E-Book, Spanisch, 207 Seiten
Reihe: Cladema Filosofía
E-Book, Spanisch, 207 Seiten
Reihe: Cladema Filosofía
ISBN: 978-84-9784-740-7
Verlag: Gedisa Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
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1 Medicinas tradicionales
1.1 Medicinas primitivas y arcaicas 1.2 Logros y fallos de la medicina tradicional 1.3 Curanderismo actual 1.1 Medicinas primitivas y arcaicas
No sabemos qué pensaban ni qué hacían los hombres primitivos para resolver sus problemas de salud, aunque algo se puede adivinar estudiando sus restos fósiles y los artefactos que los acompañan. Por ejemplo, se sabe que muchos primitivos sabían reparar fracturas, y que algunos practicaban la trepanación, ya hace 10.000 años. Pero no sabemos si lo hacían por creer que de esa manera curaban las enfermedades mentales, o para dejar escapar a los espíritus malignos. En cambio, los antropólogos han averiguado algo acerca de las ideas y prácticas médicas de los primitivos actuales. Por ejemplo, los indios amazónicos utilizan varias plantas a las que atribuyen virtudes curativas o mágicas. En algunas tribus se cree que, frotando el cuerpo de un niño con ciertas plantas, lo protegen de los espíritus, a quienes atribuyen el origen de sus males. Otros comen plantas que, aunque con escaso valor nutritivo, son apreciadas por su forma, color o alguna otra propiedad, real o imaginaria. Un filósofo dirá que los amazónicos son dualistas: que sus prácticas son materialistas pero sus explicaciones son espiritualistas. También dirá, acaso, que los indios amazónicos son medio empiristas y medio aprioristas: lo primero porque algunas de sus prácticas han sido aprendidas por el método del acierto y error, y lo segundo porque otras prácticas no lo son. Por ejemplo, el baño frecuente es una medida higiénica y el entablillado de fracturas es una práctica médica eficaz, mientras que la inserción de espinas o de huesos en la piel es dañina. También se sabe bastante sobre las ideas y prácticas médicas corrientes en las primeras civilizaciones, en parte porque algunas de esas prácticas persisten. Esto se aplica especialmente a las escuelas médicas hipocrática, ayurvédica y china tradicional. Echémoles un vistazo porque las tres, sin ser científicas, son materalistas antes que espiritualistas. Las tres contienen conocimientos verdaderos y procedimientos eficaces mezclados con creencias que, aunque infundadas, al menos son seculares y racionales antes que mágico-religiosas. En cambio, los médicos incaicos, aunque también recomendaban una mezcla similar de prácticas razonables y absurdas, las basaban en una concepción mágico-religiosa de la enfermedad (Cabieses, 1993). La escuela hipocrática es la más estudiada pero no la mejor comprendida. Le debemos, entre otras cosas, la tesis de que las enfermedades son procesos naturales que nada deben a los dioses; que la enfermedad de cada clase tiene su curso peculiar; que la mayoría de los males se curan sin intervención; y que para conservar la salud, así como para recuperarla, hay que adoptar ciertas reglas higiénicas, como comer y beber con moderación. A la misma escuela también le debemos el intento de hallar leyes y reglas generales. Ésta es una peculiaridad de los sabios de la Grecia Antigua. Los antiguos egipcios tenían muchos conocimientos matemáticos y médicos especiales, pero no se les debe ni un solo teorema ni una sola regla médica general. En particular, el famoso Papiro Edwin Smith, que data del 1.500 a.C., contiene estudios de 48 heridas en distintas partes del cuerpo. Sus descripciones de las heridas y de sus tratamientos son detalladas, objetivas y racionales. Pero ellas no sugieren generalización alguna: son estrictamente empíricas, en contraste con la ideología oficial, que reconocía a un dios por enfermedad. El empirismo, o apego a la experiencia y el consiguiente repudio de las creencias mágicas y religiosas, es también una característica de la escuela hipocrática. La misma filosofía inspiró al escepticismo respecto de las teorías, cuyo representante máximo fue Sexto Empírico. Esta actitud era razonable en una época en que casi todas las teorías conocidas eran groseramente falsas o, como en el caso de Aristóteles, contenían condimentos religiosos. El escepticismo respecto de las teorías dejó de ser razonable y progresista cuando lo adoptó David Hume a principios del siglo XVIII, cuando florecía la mecánica clásica y cuando emergieron las primeras hipótesis plausibles en biología y medicina. Hume, crítico implacable de la religión, también desechó la mecánica de Newton por contener conceptos, como el de masa, que van más allá de los fenómenos o apariencias. Este fenomenismo de Hume y sus admiradores, desde Kant hasta los positivistas lógicos de alrededor de 1930, se opuso a todas las teorías científicas profundas o las distorsionó. Desde la consolidación de la actitud científica hacia el 1800, el empirismo ha sido francamente regresivo: se opuso a todas las grandes teorías científicas, en particular las atómicas, y retardó la renovación de la medicina sobre la base de la química, la farmacología y la biología. Desde entonces, la filosofía que más favorece a la búsqueda de la verdad de hecho es lo que puede llamarse racioempirismo, una combinación de razón con experiencia, como se da en los ensayos experimentales de hipótesis médicas, como la conjetura de la existencia de oncogenes. Pero volvamos a la antigüedad. La transición del chamanismo a la medicina hipocrática no fue súbita sino lenta, y tuvo una fase intermedia: la de la especulación secular, racionalista y materialista de Thales, Empédocles, Demócrito y otros presocráticos. Estos grandes fantasearon en grande, pero también argumentaron y rechazaron el recurso a lo mágico-religioso. Hoy sabemos que los «elementos» imaginados (agua, tierra, aire y fuego) son complejos, pero concordamos en que la enorme variedad de cosas del universo resulta de combinaciones de átomos de sólo un centenar de especies, y que estos elementos son materiales, no espirituales. Todos admiramos los grandes logros del sabio de Cos y su escuela, pero tendemos a pasar por alto el que sus explicaciones, aunque racionales y materialistas, eran fantasiosas. En efecto, el núcleo de la concepción hipocrática de la enfermedad es la hipótesis del equilibrio de los cuatro humores: flema, sangre, bilis amarilla y bilis negra. (La bilis negra, o melaina chole, no ha sido identificada. Se ha conjeturado que fue un invento para satisfacer el gusto de la escuela por el número cuatro, que también sería el número de «elementos».) La enfermedad sería causada por un desequilibrio de los humores, que el médico debe procurar corregir. Por ejemplo, si sospecha que hay acumulación de sangre en un pie, deberá efectuar una sangría. (Aún no se sabía que la sangre circula.) Dado que los humores no están concentrados, tampoco lo están sus desequlibrios. O sea, la patología humoral es holista (globalista). Por consiguiente, también lo es la terapia correspondiente: el médico hipocrático trataba al paciente íntegro. Prescribía tratamientos globales: higiene y dieta. Ésta fue, acaso, la principal contribución duradera de la medicina griega arcaica: buenas medidas profilácticas. El que la patología y la terapia hipocráticas fuesen holistas no les impidió a los médicos de la escuela hipocrática especular sobre las funciones de los pocos órganos que distinguían. Por ejemplo, Hipócrates adoptó la hipótesis del médico siciliano Alcmeón, el primero en afirmar que el cerebro es el órgano de la mente, mientras que los antiguos egipcios creían que la función del cerebro era segregar flema, y Aristóteles sostuvo que su función era enfriar la sangre. Ellos fueron, pues, los abuelos de la psicología y la psiquiatría biológicas, opuestas a las mágico-espirtualista-religiosas.También inspiraron la popular clasificación de personalidades (o temperamentos, o tipos constitucionales) en flemática, sanguínea y biliosa. Es fácil ridiculizar la patología humoral. Pero fue la primera en intentar explicar los síntomas, al proponer un mecanismo concreto que involucraba solamente cosas materiales, los humores, tres de los cuales eran familiares. Además, esta hipótesis médica, a diferencia de todas las demás, no era aislada, sino que formaba parte de toda una cosmovisión que incluye otros tres cuartetos: los cuatro elementos de Empédocles (tierra, agua, aire y fuego), calor-frío y seco-húmedo, así como las estaciones del año. Esos cuatro constituyentes se reforzaban mutuamente, lo que explica en parte la aceptación de que gozó la medicina hipocrática durante dos milenios. Véase la Figura 1.1. Fig. 1.1 La patología humoral forma parte de una cosmovisión cuatripartita.(Tomada de Sigerist, 1961, pág. 323.) También las escuelas ayurvédica y china tradicional se centran en ideas de desequilibrio. Hace tres milenios, los Vedas postularon que toda enfermedad consiste en un desequilbrio entre tres sistemas corporales, vayu, pitta y kapha, pero no se tomaron el trabajo de describirlos. Nótese su preferencia por el número 3, mientras que los griegos votaban por el 4, los mesopotamios por el 7, y los chinos por el 2 y el 5. En todos esos casos la teoría médica se ajustaba a la cosmología dominante. Pero en el caso de la medicina ayurvédica este ajuste fue sólo parcial, ya que la tridosa (o trío formado por los principios corporales) era material, y la terapia correspondiente obraba con medios materiales, mientras que la escritura sagrada sostenía que el universo es espiritual, y que lo material es ilusorio. Análogamente a los ayurvédicos y los hipocráticos, los practicantes...