Castillo / Naito | 1968: un año clave para el cine cubano | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 352 Seiten

Castillo / Naito 1968: un año clave para el cine cubano

E-Book, Spanisch, 352 Seiten

ISBN: 978-959-304-402-8
Verlag: RUTH
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Para la historia y la cultura cubanas, 1968 fue un año cumbre, y algunos de los signos que lo caracterizan están presentes en tres películas emblemáticas que se estrenaron: Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea), Lucía (Humberto Solás) y Aventuras de Juan Quin Quin (Julio García Espinosa). Cada una de estas obras indaga en los efectos que una revolución ejerce sobre las personas, y en la manera en cómo el subdesarrollo condiciona, limita, y en ocasiones incluso profundiza, el alcance de los propósitos fundacionales. La mejor evidencia de que lo que fue la década inicial de la Revolución es la extraordinaria vitalidad de la cultura cubana, cuyos gestores mostraron, fundamentalmente entre 1967 y 1968, una mezcla inusual de madurez, trasgresión y coherencia. A nueve años de fundado, ya el ICAIC estaba produciendo películas que, al paso del tiempo, continuamos admirando como clásicas.

Luciano Castillo (Camagüey, 1955) es un crítico de cine y ensayista cubano, y uno de los investigadores más serios y acuciosos del cine cubano, autor de una vasta obra que resulta un sustancial aporte al conocimiento del séptimo arte. Se ha destacado igualmente, en la promoción del cine a través de los medios de difusión masiva, así como la fundación y fomento de cine-clubes en su ciudad natal. Colabora con la sección En primer plano del portal Cubaliteraria. Miembro de la UNEAC y de FIPRESCI). Director de la Cinemateca de Cuba desde el año 2013. Entre sus obras publicadas se encuentra la Cronología del cine cubano en cuatro tomos, en coautoría con Arturo Agramonte, que abarca un período de análisis de 1897 hasta 1959. Colaborador de la revista Cine Cubano. Otros títulos de su autoría: La verdad 24 veces x segundo (1993), Ramón Peón, el hombre de los glóbulos negros (1998), Carpentier en el reino de la imagen (2006), El cine cubano a contraluz (2007), Retrato de grupo sin cámara (2015), La biblia del cinéfilo (2015); Mario Naito (La Habana, 1948) es crítico e investigador cinematográfico cubano. Especialista de la Cinemateca de Cuba. Ha colaborado en Cine Cubano, Cartelera, Revolución y Cultura, y desde 1991 semanalmente en el programa Cine Paraíso de la emisora radial CMBF. Compilador de Coordenadas del cine cubano 2, A 40 años de Memorias del subdesarrollo, A 40 años de Lucía, A 40 años de La primera carga al machete y A 40 años de Por un cine imperfecto. Es miembro de la UNEAC y de FIPRESCI.
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Claves para 1968
Para la historia y la cultura cubanas, 1968 fue un año cumbre. Alcanzar un punto de máxima altura supone la existencia de una ladera para el ascenso y otra para el descenso. La creatividad estimulada por el triunfo revolucionario llegaba a su cúspide al tiempo que otros sucesos conducían hacia zonas diferentes, incluso paralizantes, para el arte y la literatura, y para las ciencias sociales. Mientras los acontecimientos de mayo en París, de agosto en Praga o de octubre en la Ciudad de México sorprendían a la humanidad en direcciones encontradas (la Ciudad Luz contagiada por el espíritu revolucionario, iconoclasta, que llegaba desde países periféricos; la Primavera de Praga sometida por los tanques soviéticos; el gobierno del PRI, el único de la América Latina que no cedió a las presiones de los Estados Unidos y la OEA contra Cuba, masacraba estudiantes), en la Isla también se cruzaban fuerzas contradictorias. La tendencia que concibió el socialismo como un movimiento fundamentalmente emancipador, humanista y en oposición a las estructuras coloniales y neocoloniales que dominaron la América Latina y, en una visión más general, el ámbito reconocido entonces como el Tercer Mundo, chocaba con aquella otra que colocaba los partidos comunistas en la órbita de la hegemonía soviética, incluyendo sus conocidas restricciones al pensamiento crítico y su intención de que los Estados socialistas, ante todo, desarrollaran sus economías en competencia con el capitalismo occidental, y bajo el mandato de Estados centralizados y desprovistos ya de toda forma de poder auténticamente popular. La necesidad de comprender que en el proceso revolucionario cubano la elección del socialismo no era impuesta por una potencia extranjera sino que resultaba imprescindible para sostener la independencia nacional, y establecer la equidad y la justicia social, tuvo a la luz del centenario del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua, de Manzanillo, un momento ejemplar. Desde mucho antes del 10 de octubre de 1968 se prepararon revistas, libros, coloquios, homenajes destinados a releer la historia de Cuba y a indagar en sus enlaces con la gesta independentista del resto del continente. Con el asesinato de Ernesto Guevara, en octubre de 1967, comenzaba la parálisis de esa opción que el mismo Che había enunciado años atrás: crear dos, tres, muchos Vietnam. La expansión por la América Latina de un modelo de socialismo que no fuera calco del europeo sino que se potenciara con los procesos históricos, independentistas, del continente, con el pensamiento social acumulado en la región durante al menos dos siglos, y además con las singularidades de esas zonas culturales diferentes entre sí que Darcy Ribeiro había descrito, fue perdiendo sustento. El enfrentamiento entre estas dos tendencias políticas está recogido en Memorias del subdesarrollo. En el guion se apunta: “Se trata de una mesa redonda en la que se discute sobre la literatura y el subdesarrollo, poniendo el acento en este último, con cifras, etcétera”.1 Lo filmado es mucho más rico: el escritor italiano Gianni Toti defiende el marxismo-leninismo ortodoxo: la contradicción es entre el proletariado y la burguesía, dice. El argentino David Viñas se le opone: si la guerra es la máxima expresión de la lucha de clases, no hay mayor conflicto contemporáneo que el de Vietnam. La gran oposición es la que se establece entre países ricos y colonialistas y países pobres y secularmente colonizados. Al leer hoy los documentos generados por el Congreso Cultural de La Habana, realizado en enero de 1968, resulta evidente que fue preparado para circunstancias que habían comenzado a desaparecer. Rafael Acosta de Arriba, que ha investigado el tema, informa que asistieron “quinientos intelectuales de setenta países, en su mayoría socialistas, guevaristas, maoístas, trotskistas, situacionistas, católicos revolucionarios e intelectuales de la denominada Nueva Izquierda y una mínima representación de los países del llamado campo socialista”.2 Fernando Martínez Heredia, en 2007, lo calificó como un “gran Congreso […] que ha sido concienzudamente olvidado”.3 Y Ambrosio Fornet asegura que en el Seminario Preparatorio del Congreso, en 1967, “se puso de manifiesto que gran parte de nuestra intelectualidad estaba elaborando, desde posiciones martianas y marxistas, un pensamiento descolonizador más ligado a nuestra realidad y a los problemas del Tercer Mundo que a las corrientes ideológicas eurocéntricas de ambos lados del Atlántico”.4 Pero 1968 puede ser recordado también por la publicación, en la revista Verde Olivo entre noviembre y diciembre, de la serie de artículos firmados bajo el seudónimo de Leopoldo Ávila, con duros ataques contra autores o tendencias estéticas. O por libros que, en algunos casos antes de ver la luz, serían objeto de censura o de críticas de marcado sesgo político. Señaladamente: Fuera del juego, de Heberto Padilla; Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat; Condenados de Condado, de Norberto Fuentes; Los pasos en la hierba, de Eduardo Heras León; Paradiso, de José Lezama Lima; y Lenguaje de mudos, de Delfín Prats. Todos estos autores, junto a decenas más, luego de 1971 fueron excluidos del espacio público. Lo que se anunciaba en este año se consolidó a partir del 1er Congreso de Educación y Cultura, cuando la tendencia más dogmática dentro de la Revolución se afianzó con el poder en las esferas de la ideología y la cultura. El intelectual alerta y comprometido (en el sentido que la palabra alcanzó en aquellos años) que fue Tomás Gutiérrez Alea, en carta del 30 de agosto de ese mismo 68, cuenta al director de fotografía Ramón Suárez las repercusiones del estreno de Memorias del subdesarrollo: en la segunda semana todavía hay colas y, “lejos de lo que esperábamos, la película no resulta tan polémica ni nada de eso”, aunque “ha encontrado algunos enemigos irritados (interesantes e importantes), lo cual me tranquiliza un poco con mi conciencia”.5 Antes, al presentar el filme en el Festival de Karlovy Vary (o sea, en la Checoslovaquia socialista y todavía no invadida por las tropas del Tratado de Varsovia), tenía el cuidado de explicar a la audiencia que “Hoy nuestra Revolución no pretende presentar una imagen de abundancia y mucho menos de lujo. Los valores de la Revolución no son los automóviles y los aires acondicionados, sino el hombre que lucha porque ha alcanzado un alto grado de conciencia, porque sabe que la única manera de ser libre, de salir de la explotación y del atraso es redoblando sus esfuerzos”. Por eso, era necesario afirmar la “conciencia del subdesarrollo” como “premisa indispensable para construir la sociedad que queremos construir, sobre bases firmes, sin mentiras, sin engaños, sin mistificaciones”.6 Algunos de los signos que caracterizan este año crucial están presentes en las tres películas emblemáticas que se estrenaron: Memorias del subdesarrollo, Lucía y Aventuras de Juan Quin Quin, así como en La primera carga al machete, de 1969. Esta última da pie a la singular revisión de ese instante decisivo de las batallas entre el naciente ejército mambí y las tropas españolas, ocurrido semanas después del inicio de la insurrección. Manuel Octavio Gómez y su equipo de realización simulan un documental, digamos, imposible (con recursos inexistentes hasta fines del siglo xix) para que fueran los protagonistas quienes explicaran al espectador las razones que hicieron ineludible la opción independentista, a la vez que, a tono con los tiempos que corrían, debatieran sobre la legitimidad de la lucha armada (y de acciones de extrema violencia, como el uso del machete). En Aventuras de Juan Quin Quin el arco de transformación de los personajes principales está sustentado por el enfrentamiento sistemático con el poder y sus efectos devastadores, a la vez que se alimenta de la cultura popular. La película es, a un tiempo, profundamente política y desacralizadora, como lo era la Revolución Cubana en esos años. La relectura de la historia de Cuba es central en Lucía, estructurada en tres episodios que suceden en momentos de alta tensión revolucionaria: la guerra del 95, la lucha antimachadista y los iniciales 1960. Lo que hoy llamaríamos el “discurso de género” permite extender el conflicto que enlaza los tres cuentos más allá de 1959. Su tercer episodio nos advierte que las transformaciones más profundas en la sociedad, los cambios en los comportamientos humanos, son más difíciles una vez alcanzado el relativo equilibrio que ofrece la paz. Esa es, justamente, una de las líneas de sentido que atraviesa Memorias del subdesarrollo. La sociedad cubana en transformación, acosada por el gobierno de los...


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