E-Book, Spanisch, 128 Seiten
Reihe: Ilustrados
La Ciudad
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-10200-23-4
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 128 Seiten
Reihe: Ilustrados
ISBN: 978-84-10200-23-4
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
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Seleccionados por Eva Ariza y acompañados por las poéticas ilustraciones de Leticia Ruifernández, los textos de La ciudad trazan un recorrido literario por algunas de las grandes ciudades del mundo:
Nueva York - Zadie Smith
Ciudad de México - Valeria Luiselli
Jerusalén - Najwan Darwish
Río de Janeiro - Clarice Lispector
Roma - Igiaba Scego
París - Philippe Jaccottet
Praga - Bohumil Hrabal
Lahore - Saadat Hasan Manto
El Cairo - Radwa Ashur
Hrabal, Bohumil (Brno, 1914-Praga 1997). Está considerado como uno de los mejores escritores europeos de la segunda mitad del siglo XX. Tras estudiar derecho, desempeñó diversos oficios: ferroviario durante la guerra, experiencia que reflejó en su novela Trenes rigurosamente vigilados, agente de seguros, viajante de comercio y empacador en una prensa de reciclar papel, sobre lo que escribió en Una soledad demasiado ruidosa. Inició su obra con un conjunto de poemas, publicado en 1948 y prohibido unos meses más tarde cuando el comunismo llegó al poder en Checoslovaquia.
Igiaba Scego (Roma, 1974) Su familia llegó exiliada a Italia tras el golpe de Estado de 1969 en Somalia. Después de estudiar Lenguas Modernas y Pedagogía en Roma, se especializó en diálogo cultural y migraciones, dos temas centrales en su escritura. En 2003 publicó su primera obra, el libro infantil La nomade che amava Alfred Hitchcock, inspirado en la historia de su madre. Desde entonces, no ha dejado de escribir cuentos, artículos y novelas (entre las que destacan Oltre Babilonia, en 2008, y La linea del colore, en 2020), además de este ensayo autobiográfico, Mi casa está donde estoy yo.
Zadie Smith (al principio, Sadie Smith, se cambió el nombre a los 14 para hacerlo más exótico). Nació y creció en el barrio multicultural y de clase obrera de Brent. Su madre, modelo jamaicana, emigró al Reino Unido en 1969 y se casó con un fotógrafo inglés en lo que suponía para su padre su segundo matrimonio. Zadie tiene dos medio hermanos y dos hermanos más pequeños, sus padres se divorciaron cuando Zadie era adolescente. De niña se aficionó a la danza y de adolescente se interesó por convertirse en actriz de musical. Mientras estudiaba actuaba como cantante de jazz y quería ser periodista,
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01 «Si un árbol arde en el bosque, pero nadie puede verlo…». En Canadá, este problema no es mera especulación filosófica. En su territorio se encuentra el 10 por ciento de la masa forestal de todo el mundo, dentro de la cual hay inmensas extensiones deshabitadas. En realidad, al referirnos a Canadá, a sus bosques o a sus incendios, «inmenso» no es un descriptor eficaz. Quien quiera comprender la magnitud de este país, puede subirse a un coche en Great Falls, Montana, y conducir por la I-15 hasta Sweetgrass, en la frontera con Canadá. Al pasar a Coutts, Alberta, puede poner a cero el cuentakilómetros, girar hacia el norte y, entonces, acomodarse en el asiento un par de días. La carretera deja las Montañas Rocosas a la izquierda y recorre el límite occidental de las praderas canadienses, pasando por Lethbridge, Calgary y Red Deer, tierra de trigo y ganado. Pasada la urbe septentrional de Edmonton, el viajero se encontrará cada vez más solo en la carretera, rodeado por enormes extensiones de raquíticas praderas subárticas: campos congelados o medio inundados en los que el ganado apenas puede avanzar. En la carretera principal, que a esas alturas será ya poco más ancha que una calle residencial, una luz intermitente y una estación de servicio señalarán la presencia de alguna minúscula población. No habrá otra en ochenta kilómetros. A este y oeste, saldrán caminos agrícolas de grava, que continuarán hasta perderse de vista. Las estructuras creadas por el hombre se volverán hitos cada vez más escasos: una iglesia ucraniana del tamaño de una escuela, con la cúpula de cebolla recubierta de estaño, se erguirá exenta contra el viento y una soledad tan profunda que se diría que está en la estepa rusa; a lo lejos se derrumbará un cobertizo asimétrico, bajo el peso de cien onerosos años, la mitad de ellos en las garras del invierno. Nadie se habrá ocupado de él desde hace tiempo. Más allá, relucirá el azul de un lago de cuatro hectáreas, tan deslumbrante que ni siquiera el reflejo del cielo de Alberta basta para explicarlo. En algún lugar del camino, el viajero atravesará la frontera, no señalada, a partir de la cual los ciervos darán paso a los alces, los cuervos americanos a los cuervos grandes y los coyotes a los lobos. Al pasar North Star, los enormes espacios abiertos típicos de la provincia empezarán a llenarse de bosque bajo y turberas, un paisaje muy parecido al de Siberia. Cuando el conductor detenga el coche y baje a tomar café en un remoto lugar llamado Indian Cabins, ya será el día siguiente y el cuentakilómetros estará cerca de alcanzar los mil seiscientos kilómetros. Y aún no habrá salido de Alberta. Aquí arriba, en el subártico interior, las cosas parecen sobredimensionadas: los lagos pueden tener el tamaño de mares interiores y las truchas que los habitan llegan a pesar cuarenta y cinco kilos; la población de grandes animales salvajes, entre los que se encuentra el bisonte más grande del continente, es mayor que la de los humanos. El Parque Nacional de Wood Buffalo es el segundo parque nacional más extenso del mundo y en él se encuentra la presa de castores más extensa del mundo. Fue hallada en 2007 con la ayuda de un satélite, mide el doble que la presa Hoover y todo hace pensar que sigue creciendo. Rob Mark, un aventurero de Nueva Jersey, fue a visitarla en 2010. Es probable que fuera la primera persona en hacerlo, y no le resultó fácil. «La vegetación es tan densa —le contó Mark a la CBC— que tu campo de visión es limitado […], después se vuelve una turbera, por la que resulta difícil avanzar. Y termina convertido en muskeg».[4] Eso explica por qué son pocos los forasteros que frecuentan la zona durante los meses cálidos y que el invierno sea la estación preferida para atravesar la región. «Los mosquitos —añadía Mark— son absolutamente horribles».[5] Una excepción al gigantismo generalizado se encuentra en los árboles, que no suelen superar los dieciocho metros de altura ni los cien años de edad. Estos bosques, una mezcla variable de pinos, píceas, álamos y abedules, se conocen colectivamente como bosque boreal,[6] y lo que pueda faltarles en tamaño individual lo compensan en extensión. El bosque boreal, un anillo circumpolar que rodea todo el hemisferio norte, es el ecosistema terrestre más extenso del planeta y comprende casi un tercio de su área forestal total (más de 1.500 millones de hectáreas, superando la extensión de los 50 estados de Estados Unidos).[7] Un tercio de Canadá —y la mitad de Alberta— está cubierto de bosque boreal. Hacia el oeste, cruzando las Montañas Rocosas, pasando por la Columbia Británica, el Yukón y Alaska, el bosque boreal atraviesa el estrecho de Bering en dirección a Rusia (donde se conoce como taiga) y se extiende de una punta a otra del país hasta Escandinavia, para, a continuación, sin retroceder ante el océano Atlántico, aterrizar en Islandia y resurgir de nuevo en Terranova, desde donde prosigue hacia el oeste y completa el círculo, una guirnalda verde coronando el globo. Desde la carretera, lo que se ve es un bosque de gran densidad de arbolado, pero el interior resulta mucho más anfibio y contiene más fuentes de agua dulce que cualquier otro bioma del planeta. En este sentido, el bosque circumboreal se asemeja a una esponja hemisférica cubierta de árboles como por azar, cuyos miles de millones de raíces entretejen el subsuelo del continente, formando una urdimbre y una trama subterráneas. Aunque no son tan porosos como los humedales de los Everglades, en Florida, los incontables lagos, lagunas, ciénagas, ríos y arroyos boreales desempeñan una función similar a la de aquellos: recoger, almacenar, filtrar y verter agua dulce. Miles de millones de pájaros, de cientos de especies diferentes, viven en este ecosistema y migran a él. Una de las razones por las que estos árboles nunca crecen demasiado ni viven muchos años es que, a pesar de la cantidad de agua que los rodea, arden de manera regular. Están diseñados para ello. En este sentido, el bosque circumboreal es, entre todos los ecosistemas, un auténtico fénix que renace tras el fuego, que debe arder para regenerarse. Lo hace por zonas, formando un mosaico, cada cincuenta o cien años. Constituye un bioma colosal que almacena tanto carbono como todos los bosques tropicales juntos, si no más, y cuando arde, explota como una bomba de carbono. En Norteamérica, el epicentro de tales explosiones estratosféricas es la región septentrional de Alberta, y es por eso por lo que todos los municipios de la zona, grandes o pequeños, se enfrentan al mismo dilema: allí donde terminan las casas, empieza el bosque. En él se esconden osos, lobos, alces y hasta bisontes, pero nada es tan peligroso como el fuego. Si las condiciones son propicias, un gran incendio boreal puede convertirse en una versión ardiente e imparable del fin del mundo. Puede quemar cientos de miles de hectáreas de bosque, con todo lo que encuentre en él, y seguir fuera de control. El incendio de Chinchaga de 1950, prácticamente desconocido y, en la época, visto únicamente por un puñado de personas, es el mayor incendio jamás registrado en Norteamérica. Comenzó en la frontera de la Columbia Británica con Alberta en junio de ese año, ardió hacia el este por el territorio septentrional de Alberta durante más de cuatro meses y afectó aproximadamente a 1.600.000 hectáreas de bosque (más o menos, el área de Connecticut y Rhode Island juntos, o tres veces el tamaño de la Isla del Príncipe Eduardo). El incendio generó una columna de humo tan extensa que se la conoció como la «Gran Cortina de Humo» de 1950.[8] Se elevó doce kilómetros, alcanzando la estratosfera, y su sombra colosal redujo en varios grados las temperaturas medias, hizo que las aves se fueran al nido en mitad del día y, al rodear el hemisferio norte, generó extraños efectos visuales, como avistamientos masivos de soles lavanda y lunas azules.[9] Antes del incendio de Chinchaga, los últimos testimonios de estos mismos fenómenos a una escala semejante databan de la erupción del Krakatoa en 1883.[10] Carl Sagan, impresionado por las consecuencias del incendio, llegó a preguntarse si serían similares a las de un invierno nuclear.[11] * * * Cada año, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés), en colaboración con científicos canadienses y mexicanos especializados en la lucha contra los incendios, publica un documento llamado North American Seasonal Fire Assessment and Outlook (Evaluación y perspectiva del fuego estacional en Norteamérica), que trata de predecir la probabilidad de que se produzcan incendios forestales en el continente. El Outlook incluye mapas para cada mes de la temporada de alto riesgo con un código por colores, donde el rojo indica mayor probabilidad de incendios y el verde, menor.[12] Igual que en 2015, los mapas de 2016 presentaban más rojo que verde y el mapa de mayo era el más rojo de todos. Este color se extendía por grandes franjas de México, el Medio Oeste estadounidense, la totalidad de Hawái y gran parte del sur de Canadá, desde los Grandes Lagos hasta las Montañas Rocosas. Era un área enorme, que incluía la mayoría de los campos petrolíferos...