Bourdieu | Capital cultural, escuela y espacio | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 182 Seiten

Reihe: Sociología y política

Bourdieu Capital cultural, escuela y espacio


1. Auflage 2014
ISBN: 978-607-03-0538-2
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

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Reihe: Sociología y política

ISBN: 978-607-03-0538-2
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
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Este volumen reúne ensayos, entrevistas e intervenciones públicas de Pierre Bourdieu. En ellos, el sociólogo despliega su innovadora concepción de la dinámica social contemporánea, recorre su propia obra y la de otros pensadores y no evita polemizar con sus críticos. Preparado por Isabel Jiménez y su autor, Capital cultural, escuela y espacio social lleva fuera del universo erudito problemas y discusiones hasta aquí reservados al cenáculo de los especialistas, y por ello constituye una extraordinaria introducción a las ideas de Pierre Bourdieu. El espacio social es construido de tal modo que los grupos se distribuyen en él según dos principios: el capital económico y el capital cultural. El lugar ocupado en ese espacio dirige las representaciones y las tomas de posición en las luchas para conservarlo o transformarlo. En este paisaje, la escuela selecciona y legitima un sistema de hábitos y prácticas sociales impuesto por una determinada clase, presenta ciertos valores y normas culturales de un grupo como si fueran universales y contribuye a reproducir la estructura social. Sin embargo, contra las interpretaciones mecanicistas, hay que aclarar que es porque conocemos las leyes de la reproducción que tenemos alguna oportunidad de minimizar su acción en la institución escolar.

Fue uno de los intelectuales más influyentes de Francia durante la última mitad del siglo XX. La variedad de las temáticas que estudió y el intento por llevar a la práctica de la construcción interdisciplinaria de diversos objetos de estudio evidencia en la su capacidad para hacer coincidir su producción intelectual con los problemas más relevantes de la sociedad y, en especial, de los sectores dominados. Nació en 1930 en el suroeste de Francia. Realizó sus estudios en la École Normale Supérieure y en la Facultad de Letras de París. En 1981 fue designado profesor titular de sociología en la institución más prestigiosa de su país, el Collège de France, cargo que desempeñó hasta su muerte en enero del 2002.

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2. Espacio social y espacio simbólico
Introducción a una lectura japonesa de La distinción*
Yo creo que si fuera japonés no me gustaría la mayor parte de las cosas que los no japoneses escriben sobre Japón. En la época en que escribí Los herederos, hace ya más de veinte años, reconocí la irritación que me inspiraban los trabajos norteamericanos de etnología sobre Francia al conocer la crítica que los sociólogos japoneses, Hiroshi Minami y Tetsuro Watsuji sobre todo, habían realizado contra el célebre libro de Ruth Benedict, El crisantemo y el sable. Yo no les hablaré pues de “sensibilidad japonesa”, ni de “misterio” o del “milagro” japonés. Hablaré de un país que conozco bien, no sólo porque nací en él y hablo su lengua, sino porque lo he estudiado mucho: Francia. ¿Esto quiere decir que me encerraré en la particularidad de una sociedad singular y no hablaré para nada de Japón? No lo creo. Pienso por el contrario que, presentando el modelo del espacio social y del espacio simbólico que he construido a propósito del caso particular de Francia, no cesaré de hablarles de Japón (así como, hablando de países ajenos, hablaré también de Estados Unidos o de Alemania). Y para que ustedes entiendan completamente este discurso que les concierne y que, al igual que mañana al hablar del homo academicus francés, podrá también parecerles cargado de alusiones personales, quisiera estimularlos y ayudarlos a ir más allá de la lectura particularizante que, más que constituirse en un excelente sistema de defensa contra el análisis, es el equivalente exacto, del lado de la recepción, de la curiosidad por los particularismos exóticos que han inspirado muchos de los trabajos sobre Japón. Mi trabajo, y especialmente La distinción, está muy expuesto a esta reducción particularizante. El modelo teórico que allí se presenta no está adornado de todos los signos en los cuales se reconoce de ordinario a la “gran teoría”, comenzando por la ausencia de toda referencia a una realidad empírica cualquiera. Las nociones de espacio social, de espacio simbólico o de clases sociales no están examinadas allí nunca en sí mismas ni por sí mismas; están puestas a prueba en una investigación inseparablemente teórica y empírica que, sobre un objeto bien situado en el espacio y el tiempo, la sociedad francesa de los años setenta, moviliza una pluralidad de métodos estadísticos y etnográficos, macrosociológicos y microsociológicos (lo mismo que oposiciones desprovistas de sentido). El informe de esta investigación no se presenta en el lenguaje al que numerosos sociólogos, sobre todo norteamericanos, nos han habituado y que no debe su apariencia de universalidad sino a la indeterminación de un léxico preciso y mal recortado del uso común; no tomaré más que un solo ejemplo, la noción de profesión. Gracias a un estilo discursivo que permite yuxtaponer el cuadro estadístico, la fotografía, el extracto de conversación, el facsímil de un documento y la lengua abstracta del análisis, puede hacerse coexistir lo más abstracto y lo más concreto: una fotografía del presidente de la República jugando tenis o la entrevista a un panadero con el análisis más formal del poder generador y unificador del habitus. Toda mi empresa científica se inspira, en efecto, en la convicción de que no se puede asir la lógica más profunda del mundo social sino a condición de sumergirse en la particularidad de una realidad empírica, históricamente situada y fechada, pero para construirla como “caso particular de lo posible”, según las palabras de Bachelard, es decir, como una figura en el universo finito de las configuraciones posibles. Concretamente, eso quiere decir que un análisis del espacio social en Francia en 1970 es el de la historia comparada que toma por objeto el presente, o el de la antropología comparativa que se apega a un área cultural particular: en los dos casos, se trata de intentar asir lo invariante, la estructura, en cada una de las variantes observadas. Esta invariante no se encuentra al primer vistazo, sobre todo cuando este vistazo es el del amante de lo exótico, es decir, de las diferencias pintorescas; aquel que, por decisión o por simple ligereza, se apega prioritariamente a las curiosidades superficiales, a las diferencias más visibles, frecuentemente producidas y perpetuadas por la intención de turistas apresurados que no conocen la lengua (yo pienso, por ejemplo, en lo que se dice y se escribe, en el caso de Japón, sobre la “cultura del placer”). Este comparativismo de lo fenomenal, debe ser sustituido por un comparativismo de lo esencial: armado de un conocimiento de las estructuras y de los mecanismos que escapan, aunque sea por razones diferentes, a la mirada nativa y a la mirada extranjera, como los principios de construcción del espacio social o de los mecanismos de reproducción de este espacio, que son comunes a todas las sociedades —o a un conjunto de sociedades—, el investigador, a la vez más modesto y más ambicioso que el amante de curiosidades, propone un modelo construido que pretende tener una validez universal. Puede así recoger las diferencias reales de las cuales necesita buscar el principio no en las singularidades de una naturaleza —o de un “alma”, como dicen algunos, los orientalistas, para no nombrarlos…— sino en las particularidades de historias colectivas diferentes. Es, ustedes lo habrán comprendido, lo que yo quiero tratar de hacer aquí y ahora. Voy pues a presentarles el modelo que he construido en La distinción, tratando primero de ponerlos en guardia contra la lectura realista o sustancialista de análisis que se quieren estructurales o, mejor, relacionales (me refiero aquí, sin poder recordarla en detalle, a la oposición que hace Ernst Cassirer entre “conceptos sustanciales” y “conceptos funcionales o relacionales”). Para hacerme comprender diré que la lectura sustancialista o realista se detiene en las prácticas (por ejemplo, la práctica del golf) o en los consumos (por ejemplo, la cocina china) a los que el modelo intenta explicar, y concibe la correspondencia entre las posiciones sociales, las clases, pensadas como conjuntos sustanciales, y los gustos o las prácticas, como una relación mecánica y directa. Así, en el límite, los lectores ingenuos podrían ver una refutación del modelo en el hecho de que, para tomar un ejemplo sin duda demasiado fácil pero impactante, los intelectuales japoneses o norteamericanos se precien de gustar de la cocina francesa mientras que a los intelectuales franceses les gusta frecuentar los restaurantes chinos o japoneses; o mejor aún, que las boutiques elegantes de Tokio o de la 5ta Avenida lleven frecuentemente nombres franceses mientras que las boutiques elegantes del Faubourg Saint-Honoré eligen nombres ingleses, como hairdresser. Pero quisiera tomar otro ejemplo que creo que es más importante: todos ustedes saben que, en el caso de Japón, son las mujeres menos instruidas de las comunas rurales las que tienen la tasa más elevada de participación en las consultas electorales, mientras que en Francia, como lo mostré por medio de un análisis de no respuestas a los cuestionarios de opinión, la tasa de no respuestas —y la indiferencia a la política— es particularmente muy alta entre las mujeres, entre los menos instruidos y entre los más desprotegidos económica y socialmente. Tenemos ahí el ejemplo de una falsa diferencia que oculta una verdad; se sobreentiende, en los dos casos, que se trata de un apoliticismo ligado a la desposesión de instrumentos de producción de las opiniones políticas, y hay que preguntarse cuáles son las condiciones históricas que explican lo que se observa; en un caso un simple absentismo, en el otro, una suerte de participación apolítica. Pero las cosas no son así de simples y hay que preguntarse además cuáles son las diferencias históricas (y sería necesario invocar aquí toda la historia política de Japón y de Francia) que hacen que la misma convicción de no tener la competencia, estatutaria y técnica, indispensable para la participación, y la misma disposición a la delegación incondicional, beneficie en un caso, a través del clientelismo, a los partidos conservadores, mientras que en el otro caso beneficie también (al menos hasta hace muy poco) al partido comunista, que encuentra en esta base dócil las condiciones de un “centralismo” fértil para las volteretas políticas. El modo de pensar...



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