Grondin | Introducción a la metafísica | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 400 Seiten

Reihe: Biblioteca Herder

Grondin Introducción a la metafísica

E-Book, Spanisch, 400 Seiten

Reihe: Biblioteca Herder

ISBN: 978-84-254-3353-5
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection



Un proyecto que marca nuevos rumbos y se acerca a una ciencia que, desatendida por el mundo científico, es constitutiva del fundamento de la filosofía. La metafísica sigue siendo quizás el presupuesto insuperable de todo pensar, en la medida en la que es a ella a la que le incumbe aportar el proyecto de comprensión del mundo, con vocación de universalidad, que se pregunte por el ser y el porqué de las cosas. Según Jean Grondin, la necesidad de una introducción a esta rama de la filosofía se ha vuelto urgente debido al clima de sospecha general que la envuelve. A través de la presentación y el análisis de textos de Parménides, Aristóteles, San Agustín, Descartes, Heidegger, Gadamer y Derrida, entre otros, el autor propone, con sencillez y claridad, un ameno itinerario por sus momentos clave. El objetivo de la obra no es pasar revista a los 'grandes sistemas' metafísicos en toda su diversidad, sino poner de relieve la continuidad de una cuestión y de una rama de la filosofía quizá constitutiva del pensamiento filosófico como tal.

Jean Grondin   (Cap-de-la-Madeleine, Canadá, 1955) es especialista en el pensamiento de Kant, Gadamer y Heidegger. Su campo de investigación abarca las disciplinas de la hermenéutica, la fenomenología, la historia de la metafísica y la filosofía clásica alemana. Desde 1991 trabaja en el Departamento de Filosofía en la Universidad de Montreal, y ha sido profesor invitado en diversas universidades e institutos de todo el mundo. Es doctor honoris causa por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, de Tucumán (Argentina) y titular de la Cátedra de Metafísica Étienne Gilson (París). Ha ganado numerosos premios, entre ellos el Killam, Léon-Gérin, André-Laurendeau y Konrad Adenauer.
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CAPÍTULO I PARMÉNIDES: LA EVIDENCIA DEL SER EL CARÁCTER FRAGMENTARIO Y, POR LO MISMO, CASI INCOMPRENSIBLE DEL PENSAMIENTO PREPLATÓNICO Sabemos muy poco de los primeros comienzos del pensamiento del ser, así como sabemos poco, por lo general, de todo comienzo. Conocemos siempre algo a partir de algo, de un punto de partida o de un principio anterior, cuya prosecución se presenta como una consecuencia. Pero ¿cómo comprender el punto de partida mismo? Y con esta perplejidad, que no es obligado eliminar, nos encontramos cara a cara con el Poema de Parménides. Resulta más fácil entender lo que sigue, pero el comienzo no tiene precedente alguno y, en consecuencia, se muestra inexplicable. Veremos cómo Parménides mismo asocia el discurso sobre el ser a lo que parece ser una revelación, que no se aviene con lo que sabemos o pretendemos ya saber. Sirva esto de advertencia para aquellos que pretendan comprender a Parménides a partir de su «contexto». Cierto, disponemos realmente de algunos datos. En este sentido, se ha convenido clasificar a Parménides —que habría vivido entre 515 y 440 a.C. y que habría fundado una escuela en Elea, al sur de la península italiana— entre los «presocráticos». Ahora bien, es bastante claro que esta denominación, que sólo existe a partir del siglo XIX, no dice gran cosa, puesto que tiende a caracterizar un pensamiento en relación con un filósofo posterior, Sócrates (470-399 a.C.), que, además, no escribió nada (de modo que se habla hoy cada vez más de los «preplatónicos» para designar a los pensadores del período griego arcaico, como si esto fuera más esclarecedor). La otra gran característica de los presocráticos se refiere al hecho de que sólo los conocemos a través de fragmentos de texto y de pensamiento. Ya es generoso hablar de fragmentos, porque esos «textos» nos son conocidos sólo porque han sido citados, invocados o utilizados por autores más tardíos y han quedado teñidos las más de las veces por el pensamiento de aquellos mismos que los citan. Esto es a veces muy evidente, cuando sin dificultad se reconoce la personalidad de quien los cita, y a veces lo es bastante menos, sobre todo cuando se atribuye inconscientemente a los presocráticos el uso de «conceptos» con los que el pensamiento posterior nos ha familiarizado en exceso. Muy a menudo, esos conceptos —o, lo que viene a ser en definitiva lo mismo, su traducción— son también los de sus comentaristas más recientes, que no reconocen siempre que están leyendo a los presocráticos a la luz de una terminología moderna cuando hablan, por ejemplo, de la «teoría del conocimiento», de la «cosmología» o hasta del «pensamiento» o de la «filosofía» de los presocráticos. Para hablar de los presocráticos, y citarlos, convendría con todo rigor recurrir a comillas redobladas, de modo que las primeras indicarían que los textos invocados ya son en su mayoría citas, y las segundas recordarían que los términos que se les presta han de ser utilizados con la más atenta de las vigilancias. No podemos, por tanto, esperar acercarnos a su pensamiento arcaico —y, como tal, trágicamente inaccesible— si no es practicando la crítica o la «destrucción» de las fuentes, en el sentido positivo del término, es decir, poniendo en cuestión los prejuicios de todas aquellas fuentes que nos permiten conocer a los presocráticos. El desagradecimiento es así la condición de posibilidad de los estudios clásicos. El conjunto de fragmentos de los presocráticos, de los textos juzgados auténticos, cabría probablemente en un libro de un centenar de páginas, y los textos que poseemos no son quizá siempre los más importantes. Todo cuanto sabemos realmente de Tales, por ejemplo, aparte de algunas anécdotas inverificables, es que sostenía que el agua era el principio de todas las cosas (según el testimonio de Aristóteles, pero incluso aquí, adivinamos que el término «principio», ???? [arche], no pudo ser empleado por Tales). De Heráclito, que parecía sostener tesis diametralmente opuestas a las de Parménides, sin que podamos saber si llegaron a conocerse, no poseemos más que una colección de 130 «aforismos», muy profundos, pero resulta injusto, aunque tentador, darles un sentido moderno. A título de comparación, imaginemos por un instante que, después de una catástrofe nuclear, el conjunto del saber de los dos últimos siglos se transmitiera a las generaciones futuras sólo a través de un florilegio de fragmentos heteróclitos. Pasados dos milenios, la posteridad podría no haber conservado de nuestra civilización más que una página de Einstein, tres de Nietzsche y veinte de Lenin sobre la Lógica de Hegel. Se establecerían entonces todo tipo de filiaciones entre Lenin y Einstein, nos preguntaríamos si acaso no toma uno la terminología del otro y se escribirían tesis sobre el objeto real de la Lógica de Hegel. En una situación algo parecida nos hallamos frente a los presocráticos, de quienes poseemos fragmentos sorprendentes, pero difíciles de comprender, aunque también textos perfectamente insípidos. Por lo que se refiere a Parménides —congratulémonos—, el estado de las fuentes es bastante aceptable. Ciertamente, todo sumado, no poseemos más que ocho o nueve páginas de la producción de Parménides, pero es el único autor presocrático de quien se ha conservado un texto auténtico que desarrolla una argumentación algo continua. Es un texto que debemos a la solicitud de un comentador de Aristóteles del siglo VI d.C., Simplicio, que tuvo a bien citar por extenso los 148 primeros versos del Poema de Parménides. Merecen ser recordadas las circunstancias del comentario de Simplicio. El texto citado se encuentra en el marco de un comentario del tratado Acerca del cielo de Aristóteles, donde se trata de la postura de los eleatas que niegan, al parecer, toda posibilidad de generación y de corrupción.1 Simplicio, al comprobar que el texto original de Parménides era ya difícil de encontrar en su época, tiene la feliz idea y la paciencia de transcribir largos extractos del texto en el centro mismo de su comentario a Aristóteles. Esto sucede en el siglo VI d.C., mil años, por tanto, después de Parménides. Ahora bien, el de Parménides es un texto que ya no se utilizó directamente a partir del siglo VI. Si no se hubiera conservado el comentario de Aristóteles hecho por Simplicio, no sabríamos casi nada del texto de Parménides (casi nada, porque disponemos de otras fuentes, aunque bastante menos «completas» que el texto suministrado por Simplicio). EL CONTEXTO DE LA REFLEXIÓN DE LOS PRESOCRÁTICOS SOBRE LA NATURALEZA ¿Qué sabemos del marco general del pensamiento presocrático? Según la lectura dominante, el pensamiento presocrático se caracteriza por una meditación sobre la naturaleza y, más precisamente aún, por una investigación de los «principios» de la naturaleza (reflexión que, no obstante, nos sería muy difícil de hallar entre los más importantes, como Heráclito y Parménides). Esta concepción del pensamiento preplatónico no tiene en sí misma nada de inocente, porque se inspira evidentemente en el testimonio de Aristóteles, el primer historiador de la filosofía, que es también una de las principales fuentes para los presocráticos. Fuente inestimable, no puede negarse, pero es bien conocido que Aristóteles tiende a presentar a los filósofos que le han precedido como otros tantos escalones que llevan a su filosofía y a sus conceptos más importantes. Al afirmar que todos los pensadores presocráticos habrían buscado los principios de la naturaleza (hasta el giro que habría marcado Sócrates al interesarse por los asuntos humanos), 2 Aristóteles espera ante todo mostrar que esta reflexión sobre los principios desemboca en la ambiciosa síntesis que él propone en su Física. La presentación de Aristóteles no deja de ser verosímil, a fortiori según el rasero de nuestra concepción del saber que asocia aun más inmediatamente la idea de ciencia al intento de explicar la naturaleza (ordenada según leyes, que la hacen inteligible y previsible). Según Aristóteles, los primeros pensadores habrían buscado ante todo un principio «material» de la naturaleza, porque se trataba de un principio básico y, a la vez, porque también ellos mismos eran algo primitivos. Esta caracterización es la comúnmente admitida, pero no convendría olvidar que las nociones de «principio» (???? , arche) y de materia» (???, hyle) son de por sí nociones propias de Aristóteles y que ningún autor presocrático las empleó nunca en sentido filosófico. Pero es verdad que los principios materiales de los presocráticos parecen bastante rudimentarios. Aquel a quien Aristóteles distingue como el primer filósofo, Tales de Mileto, fundador de la escuela jónica, habría querido ver en el agua el principio de todas las cosas. Pensamiento bastante primario a nuestros ojos, pero que es filosófico por cuanto todo lo que existe se ve reconducido a una fuente primera (nunca mejor dicho). Pero no sabemos con exactitud qué pudo llevar a Tales a sostener esa idea. ¿Pudo saber, mucho antes que la biología moderna, que toda forma de vida terrena necesita agua para subsistir? Aristóteles lo hace suponer al decir que Tales […] dice que es el agua […], tomando esta idea posiblemente de que veía que el alimento de todos los seres es húmedo y que...


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