E-Book, Spanisch, 370 Seiten
Kristjansson El ocaso de Odín
1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-16331-85-7
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 370 Seiten
ISBN: 978-84-16331-85-7
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Aunque nacido en Islandia (Reykjavík, 1974), reside en Reino Unido. Disfruta paseando por el campo, su debilidad son las tartas y odia escribir sobre sí mismo en tercera persona. Graduado en Inglés por la universidad de Islandia, creó su tesis en torno a cómo crear una novela, de donde resultó El ocaso de Odín, primera de sus novelas que se publica en España.
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Prólogo
STENVIK, OESTE DE NORUEGA, SEPTIEMBRE AÑO 996
Una pálida línea gris de luz de luna se arrastraba sobre las aguas. Las pesadas nubes se dispersaron y el contorno borroso de la costa brilló a la vista.
El hombre del timón rompió el silencio y señaló hacia la costa.
—Eso de allí es Stenvik.
Ulfar la oyó antes de verla. Voces, gritos y chillidos transportados a través del mar saltaron sobre la línea de luz de luna, sobre los jirones de agua más oscuros, y se fundieron hasta dar forma al ruido de una ciudad en la noche. Un año atrás su corazón se hubiera alegrado de oírlo. Ahora simplemente se sentía dolorido, y se estiró, moviéndose lentamente para aliviar el agarrotamiento de sus piernas. Una vez incorporado para sentarse, le dio un golpecito con el codo al hombre que dormía junto a él en la nave.
—Hemos llegado
—¿… qué? —balbució su primo Geiri, y se frotó la cara; aún estaba más que medio dormido—. ¿Cuándo desembarcamos? ¿Dónde estamos? —Se retorció para sentarse y esbozó una mueca de dolor—. La próxima vez sugiero que viajemos a vela, ahorra tiempo…
—Te daré un par de puñetazos en la espalda y buscaré un caballo, ¿te parece bien así? —repuso Ulfar.
Detrás de ellos un silencioso marino sonrió con aire de superioridad. El comerciante propietario de la nave yacía profundamente dormido sobre todas las pieles que pretendía vender en Stenvik. Había permitido a los dos jóvenes que se estrujasen entre sacos de trigo, tablones de madera tallada y trozos de ámbar. Geiri era más bajo, así que lo tuvo más fácil a la hora de adoptar una postura cómoda. Ulfar había respondido molestándole mientras dormía. Aun así, no podían quejarse. Geiri había negociado viajar sin coste desde Hedeby hasta el suroeste de Noruega simplemente mencionando el nombre de su padre y dando a entender algún favor indefinido que cobrar en un futuro. Podrían haber recorrido la mayoría del trayecto contando únicamente con el brillo avaricioso que emanó de la sonrisa del mercader.
Unos diminutos puntos de luz llamaron la atención de Ulfar. Señaló hacia ellos para hacerle partícipe a su primo y ambos los observaron a medida que Stenvik surgía de las tinieblas.
—No parece gran cosa, ¿no crees? —murmuró Ulfar.
—¿Comparado con Hedeby? Pues no. Pero tenemos que ir. Anímate, amargado. Es la última vez. Después de esto podemos volver a casa.
—Me alegro —repuso Ulfar, y pensó en Svealand.
Después del… accidente, después de que el padre de Geiri interviniese a su favor y sugiriera —o más bien le obligara— a viajar con su primo, estuvo los seis primeros meses de travesía maldiciendo su propia estupidez, y disfrutó del periplo a lo largo del año que siguió, pero en los cuatro últimos meses había acabado harto del camino. Tocó la runa que colgaba de la cuerda que llevaba al cuello. Después de Stenvik, volvería a casa pasase lo que pasase.
—¿Quién va? —gritó alguien desde los embarcaderos.
—Amigos —aulló el marinero en respuesta—. Traemos a un comerciante con productos para el mercado y dos pasajeros.
En ese momento el comerciante despertó sobresaltado, se llevó la mano al pecho y se toqueteó buscando su bolsa. Una vez satisfecho al comprobar que no le habían robado en alta mar, volvió a acomodarse, farfullando sin dirigirse a nadie en concreto.
—Atracad aquí —gritó otra voz.
El marinero tiró del timón y la nave cambió de rumbo. Una antorcha refulgió en el embarcadero y la cara grande y mugrienta de un estibador apareció en la oscuridad.
—Menudas horas para llegar, marinero —ladró este.
—Cogí la mar en calma y buena marea al salir de Hedeby, y le metí caña. Mejor llegar a estas horas que pasar frío ahí fuera.
—Cierto —gruñó el hombre del embarcadero.
Ambos se pusieron manos a la obra para amarrar la nave mediante movimientos sencillos y estudiados, y no mucho después Ulfar y Geiri ponían un pie en el muelle. Ulfar miró a su primo, que aún se restregaba el sueño de los ojos. Aunque le sacaba una cabeza a Geiri, en ese momento Ulfar no aparentaba ser el hijo de un noble de bajo rango. Se apartó de la cara un mechón de pelo largo y negro. Geiri era un buen tipo, no cabía duda. Prácticamente habían crecido juntos, y el padre de Geiri era un gran hombre, Ulfar lo sabía. Lo que pasaba era que a veces resultaba frustrante observar a su primo. Sencillamente no era demasiado… avispado. No se había dado cuenta de que el estibador iba a ofrecerles un lugar en el que pasar la noche. Ulfar suspiró y contó. Uno, dos…
El hombre de la cara mugrienta se dirigió a Ulfar.
—Muchachos, si necesitáis algún lugar para dormir, creo que podría echaros una mano —dijo jadeante.
Ulfar no le habría prestado atención, pero Geiri habló:
—Gracias —repuso—. La amabilidad de Stenvik asombra a sus agotados visitantes. Estaremos encantados de aceptar tu oferta.
Avergonzado para sus adentros, Ulfar resistió la tentación de darle un codazo a su primo; en vez de eso se tomó unos instantes para mirar a su alrededor. A decir verdad, la ciudad de Stenvik no resultaba demasiado impresionante salvo por su desdentada hospitalidad. El muelle servía su propósito, algo lógico en una ciudad tan al oeste. Sabía que se hacían incursiones a las islas de allí, e incluso al país de los francos, pero dadas todas las historias que había oído acerca de su caudillo, se había esperado… algo más. Algo más feroz, quizá. Cabezas de dragones y guerreros corpulentos montando guardia. La media circunferencia empedrada que tenían delante debía de ser algún tipo de zona de mercado, pensó, pero las casas que la bordeaban parecían desvencijadas y decadentes.
—Eh —dijo el hombre—. No os vais a quedar en la ciudad nueva, así que no os emocionéis.
—¿La ciudad nueva? —preguntó Geiri.
—Esta es la ciudad vieja —dijo, jadeante, el estibador—. Ahora solo utilizamos esta parte para descargar los barcos y esas cosas. Ya nadie vive aquí, si puede evitarlo. La ciudad nueva está allá arriba. —Señaló hacia una especie de colina o montículo.
Sin saber muy bien qué decir, Geiri miró a Ulfar. Como siempre, Ulfar sintió lástima por su primo, y le rescató de la incómoda pausa.
—Sí. Muy bonita —dijo—. Tiene pinta de ser muy… nueva.
—Está bien, ¿verdad? Pero lo más seguro es que lo veáis todo por la mañana. Seguidme —dijo el estibador.
Salió del pequeño círculo de luz que dibujaba la antorcha en dirección a las casas amontonadas. Geiri empezó a seguirle.
Ulfar suspiró. Se le pasó por la mente dejar que el chaval se adentrase solo en las sombrías callejuelas de una ciudad desconocida. No lo hizo; en vez de eso caminó detrás de Geiri para protegerle, tal y como había prometido. Tal y como le habían hecho prometer.
El hombre los guio hacia las sombras entre cobertizos, casas y chozas de zarzo. Ulfar se llevó la mano a la espada corta, solo para sentirse seguro.
—No hemos hecho gran cosa en la parte vieja desde que construimos la ciudad nueva —murmuró el estibador mientras pasaban de puntillas por la pasarela de madera que había entre las viviendas—. Pero aún sirve para algo. Aquí estamos. —Se detuvo frente a una choza—. Dadme vuestros petates, los echaré ahí dentro y os llevaré a la vieja casa larga para que podáis refrescar las gargantas y quizá conocer a algún lugareño.
Ulfar hizo una mueca en la oscuridad. Ya había conocido a tantos lugareños como para llenar toda una vida.
—Gracias —dijo Geiri—. Eres motivo de orgullo para tu ciudad.
—Bah —dijo el estibador—. No estaría yo tan seguro de eso. Nada seguro. Por aquí, muchachos, por favor.
Y con las mismas volvió a desaparecer en la oscuridad. Ulfar miró a Geiri, quien simplemente se encogió de hombros.
—Ahora que estamos aquí —dijo—, bien podríamos ir a ver cómo es esta ciudad. Eso que llevaremos ganado mañana.
—Tú primero —repuso Ulfar, y siguieron los pasos de su guía, cada vez más lejanos, hacia los débiles charcos de luz de las antorchas.
Lo encontraron esperándolos a las puertas de una vieja casa larga.
—Ya estamos —dijo el estibador—. Aquí es donde damos de comer a los trabajadores, mercaderes y todo lo que ande flotando por ahí. Como sabéis, estamos en temporada de mercado, así que puede que también os encontréis con algún invitado. Cuidaos. —Dicho esto, asintió y volvió a perderse en la noche.
—Después de ti, mi señor —dijo Ulfar.
—Cállate —repuso Geiri, molesto.
—Mis más sinceras disculpas, alteza —dijo Ulfar.
Geiri puso los ojos en blanco.
—Algún día sabré qué les he hecho a los dioses y por qué te han enviado para atormentarme.
—Yo diría que tu aristocrática belleza ofende a Loki —repuso Ulfar.
—Puede ser —dijo Geiri al tiempo que entraban.
El vapor se elevaba perezoso hacia los travesaños tintados de humo desde las ollas que ocupaban el fondo de la estancia. Mesas recias se alineaban a lo largo de las paredes de madera y el olor a carne asada estaba suspendido en el aire. La casa larga estaba medio llena. Sin pensarlo siquiera, Ulfar observaba, contaba y evaluaba. Un puñado de grupos escandalosos riendo y dándose empujones. Más o menos la mitad de los otros eran trabajadores de aspecto cansado, que reposaban en silencio....