Brague | ¿A dónde va la historia? | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 2, 142 Seiten

Reihe: Nuevo Ensayo

Brague ¿A dónde va la historia?

Dilemas y esperanzas
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-9055-793-8
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Dilemas y esperanzas

E-Book, Spanisch, Band 2, 142 Seiten

Reihe: Nuevo Ensayo

ISBN: 978-84-9055-793-8
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



En este libro-entrevista Rémi Brague, uno de los pensadores más originales y sorprendentemente desconocidos de nuestro tiempo, realiza una interesante reflexión sobre cuál es el sentido de la historia para el hombre 'posmoderno', quien considera ingenuo todo intento de buscar en ella el reflejo de un significado o los motivos para una esperanza. A partir de esto, Brague aborda en el libro cuestiones tan candentes como la posibilidad de diálogo con el islam y la convivencia entre las tres grandes religiones, la vocación histórica de Europa o la situación actual del hombre y su pervivencia ante los avances en el campo de la neurociencia. Este libro permite que aquellos lectores que todavía no conocen la obra de Brague realicen un primer acercamiento introductorio a su rico pensamiento.

Rémi Brague (París, 1947), es profesor emérito de Filosofía Medieval en la Sorbona de París. Fue titular entre 2002 y 2012 de la 'Cátedra Guardini' en la Universidad Ludwig-Maximilians de Munich. En 2012 recibió el premio Ratzinger, considerado oficiosamente como el Nobel de Teología. Especialista en la filosofía medieval judía y árabe, ha investigado asimismo sobre la filosofía griega (Platón y Aristóteles). Entre sus obras más importantes se encuentran Aristote et la question du monde, y Europe, la voie romaine, traducida a 17 idiomas. Ediciones Encuentro ha publicado en español varias de sus obras, entre ellas su trilogía 'mayor', La sabiduría del mundo (2008), La Ley de Dios (2011) y El reino del hombre (2017), fruto de 15 años de investigación.

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CAPÍTULO PRIMERO
La vida de las ideas
Profesor Brague, el motivo conductor de nuestra entrevista me fue inspirado por el título de una obra de Berdiaev, El sentido de la historia [12]. Me parece que este tema tiene la prerrogativa de la inactualidad, en sentido nietzscheano: hoy en día se repite, como una aparente obviedad, que la historia humana en su conjunto no tendría ninguna orientación (e incluso se elimina la cuestión, juzgándola insensata a priori). Quizá pudiera servir esta observación de pregunta de apertura: hoy, en esa parte del mundo que más o menos convencionalmente se conoce con el nombre de «Occidente», ¿no domina una especie de escepticismo sobre la historia, por no decir un rechazo? ¿No quedó muy bien definido el espíritu de nuestra época en la frase de Joyce: History is a nightmare from which I am trying to awake, «La historia es una pesadilla de la que estoy intentando despertarme»? Joyce pone esta frase en boca de Stephen Dedalus en su Ulises [13]. Se trata de una obra publicada poco después de la Primera Guerra Mundial, que había minado gravemente la autocomplacencia de la conciencia europea y su ingenua creencia en un progreso indefinido. El sentimiento que expresa esta novela, sin embargo, está menos atado a las circunstancias: es tan viejo como las grandes filosofías de la historia de los siglos XVIII (Herder) y XIX (Hegel), constituyendo su contrapunto. Schopenhauer había acuñado una expresión canónica, viendo en la historia «el largo, difícil y confuso sueño de la humanidad» y en los acontecimientos, una especie de caleidoscopio en el que los elementos siempre idénticos se combinan cada vez de modo diferente: eadem, sed aliter [14]. Un eterno recomenzar que da la impresión de novedad. Hay un hecho concreto que debe ser recordado, el de que dicho escepticismo no impide una extraordinaria inflación de la producción historiográfica. Los libros de historia ocupan un espacio enorme en las bibliotecas. En mi disciplina, la filosofía —indudablemente en Francia y en Italia, pero también en Alemania y, en menor medida, en los países anglosajones—, la enseñanza universitaria está profundamente anclada en una perspectiva histórica, preponderancia que se refleja en las publicaciones. En líneas generales, los intelectuales han adoptado, sin darse cuenta de ello plenamente, un punto de vista historicista sobre la realidad. Suele preguntarse: ¿cómo surgió cierta idea? Pero se evita demasiado a menudo preguntarse, sencillamente, si tal idea es verdadera. Sobre esta cuestión, el demonio creado por C. S. Lewis escribe una página de feroz ironía pero plenamente justificada. Describe así el nuevo clima intelectual que él y sus colegas diabólicos han conseguido producir en toda la Europa occidental: Sólo los eruditos leen libros antiguos, y nos hemos ocupado ya de los eruditos para que sean, de todos los hombres, los que tienen menos probabilidades de adquirir sabiduría leyéndolos. Hemos conseguido esto inculcándoles el Punto de Vista Histórico. El Punto de Vista Histórico significa, en pocas palabras, que cuando a un erudito se le presenta una afirmación de un autor antiguo, la única cuestión que nunca se plantea es si es verdad. Se pregunta quién influyó en el antiguo escritor, y hasta qué punto su afirmación es consistente con lo que dijo en otros libros, y qué etapa de la evolución del escritor, o de la historia general del pensamiento, ilustra, y cómo afectó a escritores posteriores, y con qué frecuencia ha sido mal interpretado (en especial por los propios colegas del erudito), y cuál ha sido la marcha general de su crítica durante los diez últimos años, y cuál es el «estado actual de la cuestión». Considerar al escritor antiguo como una posible fuente de conocimiento —presumir que lo que dijo podría tal vez modificar los pensamientos o el comportamiento de uno— sería rechazado como algo indeciblemente ingenuo [15]. Por otro lado, la ignorancia histórica suele ser flagrante, incluso entre «los que deciden». En Francia, la École des Sciences Politiques («Sciences Po») forma espíritus para los que a menudo parece que la historia comenzó en 1968 y la prehistoria en 1929, si no directamente en 1945. Aquí nace una total ausencia de perspectiva en el análisis de los problemas. Un solo ejemplo: uno de nuestros presidentes de la República —que, por cierto, estaba muy lejos de ser un imbécil— fue invitado a hacer un viaje oficial a España para encontrarse con el rey Juan Carlos. Como fecha para su llegada a Madrid propuso el 2 de mayo. El embajador tuvo que explicarle que dicha fecha era la del levantamiento de los madrileños contra las tropas de Napoleón: una revuelta sofocada en sangre, como recuerdan algunas de las obras más célebres de Goya. El momento elegido, por lo tanto, era ciertamente inapropiado. Sólo que nuestro presidente no tenía la menor idea de ello. Por lo que se refiere a la actitud general del hombre contemporáneo hacia la historia, es ambivalente. La amamos en la medida en la que nos permite hacer una especie de turismo cronológico; también la amamos como reserva de «diversidades culturales»: de este modo podemos complacernos con la agradable ilusión de que cualquier práctica o conducta sería no sólo posible de hecho (lo que es verdad), sino también plena de futuro (lo que no es en modo alguno verdad). Por ejemplo: las prácticas sexuales, y en particular las reglas relativas al matrimonio, cambian según las épocas y las poblaciones. Podría considerarse que todas son válidas. Sin embargo, razonando de este modo se olvida la pregunta de por qué los pueblos que practican, por ejemplo, la poligamia o la poliandria no han podido acceder a la modernidad tanto en el plano tecnológico como en el político. ¿No habrá una conexión entre la concepción de la persona (sobre todo de la mujer) sometida a ciertas conductas en materia de sexualidad y una tendencia al marasmo cultural? Para compensar, queremos alejarnos de la historia en la medida en la que encontramos en ella tradiciones que deberíamos estar obligados a respetar y de las cuales, sin embargo, queremos liberarnos. ¿Podríamos detenernos, en esta fase inicial de la entrevista, en algunos momentos de su biografía intelectual? En concreto, tras haberse especializado en filosofía antigua (pienso, por ejemplo, en dos de sus obras, Introducción al mundo griego y Aristóteles y la cuestión del mundo), se pasó usted a la enseñanza de la filosofía medieval. ¿Cómo sucedió? Y ¿qué diferencias implicó este cambio en el método de estudio, de acercamiento hermenéutico a los autores y a los textos? La cuestión se une al hecho de que en Italia, al menos en la etapa secundaria, la enseñanza del pensamiento medieval ha representado un papel de Cenicienta: en los programas a menudo se salta de la filosofía de la edad helenística a la de Bacon, Galileo y Descartes. En Francia es todavía más claro este olvido de la filosofía medieval. Cuando se diseñó la enseñanza filosófica en las instituciones estatales en la segunda mitad del siglo XIX, la visión dominante del mundo era la del positivismo. La Edad Media había sido una época religiosa, y ahora la religión se consideraba perteneciente a la emotividad, a lo irracional. Era imposible aceptar que hubiese habido una filosofía medieval, y no solamente una teología. En la enseñanza secundaria Aristóteles estaba bajo sospecha por haber sido el autor de referencia de la escolástica, y Plotino, por místico; por lo tanto se saltaba, y se continúa saltando alegremente, de Platón a Descartes, que además tiene la ventaja de haber sido francés. Étienne Gilson consiguió introducir la enseñanza de la filosofía medieval en la Sorbona; pero en 1932 fue elegido para el Collège de France, institución sumamente prestigiosa pero en la que no se forman estudiantes. Este nombramiento fue hecho para bloquearlo en una jaula dorada, como se había hecho anteriormente con Bergson. La verdad es que en Francia se están haciendo progresos, y se multiplican las tesis sobre temas de filosofía medieval. Las cátedras continúan, todavía un poco tímidamente. En cuanto a mí, el puesto que he obtenido (y que era denominado, de forma algo extraña, «filosofía de lengua árabe» a pesar de que se diga «filosofía inglesa» o «filosofía alemana» y no «de lengua inglesa o alemana»), me ha obligado a ocuparme de pensadores que vivieron en el periodo que nosotros llamamos medieval, aunque la historiografía islámica divida las épocas de otra manera. Lo que me parece importante es restablecer el sentido de la articulación entre el Medioevo y los tiempos modernos. Utilizo esta palabra, «articulación», con toda intención, para señalar la continuidad sin ignorar las fracturas. Demasiado a menudo se da la tendencia de acentuar uno u otro aspecto, mientras que deberían considerarse ambos. Por un lado, hay una continuidad excesiva y repetitiva por la que se hace necesaria, frente a nuevos problemas, la búsqueda de nuevas soluciones. Por otro, una ruptura nunca es una salida desde cero, por mucho que la propaganda de la modernidad pretenda hacerlo creer e incluso hacérselo creer a sí misma. Una ruptura siempre es una protesta contra lo precedente, y se construye sobre la realidad que ataca, formando así una pareja de hermanas enemigas entre sí. En realidad, los grandes historiadores siempre se apartan de los puntos de vista unilaterales. Por ejemplo, Gilson ha recordado la...



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