Faria Stolarz | Proyecto Amanda. En mil pedazos | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 320 Seiten

Reihe: Proyecto Amanda

Faria Stolarz Proyecto Amanda. En mil pedazos


1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-675-5961-3
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 320 Seiten

Reihe: Proyecto Amanda

ISBN: 978-84-675-5961-3
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Callie, Hal y Nia siguen recomponiendo el puzle de Amanda, esa chica misteriosa que puso sus vidas patas arriba y luego desapareció. En esta tercera entrega, los tres amigos ya conocen su verdadera identidad: saben que su madre ha muerto y que tiene una hermana mayor llamada Robin. Las pistas se amontonan y en la web del Proyecto Amanda no dejan de aparecer comentarios... ¿Dónde está Amanda? ¿Y qué intenta decirnos con sus mensajes? El misterio continúa, y en esta ocasión es Nia la que nos cuenta cómo intentan desvelarlo...

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Érase una vez una chica llamada Amanda. Tanto física como emocionalmente, era lo más parecido a las burbujas de una copa de champán... Un día, apareció en la vida de Nia, la cambió por completo y la hizo mirar al mundo desde otra perspectiva. Luego, desapareció sin dejar rastro y el cuento de hadas de Nia se convirtió en su peor pesadilla.

Hola fieles lectores. Nia al habla. Por fin ha llegado mi turno para contaros cómo sigue nuestra historia. No es que no me fíe de Hal y de Callie, pero... Bueno, ya sabéis quién lleva aquí la voz cantante, ¿no? Mejor empiezo por el principio. El párrafo anterior describe más o menos lo que sentí cuando Amanda se fue. ¿Por qué? Porque puso mi vida patas arriba y luego desapareció sin mirar atrás. Eso sí, me dejó unos amigos estupendos que jamás habría imaginado tener. También hizo que me convirtiera en la persona que soy ahora, una Nia que jamás pensé que llegaría a ser.

Pero volvamos a nuestra historia...

Lugar: Mi habitación

Personajes: Hal, Callie, yo y algunos personajes sorpresa

Hora: 16:30 h

Aquí estábamos los tres, reunidos en mi guarida. Mi madre había decorado las paredes con pósters de las diosas del cine y los grandes defensores de la libertad de mediados del siglo XX. Mis héroes.

Nadie hubiera podido imaginar esta situación hace apenas unas semanas. ¿El artista solitario y la ex Chica I pasando el rato con la reina de los marginados? Ahora todo era distinto. Gracias a Amanda, la chica que nos había convertido en sus guías.

Y como guías que éramos, estábamos repasando las pocas pistas que nos había dejado dentro de una caja de Pandora llena de misterios, la misma que rescatamos de casa de los Bragg.

–Mirad esto –dijo Callie riendo.

Nos enseñó la foto de una niña de cinco años, seguramente Amanda, disfrazada de duendecillo en Halloween.

Habíamos encontrado la caja junto con otras pertenencias de Amanda en Tócala Otra Vez, Sam, una tienda de segunda mano del centro. La propietaria, Louise, era una mujer imponente y con cierto aire de divinidad griega. Fue ella la que nos condujo hasta la caja, pero no conseguimos sacarle más información.

Al principio no fuimos capaces de abrirla. Hasta que, gracias al trabajo en equipo, apretamos todos los botones a la vez y... ¡voilà! En aquella ocasión tuvimos que revisar su contenido a toda prisa, así que no hubo tiempo para sacar nada en claro y menos aún para saciar nuestra curiosidad.

Amanda era un puzle, y aquel cofre contenía muchas de sus piezas, unas piezas que no tenían sentido por separado, pero tal vez podrían proporcionarnos alguna pista vistas en conjunto.

Entre todos los papeles había una tarjeta de felicitación de esas que se envían a los que acaban de ser padres. Estaba firmada por un tal doctor Joy, el mismo que le dio el alta al subdirector de nuestro instituto después de que alguien le agrediera en su despacho. También apareció el certificado de defunción de Annie Beckendorf y un documento que le otorgaba la custodia de su hija pequeña a Robin Beckendorf, su hija mayor. Del paradero del padre no había el más mínimo indicio.

Justo después encontramos la foto de una mujer con dos niñas. En el reverso alguien había escrito «Las chicas Beckendorf». De ahí dedujimos que Amanda era la hija pequeña de la que hablaba el documento sobre la custodia legal. Annie Beckendorf debía de ser su madre, y Robin, su hermana mayor y su tutora legal tras la muerte de Annie.

Esta historia no tenía nada que ver con lo que Amanda nos había contado sobre su familia, pero a estas alturas de la película, no nos sorprendía en absoluto.

Para rizar más el rizo, nos topamos con otra foto en la que salían varias personas con la cabeza recortada. ¿Por despecho tal vez? No, eso no era propio de Amanda. Seguramente las había recortado para pegarlas en un collage, un dibujo o incluso un medallón.

También encontramos un trozo de papel arrugado con un poema incompleto. Lo había escrito Amanda, sin duda, pero los dos primeros versos estaban tachados y el quinto y último tenía tres opciones entre barras. Parecía que Amanda no se había decidido por ninguna de ellas.

La caja contenía un maremágnum de objetos rarísimos: una bolsita llena de tierra aromática, viejos billetes de avión y de autobús con destinos como Denver y Washington, folletos turísticos de Orion y una pulsera de esas que te ponen en el hospital.

En resumidas cuentas, todo esto no tenía ni pies ni cabeza, pero estaba claro que los objetos eran importantes para Amanda, ya que los había guardado como oro en paño y los llevaba consigo de una punta a otra del país.

¿No es cierto?

Al principio no llevamos el cofre a mi casa por miedo a que la cotilla de mi madre se pusiera a hurgar en mis cosas. No obstante, ahora estaba muy ocupada organizando una subasta solidaria en la parroquia. Y dado que mi casa tenía una alarma de seguridad, el hueco libre detrás de los volúmenes de la Enciclopedia Británica que había en mi armario se convirtió en el escondite perfecto.

–¡Guau! –exclamó Callie, que sostenía en la mano una foto de Amanda, con unos trece años, el día que la bautizaron en un lago–. No tenía ni idea de que fuera religiosa.

–Una vez me contó que la habían educado en el unitarismo y que sus padres no buscaban las respuestas a los misterios metafísicos de la existencia. Más bien se preocupaban por cosas como la moral del ser humano –recordó Hal sonriendo–. Es curioso lo fácil que resulta acordarse de las palabras de Amanda. ¿Por qué no pasará lo mismo con lo que dicen los profes?

Empecé a mordisquearme la uña del pulgar (menudo disgusto se iba a llevar mi madre al ver mi manicura francesa). Yo también había recordado algo. En una ocasión, Amanda me dijo que estaba buscando una iglesia católica para confirmarse, y yo le sugerí que se uniera a la mía.

–Vamos, que te contó una trola –afirmé frunciendo el ceño.

–Sí, bueno, menuda novedad –añadió Callie soltando un bufido.

En cierto sentido, nunca imaginé que Amanda fuera capaz de mentir. Siempre parecía tan segura cuando hablaba, que no había razón alguna para desconfiar de ella. Ahora, sin embargo, desde que me había hecho amiga de Hal y Callie, no dejaba de poner en duda todas y cada una de sus palabras.

Hasta ahora, la cosa más surrealista de nuestra historia ocurrió cuando Heidi Bragg, la cabecilla de las Chicas I y la más popular del instituto Endeavor, le puso ojitos de cordero degollado a Hal y le mangó la caja de Amanda. No me lo invento, eso fue exactamente lo que pasó. Fue como si lo hubiera hipnotizado con sus encantos, y de repente... ¡catapúm! La caja había desaparecido.

Por suerte, la encontramos en el despacho secreto de la señora Bragg, junto a una pequeña neverita donde había frascos con muestras de sangre. Todo este asunto estaba empezando a tomar un matiz algo diabólico. A juzgar por los golpes y arañazos que tenía la caja, Heidi y/o su madre habían intentado abrirla sin éxito.

Mientras Callie y Hal seguían ojeando más fotos y papeles, alargué la mano para coger el libro que tenía sobre la mesilla de noche. Ya iba siendo hora de que fuera completamente sincera con ellos... Había encontrado el libro bajo mi almohada, poco después de la desaparición de Amanda, pero hasta ahora no se lo había dicho a nadie.

Era una primera edición de Ariel, el último poemario de Sylvia Plath, y estaba envuelto en varias capas de papel vegetal de color plateado. Inspiré profundamente, convencida de que escondía un mensaje, y empecé a rememorar mi primer encuentro con Amanda.

La sección de libros antiguos y descatalogados de la biblioteca se encontraba al fondo de la sala, oculta tras las firmes columnas del edificio. Era el lugar al que huía cuando quería alejarme del mundo real. Me sentía a gusto entre aquellos tomos viejos y deteriorados, llenos de páginas amarillentas que guardaban multitud de secretos. Siempre podía refugiarme allí si necesitaba un respiro.

Así que ahí estaba yo, pensando en mis cosas, cuando de repente entró alguien.

–Hola, ¿qué hay? –dijo una chica de improviso.

No sé cómo me vio, teniendo en cuenta que estaba escondida estratégicamente detrás de una enorme columna de mármol. Una misteriosa sonrisa se dibujó en su rostro. Parecía la persona más feliz del mundo, algo que a mí, por muchas razones que no lograba explicar, me sacaba de quicio.

–Hola –murmuré.

Entonces me fijé en ella. Tenía el pelo color azabache, a media melena y con el flequillo al estilo de los años 20. Parecía recién salida de una película en blanco y negro protagonizada por Rodolfo Valentino o Greta Garbo. Su vestido era sobrio y sencillo,...



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