López Villafañe | La modernidad de China | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 179 Seiten

Reihe: Sociología y política

López Villafañe La modernidad de China

Fin del socialismo y desafíos de la sociedad de mercado
1. Auflage 2013
ISBN: 978-607-03-0370-8
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

Fin del socialismo y desafíos de la sociedad de mercado

E-Book, Spanisch, 179 Seiten

Reihe: Sociología y política

ISBN: 978-607-03-0370-8
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



La transición de China ha estado llena de éxitos en el campo de la economía. En estos últimos años se convirtió en la segunda economía del mundo. La combinación de formas mercantiles muy poderosas, pero reprimidas a lo largo de su historia y liberadas por las reformas iniciadas en 1978, han promovido intensamente las relaciones de mercado capitalista, y provocado su transformación sorprendente. La posibilidad de usar al Estado como la palanca para desarrollar este nuevo mercado ha sido decisiva para el despegue económico de China, pero también explica, y ha sido uno de los grandes motivos de este libro, las grandes incertidumbres sobre las que se posa el futuro político y social de este país ya que los problemas y retos que se presentan ahora implican una etapa más difícil, de creación de nuevas instituciones para regular y equilibrar los desajustes producto de este periodo de reformas. Este libro sobre La modernidad de China es, por otra parte, el resultado de una serie de preocupaciones sobre el presente y el futuro de este gran país, desde la perspectiva de su pasado.

Profesor emérito de la escuela de graduados en administración pública y política pública del tecnológico de Monterrey (EGAP). Ha sido un pionero en México y América latina de los estudios sobre Asia. Siglo XXI Editores ha publicado, entre otras obras, la nueva era del capitalismo. Japón y los Estados Unidos en la cuenca del pacífico, 1945-2000; globalización y regionalización desigual; Asia en transición. Auge, crisis y desafíos. Es miembro del sistema nacional de investigadores desde 1990 y de la academia mexicana de ciencias desde 2005

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INTRODUCCIÓN

Cuando Japón había completado una ruta ya considerable de lo que sería su fuerza económica, el profesor Lothar Knauth, en un libro pionero en toda la región hispanoamericana, fundamentó las razones profundas que se encontraban en la base de la gran modernización de este país.[1] El profesor Knauth, siguiendo las ideas del historiador francés Henri Hauser, afirmaba que la modernidad de Japón había que enmarcarla como un sentido de calidad relativa, una posición de vanguardia dentro de un tiempo y una circunstancia determinada. Japón se dio cuenta del potencial que generaban las nuevas situaciones y las aprovechó para su beneficio; logró así expresarse tanto en la continuidad como en los cambios abruptos. Fusionó modos de conducta y creencias autóctonas, logrando absorber nuevos elementos.[2] En el fondo, la modernización tiene algo que ver con el problema del injerto de nuevos elementos ajenos en una base cultural preexistente. Si la base es débil y el injerto fuerte, la base casi desaparece y el resultado será más a la manera del injerto. Pero en la realidad, la innovación se reduce a campos y patrones limitados, y aquí el problema es el de la selección. El profesor Knauth indica que parte del proceso de promover innovaciones está determinada por la actitud que los innovadores tomen frente a la modernización, y éstas tendrán efectos directos en el cambio de los valores, que a su vez afectarán directamente la tela social y la estructura psicológica individual de cada miembro de la sociedad.[3] Una diferencia muy importante entre las trayectorias de la modernización de Japón y China consiste en el hecho de que la renovación Meiji de 1868 significó un cambio institucional social y político, que sintetiza perfectamente lo dicho por el profesor Knauth; es decir, Japón retomó el papel del emperador como centro de sus valores y como un reconocimiento del peso de las raíces propias, pero se dio a la tarea de transformar sus instituciones políticas y económicas, abandonando las estructuras sociales del pasado e introduciendo los elementos nuevos, para tomar una posición de vanguardia en de los cambios mundiales de fines del siglo xix.[4] El trayecto de lo que podríamos llamar la modernización de China, tal como la hemos señalado, es decir la confrontación con la necesidad de realizar cambios y colocarse en una situación de vanguardia frente a nuevos retos y desafíos, lleva por lo menos siglo y medio, desde que las potencias extranjeras europeas sometieron a la China de la dinastía Qing para otorgarles los beneficios que se derivaron del establecimiento de una relación desigual, a partir de mediados del siglo xix, así como de las rebeliones internas en el país. Los intentos de respuesta a esta nueva situación se dieron en el marco de lo que se conoció como la política de “autofortalecimiento”, bajo la cual se realizaron reformas y cambios, principalmente en las estructuras burocráticas del imperio.[5] Más tarde, prácticamente al fenecer el siglo xix, la llamada “reforma de los cien días”, que significaba un intento más profundo de cambio después de la derrota militar de China, ya no frente a los europeos sino a manos de Japón, en 1895, fue de muy corta vida, sin poder tener el tiempo para realizar las transformaciones requeridas por China.[6] Posteriormente, entre 1901 y 1905 se dieron nuevos intentos de reformas e incluso la pretensión de llevar a China hacia un gobierno constitucional.[7] Todos estos intentos de reformas profundas terminaron sin poder cambiar efectivamente las instituciones políticas, ni servir de plataforma para el desarrollo de China. En su memorable estudio sobre los orígenes de la dictadura y la democracia, Barrington Moore, al analizar el caso de China, llega a la conclusión de que en este país las características sociales —una burocracia imperial, la existencia de una clase terrateniente sin motivaciones para la innovación, y una débil amalgama de sectores industriales, comerciales y financieros— explican el fracaso de la modernización democrática cuando el sistema imperial se desvaneció, en 1911. Estas características persistirían en el periodo de los caciques militares (1912-1927) y durante el gobierno del Guomindang (1927-1949), el proyecto de una modernización por la vía reaccionaria que también fracasaría. Sólo el movimiento comunista, que contaría con el ingrediente decisivo de la invasión japonesa que hizo posible la unidad campesina, provocaría un nuevo enlace entre la aldea y el gobierno nacional.[8] Para el profesor Takuji Shibahara las respuestas de Japón y China a la presión externa, al verse obligados por las potencias occidentales a realizar una apertura de sus países a mediados del siglo xix, fueron diferentes, tomando en cuenta varias dimensiones. En lo relativo al desarrollo de la industria textil (algodón y seda), Japón pudo organizar, con apoyo decidido del gobierno, un sector muy competitivo, clave para su despegue económico a fines del siglo xix, mientras que en China se inhibieron estos sectores al conceder monopolios a determinadas empresas; o bien, al establecer regulaciones que en lugar de favorecer a la industria privada incipiente procedían a beneficiar a los funcionarios del gobierno, al imponer impuestos excesivos. Además, en Japón se protegieron estas industrias a través de medidas financieras, mientras que en China no se establecieron instituciones financieras modernas y en consecuencia no había posibilidades de apoyar a estas nuevas industrias. Otra importante distinción consistió en el hecho de que este esfuerzo de modernización en China tenía como objetivo principal confrontar las rebeliones internas para mantener el poder de los terratenientes locales y el dominio feudal de la dinastía Qing en el nivel nacional, más que resistir y evitar la subordinación del exterior.[9] Otra opinión diferente es la de Jacques Gernet, para quien el fracaso de la modernización en China entre 1864 y 1898 se debe a las siguientes razones: 1] el gobierno tenía que resolver de inmediato ataques y rebeliones, y conseguir préstamos; 2] el poder real se compartía entre los gobernadores y el poder central; 3] el poder central no tenía mucha autoridad, ya que los emperadores eran jóvenes o incluso niños; 4] la agricultura estaba en malas condiciones; 5] la autoridad no sólo era pasiva, sino opuesta a las innovaciones, y 6] existía miedo de que la modernización fuera una vía más de penetración extranjera.[10] En la época republicana (1912-1949) hubo intentos de modernización en varias partes de China bajo el dominio de los señores de la guerra y la influencia colonial. Esto incluyó el desarrollo de la industria del hierro y el acero, minas de carbón, una industria de producción de maquinaria, industria textil, instituciones financieras, ferrocarriles y barcos e industria del tabaco. Debido a que principalmente gran parte de esta actividad económica estaba en manos extranjeras o era abastecida desde el exterior, en la década de 1920 muchas de las regiones económicas de China estaban mejor integradas a la economía mundial que desde 1937 hasta 1978, cuando se iniciaron las reformas de la apertura de China.[11] En relación con el proceso de modernización contemporáneo de China, el profesor Wang Hui destaca cómo ha sido analizado por el pensamiento intelectual chino. Afirma que, para los intelectuales chinos, la modernización era, por una parte, una búsqueda de riqueza y poder a lo largo del camino hacia la creación de un Estado-nación moderno; por otra parte, se pretendía llevar a cabo el proceso de reevaluación de la sociedad y la tradición chinas según los valores de Occidente. “Así pues, la característica más visible del discurso chino sobre la modernidad es su localización dentro de los binarismos: “China/Occidente y tradición/modernidad”. [12] Pero el profesor Wang divide a los intelectuales chinos en su análisis de esta cuestión. Dice que los jóvenes intelectuales que residen en Occidente y que se han situado bajo la influencia de la teoría crítica occidental parecen tener dudas sobre esta supuesta vía occidental como modelo para China. Para los intelectuales que residen “en el mercado con características chinas” el objetivo de la reforma se ha vuelto igualmente ambiguo. La “buena sociedad” prometida por el pensamiento ilustrado chino de los años ochenta del siglo pasado ha fracasado al no haber acompañado al desarrollo de la economía de mercado, y la nueva sociedad de mercado ha dado origen a nuevas —y en algunos sentidos aún más insolubles— contradicciones.[13] De este modo, al reconsiderar el tema de la modernización de China, la intelectualidad china se enfrenta a nuevos problemas. Por un lado, las crisis culturales y éticas ya no se pueden atribuir a manifestaciones de una tradición anticuada; por otro, no se puede culpar de los problemas de China a su socialismo, puesto que las reformas económicas ya han dado lugar a una sociedad esencialmente de mercado. Por último, las reformas localistas de China ya han incorporado por completo los procesos económicos y culturales del país al mercado global.[14] La...



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