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E-Book, Spanisch, 354 Seiten
Mason-John / Groves Cómo superar las adicciones
1. Auflage 2025
ISBN: 978-84-10179-62-2
Verlag: Editorial Siglantana
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Recuperación en Ocho Pasos
E-Book, Spanisch, 354 Seiten
ISBN: 978-84-10179-62-2
Verlag: Editorial Siglantana
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Valerie Mason-John, también conocida como Vimalasara, es autora y editora de siete libros y miembro de la Orden Budista Triratna. Su experiencia personal, marcada por una infancia en orfanatos, la vida en las calles y la superación de una severa bulimia, la llevó a convertirse en una referente en el trabajo con adicciones y transformación de conflictos. Durante más de 15 años, ha ofrecido formación y cursos como el de Prevención de Recaídas con Base en la Atención Consciente (Mindfulness- Based Relapse Prevention), ayudando a personas a romper el ciclo de las adicciones mediante el mindfulness y la compasión. Paramabandhu Groves es psiquiatra especializado en el tratamiento de adicciones y trabaja para el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido. Es director clínico de Breathing Space, el ala de salud y bienestar del Centro Budista de Londres, donde combina su experiencia clínica con enseñanzas de mindfulness. Es creador del curso de Prevención de Recaídas con Base en la Atención Consciente (Mindfulness-Based Relapse Prevention), que ha sido implementado con éxito tanto en el Reino Unido como en Canadá. Además, es miembro ordenado de la Comunidad Budista Triratna.
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INTRODUCCIÓN
La tendencia intrínseca a la adicción está en la propia naturaleza humana. Para algunos esta tendencia puede conducir a la destrucción de sus vidas, debido a una conducta adictiva y compulsivo-obsesiva. Sin embargo, todos podemos luchar contra la naturaleza de la mente que tiende a la adicción. Podríamos decir que todos estamos en «recuperación».
En el mismo acto de pensar puede haber una calidad adictiva. Está el pensamiento que nos cuenta historias, el pensamiento que puede hacer que nos enojemos y el pensamiento que literalmente puede intoxicarnos y dañar nuestra mente. Se pueden producir accidentes y fatalidades cuando uno se encuentra bajo el influjo de este tipo de pensamiento. En Canadá, las distracciones al volante o la conducción agresiva se cuentan entre las cinco principales causas de accidentes de tráfico.
Asimismo, vivimos en un mundo en el que la mayoría se automedica para lidiar con las dificultades. Recurrimos a la comida, las drogas, el alcohol, las medicinas, el sexo, las relaciones, el trabajo, el consumismo, internet, los juegos de vídeo y muchas otras alternativas que nos ayuden a fomentar la felicidad en nuestra vida.
Incluso quienes creemos que no tenemos adicciones podríamos ser considerados como adictos a la vida: al bienestar físico o a la juventud. No queremos envejecer, enfermar ni morir. Lo cierto es que muchos nos esforzamos para evitar eso, ya sea de un modo consciente o inconsciente. ¿Y por qué no? Es natural desear seguir siendo jóvenes, tener salud y longevidad. Sin embargo, será inevitable que esos apegos nos causen sufrimiento, de tal manera que ya la misma forma en la que buscamos reducir nuestro sufrimiento no hace más que aumentarlo. A su vez, esto puede dar pie a que intentemos controlar la situación mediante otras conductas adictivas. No es sorprendente entonces que las adicciones estén tan difundidas.
Podría decirse que también los métodos para recuperarse están muy difundidos. Muchos de los que hemos caído en las garras de alguna adicción lo hicimos al tratar de recuperarnos de una experiencia dolorosa. Descubrimos que recetarnos nosotros mismos aliviaba el dolor.
Muchas de las personas que entran por la puerta de una iglesia, una mezquita, una sinagoga o un templo budista lo hacen en busca de consuelo y recuperación. De igual modo, muchos de los que no han recurrido a una tradición espiritual han encontrado la paz en tareas creativas, campañas o actividades recreativas. Las enseñanzas del Buda pueden ofrecernos una comprensión de la manera en que funciona la mente. Son herramientas que nos ayudan a tratar una mente vulnerable a la adicción. Pueden servirnos cuando queremos superar conductas adictivas y obsesivas a través de cultivar una mente tranquila y clara, sin ira ni resentimientos. Las enseñanzas del Buda pueden ofrecernos un camino a la recuperación.
Una definición de adicción y de recuperación
Para los fines de este libro, lo que queremos decir con adicción es todo hábito mental o corporal que tenga una calidad compulsiva y nos cause sufrimiento. Es una definición amplia. Incluye lo que podríamos considerar normalmente como adicciones, tales como la dependencia del alcohol o del juego patológico. Sin embargo, esta definición también abarca otras conductas, como comer compulsivamente o el uso incontrolado de internet, que no siempre se consideran auténticas adicciones. Un elemento clave es que uno se siente incapaz de controlar una actividad aunque le esté causando daño. Por ejemplo, en el caso del alcohol, si uno toma una copa de vino no puede dejar de beber hasta que se acaba la botella. Si se trata de la actividad sexual, no puede dejar de perseguir encuentros sexuales, aun cuando esa conducta amenace otros aspectos de su vida. La razón por la que damos una definición amplia es que las enseñanzas del Buda que presentamos en este libro nos pueden ayudar, sin importar que seamos adictos a la heroína o a un patrón de pensamiento obsesivo que nos impida llevar una vida más satisfactoria. Quizá necesitemos ayuda adicional, como tratamientos médicos que nos permitan dejar de beber de un modo más seguro, si nuestra dependencia fuese al alcohol. Sin embargo, por lo que concierne a aprender a crear una vida satisfactoria, libre de nuestras tendencias adictivas, los mismos principios o los ocho pasos que muestra este libro, son pertinentes.
Con recuperación queremos decir encontrar un sendero que nos aleje de la tribulación causada por nuestras tendencias adictivas. Consideramos que esto es algo más que detener la conducta adictiva, lo cual ya es bastante difícil. Es desenredar los impulsos compulsivos de nuestra adicción para descubrir un modo de vivir más rico y satisfactorio.
Nuestras historias personales
Este libro ha surgido a partir de la conjunción de dos trayectorias muy diferentes. Los caminos de nuestra vida nos han llevado a ambos (Valerie y Paramabandhu) a emplear las enseñanzas del Buda para ayudar a las personas a superar las adicciones. Juntos compartimos nuestras experiencias personales, anécdotas de adicciones y conocimientos de las enseñanzas del Buda, las cuales creemos que pueden ayudar a cualquiera que esté listo para un cambio en el difícil camino de la recuperación de las adicciones. ¡El modo en que hemos llegado aquí es muy distinto!
La historia de Valerie
Cuando tenía 28 años comencé por accidente mi proceso de recuperación de las adicciones. No lo sabía, pero la meditación y las enseñanzas budistas estaban a punto de transformar mi vida. Una amiga me invitó a sentarme con su maestro de meditación, que venía de la India, ya que pensaba que eso me ayudaría a bajar mi nivel de estrés. Tenía razón. Entré en casa de mi amiga tensa e hiperactiva pero, dos horas después, salí flotando por la puerta. Notaba el cuerpo ligero, mi voz se había suavizado y apenas si sentía los pedales de mi bicicleta camino de casa. Nunca antes había experimentado una dicha ni una paz semejantes. «Es grandioso», pensé. «No me costó nada, no bebí ni tragué ni aspiré nada y estoy tan en lo alto como un cometa. Quiero más de eso.»
No hace falta decir que, como buena adicta, me hice adicta a aquello. Pronto aprendí que había también retiros que duraban un fin de semana o toda una semana. Hice tantos retiros como pude y llegaba a sentirme como en un gran viaje, como si saliera de mi cuerpo y mi cabeza, pues se realzaba la experiencia de mis sentidos. Dejé de estar en contacto con la tierra, como si hubiera tomado una droga alucinógena. Por fortuna, yo no era como esos principiantes que sienten brotar los traumas del pasado mientras meditan. Pensé que había encontrado una nueva droga. Sin embargo, en cuanto terminaba el retiro, por supuesto, sentía el inevitable bajón. Enseguida me dirigía al supermercado más cercano, compraba un litro entero de helado de Häagen-Dazs, me lo zampaba y luego lo vomitaba.
Me reformé en las salas de meditación. Era una anoréxica fracasada. Empecé a comer más de lo que me había permitido mi régimen, que era seis galletitas saladas cada día. La única manera que conocía para mantener el control de mi ingesta de alimentos era purgándome. Perdí el control sobre la comida y pronto me encontré comiendo en un solo día lo necesario para alimentar a cinco personas. Me volví una tragona compulsiva. Me obsesionaba pensar dónde conseguiría mi siguiente comida. Me hice adicta al azúcar y a la harina blanca. En cuanto empezaba a ingerir esos alimentos ya no podía parar y, cuando terminaba de devorar lo que estaba comiendo, necesitaba conseguir más. Era como si alguien estuviera conduciendo mi cuerpo hacia la comida. Entré en estado de trance y mi único objetivo era la comida. En medio de un atracón, muchas veces perdía la conciencia de todos mis sentidos y también todo mi equilibrio. Llegué a un espacio hipnótico surrealista muy seductor. Incluso viví verdaderos momentos de felicidad en mis primeros días de bulimia nerviosa. También disfrutaba del zumbido de la juerga. En cuanto alcanzaba el límite más incómodo en mi cuerpo, vomitaba y comenzaba todo de nuevo. Muchas veces vomitaba para tener la sensación de que todo mi cuerpo se estremecía. Atracarme y purgarme se convirtieron en mi droga secreta.
No podía pasar frente a una tienda de comida sin entrar. No podía estar en una sala en la que hubiera comida sin comer y purgarme varias veces. No podías dejarme sola delante de comida y confiar que, cuando volvieras, todavía estuviera ahí. Lo habría engullido todo y habría inventado la historia más peregrina para encubrir mi secreto. En el clímax de mi enfermedad me purgaba unas cuarenta veces al día. A veces no había comido más que una galleta y, en otras ocasiones, ya había comido dos barras de pan y una ración familiar de Kentucky Fried Chicken, además de beber tanto líquido como me hubiese sido posible. Una vez casi me mato porque la comida se metió en la tráquea mientras trataba de vomitar. Brincaba y brincaba, aterrada, con los dedos en la garganta, hasta que, de pronto, se destapó. Me desmayé al lado del inodoro. Media hora después, cuando recuperé el conocimiento, fui otra vez a llenarme de comida y volví a vomitar todo en el retrete. Mis dientes se estaban deshaciendo por efecto del ácido del estómago. El cabello dejó de crecerme y siempre estaba ronca. Contaba mentiras sobre la comida que desaparecía en las casas de mis amigos. Fallaba en cada promesa que me hacía de parar y me quedaba en la cama muchos días, deseando que hubiera una píldora mágica que me diera un respiro dentro de ese...