E-Book, Spanisch, 346 Seiten
Barceló Sagrada
1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-16637-58-4
Verlag: Sportula Ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
E-Book, Spanisch, 346 Seiten
ISBN: 978-84-16637-58-4
Verlag: Sportula Ediciones
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Fang Tai, enigmática y distante, elegante y sigilosa, ha elevado su profesión a la categoría de arte. Es, quizá, la mejor asesina que ha conocido el universo y jamás ha fallado una sola misión. Pero ahora se encuentra atrapada en un mundo atrasado y desconocido, sin más guía que la del joven arquero Arven, que la irá poniendo al tanto de las costumbres y leyendas de su pueblo. Fang Tai empieza a pensar que tal vez esta vez no le resulte tan fácil llevar a cabo su cometido, a medida que sentimientos que creía enterrados para siempre empiezan a florecer de nuevo. ¿Podrá llevar a cabo la misión que le han encomendado y poner fin a la vida de la Intocable, la Madre Sagrada del Mundo? Sagrada fue, en 1989, el primer libro publicado por Elia Barceló y en él se recogían, además de la novela que le daba título, nueve relatos de diversa longitud, temática e intenciones en los que la joven autora mostraba su maestría en el terreno de la narrativa, sobre todo en el campo del relato fantástico y de ciencia ficción. Ópera prima imprescindible para comprender la evolución de Elia Barceló como escritora y asistir al nacimiento de sus principales obsesiones literarias, Sportula recupera Sagrada en una nueva edición (la primera en casi treinta años) especialmente revisada por la autora.
Elda, 1957 Estudió Filología Anglogermánica en la ciudad de Valencia en 1979 y Filología Hispánica en las universidades de Alicante e Innsbruck, Austria, obteniendo el doctorado en esta última en 1995. Desde 1981 reside en Austria, donde ha sido hasta hace poco profesora de literatura hispánica. Se la considera una de las escritoras más importantes, en lengua castellana, del género de la ciencia-ficción, junto con la argentina Angélica Gorodischer y la cubana Daína Chaviano. Las tres forman la llamada 'trinidad femenina de la ciencia-ficción en Hispanoamérica'.Ha sido traducida a dieciocho idiomas. Desde 1997 escribe también literatura juvenil. Ha obtenido varios importantes premios en el campo de la literatura fantástica.
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Abrió los ojos un instante y la vio como a través de una bruma, lavándose desnuda en la fuente, su piel morena levemente luminosa, dorada; sus miradas se cruzaron un segundo y ella le sonrió. Volvió a cerrar los ojos y ya no los abrió hasta muchas horas más tarde. Cuando despertó era ya de noche y Fang Tai estaba vestida, sentada ante una pequeña hoguera asando un tongari. Se preguntó cómo lo habría cazado y cómo sabría que se podía comer porque solo los tongari del norte eran hasta cierto punto comestibles. Los de su región causaban vómitos y diarreas, que podían llegar a ser mortales y solo eran presa apetecible para los grandes manúas. Se encogió mentalmente de hombros disfrutando de la sensación de estar tumbado entre mantas con el sueño deshaciéndose poco a poco en sus ojos. La felicidad lo sobresaltó. El dolor había desaparecido por completo. Probó a flexionar el brazo debajo de la manta y no sintió ninguna molestia. Se sentó bruscamente, perplejo, y se miró los brazos y los hombros a la luz de la hoguera: apenas quedaban unas marcas rojizas donde habían estado las heridas. Ella le sonrió, como comprendiendo su asombro y, sin hablar, le tendió un frasco de licor de hierbas. Bebió un sorbo fuerte y dulce y se quedó mirándola con absoluta sinceridad por primera vez desde que caminaban juntos: —Me tenéis asombrado, señora. —¿Por qué? ¿Por mi medicina? —contestó ella de buen humor. —Por todo. No consigo comprender la mayor parte de las cosas ni puedo colocaros en ningún lugar entre lo que conozco. —Lo que debería indicarte que hay más cosas en el mundo de las que conoce la sabiduría kenddhai. —Sí, así parece —contestó él, negándose a darle la razón por completo. —Así es, Arven. —Sus ojos parecieron de pronto profundos y antiguos, los ojos de alguien que ha visto mucho y sabe muchas cosas—. Así es. —Podríais enseñarme muchas cosas —dijo él en un tono que quería evitar la pregunta. —Podría. Si estás dispuesto a aprender. Recuerda que eso no es propio de un kenddhai… Arven la interrumpió: —Lo sé, lo sé. Ella continuó como si él no hubiera hablado: —Pero es propio del ser humano. —¿Me enseñaréis vuestra magia? —preguntó, vacilante. —¿Para qué? Él contestó, con rebeldía: —Si no puedo ser un kenddhai, y empiezo a pensar que no puedo, me gustaría ser mago. El primer mago de los bosques. —¿Por qué el primero? —En la lengua que había aprendido en un par de sesiones de implantación lingüística no quedaba claro si «el primero» quería decir «el más importante» o «la persona que hace algo que nunca antes se ha hecho». Arven contestó bajando la voz y la cabeza, como si le diera vergüenza decir lo que decía: —Porque solo las mujeres tienen la magia, la magia verdadera. Los hombres, y entre ellos solo los arqueros kenddhai, no conocemos más que la pequeña magia que nos sirve en la vida diaria. Ella sonrió, divertida: —De modo que en un momento has decidido romper con todas las tradiciones. Arven calló, como esperando su respuesta. Fang Tai, después de pensarlo un momento, hizo otra pregunta en vez de contestar: —¿Podrías mostrarme qué cosas sabes hacer para que pueda juzgar sobre tu poder? Él pareció asustarse: —¿Aquí? ¿Ahora? —¿Por qué no? —Señora, el bosque está lleno de criaturas. Ya cruzarlo es una temeridad. Encender fuego ha sido una locura pero hacer magia sería una provocación terrible. Arven se resistía a decirle que, si no había protestado por el fuego, era porque después de ver lo que había hecho con los jinetes, se sentía algo más seguro al atravesar el bosque protegido por su magia pero no sabía hasta qué punto podía medirse su poder con el que emanaba de la oscuridad viva de aquellas tierras. —¿No crees que mi magia sea bastante para protegernos de ellos? —preguntó Fang Tai, fingiendo sentirse insultada para forzarlo a que demostrara lo que podía hacer. Por nada del mundo hubiera renunciado a la exhibición de aquellos poderes desconocidos que tan intrigada la tenían. Arven sintió que no podía negarse si no quería insultarla y, si iba a convertirse en su alumno, le importaba mucho que estuviera contenta con él. Suspiró, cerró los ojos y dijo en voz baja: —Voy a traer hasta aquí a dos de los caballos que los ladrones dejaron en el camino. Fang Tai hizo un impaciente movimiento de cabeza que él no vio porque su mente estaba tratando de ponerse en contacto con los animales. No era eso lo que ella quería aunque quizá sí fuera una buena idea disponer de una o dos monturas. Lo que ella tenía pensado era más bien algo espectacular que no pudiera explicar con sus conocimientos científicos. Algo de lo que había oído hablar en algunos lugares pero que nunca había visto. Resolvió esperar con calma y ver en qué paraba todo aquello. Arven abrió lentamente los ojos y parpadeó como reponiéndose de un esfuerzo: —Solo he podido localizar a uno pero ya está en camino, pronto llegará. Los otros deben de haberse alejado mucho para mí. Sorprendió la mirada de ella, una mirada que decía con toda claridad que esperaba más y se preparó para mostrarle otras cosas. Fijó los ojos en la hoguera y, poco a poco, ante la incrédula mirada de Fang Tai, el fuego se fue apagando hasta que no quedaron más que cenizas y oscuridad; entonces Arven alzó las manos y una débil luminosidad azul empezó a surgir en las puntas de sus dedos. La luz fue subiendo de tono y en unos segundos Fang Tai pudo ver el bosque que les rodeaba como iluminado por un globo de gas. Arven se dio cuenta de que la señora estaba impresionada o fingía estarlo y dijo con una pequeña sonrisa irónica: —Puedo hacer algo de luz, señora, pero no matar con ella. Entonces la luz se fue extinguiendo y, lentamente, el fuego de la hoguera renació. Ella se había quedado sin habla pero sus ojos relucían. —Muéstrame más —dijo en un susurro. Arven cerró los ojos, apretó los brazos contra su pecho y con un terrible esfuerzo que distorsionó su rostro, empezó a cambiar de apariencia. Muy lentamente, pequeñas ramas le nacieron en la piel y fueron extendiéndose perezosamente a su alrededor, abriendo hojas y capullos, adquiriendo cortezas y ramificaciones hasta que en unos minutos, donde había estado Arven había un delicado arbusto florido. Entonces sonó la voz en su cerebro. Fang Tai se replegó, sorprendida, porque no se había esperado aquel contacto. —No es una ilusión, señora, podéis tocar mis hojas y mis flores. Esta es mi planta tutelar, la asjalia, y solo en ella puedo transformarme, pero sigo siendo un hombre y cualquier criatura del bosque reconocería mi esencia. Solo puedo engañar a otros humanos. Fang Tai, a su pesar, reaccionó casi violentamente: —¡Deja eso, Arven! ¡Déjalo ya! ¡Vuelve a ser lo que eras! Muy despacio, se fue invirtiendo el proceso hasta que Arven volvió a encontrarse junto a la hoguera, temblando de agotamiento pero sonriente y orgulloso. —Eso es lo máximo que puedo hacer, señora —dijo cuando consiguió hablar de nuevo. —Magnífico, magnífico. —No se le ocurría qué otra cosa podía decir para no delatarse, por eso optó por preguntar—: ¿Por qué ahora sí has usado el lenguaje de la mente? —Ese no era el lenguaje de la mente, señora. Nunca me atrevería. Era el lenguaje intermedio. Era mi esencia humana transmitida en palabras. La habéis captado como haría una criatura del bosque, lo que prueba que vuestra magia es grande. Ella sacudió la cabeza, sin comprender, pero antes de que pudiera hablar la interrumpió la llegada de un caballo, una pobre bestia sin estampa que parecía haber nacido para la esclavitud. Para calmar un poco la confusión de su mente, se levantó, fue hasta él y le acarició el cuello mientras lo iba acercando suavemente a la hoguera; ató la brida a un arbusto y empezó a registrar las alforjas mientras pensaba algo que pudiera decir sin que sonara absurdo. Mientras tanto, Arven daba cortos tragos del licor de hierbas intentando reponerse de su esfuerzo. Un agudo grito los sobresaltó, un único grito que se extinguió al cabo de unos segundos dejando paso a un silencio pulsante y tenso a su alrededor. Esos segundos bastaron para que Fang Tai desenfundara su arma y Arven se perdiera como una sombra en la oscuridad del bosque. Cada uno en su puesto de observación y con su arma temblando ligeramente en la mano, aguardaron unos minutos sin atreverse casi a respirar, tratando de oír algo que les ayudara a precisar la...