E-Book, Spanisch, 246 Seiten
Reihe: Sociología y política
Chomsky Crear el futuro
1. Auflage 2013
ISBN: 978-607-03-0417-0
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Ocupaciones, intervenciones, imperio y resistencia
E-Book, Spanisch, 246 Seiten
Reihe: Sociología y política
ISBN: 978-607-03-0417-0
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Los textos que aparecen en esta edición presentan una narración de los acontecimientos que han constituido el futuro desde 2007: las guerras en Afganistán e Iraq, la carrera presidencial en Estados Unidos, el ascenso de China, el viraje a la izquierda de América Latina, el peligro de proliferación nuclear en Irán y Corea del Norte, la invasión de Gaza por Israel y la expansión de los asentamientos en Jerusalén y en la Margen Occidental, los avances del cambio climático, la crisis financiera mundial, la primavera árabe, la muerte de Osama Bin Laden y las protestas de los indignados.
La forma en la que piensa Chomsky y los temas que cubre en esta compilación comprometen a los lectores a no dejarle a nadie más que a sí mismos la labor de crear el futuro.
Es profesor de lingüística y filosofía en el Instituto de Tecnología de Massachusetts; es autor de más de 85 libros y un sinfín de artículos. Además de infatigable conferenciante, está considerado por muchos como el lingüista más importante de todos los tiempos, un filósofo fundamental y el analista más brillante de los asuntos contemporáneos.
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¿PODRÍA UN DEMÓCRATA CAMBIAR LA POLÍTICA
ESTADUNIDENSE EN MEDIO ORIENTE?*
28 de marzo de 2008 Recientemente, cuando la corresponsal de ABC News Martha Raddatz interrogó al vicepresidente Cheney sobre las encuestas que mostraban que una mayoría abrumadora de los ciudadanos estadunidenses se oponen a la guerra en Iraq, él contestó: “¿Y?” —Y... ¿no le importa lo que piensan los norteamericanos? —preguntó Raddatz. —No —respondió Cheney, y explicó—: Creo que a uno no lo pueden hacer cambiar de curso las fluctuaciones de las encuestas de opinión pública. Más tarde a Dana Perino, vocera de la Casa Blanca, que explicaba los comentarios de Cheney, se le preguntó si el público debería hacer un “aporte”. Su respuesta: —Ya tuvieron su aporte. El pueblo estadunidense hace un aporte cada cuatro años, y así es como está establecido nuestro sistema. Así es. Cada cuatro años el pueblo estadunidense puede escoger entre candidatos cuyas opiniones rechaza, y después tiene que cerrar la boca. El público, que evidentemente no alcanza a comprender la teoría democrática, discrepa enérgicamente. “Hay un 81% que dice que cuando toman ‘una decisión importante’ los dirigentes gubernamentales ‘tendrían que prestar atención a las encuestas de opinión pública porque eso les ayudaría a percibir las opiniones del público”, informa el Programa sobre Actitudes Políticas Internacionales de Washington. Y cuando se pregunta “si piensan que las ‘elecciones son el único momento en el que debería tener influencia la opinión de la gente, o si también entre elecciones los dirigentes deberían tomar en consideración el sentir del pueblo para tomar decisiones’ un extraordinario 94% dice que los dirigentes gubernamentales deberían prestar atención a las opiniones del público entre elecciones”. Las mismas encuestas revelan que el público se hace pocas ilusiones acerca de la atención que se presta a sus deseos: 80% “dice que este país es manejado por unos pocos grandes intereses que se cuidan a sí mismos”, no “en beneficio de todo el pueblo”. Con su ilimitado desinterés por la opinión pública, la administración Bush llegó muy lejos en el extremo nacionalista radical y aventurado del espectro político, y por esa razón se vio sujeta a críticas sin precedentes de las mayorías. Es probable que un candidato democrático se mueva más hacia la norma centrista. No obstante, el espectro es estrecho. Si se observan los antecedentes y las afirmaciones de Hillary Clinton y Barack Obama, resulta difícil ver mayores razones para esperar que se produzcan cambios significativos en la política hacia el Medio Oriente. Iraq Es importante tener presente que ninguno de los candidatos democráticos ha expresado, en principio, una objeción a la invasión de Iraq. Me refiero al tipo de objeción que se manifestó universalmente cuando los rusos invadieron Afganistán o cuando Saddam Hussein invadió Kuwait: una condena sobre la base de que la agresión es un crimen, de hecho el “máximo crimen internacional”, como lo precisó el Tribunal de Núremberg. Nadie criticó esas invasiones como una mera “torpeza estratégica” o como el involucramiento “en la guerra civil de otro país, guerra que [ellos] no pueden ganar” (declaraciones que Obama y Clinton, respectivamente, hicieron más tarde en relación con la invasión de Iraq). La crítica a la guerra de Iraq se hace por razones de costos y fracaso; por lo que se conocen como “razones pragmáticas”, postura que se considera realista, seria, moderada... cuando se trata de crímenes occidentales. Las intenciones de la administración Bush, y presumiblemente de McCain, se delinearon en una declaración de principios transmitida por la Casa Blanca en noviembre de 2007, un acuerdo entre Bush y el gobierno iraquí de Nuri al-Maliki, respaldado por Estados Unidos. La declaración permite que las fuerzas norteamericanas se queden indefinidamente para “desalentar la agresión extranjera” (aunque el único peligro de agresión en la región lo representan Estados Unidos e Israel, y presumiblemente no es ésa la intención), y por seguridad interna, aunque no, desde luego, seguridad interna para un gobierno que rechazase el dominio estadunidense. La declaración compromete también a Iraq a facilitar y promover “el flujo de inversiones extranjeras a Iraq, especialmente de inversiones norteamericanas” —expresión inusualmente descarada de la voluntad imperial, y reiterada enérgicamente en otra declaración de Bush en enero del año siguiente. En síntesis, Iraq tiene que seguir siendo un Estado cliente, acceder a permitir instalaciones militares estadunidenses permanentes (denominadas “perdurables” en el lenguaje orwelliano que se prefiere) y garantizar prioridad a los inversionistas de Estados Unidos en el acceso a sus inmensos recursos petroleros, afirmación razonablemente clara de los objetivos de la invasión, que resultaban evidentes a cualquiera que no estuviese cegado por la doctrina oficial. ¿Cuáles son las alternativas para los demócratas? Se pusieron en claro en marzo de 2007, cuando la Cámara de Diputados y el Senado aprobaron propuestas que fijaban fechas límite para la retirada. El general (retirado) Kevin Ryan, investigador titular del Centro Belfer de Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard, analizó las propuestas para el Boston Globe. Las propuestas permiten que el presidente renuncie a sus restricciones en pro de la “seguridad nacional”, lo que le deja la puerta totalmente abierta, escribe Ryan. Permiten que las tropas permanezcan en Iraq “mientras estén desempeñando una de tres misiones específicas: proteger instalaciones, ciudadanos o fuerzas estadunidenses; combatir contra al-Qaeda o contra terroristas internacionales, y adiestrar a las fuerzas de seguridad iraquíes”. Las instalaciones incluyen las enormes bases militares norteamericanas que se están construyendo en todo el país y la embajada de Estados Unidos, que de hecho es una ciudad autocontenida dentro de una ciudad, con lo que no se parece a ninguna embajada del mundo. Ninguno de estos grandes proyectos de construcción se emprendieron con la expectativa de abandonarlos. Las otras condiciones tampoco tienen fecha de finalización. “La manera más correcta de entender las propuestas es como una modificación de la misión de nuestras tropas —sintetiza Ryan—. Tal vez sea una buena estrategia... pero no es una retirada.” Es difícil ver mucha diferencia entre las propuestas demócratas del 7 de marzo y las de Obama y Clinton. Irán Por lo que se refiere a Irán, se considera a Obama más moderado que Clinton, y su lema principal es “cambio”. Así que atengámonos a él. Obama pide mayor disposición a negociar con Irán pero dentro de las restricciones habituales. Se informa que su posición consiste en que “ofrecería alicientes económicos y una posible promesa de no tratar de conseguir un ‘cambio de régimen’ si Irán dejase de intervenir en Iraq, cooperase en cuestiones de terrorismo y nucleares”, y además dejase de “actuar irresponsablemente” al apoyar a los grupos chiitas militantes de Iraq. A uno se le ocurren algunas cuestiones obvias. Por ejemplo, cómo reaccionaríamos nosotros si el presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad dijese que ofrecería una posible promesa de no tratar de conseguir un “cambio de régimen” en Israel si este país pusiese fin a sus actividades ilegales en los territorios ocupados y cooperase en cuestiones de terrorismo y nucleares. El enfoque moderado de Obama está muy del lado militante de la opinión pública, hecho que pasa inadvertido, como suele ocurrir. Igual que todos los demás candidatos viables, Obama ha insistido a lo largo de toda la campaña electoral en que Estados Unidos tiene que amenazar a Irán con un ataque (la frase habitual es “mantener abiertas todas las opciones”), lo que constituye una violación de la carta de las Naciones Unidas, en caso de que a alguien le importe. Por eso una gran mayoría de los estadunidenses están en desacuerdo: 75% se inclina por establecer mejores relaciones con Irán, en comparación con 22% que apoya las “amenazas implícitas”, de acuerdo con el Programa sobre Actitudes Políticas Internacionales. De manera que todos los candidatos que aún subsisten se enfrentan, en relación con este tema, a la oposición de las tres cuartas partes del público. Se ha estudiado cuidadosamente la opinión norteamericana e iraní sobre la cuestión medular de la política nuclear. En ambos países una gran mayoría afirma que Irán debería tener los mismos derechos que cualquier otro firmante del Tratado de No Proliferación: desarrollar energía nuclear pero no armas nucleares. Las mismas grandes mayorías apoyan el establecimiento de “una zona libre de armas nucleares en el Medio Oriente, que incluyese tanto a los países musulmanes como a Israel”. Más de 80% de los estadunidenses se inclinan por eliminar enteramente las armas nucleares, obligación legal de los estados que las poseen, rechazada oficialmente por la administración Bush. Y seguramente los iraníes coincidirían con los estadunidenses en que Washington podría finalizar sus amenazas militares y volver a las relaciones normales. En un foro celebrado en Washington cuando se dieron...