E-Book, Spanisch, 352 Seiten
ISBN: 978-84-9740-936-0
Verlag: CASTALIA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
JOSÉ CADALSO ( 08-10-1741 / 27-02-1782 ) José Cadalso y Vázquez de Andrade, que usó el pseudónimo literario de Dalmiro, fue un militar español, muerto prematuramente en combate, y un valioso literato, recordado por sus obras Los eruditos a la violeta, Noches lúgubres y Cartas marruecas. También cabe destacar Solaya y los circasianos entre su obra poética
Autoren/Hrsg.
Weitere Infos & Material
INTRODUCCIÓN José de Cadalso publicó Los eruditos a la violeta en 1772, fue la obra que le procuró fama porque, aunque apareció bajo seudónimo, de forma general se supo quién se ocultaba bajo la máscara de «José Vázquez».1 Fue un éxito de ventas, pues salieron dos impresiones en muy poco tiempo, que apuntaló su nombre y le permitió, como señala en su autobiografía, «hacer dinero para pagar deudas y comprar camisas [...]. Compuse los Eruditos y Suplemento y publiqué mis poesías [ya en 1773]. Equipeme medianamente con su producto» (1979: 21). Según sus propias palabras, en pocos días se vendió la primera edición anunciada en la Gaceta de Madrid y fue necesario imprimir una nueva tirada, a la que siguió el Suplemento. Si bien bajo seudónimo, como era bastante habitual, Cadalso se presentó al público como poeta lírico y como satírico, tras su fallido intento en la tragedia. La ironía y la sátira fueron dos medios (o uno solo) muy queridos y habituales en su práctica literaria, ya pública, ya privada. Los eruditos a la violeta le dieron notoriedad y por ellos fue reconocido, hasta el punto de añadir en las portadas, al publicar otras obras suyas, la advertencia «por el autor de» Los eruditos. Éstos, tanto como El buen militar a la violeta, responden a los desafíos provocados por la revolución moderna en la ciencia y las letras, que torpedearon las viejas estructuras del conocimiento, así como su significado y utilidad. A esa motivación se añade el fuerte componente patriótico, a veces nacionalista, que inspira la escritura de Cadalso, que le lleva a criticar el modo en que se asumen las novedades usando el punto de vista de la cultura, extendido enseguida al ámbito militar. Saber fue un signo de modernidad, el lenguaje desde el que se quiso ordenar la mejora social y la reflexión sobre el mundo, al abandonar el conocimiento los antiguos espacios del monasterio y la universidad, para pasar a las tertulias, los salones y cafés, al salir de las bibliotecas de los doctos a las toilettes de las damas (Álvarez Barrientos, 2006; Cavazza, 2012). Cadalso fue uno de los que mejor representó las contradicciones que el momento de cambio produjo entre muchos intelectuales, no pocos de ellos militares, cayendo a veces en la melancolía y el desengaño que propiciaban su adscripción al pensamiento pesimista, tanto como su frustrante vida militar, en la que los ascensos llegaron mal o tarde (García Hurtado, 2002: 405-412; Peset, 2015). En todo caso, el pesimismo y el desengaño fueron rasgos de su producción, manifiestos en el semblante irónico. Vida de Cadalso Como otros muchos en su tiempo, Cadalso dejó un escrito en el que daba cuenta de su trayectoria vital. Por lo general, no eran textos para ser publicados, sino que se redactaban para uso privado, de familiares y amigos. De hecho, cuando en 1775 le manda a Meléndez Valdés la Memoria de los acontecimientos más particulares de mi vida, junto con otras obras, le dice que la guarde para «su gobierno en el mundo» (1979: 102), es decir, porque los casos y las reflexiones que incluye le pueden servir como guía.2 Cadalso ofrece una imagen de sí mismo como alguien con mala suerte, desengañado de la vida por su carácter vulnerable y ambicioso. La Memoria es la crónica de sus fracasos al querer ocupar un lugar destacado en la sociedad, en el mundo de la cultura y en el de la milicia. No pocos estudiosos han subrayado ese retrato de sí como alguien desencantado, que, al hacer el balance de sus días, considera equivocadas sus elecciones. En todo caso, ese texto, más que otros en su tiempo, presenta aspectos de la vida privada y emocional que no suelen figurar en las autobiografías de la época, como la mala relación con su padre, sus amores con una actriz, la ambigüedad de su relación con el conde de Aranda, la traición de su amigo Joaquín de Oquendo y otros.3 Sus memorias son valiosas por la carga psicológica que traslucen, por los sentimientos que se aprecian en el trato con su padre, que debió de ser en no pocas ocasiones de enfrentamiento, como se deduce de las diferentes ideas que cada uno tenía sobre el futuro y la profesión del hijo, pero también por cuanto atañe al valor que Cadalso dio a la amistad a lo largo de su vida, al no tener familia cerca desde el momento en que abandona España siendo niño. La última anotación de sus memorias se refiere a la relación amistosa que mantenía con el sobrino de Floridablanca, Francisco Salinas de Moñino, que le recuerda a él en su juventud porque es «desordenado en mujeres y juego, pero franco, honrado, etc. [...] De los pocos sujetos que he querido en el mundo (por distintos términos), este fue el único que no me quiso más de lo que yo le quise a él. Me costó una pesadumbre formal la separación» (1979: 32). Por todo ello, las páginas que dedica a Oquendo, que traiciona su amistad y le ocasiona muy graves problemas, son dignas de recuerdo y de relacionarlas con otras en las que el autor se queja de su mala fortuna.4 Hay que destacar que no aparecen, o apenas, momentos positivos y personas que lo hayan ayudado, y que el tono general es de queja y melancolía. A menudo parece acercarse a modelos clásicos en cuanto al modo de presentarse: el desengaño, el gusto por los libros y los cuatro amigos representan un modelo estoico que estaba de moda entonces y se ajustaba al ideal del hombre de bien, tan querido por él. En realidad, es el relato de una vida frustrada, que tanto mira al pasado como al futuro, y que narra los inconvenientes de ajustarse a ese patrón de conducta, el del hombre de bien.5 En esas páginas, el personaje aparece como un hombre de mundo que se gasta su fortuna, que gusta de las mujeres y de brillar en sociedad –no son pocos los testimonios acerca de su carácter desenvuelto y ocurrente–. Esa experiencia del mundo se percibe bien en los textos que se recogen en este volumen. Murió sin llegar a los cuarenta y un años, pero vivió una vida intensa de amores, ambiciones, viajes, experiencias y escritura. «Vida corta, a la verdad, si ahora la acabo, pero llena de casos raros aunque no pase de hoy», le escribía en 1775 a Meléndez Valdés (1979: 104). Cadalso era, además, hidalgo, y eso queda claro en sus recuerdos, en sus opiniones y actos, lo mismo que en sus obras y, desde luego, en los textos a la violeta, pues desde ese «lugar» miraba la realidad entorno. Nació en Cádiz el 8 de octubre de 1741. La familia paterna procedía de Zamudio (Bilbao), donde tenían algunas posesiones. Como destaca en su autobiografía, su abuelo fue un hombre de la tierra, que nunca habló español ni se vistió «a la castellana»; sin embargo, su padre, José M.ª Cadalso y Vizcarra, fue todo lo contrario e hizo gran fortuna al comerciar sin intermediarios ni agentes en América, continente al que viajó varias veces y técnica que elogió Campomanes. Se casó por poderes con la hija de su socio gaditano, Josefa Vázquez y Andrade, y tuvieron dos hijos: M.ª Ignacia, fallecida pronto, y José. Como la madre murió cuando el escritor tenía dos años y el padre estaba en América, fue cuidado por su tío jesuita y por una tía. Recibió buena educación en el colegio de la Compañía en Cádiz6 y con nueve años pasó al que esta orden tenía en París, el famoso Louis-le-Grand, gracias a que el padre cedió a las persuasiones de su tío. Esta institución gozaba de gran prestigio y en ella estudiaron algunas importantes figuras de la cultura europea. Se hacía mucho hincapié en el conocimiento de los clásicos, de lo que Cadalso hizo gala, como demuestra en Los eruditos y en el Suplemento. También se estudiaba teología, historia, literatura; se debatía y se exponía en público, los alumnos aprendían a bailar y representaban obras de teatro. Es decir, se les preparaba para desenvolverse con soltura en el alto estamento social. Estuvo en el colegio desde 1750 hasta 1754, año en que conoció a su padre, con quien solo permaneció ocho días, pues pasó a Inglaterra para aprender el idioma. Quizás el viaje y conocer la lengua inglesa formaran parte del plan paterno, que consistía en establecer una red de factorías por Europa. En todo caso, una vez en Gran Bretaña, mandó llamar a su hijo y ambos permanecieron allí hasta 1757, mientras Cadalso estudiaba en una escuela católica, como señala en sus apuntes biográficos, y aprendía inglés. Ese año regresó a París y al parecer viajó por Alemania y Holanda. Desde 1758 hasta 1760, vuelto ya a España, cursa en el Real Seminario de Nobles, regido igualmente por la Compañía de Jesús, centro destinado a educar a quienes habían de ocupar cargos importantes en la administración.7 Es conocida la reflexión que Cadalso explaya en sus apuntes sobre cómo se siente al regresar con casi diecisiete años: «Entré en un país que era totalmente extraño para mí, aunque era mi patria. Lengua, costumbres, traje, todo era nuevo para un muchacho que había salido niño de España y volvía a ella con todo el desenfreno de un francés y toda la aspereza de un inglés». Aun pudiendo ser ciertas las impresiones, parece una declaración bastante tópica, por lo que se refiere a la caracterización de los nacionales de ambos países. Seguramente sea más creíble otra consideración que hace en el mismo escrito rememorativo: «Después de haber andado media Europa y haber gozado sobrada libertad en los principios de una juventud fogosa», el Seminario le parece una cárcel y desde el principio intenta abandonarlo (1979: 7). Por entonces era una especie de petimetre o de joven de los que ridiculiza en...