dios. La semejanza es confirmada de manera especial por el hecho de que este arquetipo produce símbolos que han caracterizado y simbolizado desde siempre a la divinidad. Este hecho permite cierta restricción en la afirmación anterior acerca de la no diferenciabilidad del concepto de Dios y del inconsciente: la imagen de Dios coincide, exactamente hablando, no con el inconsciente en cuanto tal, sino con un contenido especial de éste, con el arquetipo del sí mismo. Pero este arquetipo ya no puede distinguirse empíricamente de la imagen de Dios.1 Precisemos entonces que el sí mismo, como arquetipo de la totalidad, se refiere a toda la gama de fenómenos psíquicos del hombre, es decir, expresa la unidad de la personalidad en su conjunto. El sí mismo no sólo es el centro, sino...