Lagarde Y De Los Ríos | Los cautiverios de las mujeres | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 884 Seiten

Reihe: Sociología y política

Lagarde Y De Los Ríos Los cautiverios de las mujeres

Madresposas, monjas, putas, presas y locas
1. Auflage 2016
ISBN: 978-607-03-0712-6
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

Madresposas, monjas, putas, presas y locas

E-Book, Spanisch, 884 Seiten

Reihe: Sociología y política

ISBN: 978-607-03-0712-6
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



La antropología de las mujeres es un tema que no ha sido tratado en nuestro medio académico desde una perspectiva científica con la amplitud, profundidad y creatividad con que se aborda en este texto . El estudio antropológico de la condición femenina es una contribución científica que tiende a llenar una laguna en los estudios de género desde la antropología. Por esta misma carencia de interpretaciones antropológicas de la mujer, la doctora Lagarde ha debido crear sus propias categorías de análisis que vienen a enriquecer los elementos epistemológicos de su disciplina. Me refiero en concreto al concepto de cautiverio, que denota rasgos diferentes dentro de la interpretación tradicional de la condición femenina de opresión, y en esa medida la distinguen, en su especificidad, de otras opresiones, tales como la de raza, grupo marginado y otras... La argumentación a lo largo del texto es sólida, flexible y no dogmática, muestra una capacidad de observación muy amplia, unida a la erudición y a la voluntad de saber de Marcela Lagarde. Todo lo cual se traduce en una expresión literaria fluida, sencilla pero no simple. Las conclusiones a las que llega cubre las hipótesis que se plantean al inicio de la obra: la liberación de las mujeres de sus cautiverios, con base en las estrategias que se detallan. Esto no significa que la experiencia de ser mujer se atomice, sino que se enriquece y muestra la evidencia de su complejidad inabarcable, aunque se compartan rasgos ontológicos. Descubrir nuestros cautiverios es el primer paso para abandonarlos.

Marcela Lagarde y de los Ríos

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PRESENTACIÓN DE LA SEGUNDA EDICIÓN A Valeria y a todas con sororidad A mi amado Danielo Terminé de escribir este libro en 1988, y con su versión original presenté mi examen de doctorado en septiembre de 1989. Integraron mi jurado Graciela Hierro, Sol Arguedas, Roger Bartra, Alfredo López Austin y Pilar Gonzalbo, quienes pacientemente discutieron conmigo durante cuatro largas horas y me otorgaron la calificación máxima. Un par de meses después, otro jurado me hizo llegar el inesperado Premio Maus, cuya generosidad permitió que mi tesis se convirtiera en libro. La primera edición estuvo bajo el cuidado de Fernando Alba y la corrección tipográfica y de estilo a cargo de Matilde Mantecón. La segunda a cargo de Matilde Mantecón, Ari Cazés y Rogelio López. Cuando conocí a Matilde me dijo “eres un sol”. Al poco tiempo me llamó para avisarme que había terminado la lectura del primero de mis tres tomos, y que no sólo estaba muy interesada sino también conmovida. Le llevaría más de un año leer y corregir todo mi texto, en algunos pasajes apresurado, y parece que no le bastó: promete ocuparse también del siguiente. Celebramos la primicia en su casa, con una cena exquisita que ella misma preparó. Recorrimos juntas sus corredores y habitaciones, poblados por mujeres salidas de los pinceles de su suegro. Reímos con gusto cuando me dijo: “Y una que creía vivir tan feliz, así tan simplemente, y vienes tú con tu libro y, anda, ¡que todas estamos cautivas!”. Otra casa cuya puerta abrió mi libro fue la de Fernando Alba. Trepada en las laderas de un cerro y rodeada de eucaliptos, tiene el gusto del espacio diseñado por él y su esposa. En su taller nos mostró sus grabados sobre la serpiente y la muerte. En su orden de artista hallé un pequeño y delicado grabado que, al devolver la visita, Fernando discretamente me regaló y hoy está sobre mi escritorio. Aquella noche la cena deliciosa fue preparada por Christianne Chaubet, cuyo trabajo por las mujeres la ha llevado a Nairobi. Con Graciela Hierro hablé por primera vez para pedirle que formara parte de mi jurado en la Facultad de Filosofía y Letras. Había oído de mí, y sin conocerme aceptó de inmediato en cuanto conoció el tema. En plena identificación conmigo, me relató sus travesías de pionera cuando, hace años, presentó su propia tesis en la misma facultad. Los amos del saber discutieron entonces si su Ética y feminismo es una obra de filosofía, como años después otros dueños del conocimiento me preguntarían si la mía era antropológica. En el transcurso de mi examen, que presidió Graciela Hierro, la afinidad de nuestras ideas me hizo sentir como si ella hubiera sido la asesora de mi trabajo, y como si en la solemnidad del acto las dos continuáramos una vieja conversación informal. Por estas razones y por muchas más, me pareció que ella debía hacer el prólogo. La cena a la que Graciela nos invitó se frustró pues aquella noche no logramos llegar al otro lado de la ciudad. A pesar de eso, desde entonces mantenemos un diálogo enriquecedor, y otras mesas han permitido nuestros encuentros. “En constante acuerdo de intereses, deseos y utopías”, dice la dedicatoria que Graciela puso en mi ejemplar de su libro. Y expresa puntualmente mi propia vivencia. La primera vez que vi a Graciela me encantó: con una seguridad impactante habló a nombre de nosotras, las feministas radicales, con el orgullo y la certeza de quien se afirma en su presencia, en su sentido del humor y en su inteligencia. Hoy preside para satisfacción nuestra los esfuerzos por organizar las investigaciones, la docencia y la difusión de lo que en la UNAM hacemos en torno a los estudios de género. La hechura de Los cautiverios… también me permitió conocer a Flora Goldberg. Yo había colaborado en OMNIA, revista del posgrado de la UNAM, en el número en que se publicaron artículos y grabados producidos por mujeres teniendo como tema, precisamente, a las mujeres. Uno de los grabados, impreso en blanco y negro en una de las páginas de mi artículo sobre identidad femenina, me fascinó: es el retrato de una mujer detenida en el tiempo, contenida en sí misma. Íntima, observa el mundo tras el velo que deja entrever su rostro franco y una boca firme y sensual, mientras su mano sostiene el mango de una sombrilla que la antecede. Comprendí que esa obra debía ser la portada de mi libro. Animada por Fernando llamé a Flora y le pedí reproducirla. Sin conocerme, se interesó al oír el título de mi libro y nos recibió con un platón de jugosas y coloridas rebanadas de sandía, abrió su estudio y me hizo conocer el gran tórculo y la odisea que costó colocarlo para que ella prensara sus obras. Flora me mostró el original de su Mujer con sombrilla. En su verdadero tamaño, esa mujer, su entorno, sus texturas y su colorido de rosas, verdes y claroscuros, fueron conmovedores. Distinguí sus flores en el sombrero, adiviné tras el encaje su mirada; sentí el goce profundo e intenso de los trazos cuya magia toca a quien mira. Vi otro original, reproducido también en las páginas de mi artículo, en el que Flora imprimió la tela de su vestido de novia para marcar, a la manera del esgrafiado, el espacio, el traje de la personaje y su rostro tatuado. Vi muchos más para los que quisiera escribir libros. El día de la presentación de Los cautiverios se exhibió Mujer con sombrilla. La mujer velada, rebautizada esta tarde como Mujer cautiva, misteriosa, mira hoy el acontecer desde una pared blanca de mi casa. Cuando alguien le preguntó a Flora el precio de su cuadro para obsequiármelo, con gracia respondió: “Ya tiene dueña”. Sol Arguedas leyó el borrador de mi libro; daría su voto aprobatorio a condición de discutirlo conmigo. Por ello durante días, frente a frente, conversamos en su bella casa; acordamos, disentimos y, finalmente, Sol me obsequió con la lectura cómplice de un texto suyo, inédito, en el que cuenta su mundo más próximo e íntimo. Convencida, Sol leyó en la presentación de Los cautiverios unas cuartillas especialmente redactadas para polemizar. Se lo agradezco. Ha dialogado conmigo y aprecio su acuerdo de fondo y su disposición a continuar nuestro debate. Sol fue mi primera imagen ejemplar de mujer de letras, sabia, inteligente, comprometida y apasionada. Así la veía cuando yo era una niña. Aquella imagen persiste hasta hoy. De ella aprendí la palabra mágica trastrocar que me permitió dar cuenta de lo que hacen al mundo ciertas transgresiones de las mujeres. Desde su transparencia y su calidez, ante el auditorio de la Casa de la Cultura de Coyoacán, José Ramón Enríquez reiteró su afinidad con cuantos están sujetos a opresiones. Dijo también que encontró la esperanza en mis páginas. Meses antes había saludado desde La Jornada la lectura de mi manuscrito, apreciándolo como una investigación de fondo tan necesaria cuando predomina el pragmatismo. Recordó cómo durante más de un año en Puebla, en torno al edificio Carolino y en los cafés del centro, platicamos y compartimos en profunda amistad los malestares de los oprobios que investigaba, nuestras coincidencias y nuestras convicciones libertarias. Amistades nuevas y refrendos de cercanías están entre los regalos que me ha dado el arduo camino de publicar este volumen cuidado por personas amigables, creativas, hospitalarias. Con nombre e imagen bellos, por fin mi libro estuvo listo en 1991. Vi los primeros ejemplares en mayo y tomamos el vinito de honor un día de septiembre en el que apareció en El Financiero un artículo de amorosa factura titulado Cautiverios: Daniel Cazés cuenta desde sus íntimos sentires, en unos cuantos renglones, nuestros años juntos y su vivencia de mi trabajo de campo de antropóloga enloquecida en el descubrimiento de cautiverios; por ahí asoman amigas y amigos, nuestros padres, y la presencia de Ilya, Ari y Valeria, nuestros hijos. En contrapunto con la escritura de los cautiverios emerge la hechura de nuestra singular familia, nuestras ciudades, nuestras casas, lo que vivimos en ellas, y hasta lo que veíamos a través de las ventanas. En su relato revivo la pasión de las causas, los dolores y los goces azarosos al darle sentido a nuestra convivencia. Encuentro en sus Cautiverios testimonio y compañía de quien abre su amor para decirlo con resonancia. Aquella noche Daniel leyó su texto ante un auditorio cautivado por su decir —con su mirada y su palabra de hombre—, por su cercanía conmigo, y por su voz. En unos meses se agotó la primera edición sin siquiera haber disfrutado de los escaparates en las librerías comerciales. Se vendió en la UNAM, en conferencias y en actos públicos, y a pesar de su volumen, una red de mujeres entusiastas lo llevó de mano en mano por el país y el continente. Ha sido comentado y presentado en Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Uruguay, Argentina, Paraguay y España. Hoy, el esfuerzo entusiasta y gentil de Rogelio López, el nuevo editor de este libro, logró abrir todas las puertas y concertar las voluntades necesarias para hacer la segunda edición revisada, y más numerosa aún que la primera. Ésta me gusta más. Como por arte de magia, Ari Cazés ha embellecido los cautiverios; con su lupa y su pluma recorrió amorosamente cada párrafo, cada renglón y cada letra para extirpar con sus dotes de escribano mis apresuramientos y descuidos en la redacción original. Nunca pensé que Los cautiverios fuera a tener ese exitoso recorrido. Me parecía que no era un libro de fácil lectura, ni por su tamaño ni por su tema. Trata del dolor, del miedo, de la...



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