E-Book, Spanisch, 168 Seiten
Reihe: Concilium
Concilium 399
E-Book, Spanisch, 168 Seiten
Reihe: Concilium
ISBN: 978-84-9073-891-7
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
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EDITORIAL
El racismo es una horrible realidad en nuestro mundo contemporáneo. Desde el racismo deshumanizador descarado de las perspectivas políticas de la derecha contemporánea, pasando por el racismo cotidiano y casual de la gente corriente, hasta la eliminación oculta de comunidades enteras, el racismo ocupa un lugar destacado en la experiencia de muchas personas. La cuestión del racismo sigue siendo un reto para la teología cristiana, especialmente para la teología que se basa en la dignidad de la persona humana como fundamento de su antropología teológica. Cualquier análisis del racismo depende también de categorías de análisis sociológicas seculares, lo que lleva a algunos a lanzar la acusación de que no tiene implicaciones teológicas. Este volumen desafía el binario religioso/secular argumentando que si la experiencia sigue siendo una fuente para la teología, la experiencia de la deshumanización a causa de la propia raza, etnia o identidad cultural también es una fuente para el pensamiento y la reimaginación teológicos. Para las mujeres, existe la experiencia adicional de la marginación y la violencia de género. Cuando la raza y el género (e implícitamente la sexualidad) permanecen como categorías de exclusión en el trabajo teológico cristiano, reflexionar sobre estas categorías de exclusiones que se entrecruzan se convierte en un mandato teológico. Por lo tanto, como mujeres teólogas de cuatro continentes diferentes del mundo —América del Norte y del Sur, África y Asia—, partimos de nuestras experiencias vividas de racismo y como mujeres que también son minorías raciales, étnicas e indígenas en contextos sociales. Para quienes viven en Estados Unidos, la experiencia del auge contemporáneo de Black Lives Matter (Las vidas de los negros importan) resuena con muchos movimientos históricamente inspirados en la raza que desafían el fenómeno de la «supremacía blanca». El movimiento BLM, basado en formas de la teoría crítica de la raza, plantea muchas cuestiones teóricas y teológicas. ¿Cuál es la relación de la particularidad de la piel negra con la presunta y declarada universalidad de una teología daltónica? Además, ¿cuál es el significado de la «supremacía blanca»? La supremacía blanca es una forma reinante de dominación que surge del miedo y el odio a los seres humanos de piel negra y morena y de una cacareada preferencia por el capital cultural, social, político y económico de la «blancura». Una característica primordial de la blancura es una historia de esclavitud, colonialismo y genocidio. Dicha supremacía tiene múltiples matices y se expresa en un sistema de privilegios para unos y un sistema de exclusión violenta, borrado y amnesia para otros. En la historia del mundo, sin embargo, es importante señalar que la violencia de la blancura también puede dirigirse hacia otros blancos (pobres, catalogados por el género, sexualizados o marginados culturalmente de otro modo). También puede ser ejercida por personas de piel negra y morena contra otras. Por lo tanto, es fundamental que el trabajo teológico antirracista articule las posibilidades de formas más complejas de alianzas y coaliciones. Para otros a nivel mundial, que heredan el cristianismo como legado colonial, el racismo se vive como colonialismo. Las múltiples formas de colonialismo, especialmente el europeo, crearon un contexto virulento para el racismo contemporáneo. En su primera iteración, el colonialismo europeo dejó su huella en las antiguas colonias, cuando, tras la decolonización histórica, se solidificaron formas internas de discriminación contra diferentes grupos en contextos africanos, asiáticos y latinoamericanos. Sin embargo, la salida de las potencias coloniales europeas de África, Asia y América Latina a mediados del siglo XX no supuso el fin del racismo. Sus nuevas formas, promulgadas en contextos domésticos, sobre la base de diferencias religiosas, de ciudadanía, de género, de clase o sexuales crean sistemas de exclusión y deshumanización notablemente similares a las formas europeas y occidentales de discriminación; la blancura bajo nuevas formas. Por ello, los teóricos críticos de la raza han problematizado el «pos» en la poscolonialidad, ya que los gobiernos poscoloniales han gestionado a menudo mal y, en algunos casos, han suprimido violentamente las diversidades étnicas, culturales y religiosas bajo el pretexto de la asimilación nacionalista. La supresión de las culturas, la espiritualidad y la identidad indígenas y minoritarias en nombre de la unidad nacional y el progreso del desarrollo han dado lugar a definiciones estrechas e interesadas del yo/el otro, el ciudadano/el extranjero y el anfitrión/el extraño. La identidad religiosa y la ciudadanía son otros marcadores de división, ya que las configuraciones capitalistas globales neocoloniales y racistas intensifican las diferencias culturales. Esta fractura de las relaciones humanas está en consonancia con una comprensión reduccionista de la creación, tan androcéntrica como antropocéntrica. Las desigualdades de género influyen críticamente en el racismo como forma de violencia estructural y sistémica que aplana las diferencias que importan dentro de una visión heteropatriarcal del mundo. Los ejemplos incluyen el privilegio de los cuerpos y sexualidades heteronormativos como más deseables, y el fenómeno del colorismo que representa ideales culturales heterosexistas de belleza y estatus en los que las mujeres que tienen la piel más clara o las que se casan con un miembro del sexo opuesto que es más claro o más blanco que la mayoría en contextos domésticos tienen acceso inmediato a privilegios que no están disponibles para los demás. La feminización de la pobreza, la globalización, el trabajo y la migración han posicionado a la «mujer del tercer mundo» como vulnerable y victimizada. Cuando somos cómplices de la erosión de la dignidad humana del «otro», somos culpables de desacralizar a la persona humana creada como imago Dei. Las teólogas feministas adoptan un punto de vista interseccional para decolonizar la teología, para reconocer cómo se puede estar oprimido de forma múltiple a causa de las diferencias de sexo, género, orientación sexual, raza, casta y clase. La interseccionalidad devuelve potencialmente la pluralidad, la diversidad e incluso la fluidez a la imagen de Dios, al invitarnos a abrirnos a su misterio. También somos muy conscientes de que este trabajo interseccional suele ser condenado rotundamente por muchos, especialmente por los responsables de la Iglesia. M. Shawn Copeland, en su artículo, nos recuerda que la teología cristiana sigue siendo la más «blanca» de todas las disciplinas académicas. La blancura en la teología cristiana reside en la insistencia en que el conocimiento sociológico, filosófico, literario, histórico y otras formas de conocimiento secular no tienen cabida en el pensamiento teológico, una postura que contrasta totalmente con la forma en que se ha desarrollado la teología cristiana en los últimos dos mil años. El binario religioso/secular es el que mantiene a las mujeres y a los teólogos identificados racialmente al margen de la «verdadera» teología cristiana. Nuestra esperanza es comenzar con relatos de racialización de mujeres seguidos de un análisis teórico de los ejes de opresión que se entrecruzan en la vida de esas estudiosas, porque entendemos la teología como la labor de comprometernos con un mundo creado por Dios en toda su compleja interconectividad. Deseamos seleccionar una serie de reflexiones que partan de las experiencias de las mujeres para fundamentar nuestras aportaciones teológicas académicas. En el diseño de este número, comenzamos en la primera parte con las narrativas de las mujeres sobre la racialización. Es importante señalar que, aunque las autoras dependen aquí de los análisis sociológicos para dar cuenta de la violencia racial, de género y sexual, sus reflexiones también plantean importantes cuestiones teológicas. Por ejemplo, la reverenda JoAnne Marie Terrell, que escribe desde Chicago, EE.UU., nos recuerda, en palabras de W. E. B. Dubois, que el racismo es un «holocausto por goteo» porque la historia de la complicidad evangélica blanca con la historia de la esclavitud de Estados Unidos es algo que la teología cristiana no puede ignorar. Pide un «cambio radical de la mirada» epistemológico y ontológico que nos permita empezar a valorar nuestra «humanidad común». Del mismo modo, en el contexto del Pacífico, las teólogas Cristina Lledo Gomez y Seforosa Carroll sostienen que el cristianismo europeo occidental se confabuló masivamente con las empresas económicas, políticas y culturales coloniales, lo que provocó, entre otras injusticias y crímenes, el trauma del genocidio. La blancura en la imaginación teológica cristiana, según argumentan, está asegurada por las imágenes de un Cristo blanqueado, equiparando la comprensión de Dios con el poder violento del imperio blanco y colonizador. Decolonizar la teología equivale a hacerla añicos a través de una conciencia feminista interseccional que corrija potencialmente tanto la ceguera de género como la ceguera de color de las teologías heredadas. Septemmy Lakawa, de Indonesia, cuyo enfoque teológico reflexivo se basa en los relatos de supervivencia de tres teólogas cristianas papúes, pone de relieve su resiliencia y, al hacerlo, ofrece la esperanza transformadora de una «teología noken», una teología del vientre (rachamim), que son, esencialmente, una «teología testimonial» del trauma «indecible» experimentado. El nacimiento de teologías no solo resilientes sino también resistentes responsabiliza al...