Lange | Juan Ulezuri | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 296 Seiten

Lange Juan Ulezuri

memorias de un labrador
1. Auflage 2021
ISBN: 978-3-7534-3857-3
Verlag: BoD - Books on Demand
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

memorias de un labrador

E-Book, Spanisch, 296 Seiten

ISBN: 978-3-7534-3857-3
Verlag: BoD - Books on Demand
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Nos encontramos en una aldea de la Bizkaia interior en el siglo XVIII. Durante siglos la agricultura se había mantenido inalterada hasta que una gran crisis de hambre la alteró drásticamente. La revolución agraria provocó un cambio estructural que fue mucho más allá de la alimentación y generó una profunda inseguridad que envenenó la convivencia. La aparición del cuerpo sin vida de la pequeña María, tan bella como inocente, es interpretada por los campesinos como la obra del anticristo que parece anticipar el juicio final. Sin embargo ese fue solo el primero de toda una serie de actos delictivos para cuya resolución se constituyó un equipo de investigación formado, entre otros, por el fiel regidor y el alguacil de la aldea. En sus "memorias de un labrador" Juan Ulezuri nos relata los éxitos y fracasos de su tarea.

Jürgen Lange, nacido en Lüdenscheid (Alemania) en 1962, es historiador y filólogo. Sus publicaciones anteriores son de naturaleza científica (Préstamos en Zeberio), educativa (Peru Tximaluze) y didáctica (Jan der Faulpelz). Juan Ulezuri es su primera novela histórica.

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II - Beti Nagusia
“ … se gastan anualmente más de 300.000 cántaras de a ocho azumbres de vino clarete de Rioja, que es un consumo exorbitante respecto a los tiempos pasados en que estaban los manzanales en su auge; por cuya causa se han vendido infinitos caseríos y haciendas, y otros están empeñados aumentándose los perdularios que frecuentan las estaciones del dios Baco en las tabernas de vino y aguardiente establecidas en todas las repúblicas en este siglo, con mucha aplicación al juego, fraudes y latrocinios, ...” Juan Ramón de Iturriza: Historia General de Vizcaya, párrafo 139 Subiendo desde Santa Cruz por el camino real que atraviesa nuestro valle, a mano derecha queda el barrio de Olatzar. A medida que el caminante se aleja de la vía empedrada para subir la cuesta de Olatzar por el camino carretil frente a él encuentra el baserri más hermoso a media legua de distancia: Beti Nagusia. Beti Nagusia, el hogar donde nací, tiene las paredes de la planta baja hechas enteramente de piedra de mampostería. Una única entrada atraviesa la imponente pared y da acceso a la cuadra, cuyo interior se ilumina mediante tres pequeños luceros, uno en cada lateral. Los materiales utilizados para construir las paredes de las plantas superiores se diferencian notablemente de la basta mampostería de su estructura inferior. Tan gruesas son las paredes que forman su planta baja que da la impresión de que al maestro cantero le fue encargado levantar una casa torre, pero al llegar a la primera planta, como si se les acabara el dinero y cambiaran de planes para las plantas restantes. El hecho de que el mismo modo de construcción de plantas bajas muy estables y pisos superiores aparentemente ligeros se repite en varios caseríos vecinos muestra que no se trata de un error de construcción, sino del estilo de construcción preferido en nuestra comarca y mantenido durante generaciones. El entramado de madera de las plantas superiores está rellenado con un aislante muy ligero que es una mezcla de barro con escoria de la ferrería de Santa Cruz. Cada casilla formada de postes verticales y vigas horizontales se rellena de ramas finas que sostienen la mezcla de estas piedras porosas con tierra. Su color puede variar entre un marrón claro y un gris casi blanco, lo cual depende de la edad. Porque cada tormenta de otoño suele arrancar trozos enteros de dicha mezcla, dejando las ramas del entramado a la vista. Los constantes arreglos con nuevos parches de la misma materia producen esta peculiar fachada en la cual ninguna casilla es igual a otra. En el interior de Beti, sus vigas de roble centenario le aportan estructura y le dan vida ya que en ocasiones la madera cruje, como si quisiera comunicarse con sus residentes. Además, soportan las tejas que igualmente se hacen notar cuando el viento las levanta o la lluvia las azota. Desde lejos nuestro caserío pasa desapercibido porque todos sus colores son suaves y naturales. Las piedras forman un mosaico de muchos colores, la madera luce diferentes tonos de marrón, el barro adquiere todos los tonos posibles de amarillo y las tejas recubiertas de musgo aparecen entre rojas y negras. Desde cerca las cosas cambian, porque Beti impresiona por su altura. El caserío corriente de nuestro valle consta de tres plantas: planta baja, vivienda en el primer piso y camarote. Beti es excepcional también a este respecto. Había sido ampliado en repetidas ocasiones según las necesidades de sus residentes de forma que finalmente tuvieron que alzar el tejado a dos aguas a fin de ganar más espacio de vivienda y evitar que los aleros tocaran el suelo. La altura inusual se debe a que Beti además de la planta baja y el piso de la vivienda dispone de camarote y medio. Las cuatro plantas sólo fueron posibles gracias al empleo de materiales más ligeros para los pisos superiores. El resultado final es un caserón con un tejado a dos aguas que abriga el suficiente sitio para tres familias, unas veinte personas, aunque en este momento sólo viven cuatro personas en él. Beti nada tiene que ver con el tipo de construcción que predomina ahora: enormes bloques de piedra caliza en los vértices del edificio y alrededor de sus puertas y ventanas. Beti es un baserri, no es un caserío moderno; significa que es de otra época, de cuando todavía se podían localizar tanto los materiales a una distancia de no más que una hora de a pie, así como los oficiales que los empleaban. Beti es una reliquia del tiempo en que sus residentes vivían exclusivamente de la explotación de las propiedades, y de ahí viene que nos sintamos tan unidos a él. Las casas de ahora no disponen de las propiedades de un baserri antiguo, ni sus residentes pueden vivir exclusivamente de la agricultura, se ven obligados a ejercer algún oficio. Por todo esto, para mí, Beti es el baserri más hermoso del valle. Cualquier labrador confirmaría que el valor de un baserri no depende ni del tamaño del edificio ni del material empleado para su construcción. El valor real del baserri consiste en sus campos de pan sembrar, como también en la localización y la orientación de estos, de su huerta en las inmediaciones del caserío, de sus frutales, ya un poco más apartados, y de sus montes, algunos de ellos lejos de la casa; si dispone de prados, jaros, seles y si todos estos terrenos se hallan bien comunicados por gurdibides, como llamamos a las pistas que son lo suficientemente anchas para permitir el paso del carro de bueyes. Beti es el albergue y refugio de varias generaciones de mi familia. Todos que vivimos en él nos identificamos con la casa y sus pertenencias. Este lugar es donde nacimos y morimos, donde vivimos y trabajamos, constituye nuestra historia y nuestro patrimonio. Nos da un apellido, nos alimenta y nos protege. Es un punto de referencia para la orientación en el espacio y en el tiempo. Y por eso nosotros somos Beti. En un año bueno, nuestras tierras de pan sembrar producen nada menos que siete fanegas de trigo en julio y veintiséis de maíz en agosto. Además, nos dan abundantes alubias, castañas y más de doce cargas de manzanas. Nuestra cosecha es realmente abundante si la comparamos con las cosechas de otros vecinos de nuestro barrio. Yo no diría que somos ricos, pero soy consciente de que vivimos en una situación privilegiada frente a la mayoría de los habitantes del valle. Desde los tiempos del abuelo Txomin hasta nuestros días las cosas en el valle han cambiado mucho. Cuando él era joven parecía que apenas había inquilinos. Antes, la gran mayoría de los vecinos eran labradores, propietarios de las tierras que cultivaban y que sólo abandonaban cuando iban a misa los domingos. Esta situación ha cambiado y cada vez hay más arrendatarios entre los habitantes del valle. Suelen tener las peores tierras y no les pertenece propiedad forestal alguna. Si necesitan dinero tienen que ofrecer su mano de obra porque no tienen montes para producir carbón y luego venderlo a los ferrones. En una situación parecida se encuentran también aquellos propietarios que debido a la última gran crisis de hambre o a otra circunstancia adversa para la economía familiar, se vieron obligados a pedir un préstamo. Dada la escasez de monedas en nuestro pueblo resulta difícil pagar las cuotas anuales en metálico y poco menos que imposible devolver la cantidad prestada. Quizá en tiempos remotos todos los vecinos de nuestro valle fueron iguales; ahora ya no lo son. Los vecinos más ricos comen lo que producen, sus cosechas llenan los camarotes y los excedentes son transportados en el carro de bueyes hasta la villa, donde los venden por dinero. Todos los años hacia finales de agosto venden unas cuatro o cinco novillas. Algunos de estos propietarios son tan extraordinariamente ricos que incluso se han convertido en prestamistas. Pero también hay vecinos menos afortunados que sufren cuando para marzo todas las tablas del suelo de su camarote están a la vista, es decir, que no tienen nada almacenados y se ven obligados a comprar, pedir prestado o trabajar fuera de casa si quieren sobrevivir. Los Beti no nos tenemos que preocupar demasiado si la cosecha es más o menos abundante, en un año normal nos apañamos para no pasar hambre. Algunos vecinos de nuestro mismo barrio, por el contrario, saben que tendrán dificultades indiferentemente de si la cosecha es buena o mala. Su preocupación no es si van a pasar hambre o no, sino a partir de cuándo. El hecho de que Beti es un baserri grande nos concede cierto rango entre los vecinos porque nos vinculan con nuestros productos. Nosotros somos siete fanegas de trigo y doce cargas de manzanas, cosa fácil de entender para un labrador que vive directamente de lo que produce. En ocasiones, llaman a nuestro baserri Beti Nagusia o Beti Mayor para diferenciarlo del más modesto caserío vecino Beti Txikerra. Para mí Beti Olatzar, como también lo denominan, es mucho más, porque yo formo...



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