Juul | ¡Aquí estoy! ¿Tú quién eres? | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 96 Seiten

Juul ¡Aquí estoy! ¿Tú quién eres?

Proximidad, respeto y límites entre adultos y niños

E-Book, Spanisch, 96 Seiten

ISBN: 978-84-254-2896-8
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection



Los padres perfectos no existen. De hecho, no es la perfección lo que se busca en las relaciones afectivas, en particular en las relaciones entre padres e hijos. Todos tenemos en ocasiones comportamientos erróneos o irracionales. Somos seres humanos, cada cual con sus deseos y sus necesidades, que pueden entrar en conflicto con los de las personas a las que queremos. No hay nada malo en ello, y hay que aceptar el hecho de que toda convivencia supone algún que otro conflicto y alguna negociación. Sin embargo, hay límites que no se deben traspasar en la relación con los demás: los hijos deben aprender a reconocerlos, porque es para ellos una ocasión para crecer y madurar, y los padres deben enseñarlos. Jesper Juul muestra cómo conjugar de un modo equilibrado proximidad y distancia, y ayuda a clarificar el proceso educativo en una sociedad en la que se han derrumbando muchas de las antiguas certezas en el terreno de la pedagogía y muchos padres tienen dificultades para dosificar autoridad e igualdad, respeto y responsabilidad.

Jesper Juul (1948), terapeuta familiar danés, es autor de más de 40 libros y DVD para padres y profesionales, traducidos a diferentes idiomas. Desarrolla sus actividades como conferenciante, terapeuta y educador en más de una quincena de países. Considerado uno de los terapeutas familiares más innovadores de Europa, en 2004 fundó los talleres para familias 'Family-lab International, organización que ofrece seminarios, talleres y asesoramiento tanto a familias como a empresas públicas y privadas.
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4. ¿Qué son límites?
A grandes rasgos, hay dos tipos de límites, los generales y los personales, y unos y otros los descubrirán los padres en el transcurso de unos quince o veinte años de convivencia con los hijos. En los primeros 6-7 años, emergen casi diariamente nuevos límites. Luego llega un período de pausa, y el proceso se reinicia cuando los hijos tienen 12 o 13 años. Algunos límites los tenemos ya antes de que nazcan nuestros hijos y de algunos de ellos nos alejaremos, dentro de lo posible, en el instante mismo en que la pequeña maravilla nos mire profundamente por vez primera a los ojos. Otros los conservamos y otros los modificamos con el paso del tiempo, a medida que vamos aprendiendo a conocer a nuestros hijos y nos conocemos mejor a nosotros mismos. Conocer los propios límites y reconocerlos no es un presupuesto indispensable para ser padres; es más bien un proceso que dura toda la vida y va desarrollándose en el trato con la pareja, los hijos, las parejas de los hijos, los nietos y nuestros propios padres. Los límites generales
Los límites generales son aquellos que valen para todos en un determinado lugar y un determinado momento: en esta sociedad, en esta familia, en esta escuela, en este grupo, y así sucesivamente, hay que comportarse de un modo determinado y no de otro. Son las normas generalmente aceptadas de la cultura a la que pertenecemos o de la que somos huéspedes. Sobre estos límites generales, que suponemos han de valer también dentro de las cuatro paredes de nuestra casa, debemos reflexionar con el mayor detalle posible para ver si estamos dispuestos a hacerlos nuestros y a responder por ellos. Hace apenas treinta o cuarenta años existía un gran consenso sobre los límites generales. Eran límites claros en general para toda la sociedad y se mantenían como tales; había seguridad al respecto y así todo iba bien. Ahora las cosas son distintas. Ha pasado ya el tiempo en que padres y adultos podían limitarse a pronunciar un simple «¡No se hace y basta!» para imponer esos límites generales. A los niños de hoy basta encenderles la televisión o dejarles ir con los amigos para descubrir que se hace lo que se puede. Los mismos adultos tampoco están dispuestos a conformarse con reglas preestablecidas, y hay buenos motivos para dar a esto la bienvenida. Lo que normalmente llamamos reglas pertenecen al ámbito de los límites de carácter general. «Es importante para el bienestar y para la seguridad de los niños que se les impongan reglas claras», afirman con convicción algunos adultos. Otros preguntan prudentemente: «¿Hasta qué punto es importante imponer reglas a los niños?». «Reglas» es un concepto genérico que abarca rutinas familiares, tradiciones, tareas, deberes. Algunas familias tienen reglas muy definidas por el simple motivo de que los padres trabajan la jornada entera. Otras tienen reglas fijas por sus convicciones religiosas, y otras porque observan determinados principios pedagógicos. En muchas familias existen reglas fijas porque los padres se sienten inseguros cuando hay demasiadas posibilidades de elección. En otras las hay porque el entorno social es autoritario, e incluso en otras los padres las preferirían al desempleo y a la ayuda social. Debo confesar que nunca he podido entender qué quiere decirse exactamente con la expresión «reglas fijas». Según mi experiencia, los padres que mantienen con particular convicción reglas de este tipo son aquellos que tienen dificultades en orientar a sus hijos; tantas que casi nunca lo consiguen, ni siquiera con reglas bien definidas. Estos padres comparten una cosa común con la mayoría de padres y educadores: cuando ponen en práctica alguna estrategia para modificar la conducta de los niños y fracasan en su intento, a menudo reaccionan insistiendo en el mismo método, ¡pero durante más tiempo! Es una reacción tan usual como contraproducente. No pongo en duda que la mayoría de los niños y los adultos se sienten mucho mejor cuando hay reglas en la familia: por ejemplo, cuándo es hora de levantarse por la mañana u hora de irse a la cama por la noche, cuándo desarrollamos nuestro trabajo o nos dedicamos a nuestros intereses personales, etc. Por lo que sé, no existe prueba alguna de que haya reglas mejores y más saludables que otras. A los adultos toca definir las reglas y cuando van modificando algunas a medida que la familia cambia y los hijos crecen, los niños demuestran una capacidad casi infinita de adaptación y colaboración, y no sufren daños de consideración. La discusión actual, vehemente a veces, sobre la necesidad o no de estructurar la vida y el desarrollo de los niños con reglas y límites descuida a menudo, a mi parecer, una dimensión importante: nos olvidamos de cuán radicalmente ha cambiado la vida de los niños en el transcurso de los últimos veinte o treinta años. Hemos conseguido eliminar con cierto éxito muchas de las severas condiciones, en el plano existencial y psicológico, a las que los niños debían someterse hace un tiempo en la familia y en la escuela. En lugar del control y de la adaptación, hemos puesto en el centro de nuestro interés la responsabilidad y el desarrollo. Aunque, al mismo tiempo, la sociedad se ha desarrollado de un modo tal que los niños se han visto sometidos a una estructura muy rígida. Es frecuente que muchos niños pasen muy poco tiempo con sus padres y esto es un mal para unos y para otros, sobre todo durante los dos o tres primeros años de vida. Se confía a los niños a personas de fuera de la familia que cambian a menudo y, unas más que otras, olvidan comunicar si se van de vacaciones, si buscan un nuevo trabajo o tienen un trabajo de media jornada, etc. Trabajan en condiciones en las que apenas tienen tiempo para un educado «buenos días» o un «hasta luego», y no digamos ya nada de si pueden acompañar al niño desde inicio hasta el fin de toda una fase de desarrollo. De vez en cuando los niños deben adaptarse, en función del ritmo, a diversas constelaciones familiares, según los padres se separen, encuentren una nueva pareja o se separen de nuevo. Con el relativo corolario de hermanastros o medios hermanos y nuevos abuelos con los que, de acuerdo con las circunstancias, se les impone o prohíbe establecer contacto. Dado que los hijos de los divorciados deben arreglárselas con dos familias diversas, han de saber organizar cada vez más ellos mismos su tiempo libre y, naturalmente, han de participar en la organización cotidiana de la vida familiar, sea por necesidad práctica o porque los padres tienen la idea de que los niños han de estar preparados para el lado serio de la vida. Una situación parecida no sabrían tampoco controlarla como es debido muchos adultos sin sentirse sumamente frustrados o, como suele decirse, sin sentirse estresados. Por desgracia, es típico de nuestra sociedad contemporánea obligar a los niños a someterse a exámenes psicológicos y a terapias, mientras que a nosotros los adultos se nos aconseja una baja del trabajo por enfermedad, tomarnos unas vacaciones o alguna otra cosa por el estilo que permita recuperarnos. En mi opinión, esto es poco coherente además de poco ético, y no puedo comprender que profesionales y padres se apunten a ello. La excesiva organización de la vida infantil no se equilibra eliminando las reglas generales vigentes en la familia; pero sería inteligente preguntarse seriamente si, cuando nos sentimos frustrados en nuestro papel de padres o madres y tenemos la sensación de estar a punto de perder el control de la relación con los hijos, es realmente conveniente establecer más reglas e imponer más límites. A la mayoría de los niños les resulta muy fácil someterse a reglas generales. Lo hacen constantemente en la escuela, en la guardería, en el club deportivo, en los campamentos de boy-scouts o en el grupo de iguales. La única condición es que no se traspasen o pisoteen sus límites personales. Los límites personales
El término personal implica que los límites de que hablaremos en este parágrafo son de tipo individual. Se deben a que los padres tienen personalidades, temperamentos, trasfondos culturales y opiniones diferentes. «Prefiero que no escuches música ahora. Estoy cansado.» «No, ahora no te leo un libro. Quiero leer el periódico.» «No me hagas daño. Dime por qué estás tan furioso.» «Si quieres que te ayude a redactar el tema tiene que ser hoy o mañana. El resto de la semana no puedo.» «No puedes dormir en nuestra cama. Mamá y yo queremos dormir solos.» «No, hoy no comeremos pizza. Comemos albóndigas.» «Entiendo que quieras tener un día libre, pero hoy tengo que trabajar.» ...


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