Moreno de Buenafuente | Revestidos de perdón | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 341, 208 Seiten

Reihe: Libros de Espiritualidad

Moreno de Buenafuente Revestidos de perdón

Invitados a bodas

E-Book, Spanisch, Band 341, 208 Seiten

Reihe: Libros de Espiritualidad

ISBN: 978-84-277-3158-5
Verlag: Narcea Ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



El autor se hace eco de la decisión de Dios de ofrecer al hombre una alianza que, a lo largo de la revelación, no solo queda formulada como un contrato o pacto, sino que llega a ser un ofrecimiento de relación amorosa. Esta alianza, que atraviesa el texto de las Sagradas Escrituras, culmina en el misterio de la Encarnación, donde Dios se hace hombre, y así el hombre se diviniza. Las llamadas a la vida, a la fe y al seguimiento de Jesús, se reciben como don y regalo, pero al igual que a María, la madre de Jesús se la saluda como 'llenada de gracia' y 'amada de Dios', también cada ser humano experimenta de cierta manera la gracia de forma pasiva. Es posible vivir el proceso espiritual para el que somos elegidos, aunque la persona se sienta tentada y probada, pero también perdonada, levantada, amada, enamorada, habitada y enviada. El perdón es la túnica de fiesta regalada para entrar como invitados al banquete de bodas. La experiencia de amor de Dios no se obtiene por derecho, sino por gratuidad generosa y entrañable de Jesucristo, quien nos ofrece, inmerecidamente, ser del grupo de sus amigos y hasta formar una sola cosa con Él.

Angel Moreno de Buenafuente es sacerdote secular, capellán del Monasterio cisterciense de Buenafuente del Sistal (Guadalajara) y párroco de los pequeños pueblos del entorno. Especialista en Teología de la Vida Espiritual, ha publicado numerosos libros, varios en esta misma colección, relacionados con la vida espiritual desde una dimensión experiencial y contemplativa.
Moreno de Buenafuente Revestidos de perdón jetzt bestellen!

Weitere Infos & Material


Compadecidos “Aunque los montes cambiasen
y vacilaran las colinas, no cambiaría mi amor, ni vacilaría mi
alianza de paz dice el Señor que te quiere”
(Isa 54, 10). “Sellaré con vosotros una alianza perpetua”
(Isa 55, 4). Eterna
(Jr 32, 40). Haré con ellos una alianza eterna: yo seré su Dios
y ellos serán mi pueblo
(Bar 2,35). “Haré con la casa de Israel y la casa de Judá
una alianza nueva”
(Jr 31, 31). Yo estableceré mi alianza contigo y reconocerás
que yo soy el Señor
(Ez 16, 62). “El Señor hizo con él una alianza de paz”
(Eclo 45, 24). La Alianza Por los textos citados, se comprende el alcance de la voluntad de Dios de ofrecer a su pueblo una alianza perpetua: alianza de paz, eterna y de amor. A la hora de centrar nuestra contemplación en lo que es el corazón de las Sagradas Escrituras, consideramos el eje transversal de toda la Biblia y el hilo conductor de la revelación: la Alianza. Dios desea establecer con el ser humano una amistad como la que mantenía con Moisés, según el libro del Éxodo: “El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo” (Ex 33, 11). “El objetivo de la vida espiritual es encontrarse con Dios, conocerlo y caminar juntos como lo harían dos amigos” (Janet P. Williams, Un Dios que es siempre más, 23). Y no solo se trata de una relación de amistad, sino de unión. Esta afirmación siempre nos parece exagerada, pero según la revelación cristiana, Dios se encarna en nuestra naturaleza y la une sin confusión a la suya en su Hijo, el Hijo de María. La Alianza divina se explicita a lo largo de la Historia Sagrada. Según los distintos contextos culturales, se expresa con diversos lenguajes e imágenes, hasta llegar al momento cumbre, la plenitud del tiempo, en el que Dios se manifiesta enamorado de la humanidad, y Él mismo se hace hombre en su Hijo. El Verbo hecho carne revela una Alianza nueva y eterna. Jesús, según el Cuarto Evangelio, se presenta como novio, tal como lo confiesa el Precursor: “Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de él”. “El que tiene la esposa es el esposo; en cambio, el amigo del esposo, que asiste y lo oye, se alegra con la voz del esposo; pues esta alegría mía está colmada” (Jn 3. 28-29). San Pablo, cuando habla del matrimonio, lo refiere a Cristo respecto a su Iglesia: “Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5, 30-32). De esta verdad se comprende hasta qué extremo lo que hagamos a un semejante se lo hacemos a Cristo: “Si odio a mis hermanos, odio a Dios. Si tengo miedo a la gente, le tengo miedo a Dios. Si no tengo amigos, tampoco Dios es mi amigo. Si atropello a quienes me rodean, es a Dios a quien atropello…” (Franz Jalics, Manual de oración, 30). El creyente cristiano ha tenido que personalizar de alguna manera su pertenencia a Dios. En tantos casos, sobre todo entre los conversos, la razón por la que uno se adhiere a Jesucristo es por haber tenido la experiencia transformadora del amor de Dios. Quienes narran el momento de su conversión aluden de una u otra manera al sentimiento casi físico de saberse amados, de quedar inundados de luz, de tal forma que señalan un antes y un después en su historia, aunque después tengan que reconocer su debilidad. “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Se ha hecho axioma el pensamiento de Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCe 1). Si recorremos las Sagradas Escrituras, encontramos textos que avalan la declaración amorosa de Dios. Alianza de amor Estamos invitados a celebrar la Alianza de amor, a participar en el banquete de bodas. Dios nos da el ser por amor, y nos deja ser. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas” (Mt 11, 28-29). “El manso es el que deja al otro ser lo que es, aunque el otro sea el arrogante, el prepotente, el matón” (Norberto Bobbio, cf. Armando Matteo, Conversión de Peter Pan, 108). Pocas veces interpretamos el texto sagrado como relación personal de Dios con cada uno, y sin embargo, las Sagradas Escrituras contienen las declaraciones e invitaciones más explícitas del amor de Dios. “Leemos la Biblia como si fuera un manual de instrucciones en lugar de una colección de poemas de amor” (Janet Williams, Un Dios que es siempre más, 201). La clave para interpretar sapiencialmente la Biblia está en acoger el mensaje de quien, siendo Dios, desea relacionarse con el ser humano. “En el cristianismo, en su centro, no hay un lugar sagrado, ni un libro sagrado, ni un símbolo venerado, sino una persona encarnada, un corazón humano, el de Jesús de Nazaret” (Vincent Pizutto, Contemplar a Cristo, 27). El profeta Jeremías adelantaba los tiempos mesiánicos: “Ya llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor. Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. No tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: «Conoced al Señor», pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor –oráculo del Señor–, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados”(Jr 31, 31-34). Dios nos salva de la vergüenza Si hacemos un recorrido por los pasajes que más revelan el amor de Dios por el hombre, la narración bíblica del origen de la humanidad describe hasta qué extremo se muestra compasivo el Creador a pesar de la desobediencia de Adán y de Eva, que incluso llega a hacerles unas túnicas que los libren de la vergüenza al verse desnudos: “Cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín. El Señor Dios llamó a Adán y le dijo: «¿Dónde estás?» Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí». (…) El Señor Dios hizo túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió” (Gn 3, 8-10.21). Los vestidos que Dios confecciona y ofrece a Adán y a Eva, no solo son prendas para cubrir la desnudez, sino que a la luz de toda la Revelación, toman el significado más sobrecogedor al relacionarse con la túnica que Jesús, desnudo en la Cruz, nos deja para librarnos de la vergüenza, y también para que nos sintamos hijos de Dios. El Verbo de Dios se revistió de nuestra naturaleza para que la humanidad entera se revista del hombre nuevo, Cristo. “Revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas” (Ef 4, 24). Dios se enamora de la humanidad Los que definen a Dios como vengativo, juez severo y castigador, que actúa como policía, chocan con los textos más explícitos en los que la identidad divina se revela enamorada: “Solo de vuestros padres se enamoró el Señor, los amó, y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos, como sucede hoy” (Dt 10, 14-20). Los textos proféticos narran con un lenguaje íntimo la relación de Dios con su pueblo, como lo hace Isaías: “Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores. Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo” (Isa 62, 4-5). Leemos en el profeta Isaías: “Por un instante te escondí mi rostro, pero con amor eterno te quiero, dice el Señor, tu libertador” (Isa 54, 8). Actualmente, lo que se dice de Israel, el pueblo de Dios, se aplica a la Iglesia, y en ella es donde nos sentimos amados por quien se ofrece como víctima de amor por todos los hombres, Jesucristo en la Cruz. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 14, 13). Dios merece nuestro amor Si se toma conciencia del derroche de amor de Dios, surge espontánea la respuesta agradecida, la relación de amistad, el abandono confiado. Así lo narra el poema bíblico: “Es mi amado para mí un manojito de alheña, en las viñas de Engadí. ¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! ¡Palomas son tus ojos! ¡Qué bello eres, amado mío, cuán delicioso! ¡Y nuestro lecho es frondoso! El techado de nuestra casa es de cedro, y nuestro artesonado, de enebro” (Ct 1, 12-17). Los santos, que se han sentido sobrepasados por el amor divino, se convierten en los mejores testigos de la...


Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.