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E-Book, Spanisch, 384 Seiten

Reihe: Ensayo

Monbiot Regénesis

Alimentar al mundo sin devorar el planeta

E-Book, Spanisch, 384 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-126130-9-4
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Por primera vez desde el Neolítico tenemos la oportunidad de transformar no solo nuestro sistema alimentario, sino toda nuestra relación con la naturaleza. La agricultura y la ganadería son la principal causa de destrucción del medio ambiente en el mundo, pero apenas se habla de ello. Criticamos la expansión urbana, pero el sector primario ocupa una superficie treinta veces mayor. Hemos arado, vallado y destinado al pastoreo grandes extensiones del planeta, talando bosques, extinguiendo la fauna autóctona y envenenando ríos y océanos para alimentarnos. Regénesis nos presenta un nuevo futuro para la alimentación y la humanidad, con el objetivo de resolver el mayor de nuestros dilemas: alimentar al mundo sin devorar el planeta. A partir de los asombrosos avances de la ecología del suelo, Monbiot muestra cómo ahondar en el todavía escaso conocimiento de la tierra que pisamos podría permitirnos cultivar más alimentos con menos agricultura. Algunas estrategias están ya en marcha: desde el hortelano que ha revolucionado nuestra comprensión de la fertilidad; pasando por las nuevas variedades de cereales perennes, que liberan a la tierra de arados y sustancias químicas tóxicas; hasta los científicos pioneros en nuevas formas de producir proteínas y grasas; todos ellos nos muestran cómo las formas de vida más pequeñas pueden ayudarnos a hacer las paces con el planeta, a restaurar sus sistemas vivos y a que a la Edad de la Extinción le suceda la Edad de la Regénesis.

Periodista, académico, escritor, ecologista y activista político británico. Tiene una columna semanal en el periódico The Guardian. Lleva treinta años tomándole el pulso al planeta y al mismo tiempo certificando el escaso avance ante nuestra principal «amenaza existencial». Es autor, entre otros best sellers, de los libros The Age of Consent: A Manifesto for a New World Order (La era del consenso: manifiesto para un nuevo orden mundial) y Heat (Calor: cómo parar el calentamiento global). Es el fundador de The Land is Ours, una campaña pacífica por el derecho de acceso al campo y a sus recursos en el Reino Unido. En enero de 2010, Monbiot fundó la página web ArrestBlair.org, que ofrece una recompensa a las personas que intenten detener al ex primer ministro británico Tony Blair por presuntos crímenes contra la paz. Tiene doctorados honorarios de la Universidad de St. Andrews y la Universidad de Essex, y una beca honoraria de la Universidad de Cardiff. En 1995, Nelson Mandela le entregó un Premio Global de las Naciones Unidas por ser un destacado defensor medioambiental. Fue ganador del Lloyds National Screenwriting Prize con su guion de The Norwegian, así como del Sir Peter Kent Award y el OneWorld National Press Award. En noviembre de 2007, su libro Heat fue galardonado con el Premio Mazotti, pero se negó a recoger el premio en Venecia, argumentando que no era razón suficiente para volar.
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01 Lo que tenemos debajo Es un lugar maravilloso para un huerto de árboles frutales, pero un sitio espantoso para cultivar fruta. En el centro de Inglaterra, lejos del efecto amortiguador del mar, las heladas tardías arrasan los árboles. El aire gélido fluye como el agua, pero aquí, en esta parcela llana encerrada entre hileras de casas, se acumula y se estanca, ahogando en frío el huerto. Todos los años, cuando los árboles empiezan a florecer, mi esperanza se abre con los nacientes capullos. Prácticamente dos de cada tres años se mustia a la par que las flores. La escarcha se enrosca en las ramas como un gas tóxico, marchitando y ennegreciendo los estambres. Alcanzado el otoño, el huerto es una gráfica viva de las temperaturas de la primavera. Las diferentes variedades de manzana florecen en fechas distintas pero regulares. A menos que una helada sea especialmente contundente, solo daña la flor que ya está abierta. Viendo los árboles que han dado fruto y los que no, se puede saber cuándo tuvo lugar la helada, casi señalar la noche exacta. Todas las variedades pertenecen a la misma especie: Malus domestica, cuya traducción literal sería ‘mal domesticado’. Los motivos para la inmemorial difamación de un árbol precioso son complejos, pero uno de ellos posiblemente provenga de una confusión etimológica: un término dialectal con el significado de ‘fruta’ —µ???? (malon)— parece haber pasado del griego al latín, donde, por así decirlo, se corrompió y pasó a malum: ‘mal’. Esta única especie —parece demasiado bueno para ser verdad— ha sido seleccionada y perfeccionada para ofrecer miles de formas diferentes: manzanas de mesa, manzanas de cocina, manzanas para sidra, manzanas para deshidratar…, y en una sorprendente diversidad de tamaños, formas, colores, aromas y sabores. Nosotros cultivamos la variedad miller’s seedling, que madura en agosto y ha de comerse directamente del árbol, pues el más ligero golpe en el transporte magulla su piel traslúcida. Es dulce y suave, más zumo que carne. Por el contrario, la variedad wyken pippin, dura como la madera cuando se recolecta, es difícilmente comestible hasta enero y desde entonces sigue crujiente hasta mayo. Cultivamos la variedad saint edmund’s pippin, que tiene la piel como papel de lija y es seca, con sabor a nueces y aromática durante dos semanas de septiembre; después se marchita. También tenemos la variedad golden russet, con un sabor y una textura prácticamente idénticos, pero únicamente en febrero. La ashmead’s kernel, crujiente y con un toque de alcaravea, es mi manzana favorita; madura mediado el invierno. La reverend w. wilks se infla como si fuera lana cuando la metes en el horno y sabe como un vino blanco suave. La variedad catshead, que se asa en Navidad, es prácticamente indistinguible de un puré de mango. Ribston pippin, mannington’s pearmain, kingston black, cottenham seedling, d’arcy spice, bella de boskoop, ellis bitter: estas frutas son cápsulas del tiempo y el espacio, de cultura y naturaleza. Dado que cada árbol requiere condiciones ligeramente diferentes para florecer, algunos funcionan mejor que otros. Determinadas variedades están adaptadas con tanta precisión a su lugar de origen que su cultivo supone una frustración en la ladera contraria de la misma colina. Eligiendo variedades que florecen en momentos diferentes, hemos intentado distribuir el riesgo en nuestro huerto. Con todo y con eso, los años malos, cuando las heladas golpean repetidas veces, lo perdemos prácticamente todo. Pero sí, a pesar de los muchos sueños incumplidos, es un lugar maravilloso para un huerto frutal. Cuando llegué esta mañana, su belleza me dejó boquiabierto. Han empezado a florecer los primeros manzanos: los capullos rosas se despliegan para mostrar la palidez de su corazón. Los perales y los cerezos marchan a toda vela, cargados con tantas flores blancas que las ramas se elevan ligeramente con la brisa. Recorro las hileras de árboles y los huelo. Cada variedad tiene un aroma suave pero diferente: algunas de las flores huelen como los jacintos; otras, como las lilas o como los géneros Daphne o Viburnum. Creo que puedo decir cuándo una flor ha sido polinizada: el perfume, innecesario ya para atraer a las abejas y a los sírfidos, desaparece inmediatamente. La flor del peral, de un blanco inmaculado y con veinte estambres negros como diminutas pezuñas hendidas, apesta a anchoas. Los pétalos de los cerezos están empezando a caer como copos de los árboles, volando como plumas en el suave viento. La nueva hierba tiene vetas de sombra. Las palomas torcaces refunfuñan en los ciruelos. Tener todo esto apenas a unos cuantos cientos de metros de nuestra casa parece un lujo extraordinario, un lujo por el que, entre las cinco familias que lo compartimos, pagamos únicamente setenta y cinco libras al año. El huerto ocupa tres parcelas contiguas en tierras comunitarias. Desde 1878, los ayuntamientos de Inglaterra conceden tierras comunitarias para el cultivo de frutas y verduras. En principio, desde 1908, todos los ciudadanos tienen el derecho legal a cultivar.[1] Lo que esta legislación fomentó sin pretenderlo fue la anarquía en su sentido más verdadero. En otras palabras: creó miles de comunidades que se organizaban y se gobernaban por sí mismas, conocidas también como comunas. Aunque son las autoridades locales las propietarias de la tierra, la gestionan las personas que la trabajan. En nuestro caso, en Oxford, las tierras comunales están divididas en doscientas veinte parcelas, cultivadas por personas que han llegado a la ciudad de todos los rincones del planeta. Polinizamos los conocimientos los unos de los otros con semillas de experiencia particular. Hace diecisiete años las tierras comunitarias parecían estar muriendo. Solo una décima parte de las parcelas estaba ocupada. La comunidad que todavía existía buscaba desesperadamente personas que las utilizaran: de lo contrario, la autoridad local reclamaría el espacio para la construcción de viviendas. Me arrendaron dos parcelas y media contiguas, una de las cuales estaba cubierta de monstruosas zarzas que serpenteaban al cielo a una altura de tres metros. Pasé un mes cortando los tallos con un machete y arrancando el bloque de raíces con un azadón. Debajo de las zarzas aguardaba una belleza durmiente: espiguillas, campanillas, margaritas, verónicas, vezos, centauras, hierbas de san Benito, escabiosas, milenrama, siete venas, hierba del halcón y leontodones brotaron de la tierra. Las semillas debían de haber pasado décadas en estado latente. Convencí a un par de amigos de que se unieran y plantamos las parcelas con frutales tradicionales: fundamentalmente manzanos y unos cuantos ciruelos, cerezos y perales, un níspero y un membrillo. Justo cuando los árboles empezaron a ser productivos, me marché de Oxford y me mudé a Gales. Abandonar el huerto fue una de las pocas cosas que lamenté. Mis amigos se lo pasaron a otros, que a su vez volvieron a legarlo. Cinco años más tarde, de manera inesperada y por motivos familiares, regresé. No quería volver. Sin embargo, poco después de llegar, uno de mis mejores amigos me dijo que unas personas que se habían marchado de Oxford poco antes le habían pasado un hermoso huerto plantado en las tierras comunitarias unos cuantos años antes… No podía llevarlo él solo y recordaba que yo algo sabía de frutales. La sensación fue la de volver a casa. Ahora, a pesar de que su extensión es inferior a una décima parte de una hectárea, el huerto a veces parece la mitad de mi mundo. Es el calendario vivo que baliza mi año. Hemos incorporado a otras tres familias, creando una comuna en miniatura dentro de otra comuna. Cada dos meses organizamos un día de trabajo con un descanso para el almuerzo debajo de los árboles. A finales del invierno y en primavera podamos los manzanos y los perales. En mayo y septiembre segamos la hierba. En junio raleamos la fruta. En octubre recogemos las manzanas, almacenamos los frutos en buen estado y, si la cosecha lo permite, pasamos un día frenético cortando, triturando, prensando, pasteurizando y embotellando el resto para hacer zumo con una parte y sidra con otra.[2] Mediado el invierno, brindamos el huerto. Brindar es un proceso científico que se lleva a cabo para garantizar que los árboles producen una buena cosecha el siguiente año. La metodología se fundamenta en cantar y beber sidra. Según una hipótesis debidamente puesta a prueba, la cosecha que ofrecerán los árboles es directamente proporcional al esfuerzo destinado al brindis. Como dice una rima tradicional: «Pues más o menos frutos traerán / cuantos brindis se les ofrezcan».[3] La hipótesis está pendiente de confirmación. Entonces iniciamos el ciclo una vez más. A media mañana estoy a un par de metros del suelo con un serrucho y una sierra de mango largo para podar. Nuestro maravilloso vecino, Stewart, ha decidido que es demasiado mayor para llevar adelante sus frutales, así que nos ha pasado su hilera, contigua a nuestro huerto, con lo que completamos las tres parcelas. Sus árboles, ya viejos, presentan un estado lamentable. Las ramas están atestadas y, o bien barren el suelo, o bien se levantan a tal altura que la fruta es imposible de recolectar. Así que estoy en el cerezo...


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