de Valdés | Diálogo de la doctrina cristiana | E-Book | sack.de
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E-Book, Englisch, Band 53, 196 Seiten

Reihe: Religión

de Valdés Diálogo de la doctrina cristiana

E-Book, Englisch, Band 53, 196 Seiten

Reihe: Religión

ISBN: 978-84-9953-045-1
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Diálogo de doctrina cris­tiana constituye, una de las obras más representati­vas del influjo erasmiano en España. El contenido del Diálogo es muy parecido a otro libro de Juan de Valdés, el Alfabeto cristiano, escrito unos años después en Nápoles (y publicado también en versión italiana en 1546), donde sostiene la doctrina de la jus­tificación por la fe. Valdés da a su Diálogo de la doctrina cristiana la forma de coloquio, tan difundida en el Renacimiento, y utilizada especialmente por Erasmo en sus escritos, e introduce a tres personajes: Antonio, Eusebio y Fray Pe­dro de Alba, arzobispo de Granada.

Juan de Valdés (Cuenca, 1509-Nápoles, 1541), humanista, erasmista y escritor español. Son pocas y vagas las noticias que se tienen de sus primeros años. Estudió en Alcalá de Henares y a principios de 1528 comenzó su correspondencia con Erasmo de Rotterdam. Entró al servicio del marqués de Villena, periodo decisivo en su formación religiosa. Al aparecer su primer libro, Diálogo de doctrina cristiana (Alcalá de Henares, 1529), fue denunciado ante la Inquisición, y marchó a Italia, donde residió hasta su muerte. En 1534 vivió en Roma y un año después en Nápoles, en ambos lugares como agente político del emperador, aunque poco después fue víctima de la reacción antierasmista de la Inquisición española. En Nápoles trató a Garcilaso de la Vega, miembro de la Academia Pontaniana. En los años que siguientes escribió consideraciones piadosas, trabajos exegéticos, traducciones parciales de la Biblia y algunos diálogos destinados a aclarar conceptos y ampliar las conversaciones que tenía con los adeptos a sus doctrinas religiosas en la tertulia que mantuvo en su casa, un verdadero círculo de reformistas y religiosos. Todos esos trabajos Manuscritos fueron conservados y transmitidos por la más famosa de sus discípulas, Giulia Gonzaga. Se especula que fue autor del Lazarillo de Tormes, pero la idea parece descartada por los estudios actuales. Sus textos religiosos, se encuentran a medio camino entre el catolicismo y la reforma luterana y llegaron a tener gran resonancia en Europa, incluso se atribuye a Valdés y en especial a sus discípulos, los llamados valdesianos, la entrada del protestantismo en Italia. Madrid, Editora Nacional, 1979.
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El credo o símbolo de los apóstoles
Eusebio: Decís muy bien, y pues decís que lo primero que a los niños se debe enseñar es el Credo, es menester que nos digáis sobre cada artículo de él lo que os parece se les debe decir. Arzobispo: Soy contento. Preguntádmelo vos de la manera que lo deseáis saber y yo os responderé, y de esta manera quedará declarado, de suerte que pueda el cura tomar para sus muchachos lo que mejor pareciere. Antronio: Sea así. Eusebio: El primer artículo dice: Creo en Dios Padre Todopoderoso, que crió el cielo y la tierra. Arzobispo: Así es verdad. Eusebio: Pues veamos ahora, cuando decimos Dios, ¿qué hemos de entender? Arzobispo: Que es un ser eterno que ni jamás tuvo principio ni ha de tener fin, y que es tal que no hay cosa que en grandeza ni en sabiduría se le pueda igualar. El cual con sólo su querer crió todas las cosas, así visibles como invisibles, y con su maravillosa sabiduría las rige y gobierna; con su suma bondad todas las apacienta y conserva; el cual también restituyó al linaje humano de la miseria en que por el pecado del primer hombre cayó. Eusebio: Veamos, ¿qué es el provecho que de considerar estas tres cosas en Dios se puede sacar? Arzobispo: Yo os lo diré: que cuando le consideramos omnipotente, nos sometemos todos y del todo a El, viendo que delante de su majestad es nada toda la alteza de los hombres y de los ángeles; y así, luego, con grandísima fe y entera certidumbre, creemos todas las cosas que en la Sagrada Escritura se cuentan que hizo; y también creemos que acontecerá lo que prometió que aconteceríe, y de aquí viene que, desconfiando de nuestras fuerzas, que son en la verdad flacas y ruines, nos ponemos muy de verdad en las manos de Aquel que puede todo lo que quiere. Cuando pensamos en su suma sabiduría, ningún caso hacemos de nuestra sabiduría ni de la de ningún hombre, pero creemos que todas las cosas que Él hace las hace recta y justamente; puesto caso que al juicio humano algunas parezcan absurdas. Cuando consideramos su suma bondad, conocemos claramente que ninguna cosa hay en nosotros que no la debamos a su magnífica liberalidad, y pensamos también que no hay pecado, por grave que sea, que El no huelgue de perdonar al que muy de veras se vuelve y convierte a El, y además de esto, que ninguna cosa hay en el mundo que El no huelgue de dar al que con entera confianza se la pide. Eusebio: Y, veamos, ¿creéis que basta solamente creer que es Dios tal como decís? Arzobispo: No, de ninguna manera; antes, además de esto, es menester que con sincero y puro ánimo pongamos en El todo nuestro amor, esperanza y confianza, y abominemos y maldigamos a Satanás con toda la idolatría y todas las maneras de artes mágicas, y que a un solo Dios adoremos y ninguna cosa haya que tengamos en más ni en tanto como a El: ni ángel, ni padres, ni señor, ni riquezas, ni honras, ni deleites; así que estemos aparejados a perder la vida por su causa, con entera y firme certidumbre que no puede perecer el que se pone todo en sus manos. Eusebio: Veamos; ¿hay alguna cosa que debamos honrar, temer o amar, sino a un solo Dios? Arzobispo: Si alguna cosa honraremos, si algo temeremos, si algo amaremos fuera de El, por su amor lo debemos honrar, tener y amar, atribuyéndolo todo a su gloria, dándole siempre gracias por todas las cosas que nos sucedieren, ahora sean tristes, ahora sean alegres. Antronio: Veamos, señor, ¿eso es para todos? Arzobispo: Sí, sin duda; para todos los que quisieren gozar de la pasión de Jesucristo es esto, y no para unos más que para otros. Eusebio: Está bien, vamos adelante. El segundo artículo es creer en Jesucristo, Hijo de Dios, un solo señor, Dios nuestro. Arzobispo: Es verdad. Eusebio: Pues decidnos, ¿cómo pudo ser que el mismo Jesucristo fuese Dios inmortal y hombre mortal? Arzobispo: Fue esa una cosa muy ligera de hacer a Aquel que puede todo lo que quiere; y además de creer que Jesucristo es tal por causa de la naturaleza divina que tiene común con el Padre, todo lo que de grandeza, de sabiduría y bondad atribuimos al Padre, lo hemos de atribuir también al Hijo; y todo lo que debemos al Padre, hemos de creer que se lo debemos también al Hijo. Verdad es que quiso el eterno Padre criar todas las cosas y dárnoslas mediante el Hijo. Eusebio: ¿Por qué la Sagrada Escritura llama al hijo Hijo? Arzobispo: Porque es propio del Hijo ser engendrado y nacer del eterno Padre. Eusebio: ¿Por qué lo llama único? Arzobispo: Por hacer diferencia entre el Hijo natural, que es Jesucristo, y los hijos adoptivos que son todos los que están allegados y unidos con El por unión de amor. Eusebio: Pues veamos, ¿por qué quiso Dios que su Hijo, siendo Dios, se hiciese hombre? Arzobispo: Porque mediante hombre fuesen los hombres reconciliados con Dios. Antronio: Huélgome en extremo de oíros, porque si bien pregunta el uno, muy mejor responde el otro. Eusebio: Yo os prometo que vos oigáis cosas de que más os maravilléis. El tercer artículo es creer que Jesucristo fue concebido por obra del Espíritu Santo, y que nació de la Virgen María. Decidnos la causa por qué quiso nacer de esta manera. Arzobispo: Porque así convenía que naciese Dios y así era necesario que naciese el que venía a limpiar las inmundicias y suciedades de nuestro nacimiento. Quiso Dios nacer hijo humano para que nosotros, naciendo atra vez en virtud suya, por nuevo nacimiento espiritual, naciésemos hijos de Dios. Eusebio: Y decidme, ¿hemos de creer que este mismo Jesucristo conversó acá en el mundo, e hizo aquellos milagros, y enseñó aquellas cosas que cuentan los evangelistas? Arzobispo: Mucho mejor que creer que yo soy hombre. Eusebio: Luego, ¿también hemos de creer que es éste el Mesías que estaba figurado en las figuras de la ley vieja, el cual habían prometido los profetas, y los judíos por luengo tiempo habían esperado? Arzobispo: Sí, sin ninguna duda, y de la misma manera debéis creer que para alcanzar entera y perfecta santidad, basta imitar y seguir la vida y doctrina del mismo Jesucristo. Eusebio: De estos tres artículos pasados, yo quedo bien satisfecho. El cuarto ya sabéis que es creer que este mismo Jesucristo, señor nuestro, padeció muerte y pasión en tiempo de Poncio Pilato, y que fue crucificado, muerto y sepultado. Arzobispo: Sí sé; pero también conviene que sepamos que fue cordero sin mancilla y que padeció todas estas cosas muy de buena gana, sin culpa suya, y como aquel que para nuestra salvación mucho las deseaba padecer, y también que fue todo por ordenación de su Eterno Padre. Eusebio: Decidnos más, ¿por qué el Padre quiso que su tan querido Hijo, siendo la misma inocencia, padeciese cosas tan crueles, tan indignas y terribles? Arzobispo: Porque mediante este altísimo sacrificio fuésemos reconciliados con El cuando pusiéremos en su nombre toda la confianza y esperanza de nuestra justificación. Eusebio: Decidnos otra cosa, ¿por qué consintió Dios que todo el linaje humano cayese de tal manera?; y ya que lo consintió, veamos, ¿no pudiera reparar por otra vía nuestra caída? Arzobispo: Esto me da a mí a entender, no la razón humana, la cual de esto alcanza muy poco, sino la fe, que por ninguna otra vía se pudiera hacer mejor ni con más utilidad nuestra. Antronio: Una cosa ha mucho que yo deseo saber, la cual os quiero preguntar: ¿por qué quiso Jesucristo morir esta manera de muerte antes que otra ninguna? Arzobispo: Porque estaba así profetizado, y porque el mundo la tenía esta manera de muerte por la más deshonrada de todas, porque los tormentos de ella son crueles y pesados; así que de tal muerte convenía que muriese Aquel que, teniendo extendidos los brazos hacia todas las partes del mundo, convida a todas las gentes de él a la salud y vida eterna. Y asimismo llama a los hombres que están chapuzados en cuidados terrenales, a que gocen de los gozos celestiales; y, en fin, puesto de aquella manera en la cruz, nos representó la serpiente que Moisés colgó del madero, para que los que fuesen mordidos por las serpientes, poniendo los ojos en ella, sanasen. Eusebio: Está bien; pero veamos, ¿porqué quiso ser sepultado con tanta curiosidad, envuelto con ungüentos, encerrado en nuevo monumento cavado en piedra viva, y sellada la puerta y puestas guardas públicas? Arzobispo: Por muchas causas, y la una es porque fuese más notorio y claro que verdaderamente había resucitado, y no resucitó luego; porque si la muerte fuera dudosa, fuéralo también la resurrección, la cual quiso El que fuese certísima. Eusebio: Pues nos habéis ya satisfecho a nuestras preguntas, vamos adelante. El quinto artículo es creer que descendió a los infiernos y que resucitó al tercero día de entre los muertos. Antronio: Veamos, ¿padeció allí algún detrimento? Arzobispo: No, de ninguna...


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