Glover / Margalit / Mckim | Naciones, identidad y conflicto | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 176 Seiten

Reihe: 360º / Claves Contemporáneas

Glover / Margalit / Mckim Naciones, identidad y conflicto

Una reflexión sobre los imaginarios de los nacionalismos

E-Book, Spanisch, 176 Seiten

Reihe: 360º / Claves Contemporáneas

ISBN: 978-84-9784-894-7
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Esta obra, junto con los títulos Nacionalismo: a favor y en contra, y Autodeterminación y secesión completa un estimulante enfoque sobre los nacionalismos. La pluralidad de este fenómeno merece ser examinada atendiendo a los muchos matices de los distintos puntos de vista en liza. La reflexión sobre las propias narrativas e imaginarios de los nacionalismos; la imprescindible conciliación entre identidad nacional y respeto hacia otras nacionalidades; las raíces históricas que se hunden en el Estado moderno; la dimensión psíquica y moral, o los malestares y contradicciones que suscita son desarrollados en una cuidada selección de artículos, a cargo de renombrados especialistas en ciencia política, filosofía o historia de las religiones. Un libro accesible a la par que riguroso, que avanza un debate complejo y polémico que atraviesa, inevitablemente, nuestro tiempo.
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Prólogo El nacionalismo a pesar de su reciente aparición en el panorama de las doctrinas políticas, parece un ave fénix que renace de sus cenizas cuando ya parecía ser una ideología casi enterrada. Como señala Glover en este libro, en Europa especialmente, una de las lecciones que parecía haberse aprendido de las dos guerras mundiales que asolaron durante el siglo XX a la mayor parte de las sociedades del continente fue que el nacionalismo había tenido un papel crucial en el origen de esas dos calamidades. John Dunn había escrito al respecto que el nacionalismo: «es la vergüenza política más cabal del siglo XX; es la más profunda, la más reacia y, sin embargo, la más imprevista de las manchas de la historia política del mundo posterior a 1900» (Dunn, pág. 119). La identificación de nacionalismo como una de las causas de los conflictos recientes fue una de las razones del surgimiento de la Unión Europea como antídoto frente a aquellos vectores nacionalistas. Con la intención desactivar aquellas fuerzas nacionalistas la UE fue asumiendo una gran parte de las competencias soberanas de los Estados y trata a todos los europeos que pertenecen a dicha organización como iguales, con independencia de su nacionalidad. De alguna manera, el racionalismo heredado de la Ilustración parecería estar subyacente a este proyecto más cercano al cosmopolitismo kantiano que al proyecto romántico según el cual cada nación debía tener su Estado propio. A pesar de aquellas conclusiones acerca de las eventuales conexiones del nacionalismo con el conflicto entre Estados, en la actualidad se percibe su renacimiento como concepción político-moral a la que acuden distintos colectivos para lograr determinados objetivos políticos y económicos bajo la forma de autogobierno. Tal resurgimiento puede tener una explicación histórica. En los dos últimos decenios el mapa de Europa ha cambiado notablemente respecto de aquél que podía dibujarse al final de la Segunda Guerra Mundial. Con la fuerza de haber derrotado a la amenazadora Alemania nazi, los Estados Unidos y la URSS pudieron imponer una redefinición artificial de las fronteras europeas que se mantuvieron intactas por más de cuarenta años. Sin embargo, la caída del muro en 1989 cambió dicho escenario. La quiebra del bloque de países comunistas a finales del siglo pasado fue aprovechada por varios grupos nacionales que se sentían oprimidos por aquellas fronteras fijadas artificialmente. De esa manera, entre los escombros que dejó al descubierto el derrumbe del edificio comunista surgieron nuevos Estados nacionales (Chequia, Eslovaquia, Letonia, Estonia, Lituania) a los que hay que añadir posteriormente los que emanaron de la desmembrada Yugoslavia. No es casual que la edición original en inglés de este libro surgiera precisamente en ese momento de efervescencia nacionalista en Europa. El que varias comunidades lograran su sueño nacionalista de tener un Estado propio y así dejar de estar sometidas a voluntades estatales externas fue un galvanizador para las reclamaciones de autogobierno de otras comunidades nacionales incardinadas en las fronteras de Estados europeos a los que perciben como ajenos. En concreto, en Escocia, el norte de Italia, Cataluña o el País Vasco surgieron proclamas por parte de los grupos independentistas que auguraban que sus respectivas naciones serían los próximos Estados en Europa. Como consecuencia de esos movimientos históricos pueden entenderse las actuales reclamaciones de independencia en varios países europeos. De este modo en Escocia los partidos independentistas han logrado que en otoño de 2014 se celebre un referéndum donde se pregunta a los escoceses sobre su voluntad de separarse del Reino Unido. Asimismo en Cataluña existe un anhelo similar de celebrar un consulta análoga pero que se ha encontrado con problemas de legalidad en los que se apoya el Estado español para rechazar su realización. A la efervescencia de estos movimientos nacionalistas que reclaman un Estado propio se le debe sumar que el descrédito del proyecto de la Unión Europea está siendo aprovechado por otros grupos nacionalistas que reclaman la vuelta a un escenario donde tengan protagonismo los entes nacionales-estatales frente al aumento de poder de la UE. Así pues, el debate acerca del nacionalismo está más vivo que nunca en Europa, con comunidades nacionales que reclaman la oportunidad y el derecho de separarse de Estados con los que han venido conviviendo durante siglos. Pero también con grupos nacionales que apuestan por tomar medidas que aseguren la unidad y la homogeneidad interna de su comunidad aunque para ello deban adoptarse políticas que restrinjan la libertad de movimiento de otros ciudadanos extranjeros o que incluso supongan su expulsión del territorio nacional. Por esta razón, tiene sentido preguntarse no solo por la caracterización de nación sino también por su fuerza psicológica que lleva a que tantos individuos vean en ella un pilar donde anclar su identidad personal y colectiva, siendo capaces de subordinar intereses individuales frente a los intereses y bienes que se predican de la comunidad nacional. Ahora bien, no es fácil delimitar con claridad el concepto de nación ni existe sobre él unanimidad valorativa. En efecto, distan de estar claros los rasgos que definen tal fenómeno. No obstante parece que es común a las doctrinas nacionalistas sostener dos tesis. La primera es de base empírica: existen grupos humanos que comparten algún rasgo relevante que les dota de cierto grado de identidad y unidad. Así, se mencionan características como la lengua, la cultura, la religión, las tradiciones, etc. La segunda tesis del nacionalismo es normativa pues se trata de una concepción política acerca de quién es el titular del poder político en un territorio y sobre unos sujetos determinados. Para el nacionalista tal titular es el sujeto colectivo al que se refieren como «pueblo» o «nación» y que tiene voluntad para decidir su futuro político. Así por ejemplo, Fichte definió nación como el estado de opinión que se genera cuando se tiene conciencia de ser una comunidad moral y de su función política. Dicho de otra manera, el conjunto de elementos empíricos que conforman una nación es razón suficiente de su pretensión de ser una comunidad política independiente o soberana. Sin embargo, ninguna de esas características es condición necesaria o suficiente para definir una nación, entre otras razones, porque como señala Gellner, «las naciones no son algo natural, no constituyen una versión política de la teoría de las clases naturales; y los Estados nacionales no han sido tampoco el evidente destino final de los grupos étnicos o culturales». En efecto, la tesis empírica es controvertida, pues lo cierto es que no se han podido establecer de forma convincente los rasgos que identifican una nación. Por otro lado, como reiteradamente señalan algunos de los autores de esta compilación, no existe una única manifestación «nacionalista», pues los defensores del nacionalismo a veces hablan de nacionalismos políticos, culturales (Margalit; 115), conservadores, liberales, atávicos, modernos, de exclusión, de resistencia (Feinberg; 105), etc. Con independencia de los rasgos sobre los que contingemente se puede alzar una comunidad nacional, para los que defienden las virtudes del nacionalismo éste tendría dos puntos fuertes. En primer lugar, satisfaría una profunda necesidad de los seres humanos: la de pertenecer a una sociedad que les posibilite una forma de vida completa o al menos más densa de lo que podría ser en otros contextos o diseños sociales. Este era el argumento principal de Herder y de la filosofía romántica que en el siglo XIX ensalzó el espíritu nacional. En la actualidad es Charles Taylor quien, en el artículo incluido en esta compilación, señala, por un lado, que no debería establecerse un vínculo entre nacionalismo y atavismo: «El nacionalismo, como quería decir, no puede comprenderse como una reacción atávica. Es un fenómeno que representa la quintaesencia de la modernidad» (Taylor, pág. 69). Y por otro lado, arguye que el nacionalismo constituye una reacción legítima frente a las amenazas a la dignidad: «Trato de identificar la fuente del moderno giro nacionalista: la negativa –acaecida en primer lugar entre las élites– a incorporarse a la cultura metropolitana, como forma de reconocer la necesidad de la diferencia, pero existencialmente experimentada como un reto, es decir, no simplemente como una cuestión de valioso bien común que daba crearse, sino sentida también visceralmente como una cuestión de dignidad, en la que se halla implicado el valor propio. Esto es lo que confiere su fuerza emocional al nacionalismo. Esto es lo que, con tanta frecuencia, lo sitúa en el registro del orgullo y la humillación» (Taylor, pág. 72). En efecto, el nacionalismo propiciaría de manera clara algunas virtudes como son la lealtad, el compromiso, el sacrificio personal o la bonhomía entre los miembros de la comunidad. Para MacIntyre, el patriotismo, entendido como virtud política ligada al nacionalismo, establece que se debe actuar según la concepción de la vida buena mayoritaria en la sociedad donde se vive, por lo que cuando no es posible acomodar los intereses de dos naciones que entran en conflicto por alguna cuestión, entonces los nacionales tendrán derecho en elegir su propio bando....


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