E-Book, Spanisch, 316 Seiten
ISBN: 978-84-129798-2-4
Verlag: Mutatis Mutandis Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Lauren Berlant (1957-2021) Fue catedrática en la Universidad de Chicago y profesora de Teoría del Género y Literatura. Es autora de numerosos libros, entre los cuales destacan The Queen of America Goes to Washington City (1997), The Hundreds (2019) con Kathleen Stewart o El optimismo cruel (Caja Negra, 2020). En 2002 formó parte del colectivo feminista queer Public Feelings, realizando intervenciones en Chicago, Nueva York y Austin. Su obra ha tenido una enorme influencia en los estudios de género, queer y del afecto.
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PRÓLOGO
Por qué quiero escribir este texto Tamara Tenenbaum Quise escribirle un prólogo a este libro porque después de traducirlo, después de pasar con él unos meses largos y dedicados, me di cuenta de que me costaba explicarles a mis amigas de qué se trataba; a veces la única forma de organizar los pensamientos es sentarse a escribirlos, pero creo que en realidad también hay que refinar las preguntas. A mis alumnos del taller de escritura de la universidad muchas veces les propongo un ejercicio en la mitad del semestre, cuando siento que han perdido un poco el norte: les sugiero que se sienten y escriban un pequeño ensayo titulado por qué quiero escribir este texto. Les pido encarecidamente, varias veces, que no se confundan: el querer allí habla, sin dudas, de un deseo, pero no de un capricho personal, no les pido que hablen sobre sí mismos. Quiero que le hablen al mundo: que expliquen no tanto por qué quieren escribir este texto, sino por qué ese texto debe ser escrito. No por qué es importante para ellos, sino por qué es importante a secas. Por qué deberíamos leerlo todos. Y entonces pensé que era ese mismo ejercicio lo que había que hacer en este prólogo: hablar de por qué este texto tiene que ser traducido, por qué tiene que ser leído, por qué es importante que exista. La obra de Lauren Berlant, que falleció en 2021 (antes de que este libro llegara a ser publicado en su versión original), tiene para mí tres características que la hacen imprescindible: lee la época, es valiente y trabaja con un método único. Todo esto se puede leer en El optimismo cruel, su libro más célebre: el análisis que Berlant hace allí sobre el modo en que la supuesta cultura de la afirmación y la felicidad termina siendo violenta y excluyente (no quise repetir la palabra del título, pero el concepto de la crueldad aquí en el fondo es inmejorablemente preciso e irreemplazable) es una demostración cabal del trabajo del giro afectivo en una de sus mejores versiones. Lo que se propone esta corriente, de la que Berlant fue parte emblemática, es no solo poner en evidencia el carácter histórico de los afectos en el sentido de exhibirlos como cambiantes y contingentes, sino también en el sentido de mostrar su importancia histórica: analizar las maneras en que los afectos son no meros efectos, sino auténticos motores de procesos políticos y sociales. El concepto de la inconveniencia de otras personas que desarrolla Berlant en este libro tiene la misma clarividencia que el del optimismo cruel. El planteo es sutil y sofisticado, pero en el fondo la tesis central puede resumirse en términos muy sencillos: todo lo que deseamos –todo lo que es suficientemente importante como para que valga la pena desearlo– nos incomoda profundamente; y todo lo que nos incomoda profundamente habla de algo que es importante. Esta idea, que parece estar hablando de lo íntimo, también habla en realidad de algunas de las discusiones públicas más importantes de nuestro tiempo: de la hipersensibilidad progresista, pero también de las nuevas derechas; del odio a los migrantes, de la precariedad, del racismo, del suicidio, de la crisis de la salud mental y de tanto más. Berlant utiliza el concepto de infraestructura para preguntarse por los mecanismos que sustentan nuestra vida en común y mostrar que son inherentemente imperfectos, que están irremediablemente orientados a la incomodidad y al fracaso del encuentro o, más bien, al encuentro que si es real es inevitablemente también fallido. Esta infraestructura defectuosa explicaría esa sensación de desajuste que permea toda nuestra experiencia de lo social, todas nuestras relaciones: ese constante vivir intentando acomodarse a los demás y esperando que los demás se nos acomoden, solo para descubrir que esa adaptación mutua nunca termina, que compartir un mundo significa solamente seguir participando de ese aclimatamiento indetenible e imposible a la temperatura de los demás. Lo interesante, o más bien lo distintivo, es que Berlant no parece hablar de intenciones aquí: la adaptación no es un proceso natural ni automático, pero tampoco parece ser decidible. Estar en el mundo con otras personas implica necesariamente incomodarse y acomodarse –en parte por eso, creo, Berlant se interesa tanto por las ideaciones suicidas: parecen ser la única manera real de sustraerse de esta actividad–, y el hecho de hacerlo mejor o peor, con más gusto o menos gusto, con más ira, vulnerabilidad, tristeza o resentimiento, no parece depender de factores racionales, ni directamente controlables por los sujetos. Esto no quiere decir que no haya ética ni responsabilidades: todo indica que Berlant cree, en un sentido levinasiano (no hay citas directas a Lévinas, así que esto es una interpretación mía), que somos responsables de estar para los otros, es decir, para la inconveniencia con los otros, incluso si no podemos decidir hacerlo ni dejar de hacerlo. Somos responsables de la violencia que ejercemos sobre los otros en nuestros intentos de vivir con la inconveniencia, incluso cuando esa violencia no es evitable e incluso cuando ni siquiera es «mala» (Berlant elabora en este libro, también, una concepción muy sutil y ambivalente de la violencia). Y ya que hablamos del análisis matizado de la violencia: dije antes que Berlant, además de visionaria, era valiente; y creo que, en este libro, el último que llegó a terminar, eso se ve como nunca, y en muchos sentidos. El análisis de la película Last Tango in Paris, que ocupa una parte importante del libro, es un ejemplo interesantísimo de cómo discutir públicamente una obra cancelada, y en ese mismo acto poner en discusión (pero en la discusión correcta) el mismo concepto de cancelación. Berlant no cree que Last Tango in Paris deba ser desterrada al olvido, pero tampoco la defiende en términos de algún carácter puro, aséptico o apolítico del arte, un esteticismo vacío. Justamente, Last Tango in Paris es útil para pensar el sexo en relación con la inconveniencia, y utilizo intencionalmente el concepto de sexo en lugar del de sexualidad porque es lo que hace intencionalmente Berlant y es una de las posiciones más interesantes y oportunas que ella organiza en este libro. Berlant hace un análisis de cierto ethos queer que toma el concepto de sexualidad y lo arma sobre todo a partir de un texto bastante tardío de Foucault, «De la amistad como modo de vida»; en ese texto, que es estrictamente una entrevista, Foucault relaciona la homosexualidad más con la amistad que con el sexo, yendo en contra de cierto prejuicio mainstream en relación con la promiscuidad gay, y afirmando entonces que ser homosexual no se trata de querer tener sexo con hombres, sino de querer estar entre hombres. Dos hombres que se quieren, dice Foucault, molestan más que dos hombres que tienen relaciones en un baño público. Berlant claramente entiende y valora estos planteos; sin embargo, parece pensar que han ido demasiado lejos, y que en un mundo erotofóbico como el que tenemos (un mundo en el que nadie tolera la inconveniencia de nada: ni de los discursos polémicos, ni de la violencia, ni del sexo) hace falta dejar por un instante de hablar de sexualidad y volver a hablar de sexo. Me interesa subrayar la relevancia de esta intervención postfoucaulteana en la época de los safe spaces: en la era de lo woke, de la soberanía de las víctimas, la defensa de Berlant de la inconveniencia es una crítica por izquierda a esa cultura; una crítica al sentimentalismo desde el giro afectivo. He hablado de la visión y del coraje de Berlant, y antes de terminar quiero decir algunas palabras sobre su método. Berlant no es una autora fácil de leer; no lo es en ningún sentido, ni a nivel micro (al nivel de sus frases, del modo en que utiliza y define conceptos, su forma de encadenar oraciones) ni macro (es intrincada, también, su manera de desarrollar ideas: a veces es incluso difícil entender sus tesis centrales, o de qué se trata un capítulo). Lo que he descubierto, sin embargo, después de años de leerla, es que para leer a Berlant hace falta tiempo y paciencia: por el modo en que va armando y desarmando conceptos, mi sensación es que los planteos no se van entendiendo a medida que una lee, sino recién al final, una vez que ya se han abierto todos los caminos y se puede ver el mapa completo. Berlant explica algo de esto en la introducción cuando habla de sus testeos, una suerte de sinónimo de ensayos que Berlant utiliza para reforzar el carácter provisorio de los textos que componen este libro, su estatuto de prueba: «Un testeo pone a prueba las cosas, prueba varios enfoques del objeto que podrían cambiar sus contextos, asociaciones y dinámicas relevantes: su ser social», escribe Berlant; «Son testeos», agrega más adelante, «porque descubren cómo crear otros tipos de relación social desde dentro del mundo que necesita ser perturbado». Es importante leer esta parte de la introducción como una auténtica aclaración metodológica, y tenerla en mente en lo que sigue del libro: así se entienden los meandros de Berlant, el modo en que efectivamente cada sección toma un caso o una historia o una obra de arte y la examina para ver qué formas de la inconveniencia...