Mees | El profeta pragmático | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 392 Seiten

Mees El profeta pragmático


1. Auflage 2006
ISBN: 978-84-9868-122-2
Verlag: Alberdania
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 392 Seiten

ISBN: 978-84-9868-122-2
Verlag: Alberdania
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José Antonio Aguirre fue el político vasco más popular, respetado e influyente del siglo XX, y, a la vez, uno de los grandes estadistas de la democracia española. 'Ese nombre, ese prestigio y esa autoridad no nos pertenecen ya por entero a los vascos', constató su correligionario y amigo Manuel Irujo. Sin embargo, la figura del primer lehendakari de los vascos ha sido marginada por los historiadores, hasta el punto de que, hoy por hoy, no existe una biografía escrita con rigor sobre su actividad política. Este libro pretende llenar en parte este vacío. Se trata de una biografía crítica que aborda la etapa menos conocida -y también la más polémica- de la vida política de Aguirre: la del exilio. Los resultados arrojan luz sobre temas hasta ahora poco o nada conocidos, y contribuyen así a un conocimiento fiel y no mitificado de la persona de Aguirre. A lo largo de estas páginas, en las que no faltan las sorpresas, el lector recibirá una bien fundada información acerca de diversos aspectos de la actividad y pensamiento políticos del dirigente nacionalista en sus años de exilio: su fase radical y hegemonista; su relación con el nacionalsocialismo alemán; sus intentos de transacción con los monárquicos; su buena relación y cooperación con su máximo contrincante político, el socialista vasco Indalecio Prieto; su centralidad en la política española del exilio; sus conflictos con el exilio catalanista y galleguista; sus relaciones de preferencia con el Departamento de Estado estadounidense; o su replanteamiento del concepto de soberanía en el marco de la naciente Europa unida. Hoy más que nunca conviene fijarse en políticos como José Antonio Aguirre. Para sus seguidores, protagonizó el papel del profeta que conocía el camino hacia la justicia y la libertad. No obstante, su flexibilidad y su olfato para el arte de lo posible en cada momento lo protegieron de la tentación del fundamentalismo, fruto de la sacralización de los principios. Nunca fue profeta a secas, nunca se dejó guiar en exclusiva por la ética de la convicción. Pero su biografía tampoco coincide con el prototipo de un político pragmático y realista que, inspirado por una fría ética de la responsabilidad, se olvida de sus principios, pacta con cualquiera y pierde el rumbo de su política en el mare mágnum de la gestión diaria y de su lucha por el poder. Aguirre, el profeta pragmático, vivió la tensión y las contradicciones, entre ambos polos, y de esta tensión nacieron sus grandes aciertos, pero también sus errores.

Ludger Mees Nació en Essen, Alemania, en 1957. Es licenciado en Ciencias Sociales y Pedagogía por la Universidad de Bielefeld y doctor en Historia por la misma universidad. En la actualidad es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea, en la cual desempeña, desde 2004, el cargo de vicerrector de Euskera. Sus líneas de investigación y publicación más importantes son: teoría e historia del nacionalismo; historia de los movimientos sociales; historiografía; historia contempo-ránea de Alemania; historia agraria de España. Entre sus publicaciones, cabe destacar: El Péndulo Patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco, I: 1895-1936 y II: 1936-1979 (Crítica, 1999, 2001; con S. De Pablo y J.A. Rodríguez Ranz); Nationalism, Violence, and Democracy. The Basque Clash of Identities (Palgrave-Macmillan, 2003); El Péndulo Patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco (1895-2005) (Crítica, 2005, con S. De Pablo).

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EL PROFETA PRAGMÁTICO
AGUIRRE, EL PRIMER LEHENDAKARI (1939-1960) La fotografía de la portada y las del interior del libro proceden del “Archivo del Nacionalismo. Sabino Arana Fundazioa”, quien ha autorizado su reproducción en el presente libro.

© 2006, Ludger Mees © De la presente edición: 2009, ALBERDANIA, S.L. Istillada, 2, behea C. 20304 Irun Tf.: 943 63 28 14 Fax: 943 63 80 55 alberdania@alberdania.net © Diseño de la colección: Antton Olariaga Digitalizado por Comunicación Interactiva Adimedia, S.L. www.adimedia.net

ISBN edición impresa: 84-96643-03-4 ISBN edición digital: 978-84-9868-122-2 ISBN edición digital Mobipocket: 978-84-9868-121-5 Depósito Legal: S.S. 978/06 I Introducción
La casa saqueada
Junio de 1937. Bilbao está a punto de caer. Ya no hay escapatoria ante el avance de las tropas franquistas. La población abandona la ciudad, donde rebota todavía el eco de los morteros y las metralletas. Cuando la capital vizcaína se estaba preparando para su destino inevitable, la Brigada Mixta de las “Flechas Negras”, bajo el mando del general italiano Sandro Piazzoni, ya había hecho su trabajo al ocupar las zonas del litoral en la desembocadura del Nervión que históricamente habían servido como lugares de descanso y veraneo de la burguesía vizcaína. El 15 de junio también Getxo y Algorta tuvieron que rendirse. Como en todas las guerras contemporáneas, también en ésta fueron los periodistas los primeros en seguir los pasos de los soldados con el fin de visitar la tierra conquistada y ensalzar las proezas heroicas de las tropas para sus lectores en la retaguardia. Uno de los primeros en llegar fue Francisco de Cossío, director del periódico vallisoletano El Norte de Castilla. Cossío, un franquista culto y literato, no quiso perderse la oportunidad de entrar en la Algorta vencida. Tuvo una razón muy poderosa para elegir esta ciudad que, en un principio, no tenía nada que no pudiera haber visto en cualquier otra ciudad del mismo tamaño y características parecidas, con una pequeña excepción: en Algorta, en la Plaza de San Ignacio, y más concretamente en la calle Miramar número 2, se encontraba la casa de los Aguirre. Era la residencia de José Antonio Aguirre, el primer lehendakari vasco, quien estaba a punto de abandonar Bilbao cuando Cossío entró en la casa de su familia a pocos kilómetros de la capital: Seguimos hasta Guecho. Queremos ver la casa de verano de Aguirre. En la casona de Arriluce de Ibarra flamea la bandera española, una enorme bandera, junto a otra más pequeña, y descendiendo por el muro de la iglesia llegamos a una plazoleta sobre la ría. He aquí la ría de Bilbao. Podemos mojar los dedos en sus aguas. En esta plazoleta bien sombreada, por la que penetra el azul a través de las hojas, está la casa de Aguirre. Está marcada con el número 2, y es un hotelito de tres pisos, con dos torres cuadradas, al que se asciende por una pequeña escalinata. En la casa han entrado los soldados de los primeros momentos, y se nota algún desorden. Hoy guarda la casa y sus objetos la Guardia civil. Recorremos las estancias, pequeñas, pero amuebladas con lujo. Muebles de nogal tallado, gruesas alfombras, libros, cuadros de familia... En el comedor aparecen los vasos y los platos en desorden, y sobre todas las cosas la intimidad familiar, muy próxima, de Aguirre. Cuadros religiosos en las paredes. En un cuarto de muchacha, devocionarios con las iniciales de E. A. Encarna Aguirre [hermana de José Antonio, L. M.], y cartas de sus amigas de Biarritz... En el fondo, como un sueño de poder y de mando, que flota por las estancias, queriendo perturbar todos los rincones burgueses. Aquí, sobre esta mesa de despacho, presumimos todos los sueños y elucubraciones de escisión e independencia. ¡Cuántas vueltas a la cabeza para llegar a esto, a una casa desolada, en desorden, los armarios abiertos y los retratos de familia por el suelo! La casa entera adquiere una personalidad separatista, y así la vemos, prisionera de las fuerzas nacionales, perdidas todas sus esperanzas, y al verse hoy guardada por la Guardia civil, avergonzada de su traición.[1] A la sazón, el lehendakari tenía tan sólo 33 años, pero para todos aquellos que interpretaban el levantamiento franquista –tal y como lo hizo Cossío– como una “guerra nuestra por la integridad de España”, este joven político vasco ya se había convertido en la máxima encarnación del peligro separatista. Según esta perspectiva, Aguirre, en su cobarde conspiración con los rojos, no buscaba otra cosa que la destrucción del alma nacional española. Pese a su juventud, ya no era un político cualquiera, ni un presidente cualquiera. Era un símbolo y, por ello, la visita a su casa también adquiría un claro significado simbólico, más allá del morbo que producía la penetración en espacios de intimidad familiar. Todavía las tropas nacionales no habían podido llegar a José Antonio Aguirre, pero el desolado estado de su residencia familiar –saqueada y luego “guardada” por la Guardia Civil– parecía anticipar el irremediable destino que esperaba a todos aquellos que, como Aguirre, se encontraban en el otro frente de esta “guerra de salvación”. En el tejado de la villa del marqués e industrial Ibarra lucía la bandera española y pronto luciría también en la casa de Aguirre. Con ella desaparecerían, de una vez por todas, todos estos “sueños y elucubraciones de escisión e independencia”. España estaría a salvo. La casa fue conquistada, pero su inquilino logró ponerse a salvo. Desde el exilio, Aguirre continuó durante 21 años más con sus “sueños y elucubraciones”. Estos 21 años de vida política de una persona que a los 33 se había convertido en un símbolo son el tema de este libro, un libro que es el fruto de una investigación de varios años.[2] Cinco razones para una investigación
Ninguna investigación nace del vacío. Al contrario, los problemas planteados en proyectos de investigación nuevos suelen ser frutos de investigaciones precedentes que han descubierto interrogantes y/o han permitido formular con mayor precisión determinadas hipótesis de trabajo. Éste también es el caso del proyecto que se encuentra en el origen de este libro. Sus raíces se remontan a una larga investigación previa sobre la historia del Partido Nacionalista Vasco (PNV) entre 1895 y 2005, cuyos frutos más destacados fueron los tres volúmenes de El péndulo patriótico publicados por Crítica en Barcelona.[3] Cuando en aquella ocasión me correspondió ocuparme del periodo de la posguerra hasta la muerte de Aguirre, era evidente que para analizar y contextualizar la situación del PNV durante este periodo era necesario compararla con la de otros sectores de la oposición antifranquista. Como era lógico, la primera referencia era el Gobierno Republicano o lo que había quedado de él tras la derrota definitiva. Pero otra referencia todavía más ad hoc era la del nacionalismo catalán y sus organizaciones en el exilio, puesto que –comenzando por el pacto de la Triple Alianza, en 1923, hasta el proyecto de Galeuzca durante la República y otras iniciativas parecidas en el exilio– el nacionalismo vasco del PNV siempre había buscado el apoyo estratégico de los otros nacionalismos periféricos, particularmente, el del más fuerte, el catalán, para su política reivindicativa, una política que así pretendía conseguir una acumulación de fuerzas frente al Estado central y su gobierno.[4] Una de las conclusiones más importantes y, a primera vista, también sorprendentes que pude obtener de la mencionada investigación consistía en la tesis de que entre 1939 y 1960 el Gobierno Vasco fue la organización multipartidista más sólida y dinámica de todo el exilio republicano. Aun contando con las diferentes crisis internas del Gobierno Vasco y con su decadencia paulatina a partir de comienzos de la década de los cincuenta, creo que no es exagerado afirmar que ni el Gobierno Republicano ni el catalán llegaron a alcanzar nunca ni la cohesión ni la vitalidad políticas de su homólogo vasco. Recordemos que el Gobierno Republicano apenas había tenido dos años de actividad esperanzadora puesto que, ya en 1947, cuando Prieto le retiró definitivamente su confianza, entró en un largo periodo de inactividad y agonía, de las que no se recuperaría. También el exilio catalán se encontraba condicionado por una lucha parecida entre sus diferentes fracciones. De hecho, ya en 1939 la Generalitat había quedado disuelta al negarse los consejeros de la Esquerra a colaborar con los comunistas del PSUC. La captura y ejecución posterior del presidente Companys supuso otro duro golpe, lo que, con palabras de Díaz Esculies, condujo a que “entre 1940 i 1944 la majoria de l’emigració considerava inexistent la República de 1931”.[5] Cuando Josep Irla reconstituyó la Generalitat en 1945, este nuevo intento de agrupar la oposición antifranquista en Cataluña no tuvo mayor suerte que el Gobierno Republicano, puesto que la Generalitat quedó disuelta nuevamente en 1948. Josep Tarradellas, el nuevo hombre fuerte, que en 1954 sucedió oficialmente a Irla en la presidencia, se negó abiertamente a formar un gobierno, entre otras razones, por el temor a quedar desprestigiado y “contínuament en crisi per les lluites partidistes pròpies de...



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