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E-Book, Spanisch, Band 117, 204 Seiten

Reihe: Biblioteca de Ensayo / Serie mayor

Bruckner Un instante eterno

Filosofía de la longevidad

E-Book, Spanisch, Band 117, 204 Seiten

Reihe: Biblioteca de Ensayo / Serie mayor

ISBN: 978-84-18708-10-7
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



UN INTELIGENTE, BELLO, APASIONANTE Y CRUDO ENSAYO QUE NOS INVITA A VER DE FORMA DISTINTA ESA EDAD AVANZADA A LA QUE TODOS LLEGAMOS. «Un libro imprescindible para hacer de la última etapa de nuestras vidas la más feliz y fundamental».  Antonio Basanta «Un instante eterno no es un libro de autoayuda, pero sí que ayuda muchísimo. Es un libro de pensamiento de un reconocido intelectual que nos enfrenta a una realidad: la madurez y la vejez duran cada vez más años».Iñaki Gabilondo «Es el momento de pensar en la vejez en una sociedad que se prolonga cada vez más [...]. Bruckner no es un hombre a la contra, sino una bengala en alerta».Antonio Lucas, El Mundo «Mientras los miembros de su generación se jubilan y se instalan en la tercera edad, Bruckner, con 72 años, no tiene ninguna gana de dejar de escribir y polemizar».Marc Bassets, El País «Es un libro fantástico, con reflexiones trascendentes y útiles».Fernando Ónega «El excelente ensayo de Pascal Bruckner no se conforma con explorar las preguntas existenciales que conlleva la reciente extensión de los años de vida, sino que se fija también en sus trampas y ambivalencias».  Le Monde «El ensayista francés Pascal Bruckner publica una elegante y personal reflexión filosófica sobre el arte de aceptar la vejez».  L'Express «Autobiografía intelectual y, al mismo tiempo, un manifiesto, este libro trata un solo tema: el largo tiempo de vida. Considera esta etapa intermedia, una vez rebasados los cincuenta años de edad, en la que no se es ni joven ni viejo, sino que siempre se está habitado por apetitos abundantes». PASCAL BRUCKNER, de la introducción El reconocido filósofo Pascal Bruckner plantea en este lúcido ensayo cómo los avances de la ciencia han hecho del tiempo un aliado paradójico para el ser humano; desde mediados del siglo XX, la esperanza de vida ha aumentado de veinte a treinta años, equivalente a toda una existencia en el siglo XVII. Es al llegar a los cincuenta años cuando experimentamos una suerte de suspensión entre la madurez y la vejez, un intervalo en el que la brevedad de la vida realmente comienza ya que nos planteamos las grandes cuestiones de nuestra condición humana: ¿queremos vivir mucho tiempo o intensamente, empezar de nuevo o reinventarnos? ¿Cómo evitar la fatiga del ser, la melancolía del crepúsculo, cómo superar las grandes alegrías y los grandes dolores? ¿Cuál es la fuerza que nos mantiene a flote contra la amargura o el hartazgo? En esta obra, ambiciosa e imprescindible, Bruckner fundamenta sus reflexiones en estadísticas y en diversas fuentes de la literatura, las artes y la historia; así, nos propone una filosofía de la longevidad fundada en la resolución, y nunca en la resignación, para vivir esta vida extra de la mejor manera posible.

Pascal Bruckner (París, 1948), filósofo y escritor de obras de ficción y no ficción, es doctor en Letras por la Universidad Paris VII. Ha sido galardonado con los premios Médicis de Ensayo, Renaudot y Montaigne. Roman Polanski llevó a la gran pantalla su novela Luna amarga. Reconocido crítico del multiculturalismo, apoya el derecho a la especificidad de las minorías étnicas, religiosas y culturales, defendiendo la asimilación respetuosa por la comunidad que los recibe.
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CAPÍTULO 1
Renunciar a la renuncia «Envejecer es todavía la única manera que hemos encontrado de vivir una larga vida». SAINTE-BEUVE   ¿Qué ha cambiado en nuestras sociedades desde 1945? Este hecho fundamental: la vida ha dejado de ser breve, tan efímera como un tren que pasa, para usar una metáfora de Maupassant. O, más bien, es de manera simultánea demasiado corta y demasiado larga, oscilando entre la carga del aburrimiento y el parpadeo de la urgencia. Se extiende en periodos interminables o pasa como un sueño. Desde hace un siglo, de hecho, la raza humana ha estado jugando a la prolongación, al menos en los países ricos, donde la esperanza de vida ha aumentado de 20 a 30 años más. El destino le ofrece a cada uno un permiso, variable según el sexo y la clase social. La medicina, «esta forma armada de nuestra finitud» (Michel Foucault), nos otorga una generación extra. Es un inmenso progreso, ya que este deseo de vivir plenamente corresponde al retraso del momento de la entrada en la vejez, que hace dos siglos comenzaba en la treintena3. La esperanza de vida, que era de 30 a 35 años en 1800, aumentó de 45 a 50 en 1900, y ganamos tres meses adicionales cada año. Una de cada dos niñas que nazca hoy llegará a los 100 años. ¿De qué manera afecta la longevidad a todos desde la infancia? No solo afecta a los que se acercan al final de sus vidas, sino a todos los grupos de edad. Saber desde los 18 años que podemos llegar a vivir un siglo, como en el caso de los millennials, cambia por completo nuestra concepción de los estudios, la carrera, la familia y el amor, haciendo de la vida un largo y sinuoso camino que se pierde, por el que se vaga, que permite fracasos y reanudaciones. A partir de ahora tenemos tiempo: no hay necesidad de apresurarse, de casarse y tener hijos a los 20 años, de terminar los estudios demasiado pronto. Podemos formarnos en cosas diferentes, tener oficios variados, varios matrimonios. Los ultimátums establecidos por la sociedad, más que ignorados, son burlados. Ganamos una virtud: la indulgencia hacia nuestras propias vacilaciones. Y un desafío: pánico a tomar decisiones.     La puerta giratoria   50 años es la edad en la que la brevedad de la vida comienza de verdad. El animal humano conoce una especie de suspensión entre dos aguas. Antiguamente, el tiempo se movía hacia un fin: la perfección o realización espiritual; estaba orientado. Ahora, entre estos dos periodos, se abre un paréntesis sin precedentes. ¿De qué se trata en este caso? De un indulto que deja la vida abierta, como una puerta giratoria. Es un tremendo paso adelante que pone todo patas arriba: la brecha generacional, el estatus de los empleados, la cuestión matrimonial, la financiación de la seguridad social, el costo de la alta dependencia. Entre la madurez y la vejez está surgiendo una nueva categoría: los seniors, para utilizar un término latino4, que están en buena forma física y a menudo mejor dotados que el resto de la población. Este es el momento en que muchos, habiendo criado a sus hijos y cumplido con sus deberes conyugales, se divorcian o se vuelven a casar. Este cambio no solo afecta al mundo occidental: en Asia, África e Hispanoamérica, la disminución de la fertilidad va acompañada de un envejecimiento de la población, sin que se haya pensado en las condiciones materiales de esta situación5. En todas partes, los Gobiernos están pensando en volver a poner a trabajar a esta fracción de la población hasta los 65 o 70 años. La vejez ya no es solo la suerte de unos pocos supervivientes, sino que ahora es el futuro de una gran parte de la humanidad, con la única excepción de la clase obrera blanca de los Estados Unidos, que está sujeta a un preocupante aumento de la mortalidad6. Para el año 2050, se espera que haya el doble de ancianos en el mundo que de niños. En otras palabras, ya no hay una, sino muchas edades ancianas, y solo la que está inmediatamente antes de la muerte merece ese nombre. Se necesita un desglose más fino de la escala generacional. No obstante, la brevedad es también un factor de intensidad y explica la febrilidad de algunos por devorar los días restantes, deseosos de compensar lo que se perdieron o de prolongar lo que experimentaron. Esta es la ventaja de las cuentas regresivas: nos hacen codiciar cada momento que pasa. Después de la edad de 50 años, la vida debe ser requerida por la emergencia, habitada por una inagotable variedad de apetitos7. Tanto más cuanto que en cualquier momento podemos sucumbir, presas de una enfermedad o un accidente. «De lo que soy ahora no se deduce que deba seguir siéndolo después»8, dijo René Descartes. La incertidumbre del mañana, a pesar de los avances médicos, no es menos trágica que en el siglo XVII, y no disminuye la precariedad de cada día que amanece. La longevidad es una verdad estadística, no una garantía personal. Estamos sobre una línea de cresta que permite ver el panorama desde ambos lados. Aquí hay que distinguir entre el futuro como categoría gramatical y el futuro como categoría existencial, lo que implica un mañana que ya no es contingente, sino querido y deseado. Uno se sufre, el otro se construye; uno es pasivo, el otro es actividad consciente. Mañana hará frío o lloverá, pero, haga el tiempo que haga, me iré de viaje porque he decidido hacerlo. Podemos seguir vivos hasta una avanzada edad, pero ¿seguimos existiendo, en el sentido en que Heidegger distinguió el ser consustancial del existente, que se proyecta hacia adelante?9. Para un hombre, «la carga más pesada es vivir sin existir»10, dijo Victor Hugo de una forma más sencilla. ¿Qué debemos hacer con estos 20 o 30 años más que nos caen encima de manera involuntaria? Somos entonces como soldados que estaban a punto de ser desmovilizados y que nos alistamos para otras batallas. El juego básicamente ha terminado, parece que ha llegado el momento de hacer balance y, aun así, debemos continuar. La vejez es un paradójico consuelo para aquellos que tienen miedo de vivir y se dicen a sí mismos que allí, al final de un largo camino, está por fin la Tierra Prometida del Respiro, donde pueden rendirse y dejar sus cargas. El veranillo, esta nueva temporada tardía, sin precedentes en la historia, desmiente sus esperanzas. Querían despedirse y deben persistir. Este indulto, desprovisto de todo contenido a priori, es a la vez excitante y aterrador. Es necesario llenar esta cosecha con días adicionales. «Mi progreso es haber descubierto que ya no estoy progresando», escribió Sartre en Les mots en 196411, cuando tenía 59 años y confesó su propia «borrachera de joven alpinista». ¿Seguimos aquí, medio siglo después? Los plazos se están acortando, las posibilidades se reducen, pero todavía hay descubrimientos, sorpresas y aventuras amorosas. El tiempo se ha convertido en un aliado paradójico: en lugar de matarnos, nos lleva; es el vector de la angustia y la alegría, «mitad huerto, mitad desierto» (René Char). La vida perdura como esas largas tardes de verano en las que el aire fragante, la comida exquisita y la compañía acogedora dan a todos el deseo de prolongar este momento mágico y de no irse nunca a dormir. La longevidad no es una mera suma de años, sino que cambia profundamente nuestra relación con la existencia. En primer lugar, permite que varias humanidades diacrónicas cohabiten en la tierra con diferentes referencias y recuerdos. ¿Qué hay en común entre un hombre que roza el siglo y ha experimentado el final de la Primera Guerra Mundial, la Segunda, la Guerra Fría y la caída del Muro, y un niño que nace en un ambiente de pantallas conectadas y de hipertecnología? ¿Qué hay de común entre yo y yo mismo, entre el que fui una vez y el otro en que me he convertido? Nada más que un carné de identidad. Las cronologías chocan sin ningún vínculo evidente entre sí, las referencias divergen, creando verdaderos problemas de traducción entre los más viejos y los más jóvenes, que ya no hablan el mismo idioma. La longevidad desarma las incompatibilidades: hoy en día, uno puede ser una cosa y otra, padre, abuelo y bisabuelo, por ejemplo, anciano y deportista, madre y sustituta del hijo de su hija y de su yerno. Es Matusalén en todos los sentidos, pero un Matusalén petulante: un hombre puede procrear hasta los 75 años y dar a luz a un nuevo niño cuando su hijo mayor le da un nieto12. El tío o la tía sería entonces 40 años más joven que su sobrino o sobrina, y el menor, medio siglo más joven que su hermano mayor. La ciencia permite verdaderas permutaciones temporales, los linajes se entrelazan en lugar de seguirse unos a otros como los cables de una central telefónica, las jerarquías familiares se sacuden. Es un abismo que se abre ante nosotros y barre todos los puntos de referencia. Si mañana, por casualidad, los centenarios se convirtieran en mayoría, considerarían a los de 70 años como niños maleducados y gritarían: ¡Ah, estos jóvenes: no respetan nada! Así son las cosas. Es la omisión provisional del desenlace, una incertidumbre fundamental. La existencia ya no es una flecha que lleva del nacimiento a la muerte, sino una «duración melódica» (Bergson), un milhojas de temporalidades...


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