de la Torre Díaz | Adolescencia, menor maduro y bioética | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 24, 176 Seiten

Reihe: Dilemas éticos de la medicina actual

de la Torre Díaz Adolescencia, menor maduro y bioética


1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-8468-739-9
Verlag: Universidad Pontificia Comillas
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, Band 24, 176 Seiten

Reihe: Dilemas éticos de la medicina actual

ISBN: 978-84-8468-739-9
Verlag: Universidad Pontificia Comillas
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Esta obra es el resultado de la reflexión desde una perspectiva interdisciplinar en torno al tema del menor maduro y la adolescencia desde el punto de vista de la sociología, el derecho, la antropología, la medicina y la reflexión política. Sin duda, nos encontramos ante una publicación novedosa y sugerente que aportará claves para un mejor debate social en torno un tema que a nadie deja indiferente.

Javier de la Torre es doctor en Derecho y licenciado en Filosofía y Teología Moral. Ha enseñado en la Universidad San Pablo-CEU, la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Desde 2005 se ha incorporado a la Universidad Pontificia Comillas a tiempo completo. Es Director del Departamento de Teología Moral y Praxis de la Vida Cristiana desde enero de 2021. Ha dirigido la Cátedra de Bioética y el Máster de Bioética entre abril de 2006 y enero 2019. Preside el Comité de Ética de la Unversidad, dirige la Revista Iberoamericana de Bioética e imparte clases de Teología Moral y Bioética en la Facultad de Teología. Ha publicado más de una docena libros, editado más de veinte libros y escrito más de setenta artículos de su especialidad.
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PRÓLOGO

SOBRE LA AUTONOMÍA Y LA DEPENDENCIA. PADRES, PROFESIONALES Y ADOLESCENTES

Dr. Francisco Javier de la Torre Díaz

Los días 16 al 18 de Abril de 2010 nos reunimos en Salamanca unos cincuenta especialistas de bioética para reflexionar sobre un tema de actualidad. Los debates sociales generados en torno a la posibilidad de abortar menores sin el consentimiento de los padres o, lo que es lo mismo, la decisión de rebajar a los 16 años la edad en la que las adolescentes pueden tomar libremente la decisión de abortar establece un nuevo concepto de “mayoría de edad sexual” (Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo). Por otro lado, la disponibilidad de la píldora del día después (PDD) en las farmacias también para menores sin receta médica es también un paso social que hemos dado en nuestro país que requería pararse a reflexionar. Pero curiosamente, nuestro ordenamiento exige la mayoría de edad para el acceso a las técnicas de reproducción humana asistida. Más allá de los temas concretos (aborto, anticoncepción, FIV, etc.) hay una cuestión de fondo de profundo calado cultural, moral, social y jurídico que no es otra que la valoración de la autonomía/dependencia de nuestros menores.

Por otro lado, las noticias de los periódicos y de los medios de comunicación social empiezan, desde hace un tiempo, a reflejar un tipo de menores de nuevo cuño. Nuestra sociedad emocional y postmoderna, marcada por los medios y la red ha cuestionado los modelos de desarrollo moral y personal de Piaget y Köhlberg. El predominio de los nuevos modelos verticales de familia (intergeneracionales y predominantemente de hijo único) ha hecho que muchos menores y adolescentes se sientan y crezcan profundamente solos en el hogar. Por otro lado, la sociedad de bienestar y del consumo está tratando como nunca a esta nueva generación de menores que ya muy pronto tienen acceso a diversas tecnologías, a un nivel más que suficiente de confort y a cierta autonomía económica. Las nuevas formas de comunicación y amistad a través de las redes sociales, la mayor facilidad de acceso a las nuevas drogas de diseño, las nuevas formas y zonas de ocio, los chantajes e invasiones de la intimidad a través de la red, la disminución de la percepción del riesgo ante la ingesta de alcohol o las relaciones sexuales ocasionales, las noticias de menores que apalean a su profesor o a un compañero y lo graban en video, las vejaciones de índole sexual o los maltratos a compañeros que son colgadas en la red, los daños producidos a vehículos en la noche por mera diversión, las coacciones a los propios padres, etc. parecen reflejar que nuestros menores han cambiado. En nuestra sociedad del riesgo (U. Beck) y en nuestra sociedad global (A. Touraine), los menores son cada vez psicológicamente más heterogéneos pues pueden vivir instalados en la infancia mucho tiempo o madurar muy tempranamente, pueden estar muy integrados o desintegrados, estar muy bien formados o ser casi analfabetos en esta sociedad en constante movimiento y cambio donde las experiencias e informaciones no todos las asimilamos igual.

También, y no hay que olvidarlo, a los jóvenes no les estamos legando un futuro prometedor, la mitad de los jóvenes está en paro, la plaga de los mileuristas no disminuye sino aumenta, las viviendas –a pesar de la crisis– siguen a precios inalcanzables para un gran sector de la juventud, crece la generación de los “ni-ni” (ni estudian, ni trabajan), la educación en la escuela y la Universidad no se ajusta bien a las necesidades sociales y los perfiles profesionales, los padres en su gran mayoría ya no controlan el tiempo libre de los jóvenes y el 50% de los jóvenes dicen llegar a casa entre las cinco de la mañana y el día siguiente los fines de semana.

La psicología adolescente además con su fuerza, belleza y creatividad domina las representaciones sociales y se ha convertido en modelo social de identificación y referencia. Hay adultos que visten, hablan y viven como adolescentes. Los adolescentes son consultados en debates televisivos sobre lo que hay que pensar y jóvenes ministros ocupan carteras de responsabilidad sin casi ninguna experiencia. Nuestra cultura parece permeada por esta psicología de cierta afirmación de la subjetividad frente a la objetividad de la realidad, del individuo frente a todo lo institucional. Si hace un siglo el paso del mundo del colegio al trabajo era automático y la adolescencia no tenía casi peso social, hoy, gracias a su cada vez mayor peso social y cultural, su cada vez mayor autonomía económica, la franja de edad de la adolescencia se va ampliando tanto por delante como por detrás (12-26 años). Los niños ya quieren vestir y ser como adolescentes y los adultos quieren seguir conservando los aires de la juventud.

Por otro lado, la función paterna es devaluada. Su función de introducir al hijo en la cultura y el lenguaje con seguridad, de proporcionar un sentido de los límites y de la alteridad está un poco deteriorada. No hay que olvidar que el padre –en su sentido simbólico, por supuesto- es el que dice que no, el que introduce la negatividad y declara la prohibición y el límite. El padre libera al hijo del sentimiento de omnipotencia y le confronta críticamente con ese individualismo subjetivo. El padre es el que pone límites a las aspiraciones del hijo, le sitúa ante la realidad y le despierta al mundo exterior. El padre interviene frustrando y obstaculizando los deseos de omnipotencia con una norma o un límite. Por eso, el padre transmite los códigos de conducta y los valores morales que facilitan el acceso a la realidad. Olvidarlo, como señalo en el último artículo, remite a la subjetividad y hace creer al individuo que se construye a sí mismo. No podemos seguir negando la función paterna y seguir tratando a los hijos en igualdad a los adultos pues perdemos el sentido de la educación y se debilitan las psicologías. Quizás debamos pensar socialmente si los padres no tienen la obligación moral de proteger al adolescente de sí mismo y de su entorno, sin infantilizarlo, pues estos no conocen del todo el sentido de los límites, ni tampoco saben del todo controlarse cuando el peligro les acecha y el sentimiento les desborda. Los adolescentes necesitan también ser protegidos y corregidos, limitados y lanzados a la realidad. Sólo la diferencia les permite ser autónomos. Hay que enseñarles a fijar las normas que favorecen el crecimiento. Los padres tienen que señalar los límites a los adolescentes pues ellos creen que todo es posible y que viven en un mundo sin peligros. Por eso, es estructurante definir lo que está permitido y lo que está prohibido pues, en la vida, hay respecto de “los otros” actos que son claramente graves y perjudiciales. La capacidad de decir “no” que podemos enseñarles les ayuda a saber diferenciarse, distanciarse, separarse. El adolescente tiene que aprender que hay puntos de referencia para construirse y el adulto está ahí para señalarlos sin intransigencias ni autoritarismos pero con claridad. Ante ciertas cosas hay que decir “no” de forma categórica.

Por eso, el padre tiene que estar presente aunque sea para enfrentarse y contestar al adolescente. Sólo así serán significativos y representarán una realidad. No son iguales ni compañeros los adultos. Esto no implica dejar de aceptar de los adolescentes su originalidad, su entusiasmo por las novedades, su pensar apasionado que responde a la necesidad de afirmarse, su acrítica sumisión a las modas y los grupos. La cercanía al adolescente debe ser cordial y no debe hacerle perder su estima, sus intereses, su valor. Escuchar, comprender, oír, sin intrusiones excesivas, deben ayudarle a individualizarse. Informarles, tenerles en cuenta, respetarles y promover marcos de deliberación que les ayuden a comprender, valorar, razonar y decidir se hace esencial. Lo importante se juega en ese terreno que es el término medio entre el paternalismo fuerte y el autonomismo radical, entre la beneficencia infantilizadora y el respeto contractualista.

Lo que no tenemos que olvidar es que un adolescente está lejos de estar realizado y tiene todavía necesidad de ser guiado en muchos aspectos (aunque haya muchos adultos más inmaduros que algunos adolescentes). Si se hace así, curiosamente los adolescentes lejos de rechazar a los adultos, los buscarán de muchas maneras aunque externamente parezca que se distancian y “pasan” del adulto. Sólo con padres que verdaderamente sean padres y adultos tendrán capacidad para madurar, reordenarse y adaptarse, de estructurarse por dentro y ser verdaderamente autónomos.

Por eso, lo que hay detrás de estos temas son muchas cuestiones de fondo. Los límites de la autonomía y la beneficencia paternas con los adolescentes, el papel de los padres y la escuela en nuestra sociedad, el respeto a la autonomía de los adolescentes en el contexto de las decisiones que afectan a su salud, a su sexualidad y a su proyecto vital, los modelos de familia, las políticas más liberales o más comunitaristas en educación, etc. Todos estos temas salieron en el Seminario a raíz de las diversas ponencias y en todos los diálogos se observó cómo los diversos contextos (familiar, escolar, sanitario, jurídico) coloreaban las intervenciones.

Las ponencias del viernes abordaron la perspectiva sociológica y antropológica. Corrieron a cargo de dos reconocidos especialistas de la Universidad Pontificia de Comillas como son Fernando Vidal y Carmen Meneses que ayudaron a delimitar y enmarcar perfectamente el debate, aclarar los conceptos más importantes y reconocer las...



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