Basanta | Leer contra la nada | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 66, 196 Seiten

Reihe: Biblioteca de Ensayo / Serie menor

Basanta Leer contra la nada


1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-17151-72-0
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 66, 196 Seiten

Reihe: Biblioteca de Ensayo / Serie menor

ISBN: 978-84-17151-72-0
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



«Un festín en la estantería, un libro que siempre me inspira y nutre mi curiosidad. Cualquier página abierta al azar nos reserva un placer, un hallazgo, frases que reverberan. En este pequeño abecedario cabe una cartografía universal del amor a la lectura».   IRENE VALLEJO ¿Qué otra cosa es leer sino conjurar el vacío de la nada? ¿Qué, sino dejarnos habitar por las palabras, por la eterna curiosidad, por el deseo constante de saber de nosotros mismos a través de lo otro y de los otros?Esa es la idea principal que recorre este libro aparentemente pequeño, pero casi infinito en su capacidad de mostrarnos la multiplicidad del universo lector: el hoy y el ayer de la lectura. Sus conquistas ancestrales, junto a los apasionantes retos lectores de nuestra contemporaneidad. Las viejas -y siempre nuevas- historias, al lado de los reveladores hallazgos de la neurociencia lectora. La reivindicación constante de una lectura en libertad, crítica, participativa, comprometida, creadora. Leer contra la nada es el testimonio sincero de quien, como su autor, ha dedicado la vida a la causa lectora. Leer como quien ama.Leer como quien siente.Leer como quien sueña.Leer como quien respira.

Antonio Basanta (Madrid, 1953) es doctor en Literatura Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, ha dedicado toda su vida profesional al fomento y desarrollo de la lectura desde sus múltiples labores como docente, editor, gestor de proyectos culturales, conferenciante, articulista o autor de abundantes libros que, dirigidos a la población escolar, siempre han tenido como objetivo la promoción lectora en sus más diversas modificaciones. Durante más de veinticinco años ha sido director general de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, de la que actualmente es vicepresidente.

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EL ADN DE LA LECTURA Leer es como esas cajas chinas que encierran en su interior otras tantas, a veces de manera casi infinita; la concatenación de un conjunto de acciones, de verbos fundacionales que, de manera consecutiva, conjunta, nunca aislada, nos descubre el misterioso ADN de la lectura.   Leer es detenerse, observar, escuchar.   Toda lectura nace de un primer ejercicio de atención, «la principal de las virtudes», como sentencia Simone Weil. Nuestra mente tan tendente a la dispersión, tan necesitada de captar —siquiera para sobrevivir— cuantas señales pueda de su entorno, pronuncia un siste viator, un «detente caminante», que es, a su vez, un primer ejercicio de determinación, de dominio. Decide parar el tiempo exterior. Dejar de ser esclava de su fugacidad, de su implacable imposición. Y, con ello, poner en marcha el reloj de un tiempo inventado, personal, independiente de la cronología de lo externo, largo o breve en función de los secretos engranajes de la propia lectura. Leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse. Leer, aun siendo un acto comúnmente sedentario, nos vuelve a nuestra condición de nómadas. No hay lecturas sin un para qué, sin un objetivo, que puede abarcar desde la pura evasión al más concreto afán de conocimiento. Y, cuando se trata de un texto literario, el periplo comienza en el preciso momento en que abrimos la cancela que da acceso al «vergel de las palabras» —así es como define Tagore la realidad textual— para disponernos a ser su jardinero; fiel o infiel. To pay attention, dicen los ingleses. «Prestar atención», decimos nosotros, en un giro idiomático que esclarece la clave del anticipo: la atención no se regala, se concede a condición de encontrar sentido a nuestro esfuerzo; de ser secundada por un ejercicio de descubrimiento.   Leer es interpretar.   Apenas la atención nos sostiene, nuestra mente emprende un proceso apasionante: pasar de las sombras de lo escrito a la primera claridad lectora. Interpretar es el alba de la lectura. El curso es asombroso. La conexión entre los rasgos alfabéticos y sus correspondientes sonidos se produce de manera casi automática, al tiempo que se abre la secuencia semántica, con todas sus múltiples posibilidades. De lo más profundo de nuestra memoria —que es nuestra identidad— traemos el sentido preciso, o, de no conocerlo, mantenemos lo ignorado en espera, hasta que el propio contexto, o la posterior consulta, nos ofrezcan las claves para su discernimiento. Somos intérpretes, trujamanes, instrumentistas de aquello que deseamos leer, tratando de identificar las notas precisas, de evitar la disonancia, de hallar esa armonía elemental que nos permita adivinar los primeros compases de la melodía lectora, su inicial significado. Imagen y sonido se hibridan de forma portentosa. Lo que son meros signos grabados sobre la superficie de lo leído al instante se levanta, atraviesa el espacio que media entre lo leído y quien lee, penetra en nuestro interior e inicia una serie de rumores que pronto se hacen palabras, oraciones, conversación, diálogo. El exorcismo de la lectura se ha puesto en marcha. Y toda nuestra intimidad no es sino su caja de resonancia, donde impera siempre una voz narrativa peculiar y constante, que no es otra que la nuestra más auténtica. Aquella que nadie puede escuchar, sino nosotros en lo más íntimo de nuestra corporeidad —de ahí nuestra extrañeza cuando la escuchamos reproducida—; la voz de nuestros pensamientos, la voz de nuestras alegrías y de nuestras penas. Nuestra voz más verdadera. Interpretar es avanzar un sentido —siquiera mínimamente—, asumir el riesgo de aventurar un significado, hacer emerger nuestro yo, por vez primera en la lectura, para iniciar el acomodo de lo leído a nuestro mundo interior.   (...) es la voz de los que te llevan, la voz verdadera y alzada donde tú puedes escucharte, donde tú, con asombro, te reconoces.   La voz que por tu garganta, desde todos los corazones esparcidos, se alza limpiamente en el aire. VICENTE ALEIXANDRE, «El poeta canta por todos»   Interpretar nos revela el primer secreto, cargado de valor (la raíz indoeuropea pret, presente en el verbo «interpretar», es la misma que ofrece su semántica a las palabras «precio» y «aprecio»). Y nos enfrenta al infalible Rubicón de la lectura. Al momento decisivo: ¿retrocedemos, abandonamos, avanzamos? «La derrota no llega cuando nos vencen; llega cuando desistimos». Alea jacta est. Porque...   Leer es comprender.   Comprender, comprehender, es mucho más que entender. Significa dar acomodo en nuestro interior a todo el sentido de lo leído; a lo que el texto contiene y expresa, pero también a cada una de las circunstancias que derivan de ese texto —tipología, género, estilo...— y a cuantas rodean el propio ejercicio del leer: su porqué, su para qué, su cuándo, su cómo... De ahí que, para referirnos a la lectura comprensiva, el término «alfabetización» se nos quede escaso, además de excesivamente discriminatorio (hay no pocos analfabetos dotados de una cultura de extraordinaria riqueza). Quizá deberíamos hacer uso del vocablo «literacidad» —del inglés literacy—, como propone Daniel Cassany, o, en aportación de Emilia Ferreiro, de la expresión «cultura letrada». Y es que, para la conquista de la comprensión lectora, no solo es necesario que la razón proyecte su luz explicativa, sino que, al tiempo, concurran, cuando menos, las otras tres cualidades soberanas de nuestra inteligencia: la emoción, la imaginación y la intuición. Si la comprensión no se nutre simultáneamente de todos estos caudales, podremos ser leedores, pero nunca lectores.   Ante el símbolo ondeante de la patria, el viejo maestro pregunta a sus alumnos: —¿Qué veis? —La bandera —responden unos. Otros: —El viento que la agita. —Se mueven vuestros corazones —dice el maestro para sí. Magnífico ejercicio de comprensión lectora.   Y completa Saint-Exupéry en El Principito:   —Adiós —dijo el zorro—. Mi secreto es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. —Lo esencial es invisible a los ojos —repitió entonces el Principito, a fin de acordarse para siempre. —(...) El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante para ti.   Un aspecto sorprendente de la comprensión es que, en su parte más fundamental, depende de lo que ya conocemos mucho más que de lo que desconocemos. De ser lo segundo, cualquier comprensión lectora sería totalmente imposible, como nos ocurre cuando leemos un texto en una lengua —o en un alfabeto— que ignoramos por completo. Así que comprendemos sobre todo desde cuanto contenga nuestra memoria. Desde las formas de verdad que ella misma atesore. (Y eso que sabemos solo lo descubrimos cuando somos capaces de verbalizarlo, de expresarlo en palabras). Cuenta Umberto Eco que, en su viaje a Java, Marco Polo vio por vez primera un rinoceronte. ¿Cómo llamar a aquella nueva y extrañísima criatura? El gran viajero no lo dudó: hizo acopio de su memoria y, encontrando en ella el nombre que identificaba al animal mitológico que poseía un solo cuerno, le llamó unicornio. Aún se siguen escribiendo historias con duendes, sirenas, elfos y unicornios... Los griegos, para mencionar el término «verdad» hacían uso del vocablo alétheia, que literalmente significa el «no olvido», es decir, el recuerdo. «Las cosas no son como las vemos, sino como las recordamos», escribió nuestro don Ramón del Valle-Inclán. Y si no hay recuerdo —ese es el drama profundo de la enfermedad de Alzheimer— las cosas, las personas son, pero no existen para nosotros. Comprender, y por tanto ser seres comprensivos, es una de las tareas más esforzadas. Nunca se logra del todo. Pero su permanente intento, su pretensión, da sentido pleno a nuestras vidas, como se lo da a cada una de nuestras lecturas, que siempre habrían de caminar en pos de la verdad, aunque esta sea a veces escurridiza. Aunque sea dolorosa. Aunque agudice el rigor de nuestra intemperie.     Me costó la costumbre de arrancar la mentira, me tejí este vestido de verdad que me cubre. A veces voy desnuda. GLORIA FUERTES, «Canción del que no
quería mentir»   Los siguientes escalones que definen el ADN de la lectura derivan mágicamente de la etimología del verbo latino lego, de su infinitivo legere, del que procede nuestro «leer».   Leer es cosechar.   La primera acepción del verbo lego alude a la relación del hombre con la tierra. Tiene que ver con lo agrícola, con lo campesino. Legere significa recoger, cosechar lo...



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