Burgaya | El Estado de bienestar y sus detractores | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 256 Seiten

Reihe: Con vivencias

Burgaya El Estado de bienestar y sus detractores

A propósito de los orígenes y la encrucijada del modelo social europeo en tiempos de crisis
1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-9921-483-2
Verlag: Ediciones Octaedro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

A propósito de los orígenes y la encrucijada del modelo social europeo en tiempos de crisis

E-Book, Spanisch, 256 Seiten

Reihe: Con vivencias

ISBN: 978-84-9921-483-2
Verlag: Ediciones Octaedro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Durante décadas, el Estado de bienestar y el modelo social europeo han hecho posible la creación de sociedades inclusivas, bastante justas y equitativas, y con buenos niveles de seguridad colectiva. Un acuerdo y un consenso histórico en el ámbito político y social, que descansaba sobre una determinada noción de la economía, el keynesianismo, donde el mercado y la acción correctora y equilibradora de la intervención pública ponían coto a la desigualdad y a las ineficiencias que podían llevar al colapso. Un sistema que tuvo siempre sus detractores, quienes aprovecharon los efectos de las crisis petroleras de los años setenta para imponer una revolución liberalconservadora que estableció el triunfo absoluto de los mercados desregulados, del individualismo extremo y del afán de lucro desmesurado. Se apostaba por una sociedad de ganadores y de perdedores. Este libro trata tanto de los fundamentos políticos y económicos del Estado de bienestar, como de los supuestos en que se ha basado el combate contra él. De cómo el liberalconservadurismo triunfante ha desnaturalizado y puesto en jaque al modelo social europeo y nos ha llevado hasta la crisis y el desconcierto actual.

Josep Burgaya Riera es doctor en historia contemporánea por la Universidad Autónoma de Barcelona y profesor titular en la Universidad de Vic desde 1986. Adscrito a la Facultad de Empresa y Comunicación, de la que fue decano entre 1995 y el 2002, ha impartido docencia en materias de historia económica, de evolución del pensamiento contemporáneo y sobre organizaciones internacionales políticas y económicas, en las titulaciones de empresariales, periodismo, publicidad y relaciones públicas y en comunicación audiovisual.

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Introducción La actual crisis económica se presenta como una magnífica ocasión para desmantelar el modelo del Estado de bienestar, vigente durante más de sesenta años en Europa Occidental y que, de manera más tardía y en formas más o menos profundas, se ha ido implantando en la mayor parte del mundo desarrollado. Los que durante años se han esforzado en reducir su papel y desnaturalizarlo bajo la acusación de ser económicamente insostenible encuentran ahora el terreno abonado, pues hay una gran propensión a creer que ha sido el gasto público descontrolado lo que nos ha llevado a la situación en la que estamos. A pesar de tener poco que ver con la realidad, las voces condenatorias de los estados sociales se hacen oír más que las de sus defensores. Poco importa que las causas de la crisis, en sus diversas variantes, tengan relación con burbujas especulativas fruto, justamente, de los delirios desreguladores que consiguieron imponer los partidarios de la liberalización extrema y de los estados «pequeños». Como las doctrinas mayoritarias que fijan las medidas para superar la crisis actual son las mismas que implantaron las recetas económicas que nos trajeron a la situación presente, apuestan decididamente por la reducción del déficit público y la deuda para tranquilizar unos mercados financieros que han vivido y viven en la apoteosis especulativa. La historia económica de los últimos ochenta años nos enseña que las políticas de austeridad por sí solas no hacen otra cosa que acentuar la espiral de pobreza. El saneamiento contable de los estados no es garantía de recuperación de la actividad económica ni implica el crecimiento necesario para salir de la recesión y crear ocupación. Justamente en estas últimas ocho décadas hemos visto y experimentado que con el estímulo de la demanda, focalizando la creación de ocupación y con un papel activo del Estado a través de la inversión pública se actúa de manera anticíclica y se supera el ciclo depresivo. Como decía hace poco un comentarista económico, uno de los problemas de nuestros políticos es que no conocen ni saben historia. Por el grado de improvisación y aplicación de medidas contradictorias y fuera de tiempo, tampoco saben mucho de economía. Parecería que, justamente, el modelo que conocemos como el Estado de bienestar es lo más adecuado en momentos difíciles como el actual, de cara a impedir una profundización en la pobreza de una parte de la sociedad, evitar la creciente desigualdad y la rotura de la cohesión social, actuar como una garantía de mínimos y proveyendo de ciertos niveles de seguridad al conjunto de la sociedad. No se puede olvidar que los modelos de protección social se crean precisamente en momentos de desorden económico y político. El new deal se implantó en Estados Unidos para paliar y contribuir a superar una profunda depresión económica. En Europa, el contexto de derrota posterior a la Segunda Guerra Mundial justifica y pone las condiciones para el gran pacto que dio lugar a la creación del Estado de bienestar en sus diversas modalidades. El problema radica en que llevamos tres décadas de predominio político y económico de planteamientos ultraliberales y neoconservadores que tienen el objetivo ideológico de acabar con este sistema, puesto en cuestión y criticado durante muchos años, sin atreverse a asumir el coste social y político que tendría su liquidación definitiva. La crisis económica actual pone las condiciones justificadoras en la medida que la sociedad está notablemente desarticulada y es propensa a aceptar lo que haga falta, especialmente cuando los que tendrían que ser los defensores de un sistema más igualitario y de cohesión han dado por buenas una parte de las argumentaciones neoliberales, aceptando que el Estado de bienes­tar se tiene que revisar y reformar, eufemismos para justificar su laminado y, lo que es peor, abandonar la filosofía sobre la que se sostenía. Hace poco lo decía Paul Krugman en una entrevista en La Vanguardia con Xavier Sala-Martín, a raíz de las exigencias del Banco Central Europeo de condicionar las ayudas financieras a los recortes del Estado de bienestar en algunos países: «No lo hacen porque crean que esto contribuirá a salir de la crisis. Lo hacen porque odian profundamente el Estado de bienestar». Es fundamental entender que el debate sobre el Estado de bienestar y sobre las políticas intervencionistas del Estado en la economía es un debate básicamente ideológico y político y, solo de manera subordinada, tiene carácter económico o técnico. La eficacia como sistema y su viabilidad económica queda suficientemente justificada por décadas de implantación y funcionamiento en las cuales los países que han hecho la apuesta han vivido su mejor época histórica de prosperidad material y de satisfacción social, eso sí, con un elevado grado de redistribución de la riqueza y del bienestar y poniendo límites a la concentración de la renta. Unos beneficios que han sido fundamentalmente colectivos, sociales y que limitaron, aunque no impidieron, el extremado enriquecimiento individual en la medida que este se hace en detrimento del desarrollo del conjunto. Una vez abandonados los sueños del socialismo revolucionario con pretensiones igualitaristas, sin propiedad privada y abandonadas también las pretensiones del Estado corporativo totalitario, la disyuntiva política y social oscila entre proyectos que priorizan el individualismo y la desigualdad como motor de la sociedad, fomentando aquellos proyectos que hacen compatible la libertad y la iniciativa individual, con un cierto grado de nivelación que garantice la igualdad de oportunidades. Se plantea la disyuntiva de inclinarse hacia economías regidas exclusivamente por el mercado y sociedades competitivas, que contribuyan a la desigualdad y a la exclusión de una gran parte de la población; o bien, hacia economías con un cierto grado de regulación que estén al servicio de sociedades niveladas, cohesionadas e inclusivas. Como intentaremos explicar, el Estado de bienestar es una construcción histórica, que fue posible en unas coordenadas económicas, políticas y sociales concretas, que se dieron especialmente en Europa Occidental al acabar la Segunda Guerra Mundial. Su despliegue, su profundidad, y también sus resultados, tienen que ver con las especificidades de cada país. Las hegemonías políticas eran diferentes en Suecia o en Gran Bretaña por ejemplo, como también lo eran las mentalidades y el grado de cohesión social preexistentes. A pesar de la diversidad de los modelos de bienestar que se ponen en marcha, los resultados en términos de crecimiento económico, de seguridad y de nivelación social son espectaculares en todos los casos, si se tiene en cuenta cuál era la situación de derrota de la cual se partía, especialmente notoria en Alemania. En buena parte de los países democráticos de Europa Occidental se dieron las condiciones para un gran pacto político entre la socialdemocracia, que ya había abandonado las pretensiones revolucionarias y consideraba que la justicia social se podía adquirir gradualmente a través de la acción parlamentaria y gubernamental, y una derecha liberal-conservadora, mayoritariamente democratacristiana, que había abandonado los objetivos más clasistas y consideraba que un estado social podía ser un buen antídoto contra las pretensiones revolucionarías de los trabajadores, toda vez que la revolución de Marx había triunfado en Rusia y podría tener un efecto contagio. Pero hubo también un pacto social entre los trabajadores industriales, representados por la socialdemocracia y los sindicatos obreros, con unas clases medias que entendían que el estado social también les beneficiaría y que, al menos, les daría seguridad y estabilidad social y política. A este consenso necesario para que el modelo social fuera asumido por los dos lados de la balanza política, hay quien llega desde considerandos de justicia social, y otros, desde visiones compasivas o incluso puramente pragmáticas. En cualquier caso, el llamado modelo social europeo fue el resultado de estas circunstancias y de estos puntos de vista. No sé si Europa ha sido, en palabras de Jeremy Rifkin, «un gigantesco laboratorio experimental en que todo es posible para repensar la condición humana», pero lo que sí es cierto es que su modelo social fundamentado en el intervencionismo estatal de la economía fue exportado en mayor o menor grado, incluso más allá del mundo occidental. Aparte del voluntarismo político inherente a querer construir sociedades más justas, más igualitarias y más cohesionadas en el fundamento del Estado de bienestar y del modelo social europeo, hubo la necesidad de un intervencionismo estatal en la economía que regulara las disfunciones del mercado que, como se había puesto de manifiesto en la depresión de los años treinta, tendía a la sobreproducción en la misma medida que la desigualdad en la distribución de la renta significaba el subconsumo y el debilitamiento de la demanda agregada. La aportación de Keynes fue fundamental, no solo porque explicaba hacia dónde llevaban los mercados totalmente desregulados, sino también porque ponía en relación la necesidad de políticas redistributivas que limitaran la tendencia a la polarización de la renta en los extremos, con el crecimiento económico, la plena ocupación y el bienestar. Vinculaba lo que era deseable socialmente con lo que era necesario económicamente. Por eso, las políticas económicas keynesianas —la economía de la demanda—, y el despliegue del Estado de bienestar estuvieron absolutamente ligados y fueron interdependientes. Constituyeron la base del crecimiento económico y del...



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