Kurzweil La Singularidad está cerca
1. Auflage 2015
ISBN: 978-3-944203-15-7
Verlag: Lola Books
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Cuando los humanos transcendamos la biología
E-Book, Spanisch, 720 Seiten
ISBN: 978-3-944203-15-7
Verlag: Lola Books
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
El inicio del siglo XXI marca el comienzo del periodo más interesante y transformador que la humanidad haya conocido: la liberación del ser humano de sus cadenas biológicas y la consagración de la inteligencia como el fenómeno más importante de nuestro universo. A medida que esta transformación se vaya convirtiendo en realidad, nuestra especie también se enfrentará a nuevos retos jamás antes planteados: un increíble aumento de la inteligencia no biológica, la inmortalidad y un progreso científico sin precedentes.
El reputado ingeniero, inventor y futurista Ray Kurzweil presenta en este libro el mejor análisis que se ha realizado hasta la fecha sobre estos cambios, a los cuales ha dado en llamar Singularidad tecnológica. Las implicaciones filosóficas, sociales y científicas de esta obra son tan profundas y revolucionarias que harán que el lector se adentre en un mundo apasionante y todavía por descubrir, un mundo que no es otro que el nuestro.
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PRÓLOGO
El poder de las ideas
No creo que haya otro estremecimiento que atraviese el corazón humano comparable al que siente el inventor cuando ve como una creación de su cerebro toma cuerpo satisfactoriamente. —NIKOLA TESLA, 1896, INVENTOR DE LA CORRIENTE ALTERNA Ala edad de cinco años se me ocurrió la idea de ser inventor. Tenía la impresión de que los inventos podían cambiar el mundo. Cuando otros niños se preguntaban en voz alta lo que querían ser de mayor, yo me vanagloriaba de que ya lo sabía. El cohete espacial para llegar a la luna que estaba construyendo en aquel entonces (casi una década antes del desafío que el presidente Kennedy planteó a la nación) no funcionó. Pero más o menos cuando cumplí los ocho mis inventos se volvieron un poco más realistas. Así lo fueron un teatro robótico de varillaje mecánico que podía mover decorados y personajes dentro y fuera de escena, y juegos de béisbol virtuales. Después de escapar del holocausto, mis padres, artistas los dos, querían para mí una educación religiosa más mundana y menos provinciana (1). Como resultado, mi educación espiritual tuvo lugar en una Iglesia Unitaria. Nos pasábamos seis meses estudiando una religión (yendo a sus homilías, leyendo sus libros, dialogando con sus líderes) y luego hacíamos lo mismo con la siguiente. La idea era la de “muchos caminos hacia la verdad”. Por supuesto, me di cuenta de los muchos paralelismos entre las tradiciones religiosas del mundo, pero incluso sus diferencias eran reveladoras. Entendí que las verdades de base eran lo suficientemente profundas como para transcender las aparentes contradicciones. A la edad de ocho años descubrí la serie de libros de Tom Swift júnior. La trama de los treintaitrés libros (de los cuales solo nueve habían sido publicados en 1956, año en que empecé a leerlos) siempre era la misma: Tom se metía en un terrible aprieto, el cual ponía su destino, el de sus amigos, y a veces el de todo el género humano, en la cuerda floja, y luego Tom se retiraba a su laboratorio en el sótano para reflexionar sobre cómo resolver el problema. Lo que constituía la tensión dramática de cada uno de los libros era la pregunta: ¿qué ingeniosa idea se les ocurriría a Tom y a sus amigos para salvar la situación? (2) La moraleja de estos cuentos era sencilla: la idea correcta tenía la capacidad de superar un desafío aparentemente abrumador. Hasta el día de hoy sigo convencido de la certeza de esta filosofía: no importa el dilema al que nos enfrentemos (problemas de negocios, problemas de salud, dificultades en nuestras relaciones, o los grandes retos científicos, sociales y culturales de nuestro tiempo) hay una idea que nos puede hacer salir victoriosos. Y además, esa idea puede ser encontrada; y cuando la encontremos, tendremos que ponerla en práctica. Mi vida se ha guiado por este imperativo. El poder de una idea: esto es en sí mismo ya una idea. Más o menos en el mismo periodo en el que leí la colección de Tom Swift júnior, me acuerdo de que mi abuelo, que también abandonó Europa junto con mi madre, regresó de su primera visita a Europa con dos recuerdos clave. Uno era el cortés tratamiento recibido de parte de los austriacos y alemanes, el mismo pueblo que forzó su marcha en 1938. El otro era la extraordinaria oportunidad que tuvo de permitírsele tocar con sus propias manos algunos manuscritos originales de Leonardo da Vinci. Ambos recuerdos me influenciaron, pero el último me ha vuelto muchas veces a la cabeza. Mi abuelo describía la experiencia con veneración, como si hubiera tocado la obra del mismísimo Dios. Esta es, en definitiva, la religión con la que me crié: veneración por la creatividad humana y por el poder de las ideas. En 1960, a la edad de doce años, descubrí el ordenador y me fascinó su habilidad para modelizar y recrear el mundo. Solía pasar el rato en las tiendas (¡que siguen ahí!) de desechos electrónicos de la calle Canal en Manhattan y juntaba piezas para construir mis propios ordenadores. Durante la década de los sesenta me imbuí junto a mi generación en los movimientos musicales, culturales y políticos contemporáneos, pero también me involucré en una moda mucho más oculta: la excepcional serie de máquinas que IBM presentó durante dicha década, desde sus series de grandes “7000” (7070, 7074, 7090, 7094) hasta su pequeño 1620, que sin duda fue el primer “miniordenador”. Las máquinas salían al mercado en intervalos de un año, y cada una era menos cara y más potente que la anterior, un fenómeno que hoy nos es familiar. Así fue como tuve acceso a un IBM 1620 y empecé a escribir programas de análisis estadístico y posteriormente de composición musical. Todavía me acuerdo de cuando en 1968 se me permitió entrar en la cavernosa cámara de seguridad que albergaba lo que entonces era el ordenador más potente de Nueva Inglaterra, un puntero IBM 360 modelo 91 con una extraordinaria memoria central de un millón de bytes (un megabyte), una impresionante velocidad de un millón de instrucciones por segundo (un MIPS) y un precio de alquiler de solo mil dólares por hora. También he diseñado un programa de ordenador para asignar universidades a alumnos de secundaria y he observado fascinado cómo las luces del panel frontal bailaban siguiendo un patrón determinado mientras la máquina procesaba las solicitudes de cada estudiante (3). A pesar de que yo estaba bastante familiarizado con cada línea del código, parecía como si el ordenador estuviera profundamente concentrado cuando las luces se debilitaban durante los varios segundos que tardaba en resolverse cada ciclo. De hecho, podía hacer impecablemente en diez segundos lo que nosotros hacíamos manualmente con mucha menos precisión en diez horas. Como inventor en la década de los setenta me di cuenta de que mis inventos tenían que ser coherentes con respecto a las tecnologías y fuerzas de mercado imperantes, ya que el mundo en el que se concibieron y en el que se implantarían iba a ser muy diferente. Empecé por elaborar modelos de cómo se desarrollaban tecnologías diferentes (sistemas electrónicos, comunicaciones, procesadores, memoria y almacenamiento magnético, entre otras) y de cómo estos cambios se propagaban en los mercados y finalmente en nuestras instituciones sociales. Me di cuenta de que la mayoría de los inventos fracasaban no porque el departamento de I+D no pudiera hacerlos funcionar, sino por una mala gestión del momento* (inventar se parece mucho a hacer surfing: tienes que anticiparte y coger la ola justo en el momento adecuado). Mi interés por las tendencias tecnológicas y sus implicaciones tomó vida propia en los ochenta y empecé a utilizar mis modelos para proyectar y anticipar tecnologías futuras, innovaciones que aparecerían en el año 2000, 2010, 2020 y después. Mediante la concepción y diseño de inventos que usaban capacidades del futuro pude inventar contando con tecnologías futuras. A mediados de los ochenta escribí mi primer libro, The Age of Intelligent Machines (4). El libro incluía extensas (y razonablemente certeras) predicciones para los años noventa y dos mil, y concluía con la predicción de que en la primera mitad del siglo XXI la inteligencia de los ordenadores sería indistinguible de la de sus progenitores humanos. Esta conclusión parecía pueril y a nivel personal me era difícil mirar más allá de un resultado tan revolucionario. Durante los últimos veinte años me he venido dando cuenta de una importante metaidea: el poder mismo de las ideas para transformar el mundo se está acelerando. Aunque la gente no tiene inconveniente en aceptar esta observación, solo unos pocos aprecian sus profundas implicaciones. Esto significa que durante las próximas décadas vamos a tener la oportunidad de aplicar ideas para vencer los problemas asociados al envejecimiento (y de crear al mismo tiempo algunos problemas nuevos). Durante la década de los noventa reuní datos empíricos sobre la aparente aceleración de todas las tecnologías relacionadas con la información e intenté perfeccionar los modelos matemáticos subyacentes a estas observaciones. Así fue como desarrollé una teoría a la que llamo ley de los rendimientos acelerados, que explica por qué la tecnología y los procesos evolutivos en general progresan de forma exponencial. En The Age of Spiritual Machines (ASM) (5), escrito en 1998, traté de describir cómo sería la...