Gasa Serrado | Tormenta de verano (epub) | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 174 Seiten

Reihe: eMilenio

Gasa Serrado Tormenta de verano (epub)


1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-9743-996-1
Verlag: Milenio Publicaciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 174 Seiten

Reihe: eMilenio

ISBN: 978-84-9743-996-1
Verlag: Milenio Publicaciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Cuando Carlo regresa a Barcelona tras la muerte de su madre, no pensaba encontrarse tan rápidamente con su pasado. Victoria y Miguel han acudido al tanatorio a consolarlo. Él, su mejor amigo desde la infancia. Ella, su amor de juventud. Victoria y Miguel ahora están casados. Tras ese reencuentro, el matrimonio invita a Carlo a pasar el verano con ellos en el Empordà, una propuesta que este acepta. La relación entre Victoria y Miguel no pasa por su mejor momento, así que, para ambos, la llegada de Carlo supone un estímulo a su rutina aunque tendrá consecuencias que en ese momento ninguno de los tres son capaces de prever.

Toni Gasa (Lleida, 1979) es licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, máster en Marketing Digital y doctorando en Arquitectura, Diseño, Moda y Sociedad en la Universidad Politécnica de Madrid. Después de algunas colaboraciones en medios de comunicación, ha desarrollado su carrera profesional como director de comunicación en el sector de la moda y el lujo. Ha vivido en Barcelona y desde hace ocho años reside en Madrid.
Gasa Serrado Tormenta de verano (epub) jetzt bestellen!

Autoren/Hrsg.


Weitere Infos & Material


I

—Pensaba que ya no vendrías —dijo Miguel mientras veía a Carlo reflejado en el espejo. Terminó de secarse las manos y se abrazó a su amigo—. Lo siento mucho. ¿Ya la has visto?

—No, todavía no.

—Te acompaño antes de que la bajen, el funeral no tardará en empezar. Victoria está llegando.

Carlo salió del baño al cabo de unos minutos con la cara empapada y sacudiéndose las manos mojadas.

—Vamos —dijo Miguel pasándole el brazo por la espalda.

El sol de finales de julio entraba a raudales por la inmensa cristalera de la fachada del edificio de líneas modernas y minimalistas, lo que creaba un efecto galáctico en el largo pasillo que recorrían a paso lento. A un lado se sucedían una serie de puertas de madera clara, algunas cerradas, otras entreabiertas y, al otro, dos estructuras lineales de color gris a modo de sofá que proyectaban todavía más el pasillo hasta el infinito. Un conjunto de cuerpos sentados, de pie y en movimiento, emitían un susurro denso que ascendía por la desproporcionada altura interior del edificio, y rebotaba sobre sus cabezas aplastándolos como una mole de cemento. Carlo dejó de andar porque Miguel lo retuvo delante de una puerta abierta de par en par idéntica a las que habían acompañado su trayecto desde los servicios. No leyó el letrero con el nombre de su madre. Entraron y, nada más verle, una señora se le abalanzó para darle un abrazo seguido de dos besos. Carlo buscó con la mirada a Miguel, pero sus ojos se cruzaron con otros que reconoció al instante. Se enfrentó a una decena de personas que querían besarlo, abrazarlo y estrecharle la mano. No reconocía esas presencias que se le acercaban con cara de circunstancia, salvo a ella. Victoria esperó su turno para abrazarlo y besarlo. Le susurró al oído que lo sentía mucho y, cuando quiso darse cuenta, Manoli, la señora que lo recibió a besos y prima de su madre con la que estaba muy unida, ya se lo había llevado hacia el fondo de la sala. Detrás de una pared de cristal vio a su madre por última vez. Notó que algo le oprimía el pecho. Apretó los dientes mientras se le tensaba el cuerpo y una corriente fría le subía desde los pies hasta la cabeza y le volvía a bajar, provocándole un temblor incontrolable. Victoria se acercó hasta el cristal y apoyó su mano en la espalda de Carlo. Se quedaron así unos minutos, pocos, muchos, no era capaz de percibir el tiempo real, como si se hubiera adentrado en una dimensión desconocida, mientras Manoli, que en todo momento llevó la iniciativa, no dejaba de repetir unas frases que Carlo parecía no entender. Al otro lado de la pecera yacía su madre, menguada, dentro de una caja de madera noble y reluciente, el pelo corto, casi blanco —la última vez que la vio había dejado de teñirse—, que daba todo el protagonismo a una cara sin expresión pero que conservaba su belleza de rasgos serenos. La camisa blanca de seda con la que la habían amortajado se confundía con el forro del féretro, creando un efecto deslumbrante que enfriaba más todavía su contemplación. A los pies, apoyadas en las peanas que sujetaban la caja, había tres coronas de flores. Una de ellas llevaba una banda donde leyó: «De tu querido hijo».

En un susurro respetuoso pero firme, un chico joven vestido con un traje negro de mala calidad y una talla más grande de la que necesitaría, les pidió por favor que fueran bajando hacia la sala multiconfesional. Obedecieron y, al salir por la puerta, Victoria se quedó al lado de Miguel, que había esperado fuera todo el tiempo con Eulalia, su madre, y otras señoras igual de bien vestidas. Carlo fue rodeado por un grupo de personas que enseguida formaron una comitiva que se puso a marchar por el pasillo como si fueran atraídos por los halos de luz que atravesaban el corredor.

A ambos lados de la pared de hormigón que hacía las funciones de altar, dos cristaleras de suelo a techo dejaban entrar los rayos del sol dibujando sombras abstractas sobre el suelo gris. El frío helador del aire acondicionado los fue recibiendo. Carlo se ubicó en la primera fila de bancos acompañado de la prima de su madre, del marido de esta y de una de sus hijas. De pie recibieron al ataúd, que entró por uno de los laterales sobre un carrito con ruedas empujado por el chico del traje grande y por un compañero que podría ser su clon. Quedó expuesto en un lateral del altar, acompañado de las coronas de flores. Miguel y Victoria se sentaron en uno de los últimos bancos ocupados, que no llegaban a la mitad de la sala, y siguieron las palabras mecánicas del cura sin dejar de observar a Carlo, al que solo veían de espaldas. Apenas pasados veinte minutos, y dos piezas de música clásica anodinas tocadas en directo por un piano electrónico y un violín, el cura dio por finalizada la ceremonia y los asistentes fueron invitados a salir por una de las cristaleras que daba directamente al jardín del tanatorio mientras casi al mismo tiempo se abría la puerta principal de la capilla y entraban los asistentes al siguiente servicio.

Carlo recibió el pésame de todos los presentes. Reconoció algunas caras, sobre todo de las que habían sido compañeras de trabajo de su madre. Eulalia, otra de las caras conocidas, se despidió cariñosa, como siempre había sido con Carlo, y también besó a Miguel y a Victoria antes de marcharse. Los dos esperaron a que la mayoría de asistentes se hubiera ido para acercarse a Carlo. El sol de la primera ola de calor del verano caía con aplomo sobre sus cabezas, por lo que buscaron un saliente del edificio para resguardarse de su contundencia. Antes de que sus amigos pudieran decirle nada, Carlo se adelantó y les pidió que se fueran a casa, que prefería que no se quedasen al entierro. Miguel le dio un abrazo más largo que el que le había dado en los baños y no pudo evitar que unas lágrimas se asomaran a sus ojos sin llegar a derramarse. Victoria, con los ojos todavía llorosos escondidos detrás de unas gafas de sol de grandes dimensiones, le dio su tarjeta de visita donde constaba el nombre de la revista donde trabajaba y su número de teléfono móvil después de abrazarle y darle un beso largo en la mejilla. Carlo prometió que les llamaría al día siguiente.

En el coche, que llevaba varias horas aparcado a la intemperie, el calor era todavía más insoportable. Miguel, tomando la carretera para volver a la ciudad, bajó todas las ventillas y conectó el aire acondicionado a la máxima potencia. Barcelona se extendía a sus pies desdibujada por una fina bruma de calor y polución que la cubría por completo, desde la misma montaña de Collserola hasta el mar. Cuando dejaron las curvas, Victoria subió las ventanillas. Miguel conectó la radio para rellenar el silencio que les acompañaba, apenas se habían cruzado cuatro frases desde que se habían encontrado en el tanatorio. Una locutora de voz impostada preguntaba a un experto acerca de consejos para cuidar de las plantas durante los meses de vacaciones. Victoria la apagó cuando el coche pisó las calles del primer barrio que quedaba a los pies de la ladera del Tibidabo y le pidió a Miguel que la acercara hasta la redacción de la revista porque tenía una comida de trabajo. Cuando hubieron llegado, se despidieron con un beso fugaz y Miguel deshizo el camino hasta su oficina, en el otro extremo de la ciudad, a pocas manzanas de su casa.

En unos días, los barrios más alejados del centro quedarían desiertos, pero ese mediodía, a pesar de estar a finales de julio, el tráfico todavía era intenso. No tenía prisa por llegar al estudio, conducía despacio, mecánico, absorto en recuerdos de infancia que ya quedaban muy lejos. Carlo siempre estuvo en su vida, no recordaba cuándo ni cómo llegó. ¿Compartieron pupitre el primer día de colegio? ¿O empezaron a entenderse jugando al fútbol durante el recreo? No sabría decir cuál fue la primera vez que lo vio pero sí recordaba bien la última. Y le dolía rememorarla. Un dolor que se llenó de tristeza después de la visita al tanatorio. Sabía por su madre que Asun, la madre de Carlo, había tenido un cáncer de pecho pero pensaba que se había recuperado. Le sorprendió la noticia, y no pudo evitar pensar en la suya, que tenía casi la misma edad. Estaba bien de salud, pero la sola idea de tener que enfrentarse a su muerte, o a la de su padre, algo en lo que ya empezaba a pensar con cierta frecuencia, le producía tal desasosiego que lo borraba enseguida de su mente. El WhatsApp en que Eulalia le daba la noticia del fallecimiento de la madre del que había sido su amigo inseparable, lo dejó muy triste. A pesar de los años que hacía que no se hablaban, no pudo evitar cierta inquietud por un reencuentro muchas veces imaginado. Quería estar preparado pero nadie le pudo confirmar si Carlo asistiría o no al funeral. Seguía siendo imprevisible. Su cuatro por cuatro subía por una calle del Eixample mientras reproducía el encuentro con su amigo en el baño del tanatorio. Lo reconoció antes siquiera de verlo con claridad. Estaba con la mirada distraída mientras se lavaba las manos pero notó una presencia que llenó enseguida la aséptica estancia que olía a desinfectante. Y habían pasado trece años. Empezaba a notar cómo los nervios que le habían acompañado desde ese momento se iban aflojando y un calor en forma de hormigueo le recorría de forma simultánea el estómago, las piernas y los pies. Acababa de aparcar en el garaje del edificio donde tenía el estudio de arquitectura pero no se decidía a salir del coche. Estaba atrapado en un verano de trece años atrás casi tan caluroso como aquel.

En realidad, Victoria no tenía ninguna cita de trabajo, pero en esas circunstancias prefería estar a solas para digerir...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.