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E-Book, Spanisch, Band 336, 248 Seiten

Reihe: Las Tres Edades

Green Relatos de la mitología nórdica

Versión y adaptación de los poemas y cuentos de los pueblos escandinavos
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-10183-89-6
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Versión y adaptación de los poemas y cuentos de los pueblos escandinavos

E-Book, Spanisch, Band 336, 248 Seiten

Reihe: Las Tres Edades

ISBN: 978-84-10183-89-6
Verlag: Siruela
Format: EPUB
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«Los mitos de los pueblos nórdicos están entre los que mayor fuerza tienen de todo el mundo. Cuando leas este libro, te adentrarás en el extraño y duro mundo de los dioses vikingos». Michelle Paver Desde la creación del mundo hasta la visión de la última gran batalla en el día del Ragnarok, encontramos en las leyendas y los mitos nórdicos infinidad de aventuras, magia y hazañas heroicas. Las historias sobre los viajes de Odín, el portentoso martillo de Thor, la muerte de Baldur o los pretendientes de Freya, entre otras, se hilan en un relato emocionante sobre los dioses y gigantes que reinaron en el gélido norte de Europa. El culto a las deidades paganas de estos pueblos, también llamados vikingos, se mantuvo hasta bien entrada la era cristiana en Escandinavia e Islandia, pero sus mitos, a diferencia de los de la antigua Grecia, se registraron por escrito siglos después de que esos territorios se convirtieran al cristianismo. Sin embargo, en la misma medida y aunque menos estudiadas que los dioses del Olimpo, sus figuras mitológicas han tenido una gran influencia en la cultura occidental; podemos afirmar que los nombres de Odín y Thor, Freya y Loki nos resultan familiares gracias a este libro. Lancelyn Green consigue una narración única y fluida a partir de las fuentes originales, que eran textos dispersos y confusos; conecta relatos y fragmentos en una historia coherente y fiel a sus raíces.

Roger Lancelyn Green (Norwich, 1918-Bebington, 1987) se aficionó a los mitos y leyendas en sus años de estudiante en la Universidad de Oxford. También le fascinaron las obras de teatro clásicas y la reelaboración de los mitos antiguos. Publicó un gran número de libros: biografías de sus autores favoritos, relatos para niños y unos cincuenta volúmenes con su personal visión de las leyendas tradicionales, como en El rey Arturo y sus caballeros de la Tabla redonda (2018), Relatos de los héroes griegos (2022), El libro de los dragones (2021), La historia de Troya (2021), o Las aventuras de Robin Hood (2023), todos publicados en castellano por Siruela.
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1

Yggdrasill, el árbol del mundo


El verano es breve y el invierno es largo y frío en las tierras del norte. La vida es una continua batalla contra las ingratas fuerzas de la naturaleza: contra el frío y la oscuridad, la nieve y el hielo del invierno, los vientos cortantes, las rocas desnudas donde nada crece, y contra los terrores de las oscuras montañas y las quebradas donde acechan los lobos.

Los hombres y mujeres que vivían allí en los primeros días habían de ser fuertes y muy resistentes para sobrevivir siquiera. Eran labradores que trabajaban la tierra, pero también guerreros que batallaban contra los lobos y contra otros hombres aún más salvajes que bajaban de las montañas o ascendían desde las profundas ensenadas o los fiordos del mar para prender fuego a sus hogares y robarles sus tesoros, sus alimentos y, con frecuencia, también a sus esposas e hijas.

Aun cuando no había bestias salvajes y hombres más salvajes aún contra los que combatir, se diría que los mismísimos elementos eran unos gigantes que libraban contra ellos una guerra con el viento, las heladas y la nieve por armas. Era un mundo cruel que daba pie a escasas esperanzas, y, aun así, había amor y honor, valentía y entereza. Había grandes hazañas por lograr y bardos o escaldos para cantar sobre ellas de manera que los nombres de los héroes no cayesen en el olvido.

Y, del mismo modo que recordaban las hazañas de los hombres en sus cantos y relatos, también contaban las historias de los dioses, los æsir, que sin duda debieron de librar batallas aún mayores al comienzo de los tiempos contra aquellos gigantes del hielo, la escarcha, la nieve y el agua a los que aún se contenía a raya únicamente a duras penas.

Al comienzo de los tiempos, así lo creían los nórdicos, no existía la tierra tal y como la conocemos ahora: tan solo existía Ginnungagap, el vacío inmenso, por donde se desplazaban unas extrañas nieblas que finalmente se abrieron para dejar un abismo aún mayor con Muspelheim, la tierra de fuego, al sur de aquel vacío y Nifelheim, la tierra de la niebla, al norte.

Surtur, el demonio de fuego, estaba sentado en el extremo sur del mundo con su espada flamígera, aguardando la llegada del Día del Destino para marchar y destruir a dioses y hombres.

En las profundidades de Ginnungagap se hallaba el pozo de la vida, Hvergelmir, del que nacían unos ríos que la cruel brisa del norte dejó congelados en forma de unos bloques de hielo macizo.

Transcurrieron los siglos, y los bloques de hielo se amontonaron de forma misteriosa sobre el pozo de la vida y se convirtieron en Ymir, el más grande de todos los gigantes, padre de los terribles gigantes de las heladas y de todos en la estirpe de los gigantes.

Ymir cobró vida, y con él apareció la vaca mágica Audumla, de cuya leche él se alimentaba. No a mucho tardar, el hielo de Ymir se desprendió de él en pequeños fragmentos, cada uno de los cuales se convirtió en un gigante de la escarcha, padres de brujas y nigromantes, de ogros y trols.

Audumla también tenía que comer, así que empezó a dar lametazos al hielo que tenía a su alrededor y halló en él la sal de la vida que había surgido del pozo Hvergelmir.

El primer día en que la vaca mágica se puso a lamer el hielo, apareció allí al atardecer el cabello de un hombre; siguió lamiendo el segundo día, y al atardecer ya se veía la cabeza de un hombre. Al caer la tarde del tercer día, ya tenía allí al hombre entero.

Era el primero de los æsir, y se llamaba Buri. Era alto y fuerte, y de aspecto bien parecido. Su hijo se llamaba Borr, que se casó con la giganta Bestla, y ellos dos fueron el padre y la madre de los æsir, plantaron el árbol del mundo —Yggdrasill— e hicieron la Tierra.

Borr tuvo tres hijos llamados Odín, Vili y Ve, de los cuales Odín —conocido como el «Padre de Todos»— fue el más grande y el más noble.

Lucharon contra el gran gigante de hielo Ymir y le dieron muerte, y las gélidas aguas que manaron de sus heridas ahogaron a la mayoría de los gigantes de la escarcha salvo a uno llamado Bergelmir, que era sabio y astuto, de ahí que Odín le perdonara la vida.

Y así fue porque Bergelmir se construyó un barco al que le puso techumbre, y en él se resguardó con su esposa y sus hijos de forma que pudieron escapar de morir ahogados en la riada.

Odín y sus hermanos arrojaron al muerto Ymir al vacío del Ginnungagap e hicieron con su cuerpo el lugar donde nosotros vivimos: su gélida sangre se convirtió en el mar y los ríos, sus carnes se convirtieron en la tierra firme, y sus huesos en las montañas, mientras que las piedras y las rocas eran sus dientes.

Odín y sus hijos colocaron el mar formando un anillo alrededor de la tierra, y el fresno Yggdrasill, el árbol de la vida, creció para fijarla en su lugar, para darle la sombra de sus imponentes ramas y para sostener aquel cielo que no era sino la coronilla celeste de Ymir.

Recogieron las chispas que llegaban volando desde Muspelheim y con ellas hicieron las estrellas. Trajeron oro fundido desde el reino de Surtur, el demonio de fuego, y con él dieron forma al glorioso carro solar, del que tiraban los caballos Madrugador y Forzudo con la hermosa doncella Sol a las riendas, para mantenerlo en su trayectoria. Por delante de ella iba el reluciente muchacho Mani, que llevaba las riendas del carro lunar tirado por el caballo Raudo.

El sol y la luna se movían veloces y no se detenían jamás a descansar. No se atrevían a parar ni por un instante, ya que a cada uno lo perseguía un feroz lobo jadeante para devorarlos, un sino que caería sobre ellos en el día de la última gran batalla. Estos dos lobos son hijos del mal, ya que su madre era una malvada bruja que vivía en el Bosque de Hierro: su marido era un gigante, y sus hijos eran lobisones y trols.

Después de colocar las estrellas en sus trayectorias y haber iluminado la tierra con el sol y la luna, Odín volvió a centrarse en el nuevo mundo que él había hecho. Los gigantes y otras criaturas malignas ya comenzaban a volverse en su contra, de manera que Odín cogió más huesos de Ymir y extendió las montañas para formar una muralla frente a Gigantlandia, o Jotunheim. Entonces volvió a ocuparse de la tierra creada para los hombres, a la que llamó Midgard o Tierra Media, y comenzó a hacerla fructífera y bella ante sus ojos.

Con los rizos del cabello de Ymir formó los árboles, y con sus cejas la hierba y las flores, y dispuso las nubes suspendidas en las alturas del cielo para que regaran la tierra con sus finas lluvias.

Acto seguido, para crear la humanidad, Odín el Padre de Todos tomó un fresno y un saúco a orillas del mar y con ellos dio forma a Ask y a Embla, el primer hombre y la primera mujer. Odín les dio un alma, su hermano Vili los dotó de la capacidad de pensar y de sentir, y Ve, por su parte, les otorgó el habla, el oído y la vista.

Esta pareja tuvo hijos suficientes para poblar Midgard, pero la maldad y el dolor se apoderaron de ellos, porque los gigantes y otras criaturas malignas adoptaron la forma de hombres y mujeres y se casaron con ellos a pesar de todo cuanto pudiera hacer Odín.

Los enanos tuvieron también su responsabilidad en aquello, porque enseñaron a los hombres a amar el oro y, además, les hablaron del poder que acompaña a las riquezas. Eran esos seres pequeños que vivían en Nifelheim, la región de la niebla, y en unas grandes cavernas subterráneas. Habían sido creados a partir de la carne muerta de Ymir, y los æsir los moldearon en forma de hombres, pero con mucho mayor ingenio en la artesanía del hierro, el oro y las piedras preciosas.

Estos enanos, con Durin como su rey, hacían anillos, espadas y tesoros de un valor incalculable, y extraían el oro de las entrañas de la tierra para que lo utilizaran los æsir.

Así, una vez creada Midgard, Odín se dedicó a dar forma a Asgard, su propia tierra, bella e imponente, en las ramas altas del árbol del mundo, Yggdrasill. El primero sería un palacio entero de oro, deslumbrante, y se llamó Gladsheim, el hogar de la dicha: allí se sentaba Odín en su trono con su reina, la bella Frigga, junto a él.

Acto seguido hicieron palacios para sus hijos, los grandes dioses y diosas que muy pronto participarían en la larga lucha contra las fuerzas del mal: uno para Thor, señor del trueno, y su esposa Sif, la de los cabellos de oro; otro para el joven y valeroso Tyr, el primero en la batalla y guardián de los dioses; o para el radiante Baldur, el más bello de todos los æsir, y su esposa Nanna; o para Bragi e Iduna, que se deleitaban con la música y la juventud; y para Uller el arquero, para Vidar el silente y para muchos otros.

Alrededor de Asgard se levantaron unas murallas y torres, se erigieron salones y palacios, y en el centro se hallaba la hermosa llanura de Ida, donde crecían los alegres jardines frente al hogar de Odín, el palacio del Gladsheim.

Todos los días, Odín y los æsir cruzaban a caballo el puente del Bifrost —que a ojos de los hombres que moran la tierra parece un arcoíris— y descendían al pozo de Urd, bajo una de las raíces del fresno Yggdrasill…, aunque, en realidad, bajaban todos salvo el poderoso Thor, que no se atrevía a pisar aquel arco tan delicado por temor a que su peso pudiera quebrarlo: entonces tenía que dar un rodeo por el duro sendero que atravesaba las montañas, y los gigantes huían despavoridos cada vez que lo veían venir. El puente del Bifrost relumbra en los cielos, porque a su pie arde una hoguera luminosa para impedir que los gigantes lo crucen y lleguen a Asgard.

Abajo, en la...



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