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E-Book, Spanisch, Band 102, 162 Seiten

Reihe: Nuevo Ensayo

Marion A decir verdad

Una conversación

E-Book, Spanisch, Band 102, 162 Seiten

Reihe: Nuevo Ensayo

ISBN: 978-84-1339-442-8
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



¿Qué nos dice Eros sobre el amor y la entrega? ¿Qué significa filosofar hoy en día teniendo en consideración la Biblia y la teología, la poesía y la literatura? ¿Por qué hay que acabar con la metafísica? ¿Qué nuevo lenguaje puede decir lo invisible, lo inaudito, lo inesperado? ¿Hacia dónde va el mundo? ¿Cuál es el estado de la Iglesia? ¿Qué futuro tiene Europa? Estas son algunas de las preguntas formuladas por el periodista especializado en el mundo de la cultura Paul-François Paoli a las que Jean-Luc Marion accedió a responder en el transcurso de una conversación que se desarrolló con una inusitada libertad para los tiempos que corren. Desde la Escuela Normal Superior de París y la Sorbona hasta las Universidades de Chicago y Roma, desde la aventura de Communio hasta el compromiso antitotalitario, se van revelando paulatinamente, enmarcadas en un fondo de encuentros y retratos, de problemas y luchas, las claves del pensamiento del filósofo francés vivo más leído, comentado y traducido en la actualidad. Una deslumbrante demostración de inteligencia en acción, una invitación a la esperanza, un antídoto contra el malestar contemporáneo. «El libro de Paoli se adentra en las principales propuestas y nociones creadas a lo largo de la larga y fértil vida de Marion. Las ideas más importantes de su filosofía van tomado cuerpo ante la mente del lector gracias a la gran capacidad expresiva del discurso del pensador francés» (de la presentación de Juan José García Norro).

Jean-Luc Marion (Meudon, 1946), filósofo, miembro de la Academia Francesa, es autor de una obra internacionalmente reconocida que se ha desarrollado principalmente en los ámbitos de la historia de la filosofía, la fenomenología y la teología. Ha escrito cerca de 30 libros de los cuales hasta el momento se ha traducido una decena al castellano. En el año 2020 fue galardonado con el Premio Ratzinger. Paul-François Paoli (Marsella, 1959) es escritor y periodista. Columnista habitual de Le Figaro littéraire, también escribe para La Revue des deux Mondes, Spectacle du Monde y Famille chretienne. En 2019 recibió el premio del Institut de France por su libro Confession d'un enfant du demi-siècle (Cerf, 2018).
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Presentación a la edición española El descrédito, rara vez suficientemente justificado, de la filosofía aristotélico-tomista del que han sido testigos los últimos 75 años, ha despojado al pensamiento cristiano, y especialmente al católico, de una filosofía de referencia. Mientras que, a cualquier otra religión, una situación similar apenas le habría supuesto dificultad, para el cristianismo esta orfandad lo ha dejado maltrecho. Nadie pretende que la riqueza del mensaje cristiano se reduzca a una propuesta filosófica concreta. Sin embargo, la naturaleza misma de la propuesta cristiana reclama su comprensión, que se torna imposible sin un pensamiento filosófico fundamental, rico y bien articulado, y su confrontación leal, sobre la base de la razón, con otras cosmovisiones que aspiran a la comprensión global de la existencia. Quienes dan gloria al Logos no pueden vivir de espaldas a la razón, aunque su vida espiritual no brote solo de ella. No ha de extrañarnos, entonces, que los intelectuales cristianos se hayan esforzado durante los últimos decenios en encontrar una corriente filosófica que, en sustitución del pensamiento escolástico, les ofreciese el marco conceptual y la metodología de aproximación a la realidad y sus problemas idóneos para elaborar una filosofía cristiana en el sentido más laxo del término. Con «filosofía cristiana» quiero decir una filosofía que cumpliese dos objetivos principales. Por una parte, servir de herramienta para expresar del modo más comprensible posible los misterios de la fe y, por otra, analizar la existencia humana y sus dilemas desde una perspectiva que no sea hostil al núcleo del cristianismo. Disponer, además, de una filosofía acorde con los tiempos que colme estas dos necesidades permite a un intelectual cristiano participar en condiciones de igualdad en los debates actuales. No se trata, pues, como tantas veces ha puesto de manifiesto Marion, de elaborar una filosofía católica, un oxímoron similar a la expresión botánica budista, sino una filosofía a la que un cristiano pueda adherirse completamente y que le sirva para vivir lúcidamente su fe. ¿Qué movimiento filosófico puede realizar esta función? Por supuesto, no tiene que ser necesariamente uno solo. La fragmentación de la filosofía en escuelas diversas, un dato permanente de la historia, ha llegado en nuestros días a extremos difícilmente imaginables. Sin embargo, no cualquier movimiento filosófico es igualmente apto para acoger racionalmente el mensaje cristiano. En concreto, la fenomenología se muestra especialmente receptiva para ello. No ha de extrañarnos, por tanto, la gran difusión que entre pensadores cristianos y otros que simplemente se sienten próximos a Cristo ha alcanzado la filosofía fenomenológica. Ciertamente hay razones muy profundas de la cercanía de la fenomenología al mensaje de la Iglesia. Desde sus inicios, en el comienzo mismo del siglo pasado, la fenomenología ha pretendido que el ser humano es capaz de alcanzar determinadas verdades con total certeza, en la medida en que las cosas mismas se muestran en ocasiones a quien las busca con tenacidad revestidas de una evidencia absoluta. Frente a la opinión recibida dominante que relativiza todo saber, que reduce las intuiciones más prístinas a meros convencionalismos sociales, que considera el lenguaje como una prisión clausurada de la que no cabe evadirse, en vez de un utensilio divino para tocar la realidad y comunicarla a otros, la fenomenología ha declarado, una y otra vez, su ocupación con la realidad misma. No hay que dejarse engañar por el puro sonido de las palabras. Fenómeno, sin duda el tema de la fenomenología, no se equipara en esta filosofía con lo ilusorio, lo no real, la mera apariencia que esconde y veta el acceso a un noúmeno que es la genuina y única realidad en sí. No obstante, la vuelta a las cosas mismas, verdadero grito de batalla del fenomenólogo, no se confunde con un realismo ingenuo, desconocedor de la constitución del objeto conocido por el ser humano. La confianza del fenomenólogo en alcanzar la realidad convive en su conciencia con la cautela epistemológica que le obliga a la concienzuda labor de apartar las capas de prejuicios que la contingencia individual e histórica ha ido depositando. Otro rasgo de la fenomenología que la torna señaladamente amigable para el cristianismo es una amplia concepción de la racionalidad. Se ha dicho muchas veces que la fenomenología es un positivismo extremo, el más radical de los empirismos. Con estos calificativos se subraya su notable diferencia con el resto de los positivismos, pacatos y parciales, que solo acepta un tipo muy determinado de experiencia, cerrando los ojos a otras muchas vivencias presentes en la conciencia psicológica con la misma naturalidad que la experiencia sensible. No recortar de antemano el campo de lo dado, no temer —y de este modo imposibilitar— la irrupción en la vida consciente de lo inesperado aúna fenomenología y cristianismo. Hay una razón más de cercanía entre cristianismo y filosofía fenomenológica. Si bien, como acabo de sugerir, la fenomenología es un positivismo extremado, también cabría decir que, desde otro punto de vista, es lo más opuesto al positivismo, pues se podría decir que, lejos de ocuparse solo con lo dado, lejos de centrarse exclusivamente en lo puesto frente al sujeto, le interesa mucho más el mero darse; no tanto lo vivido, sino el puro vivir, como condición de lo vivido. Pero cuando se subraya este aspecto de la fenomenología se pone de relieve su vocación metafísica, su no conformarse con la descripción minuciosa y leal de lo que se da, sino su pretensión de dar razón de la posibilidad de la conciencia. Un sistema filosófico que renunciase, por las razones que fuesen, a esta necesidad de fundamentación, mostraría una arista que le apartaría inevitablemente del cristianismo. Otros muchos rasgos de la fenomenología contribuyen a su cercanía con el cristianismo. No es posible aquí mencionarlos todos. No me resisto, empero, a señalar otro más, probablemente, uno de esos en los que menos se suele reparar. Pese a su hincapié en el análisis de la conciencia, como ámbito donde se da la realidad, la fenomenología siempre ha sido muy proclive a atender al cuerpo, al cuerpo vivido, no a aquel que es dato de algunas ciencias o modelo de artistas. A diferencia de tantas filosofías anteriores, para la fenomenología la conciencia es siempre una conciencia encarnada. No hay que insistir en que la Encarnación del Logos y la subsiguiente fe en la resurrección de los cuerpos obliga al cristianismo a conceder un papel primordial a la corporalidad, como aceptan numerosos fenomenólogos. Estos puntos de aproximación, junto a otros muchos, explican cómo la fenomenología, en una o en otra de sus variantes, se ha convertido en gran medida en el pensamiento de fondo de muchos intelectuales cristianos y también de numerosos teólogos. Hasta tal punto esto es así, que se ha hablado muy a menudo del giro teológico de la fenomenología. Vale la expresión, siempre que con ella no se connote que la fenomenología se traiciona a sí misma, se desvía de su auténtico camino con esta orientación hacia la teología. Si la fenomenología gira hacia la teología es porque en ella misma, en su propia naturaleza, se encuentran de modo natural los elementos que permiten proporcionar los conceptos y la metodología que el pensador, más o menos próximo al cristianismo, requiere. Con el giro teológico, la fenomenología muestra su fecundidad, derivada de su verdad; no se desdice a sí misma. Es probablemente en Francia donde más potente se ha mostrado la fenomenología para el pensamiento de orientación cristiana. Y entre los muchos pensadores encuadrables en esta línea sobresale la figura de Jean-Luc Marion. Ha sido un acierto de Paul-François Paoli, conocido periodista francés, especializado en el mundo de la cultura, presentar a los lectores el pensamiento de Marion a partir de una larga y amistosa entrevista, que es la que ahora tiene el lector español en sus manos. Siempre que el entrevistador sea suficientemente hábil y el entrevistado suficientemente inteligente para adaptar su pensamiento a un nuevo formato, diferente de las monografías especializadas y las clases universitarias, este tipo de libros resulta utilísimo tanto para el que conoce la obra del entrevistado, pues le permite recordar sus ideas fundamentales, expresadas de una forma sencilla y aceptable, como para el que tiene un conocimiento mucho más somero del protagonista, ya que aquí puede hallar una inmejorable presentación, no deformada por afán divulgador, de su pensamiento. El libro de Paoli, que sigue una línea aproximadamente cronológica, apenas se detiene en datos biográficos, aunque se ofrecen algunos, y sabrosos. Tampoco cuenta chismes de la vida universitaria francesa, a los que tan dados son últimamente los libros biográficos sobre filósofos, sino que se adentra en las principales propuestas y nociones creadas a lo largo de la larga y fértil vida de Marion. Las ideas más importantes de su filosofía van tomado cuerpo ante la mente del lector gracias a la gran capacidad expresiva del discurso del pensador francés. Como Sócrates no se cansaba de proclamar, una vida sin examen no es digna de ser vivida. Lo que pretendía decir el sabio ateniense lo reformuló san Pedro, cuando recomendó a los cristianos que estuviéramos «siempre prontos a dar satisfacción a cualquiera que nos pida razón de la esperanza en que vivimos» (1 Pe 3,15). Pensadores como Marion nos ayudan a cumplir este imperativo y libros como el que firma Paoli, en unión con...


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