E-Book, Spanisch, Band 137, 252 Seiten
Una breve historia del exceso de información
E-Book, Spanisch, Band 137, 252 Seiten
Reihe: Biblioteca de Ensayo / Serie mayor
ISBN: 978-84-19942-06-7
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Xavier Nueno es investigador. Doctor por la Universidad de Harvard, escribe sobre la historia del conocimiento en sus múltiples formas científicas, artísticas, sensoriales, tecnológicas, desde la antigüedad hasta el presente. Su campo de estudio, amplio y diverso, lo ha llevado a colaborar con artistas, arquitectos, ingenieros, y activistas en libros, cortometrajes y exposiciones. Es coautor de Napa(s). Persistir en lo inacabado (2018) y Chaque Mercredi Caracas (2020). Actualmente realiza su investigación en el laboratorio de Historia y Teoría de la Arquitectura, la Tecnología y los Medios de la Escuela Politécnica Federal de Lausanne (EPFL), en Suiza.
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Cómo reducir una biblioteca «Si las imágenes del presente no cambian, cambiemos las imágenes del pasado». CHRIS MARKER, Sans soleil (1983)
En 2013, un grupo de científicos europeos almacenó una pequeña biblioteca en una cadena de ADN.
Los sonetos de Shakespeare. El artículo de Watson y Crick sobre la estructura molecular del ADN. Una fotografía del Instituto Europeo de Bioinformática. Un fragmento de veintiséis segundos del discurso de Martin Luther King, «I have a dream». La transcripción del algoritmo de Huffman que se utiliza para comprimir información.1
A primera vista, podría parecer una colección accidental, aunque para los científicos que la concibieron tenía un sentido programático. Como un mensaje en una botella, los documentos de esta biblioteca molecular tenían algo de carta a la posteridad. Su mensaje: un día toda la cultura humana podrá ser almacenada utilizando esta nueva tecnología. La biblioteca contenía los dos elementos esenciales para poder ser replicada: la descripción de la estructura del ADN y el algoritmo para transcribir un código binario a otro genético. Los sonetos de Shakespeare indicaban que su misión era conservar el conocimiento de la humanidad; el discurso de Martin Luther King, que la tecnología traería un mundo mejor, quién sabe si, finalmente, un mundo feliz. El ADN es el sistema que utiliza la naturaleza para transmitir información de manera fiable y duradera. Las cadenas de ADN están conformadas por cuatro letras distintas G, T, C, A. Cada documento de esta pequeña biblioteca fue primero transcrito en código binario. Acto seguido, en el laboratorio se sintetizó una cadena de ADN en la que las primeras dos letras —G, T— correspondían al cero, y las segundas —C, A—, al uno. El resultado: un código genético que podía ser secuenciado y descodificado para almacenar toda la memoria del mundo. Como afirmaba el físico Richard Feynman en la conferencia que inaugura la investigación en nanotecnología: «Hay espacio de sobra al fondo» (1961). El mundo de lo infinitamente pequeño puede albergar cantidades gigantescas de información. «¿Por qué no podemos escribir los veinticuatro volúmenes de la Enciclopedia británica en la cabeza de un alfiler?», se preguntaba el genio americano.
Veamos lo que supondría. La cabeza de un alfiler tiene un dieciseisavo de pulgada de diámetro. Si se amplía en 25.000 diámetros, el área de la cabeza del alfiler es entonces igual al área de todas las páginas de la Enciclopedia británica. Por lo tanto, lo único que hay que hacer es reducir el tamaño de todos los escritos de la Enciclopedia 25.000 veces. ¿Es eso posible? El poder de resolución del ojo es de aproximadamente 1/120 pulgadas, es decir, aproximadamente el diámetro de uno de los puntitos de las finas reproducciones en medio tono de la Enciclopedia. Pero cuando se lo divida 25.000 veces, seguirá teniendo un diámetro de 80 angstroms, es decir, 32 átomos en un metal ordinario. En otras palabras, uno de esos puntos seguiría conteniendo en su área 1.000 átomos. Así, cada punto puede ajustarse fácilmente en tamaño según lo requiera el fotograbado, y no hay duda de que hay suficiente espacio en la cabeza de un alfiler para escribir toda la Enciclopedia británica.2
Al terminar la conferencia, Feynman ofrecía un premio de mil dólares a quien lograra escribir una página de libro a escala 1/25.000. El texto, que, naturalmente, sería invisible al ojo, debería poder ser leído utilizando un microscopio electrónico. Durante veinticinco años, el reto quedó sin resolver hasta que en 1985 un estudiante doctoral de la Universidad de Stanford quiso demostrar el poder del haz de electrones de su laboratorio y escribió la primera página de la Historia de dos ciudades (1859) de Charles Dickens en la cabeza de un alfiler. Parece ser que la mayor dificultad para el estudiante no fue escribir el texto, sino encontrarlo. El mundo de lo infinitamente pequeño tiene estas cosas: ocurre que el pajar puede perderse en la aguja…
Figura 1: Tom Newman escribió la primera página
de la novela Historia de dos ciudades de Charles Dickens con un haz de electrones. La reducción
de tamaño es de 25.000 a 1 y cada letra tiene solo
unos 50 átomos de ancho. (Fuente: J. S. Dietrich, «Tiny Tale Gets Grand», Engineering & Science,
enero 1986. pp. 24-26).
No deberíamos dejarnos confundir. Feynman no creía que la mejor manera de almacenar el conocimiento fuera escribirlo todo muy pequeñito. La idea de que las bibliotecas podían reducirse a través de la compresión gráfica tuvo su momento de auge en los años cuarenta con la invención del microfilm, pero este había quedado obsoleto ya por entonces. En los años sesenta, no había ninguna duda de que la mejor manera para comprimir una biblioteca no era miniaturizarla, sino transformarla en unos y ceros. A Feynman le interesaba la posibilidad de manipular signos a muy pequeña escala —que estos fueran tipográficos o código binario hacía poca diferencia—. De hecho, si en lugar de símbolos alfabéticos utilizáramos un sistema binario, los 24 millones de libros que contenían las principales bibliotecas del mundo por entonces podrían registrarse en un milímetro cúbico. Toda la memoria del mundo cabría en un píxel. En una mota de polvo, que es la unidad más pequeña que podemos percibir. «Realmente, ¡hay espacio de sobra al fondo!», concluía Feynman. La compresión genética va un paso más allá del mundo de la microfísica y convierte las moléculas del ADN en un código programable. La posibilidad de almacenar información a esa escala supone un avance comparable al que en su día representó la invención del libro o la película. Cada genoma humano contiene dos cadenas en forma de doble hélice con un total de seis millones de bases. Esas bases —guanina, timina, citosina, adenina— las representamos con sus respectivas primeras letras. Si consideramos que cada letra es un bit —un cero o un uno—, una sola cadena puede almacenar unos 0,75 gigabytes. Se estima que un milímetro cúbico de ADN podría contener unos nueve terabytes de datos, lo que supone una compresión de escala notable respecto de los sistemas que utilizamos hoy en día. Para los promotores de la compresión genética, es urgente adoptar esta tecnología dada la avalancha de datos que estamos viviendo en los últimos años. La llamada nube es una infraestructura descomunal —tal vez la mayor que hayamos conocido jamás— por la que circulan en todo momento cantidades masivas de datos. Algunas estimaciones sugieren que en los últimos dos años se ha producido el noventa por ciento de toda la información en la historia de la humanidad. Un sinfín de productos —desde coches hasta juguetes sexuales— incluyen sensores que retransmiten y almacenan datos en tiempo real sobre el ambiente en el que están y el uso que se les da. El mundo está streaming. Las empresas acumulan estos datos con el objetivo de explotarlos comercialmente en el futuro, aunque en realidad, la inmensa mayoría de lo que se conserva no tiene ninguna aplicación útil. Es difícil dimensionar cuánta información consumimos porque las medidas de las que disponemos nos dicen muy poco. Los internautas estadounidenses descargaron, solo en 2012, cerca de cuatro zettabytes de datos. Un zettabyte equivale a un sextillón de bytes. Imagínese una cifra con 36 ceros. No estamos acostumbrados a pensar números tan grandes, así que para atribuirle contenido podemos compararla con algo que nos resulte más conocido. La versión digital de Guerra y paz ocupa unos dos megabytes, de modo que un zettabyte equivale a 5 × 1014 copias de la novela de Tolstói. Supongamos una medida estándar para esas copias, unos doce centímetros de grosor: si apiláramos todos esos volúmenes, podríamos hacer ocho viajes de ida y vuelta desde el Sol hasta Plutón. Tendríamos que viajar durante tres días a la velocidad de la luz para recorrer esta torre de Babel poblada por infinitas princesas Kuraguinas y príncipes Bezújov.3 A finales de los años noventa, cuando se comenzó a hablar de la nube para referirse al modelo de almacenamiento de datos distribuidos en servidores y accesibles a través de internet, este término tenía resonancias ecológicas. Hoy, en cambio, pensamos en la nube como un fenómeno atmosférico que tiene consecuencias planetarias preocupantes. Cualquier interacción con una inteligencia artificial como Siri o Alexa —hacer un encargo, pedir una canción, encender una luz— pone en movimiento una economía global basada en la extracción de recursos materiales y laborales que permanece en buena medida fuera de toda regulación. Lejos de ser inmaterial, la nube es un fenómeno meteorológico que está teniendo un impacto directo sobre el cambio climático o el incremento de la desigualdad.4 Ante esta explosión de datos, las bibliotecas moleculares prometen una nueva tecnología que nos permita conservarlo todo. Su capacidad nos permite acariciar el viejo sueño de que nada se pierda, de que todo pueda ser almacenado y recuperado en el futuro. Estas...