Brague | La sabiduría del mundo | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 424 Seiten

Reihe: Ensayo

Brague La sabiduría del mundo

Historia de la experiencia humana del universo
1. Auflage 2011
ISBN: 978-84-9920-707-0
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Historia de la experiencia humana del universo

E-Book, Spanisch, 424 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-9920-707-0
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
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La sabiduría del mundo. Historia de la experiencia humana del universo, a pesar del poco tiempo transcurrido desde su publicación original en 1999, ha sido traducido a 5 idiomas. Su intención es ambiciosa: desarrollar la historia filosófica de la representación de la noción del mundo. ¿Cómo imaginar nuestra existencia de hombres, nuestra búsqueda del bien, nuestra presencia en el mundo? Para explorar estas cuestiones, Rémi Brague propone navegar por la historia del pensamiento. Su libro nos restituye a la relación que une el hombre con el universo: indaga los orígenes antiguos y las fuentes bíblicas, recorre las inflexiones medievales y describe el naufragio de la época moderna. Durante dos mil años el hombre se ha visto a sí mismo como un mundo en pequeño: orientado hacia el cielo, hecho para contemplarlo. Ha creído que la sabiduría que buscaba estaba conectada con la que ya gobernaba el universo. El orden y la belleza del mundo eran el modelo que marcaba el bien. Pero esta imagen antigua que sobrevivió durante la Edad Media, se iba a difuminar en el alba de la modernidad. Ha dejado su lugar a 'visiones del mundo' donde fragmentos de la concepción antigua se mezclan con nuevos modelos, y el cosmos ha dejado de ser el preceptor del hombre. La sabiduría del mundo se nos ha vuelto invisible. Hoy debemos volver a pensarla de nuevo. Brague va trazando el panorama grandioso de las respuestas antiguas a la cuestión filosófica por excelencia: ¿cómo alcanzar la sabiduría? Su tesis es que todas las respuestas se conciben en relación a una idea que se nos ha vuelto lejana: la idea de cosmos, es decir, de un orden inmutable del universo. Llegar a ser sabio no significa otra cosa, para los antiguos, que observar ese orden e imitar esa sabiduría que es la del mismo mundo. La sabiduría del mundo es el primer título de una ambiciosa trilogía.

Rémi Brague (1947) es profesor de filosofía medieval en la Universidad de la Sorbona de París y de historia del cristianismo europeo en la Ludwig-Maximiliän Universität de Munich, donde ocupa la cátedra Romano Guardini. Es director de centro de investigación 'Tradición del Pensamiento Clásico' de la Sorbona. Ha sido profesor visitante en las Universidades de Pennsylvania, Colonia, Lausanne y Boston. Especialista en la filosofía medieval judía y árabe, ha investigado asimismo sobre la filosofía griega (Platón y Aristóteles). Entre sus obras más importantes se encuentran Aristote et la question du monde, Europe, la voie romaine (traducido a 17 idiomas), La sagesse du monde (traducido a 5 idiomas, editado por Encuentro en español), Introduction au monde grec y La loi de Dieu.

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INTRODUCCIÓN
El doctor Watson, que se ha trasladado recientemente a un piso que debe compartir con otro inquilino llamado Sherlok Holmes, y habiéndose prohibido, como buen inglés, hacer a su compañero de piso ninguna pregunta personal, intenta adivinar su profesión haciendo la lista de sus capacidades. Entre otras rarezas, le sorprenden ciertas cosas que ignora. El Sr. Holmes desconoce si la Tierra gira alrededor del Sol, o a la inversa. Una vez informado de lo correcto, éste declara, entre otras cosas, que se apresurará a olvidarlo, pues semejante saber le resulta inútil: «¡Qué puede importarme eso! [...] Me dice usted que giramos alrededor del Sol. Si lo hiciésemos en torno a la Luna, ello no supondría un ápice de diferencia en lo que respecta a mí o a mi trabajo»1. Y en lo que a nosotros se refiere, ya sea nuestro trabajo la medicina, la investigación o el crimen, ¿resulta verdaderamente útil saber cómo está hecho el mundo, por dónde gravita la Tierra por la que caminamos? ¿No sería mejor saber lo que hacemos en ella? Ésta es la cuestión que plantea el hombre de la calle (¿y quién de nosotros no lo es?) cuando, en determinados momentos, descubre en él un humor «metafísico». Por ello entiende aproximadamente: ¿Cuál es el sentido de la vida? Ahora bien, la manera en que plantea la cuestión no resulta indiferente. Me propongo tomarla en serio y al pie de la letra. Implica que la vida humana esté definida a partir de un hecho físico, que no sea sólo una presencia en un mundo indeterminado, sino en un preciso lugar, lugar que resulta definido en relación con otros elementos de un mismo todo. En este caso, «en la Tierra», no «en la Luna», o flotando en el aire tibio como el famoso «hombre volante» de Avicena. En una primera aproximación, ello quiere sencillamente decir que estamos vivos, y no a seis pies bajo tierra, o en cualquiera de los infiernos. Pero es significativo que la vida humana aparezca localizada de golpe, y en cuanto tal. Desde este horizonte deseo estudiar aquí la cosmología de un período determinado de la historia del pensamiento, el de la Antigüedad que termina y sus prolongaciones medievales, en las tres ramas del pensamiento que circunda el Mediterráneo. Saber, durante ese período, lo que en el mundo físico resultaba lo más pertinente para responder a la cuestión «¿qué hacemos en la Tierra?». Al reconstruir esta visión de un mundo acabado, no me anima una simple curiosidad de anticuario; intento que nosotros mismos nos situemos frente a un problema que nos concierne tanto como concernía a nuestros antepasados, y que es nada menos, en última instancia, el que se refiere a la naturaleza del hombre. Para saber lo que es el hombre hay que cogerlo allí donde su naturaleza se realiza con mayor plenitud, donde es más verdaderamente él mismo2. La excelencia (areté) es el objeto de la ética. La antropología resulta, por lo tanto, inseparable de la ética. Así pues, afirmo que durante un largo período del pensamiento antiguo y medieval (suponiendo que aquí quepa distinguirlos), la actitud por la cual el hombre alcanza la plenitud de lo humano era concebida, al menos en una tradición de pensamiento dominante, como ligada a la cosmología. La sabiduría por la que el hombre es, o debe ser, lo que es, era una «sabiduría del mundo». El período durante el cual se ha producido esto tiene un principio y un final. Forma, así, una totalidad cerrada, que se destaca, por lo tanto, de una prehistoria y una post-historia, en la que nos encontramos. Cosmografía y cosmogonía
Necesito comenzar introduciendo algo de claridad y precisando que tomaré el mundo en el sentido en el que lo designa el objeto de una cosmología, y no en uno de sus sentidos más habituales, por el que se designa únicamente ya sea la tierra habitada, ya los hombres que la habitan, incluso «el mundo» en el sentido de «las gentes». Sin embargo, esta misma precisión reintroduce la preocupación por el hombre en el corazón de la pregunta acerca del mundo. Utilizo, por lo tanto, aquí el concepto de «cosmología» en un sentido que habrá que precisar. Para ello, lo distinguiré de otros dos, con los que se confunde frecuentemente. Para nombrar estos conceptos me apoyaré en palabras presentes en el lenguaje, pero sin obligarme a respetar sus acepciones dadas. Distingo, por lo tanto, entre cosmografía, cosmogonía y cosmología. Los dos primeros términos aparecen en griego antiguo, y el primero se conserva sin solución de continuidad en latín medieval3. El tercero es un término tardío del lenguaje culto, uno de esos términos, en apariencia puramente griegos, que los antiguos Griegos no se atrevieron a forjar4. Por cosmografía entiendo el dibujo o la descripción (grapheîn) del mundo tal cual se presenta actualmente, en su estructura, su eventual división en niveles, regiones, etc. Esta descripción puede, incluso debe, dar cuenta de las relaciones estáticas o dinámicas entre los diferentes elementos de los que el mundo se compone: distancias, proporciones, etc., así como influencias, reacciones, etc. Implica el intento de extraer las leyes que rigen esas relaciones. Se trata, así, de una geografía generalizada que, despreciando su etimología, no se referiría sólo a la Tierra, sino también al conjunto del mundo visible. Por cosmogonía entiendo el relato de la aparición de las cosas o, si se quiere, el relato de la cosmogénesis. Explica cómo han llegado (gígnesthai) las cosas a formar el mundo tal cual lo conocemos, en su estructura actual. La forma en que una concreta cultura concibe el mundo entraña, evidentemente, para ella cierto modo de representarse el advenimiento del ser: una cosmogonía sirve para explicar el mundo tal cual es imaginado o concebido en un determinado momento por un grupo dado. En consecuencia, hay cosmogonías de estilos muy variados, tan variados como el de las cosmografías. Una cosmogonía puede ser mítica. Es el caso de los relatos de emergencia que conocen la mayor parte de las culturas llamadas «primitivas». Ello no impide que esos mitos estén cargados de pensamiento, incluso de una reflexión de carácter prefilosófico, como la Teogonía de Hesíodo. Los relatos sobre la génesis pueden también consistir en la recuperación parcialmente crítica de mitos más antiguos, corregidos, incluso vueltos irreconocibles por su absorción en otro relato, al servicio de otra doctrina. Es el caso del relato de la creación al comienzo del libro del Génesis. Un mito puede, por último, estar forjado científicamente, con la finalidad de ilustrar una teoría filosófica anterior, como en el Timeo de Platón. Una cosmogonía puede ser igualmente científica. Entonces intenta reconstruir los procesos por los que el mundo, tal cual lo conocemos actualmente, ha podido llegar a formarse. Tal es el caso de Galileo5, el Tratado del mundo de Descartes (1633), y, por último, las cosmogonías según Newton, como, por ejemplo, la teoría del cielo de Kant (1775). Es, finalmente, el caso de la astrofísica actual, sea cual fuere la parte de hipótesis que necesariamente conlleva. Conviene señalar que los contenidos de estos dos conceptos se han acercado con el tiempo casi hasta el punto de coincidir. En efecto, las teorías contemporáneas conciben el mundo en evolución. Con esta dimensión suplementaria del tiempo, describir el mundo y contar su formación —la historia y la geografía del universo, si se quiere— ya no se oponen. Antaño lo hacían, de un lado, la descripción de un estado fijo y comprobable, y del otro la construcción puramente hipotética de su génesis, que no tenía sino un valor heurístico. La fabricación del mundo por un artesano divino (demiurgo) en el Timeo era, según toda verosimilitud, una manera de explicitar, exponiéndolos en las sucesivas operaciones de fabricación, los estados de las cosas eternas. Así lo había comprendido la mayoría de los exegetas de Platón desde la antigua Academia, interpretación que permanecerá como tradicional6. En cambio, las ciencias modernas pretenden sin duda contar una historia que se ha producido realmente: la paleontología lo hace con lo vivo, la geología con los materiales que forman nuestro globo, y la astrofísica, por último, con el conjunto del universo. Cosmología
A diferencia del sentido en el que tomaba los dos conceptos precedentes, lo que aquí entiendo por cosmología es algo distinto a lo que vehicula este término habitualmente. En efecto, por ello se entiende una mezcla de cosmografía y cosmogonía respecto de la cual ya he señalado que las teorías recientes la hacen necesaria. Prefiero reservar el término cosmología para un uso particular. Por ello entiendo, como por lo demás implica el término lógos, no un simple discurso, sino una manera de dar razón del mundo en la que debe expresarse una reflexión sobre la naturaleza del mundo como mundo. Es cosmológico un discurso, expresado o no (en este último caso podría hablarse de una «experiencia»), en el que aquello que hace que el mundo sea mundo —lo que cabría llamar la «mundaneidad»— no está presupuesto, sino que, por el contrario, se convierte, implícita o explícitamente, en un problema. Es, por lo tanto, necesario, que el mundo esté explícitamente planteado y sea ya nombrado. La presencia de una palabra no implica, ciertamente, la de un concepto, pero su ausencia indica al menos que ese concepto no ha sido tematizado. Así pues, no...



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