Poeta, beguina, mística
E-Book, Spanisch, 224 Seiten
ISBN: 978-84-254-3416-7
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
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Hildegund Keul, teóloga y germanista, es una de las más prestiogiosas estudiosas de Matilde. Recibió el premio Karl Rahner en el año 2003 por su tesis de habilitación sobre Matilde de Magdeburgo. Desde ese mismo año es profesora asociada en la Universidad de Würzburg, y dirige el departamento para la atención pastoral a las mujeres de la Conferencia Episcopal Alemana en Bonn.
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I
LA VIDA EN EL CASTILLO:
LA CAUTIVADORA POESÍA
DE LOS TROVADORES
Matilde nace en la primera década del siglo XIII y procede de uno de los numerosos castillos que existen en los alrededores de Magdeburgo. El año de su nacimiento es probablemente 1207, quizás algo más tarde.1 Apenas se pueden hoy verificar otros datos biográficos de su juventud. De sus padres no se sabe nada con exactitud. Podrían haber fallecido ya durante la infancia de Matilde, aunque ella no habla de la muerte de sus padres. Sea como fuere, Matilde subraya que para sus parientes y amigos fue siempre «muy querida» (IV, 2). Durante su infancia vive la experiencia positiva de ser deseada y amada. 1. Vivir en la palabra y en el canto:
La trovadora del amor de Dios La juventud de Matilde está marcada por el estamento nobiliario en el que nació. Es probable que no pertenezca a una clase políticamente relevante, pues el nombre de su familia no se ha transmitido. No existen tampoco indicios en el mundo de la política sobre su trayectoria vital posterior, como sí existen en el caso de Isabel de Hungría. Aún así, Matilde posee numerosos privilegios y se beneficia de las ventajas de vivir en un castillo. Allí el abastecimiento es bueno, pues incluso en momentos de hambruna los habitantes de los castillos tienen acceso a víveres durante más tiempo. El peligro de morir de hambre es considerablemente menor que en el caso de las personas que trabajan para ellos y que, como siervos, producen los alimentos en condiciones muy penosas. La asistencia médica en un castillo es especialmente buena cuando hay cerca un convento de monjas, que provee al castillo de hierbas y conocimientos medicinales. No obstante, muchas mujeres nobles morían durante el embarazo o el parto. En la Edad Media la esperanza de vida de las mujeres era muy baja. El camino trazado para una hija en la nobleza es el matrimonio y las obligaciones sociopolíticas que están asociadas a la posición de señora de un castillo. En el mundo de la nobleza el matrimonio no es una decisión personal, sino un cálculo de poder político. Sirve para unir entre sí a familias amigas o que hasta ese momento estaban enemistadas, establecer nuevos vínculos de sangre y afianzar con ello la influencia política. Es habitual y en modo alguno escandaloso desposar pronto a las muchachas con muchachos u hombres jóvenes que nunca antes habían visto. Isabel de Hungría (1207-1231) fue enviada a la edad de cuatro años a la corte de su prometido para educarse junto a él. El orden social de aquel tiempo preveía la entrega de las muchachas a la familia del futuro esposo, del que ellas dependerían legalmente; viven en el lugar de residencia del padre de aquel (patrilocalidad). El espacio vital de las mujeres que viven en un castillo es diverso. Los señores están de viaje con frecuencia y también por largos periodos de tiempo, vigilando su territorio, en la guerra o en misión diplomática. La landgravina Isabel, que viajó con su marido Luis a la asamblea imperial o al tribunal de la región, vivió, sin embargo, a menudo sola durante su matrimonio (se calcula que entre un tercio y la mitad de sus siete años de matrimonio).2 En la Edad Media la vida de los hombres de la nobleza es más errante que sedentaria, como en el caso del rey, que con frecuencia cuenta con un lugar preferido, pero ninguna residencia fija, y habitualmente se traslada de un palacio imperial a otro. Cuando el señor del castillo está de viaje, la señora, además de llevar la casa, tiene responsabilidades más amplias, que van desde el cuidado de las tierras, pasando por la solución de problemas jurídicos, hasta la gestión de los ingresos y los gastos del castillo. Además —y esto es especialmente importante para el futuro de Matilde— las mujeres son las encargadas de la organización de la cultura, la música y el canto, la retórica y la poesía. «Las mujeres nobles, que a menudo poseían más formación que sus pares masculinos, cumplían una importante función en las actividades literarias».3 Las mujeres conforman la vida cultural. Ocupan un lugar central en el minnesang, la poesía trovadoresca, reciben a los trovadores y organizan las fiestas del castillo. Ya Adelaida de Pavía († 999), que vivió y gobernó temporalmente en el arzobispado de Magdeburgo, podía, a diferencia de su esposo Otón el Grande, leer y escribir. Fue llamada regina litteratissima,4 dominaba varios idiomas y en las negociaciones políticas era indispensable como traductora. También en el siglo XIII las mujeres nobles poseen instrucción, aunque, al carecer de estudios universitarios, se las considera iletradas. Parte de su formación consiste en el conocimiento básico de la lengua latina, las historias bíblicas y las vidas de santos. Se mueven, por supuesto, en un mundo religioso, participan regularmente en el culto, aprenden a cantar los salmos, celebran las fiestas religiosas. Esto posibilita que Matilde se inspire en los recursos espirituales, teológicos y culturales del cristianismo. El modelo de las muchachas y mujeres lectoras es la madre de Dios, María, que en aquella época era representada ante el pueblo con la Sagrada Escritura en la mano. Asimismo, le enseñó a leer una mujer, santa Ana. «Es significativo que santa Ana, la patrona de las madres, sea representada habitualmente enseñando a leer a su hija, la virgen María».5 Según la iconografía, María recibe la visita del ángel mientras lee el versículo 84,9 en el salterio: «Escucha mi plegaria, hazme caso, Dios de Jacob». El hecho de que Balduino, hermano carnal de Matilde, entrara en la Orden de los dominicos muestra que crecieron en una casa paterna en la que las cuestiones religiosas eran, sin duda, un asunto importante. Si damos por supuesta la autenticidad de la atribución histórica, Balduino es mencionado en La luz que fluye de la divinidad al menos dos veces. Matilde y él permanecen unidos durante toda su vida por sus intereses religiosos. Un título del libro sexto indica que Matilde apunta algo para él en un cedelen (una nota): «Esto escribió la hermana Matilde en una nota a su hermano Balduino, de la Orden de Predicadores» (VI, 42). Balduino asumió un cargo; según los datos de la traducción latina, ocurrió en el monasterio dominico de Halle, donde él, contra su voluntad, llegó a ser subprior. Se sentía tan desbordado que «lo abandonó su fortaleza juvenil y perdió su masculino vigor» (IV, 26). Matilde recibe de Dios como respuesta: «La alegría más grande que hay en el cielo es la voluntad de Dios. Cuando la falta de voluntad se convierte en voluntad aparece en el corazón del ser humano afligido la alegría divina [...]. Querido hermano, ¡siéntete en armonía con Dios y alégrate de su voluntad!» (VI, 42). La traducción latina añade que Balduino ponía todos sus esfuerzos en la ciencia y que llegó a la Orden de Predicadores por mediación de Matilde. Aparentemente, se consideraba que Matilde era una persona muy influyente, una autoridad que en una situación difícil proporciona consejo a su hermano. Los inicios de esta autoridad que Matilde encarnará más tarde como consejera y mentora hay que buscarlos en las oportunidades de educación que tuvo en el castillo. Las muchachas aprenden allí a tejer y bordar, a leer y escribir, y reciben clases de canto. Una gran parte de las muchachas nobles son educadas en escuelas monásticas y pueden así beneficiarse de los tesoros culturales de la vida monacal. A diferencia de la mayor parte de las mujeres del país, que no tienen ningún acceso a la educación y cuya habilidad lingüística se mueve en estrechos límites, las mujeres de los castillos se hallan familiarizadas desde pequeñas con la educación cortesana, con las palabras, los ritos, las canciones y las danzas del mundo materno. Pertenecen a una cultura marcada por la lírica y la poesía trovadoresca, la prosperidad y la alegría de vivir, la música y la danza. El ingenio y capacidad de réplica, la agudeza y la ironía se valoran en gran medida. Matilde no indica en su obra de dónde procede exactamente, a qué familia pertenece y cómo vivió en su infancia; tales cuestiones biográficas no eran para ella relevantes. Sus temas son otros. Pero su lenguaje delata que procede de un hogar noble. Puede valerse de una sólida formación y utilizar con maestría el tesoro idiomático y de imágenes del mundo cortesano-caballeresco. Para su posterior labor de escritora es determinante haberse criado en la época de las trovadoras y trovadores, en la época de la música trovadoresca y del arte de la alegre palabra amorosa. Unos pocos decenios antes del nacimiento de Matilde, Leonor de Aquitania (1120-1204) hizo de Poitiers un centro trovadoresco. Promovió la lírica trovadoresca e inspiró a los poetas. De ella dice la historiadora Régine Pernoud que sobresalía entre «quienes la rodeaban por su extraordinaria inteligencia, su amor a las letras y el bello decir».6 El trato ritualizado de unos con otros y la destreza con el lenguaje cortesano, el conocimiento de la literatura de la época y las habilidades artísticas son los ideales de la vida cortesana, que marcan la infancia de Matilde. Pareja bailando Su obra posterior muestra que Matilde se mueve en la lírica trovadoresca como pez en el agua. Siente entusiasmo por ella y por ella se deja inspirar. La lírica trovadoresca del castillo pone a su disposición un vocabulario del que bebe durante toda su vida. El laúd y la cítara, la vihuela y...